OT Gala 10: Las ventajas de ser un marginado

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OT Gala 10: Las ventajas de ser un marginado

Gustavo Bueno fue el único filósofo español contemporáneo con su propio sistema filosófico, el orden categorial, y en 2000 puso su sabiduría al servicio de la nueva televisión. A Bueno le fascinaba Gran Hermano. De hecho acudió como invitado al plató en aquellas primeras semanas en las que a Mercedes Milá se le llenaba la boca repitiendo las palabras «experimento sociológico». El filósofo apoyaba la descripción de la presentadora: según Bueno, Gran Hermano condensaba las dinámicas sociales españolas al aislar dentro de una casa a un grupo de personas que representaban los perfiles prominentes de la sociedad. Había un médico (Nacho), un militar (Jorge), una madre (María José), un líder (Iván), una atleta (Vanesa), un intelectual (Koldo), etc.

Bueno señalaba, por ejemplo, que la estrategia de nominar a todos los concursantes cada semana mediante el denominado “pacto” respondía a la solidaridad católica española y rompía con la estrategia de las dos ediciones previas (la holandesa y la alemana), marcadas por una mentalidad individualista protestante. Bueno también señalaba que las audiencias millonarias de Gran Hermano, solo comparables a las del fútbol, no eran casualidad, porque el fútbol llevaba décadas funcionando como un método de regulación del orden social (ir cada domingo al fútbol era un ritual comunitario tan establecido como ir a misa) y Gran Hermano, como los equipos de fútbol, despertaba un sentimiento identitario: los espectadores apoyaban o al concursante que más se parecía a ellos o al que les gustaría parecerse.

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Meses después, en 2001, Gustavo Bueno no disimuló su desdén por Operación Triunfo. Decía que era la adaptación televisiva del sistema de oposiciones porque promulgaba la idea de que todo el mundo tenía las mismas oportunidades de base y de que solo el esfuerzo les llevaría al éxito final. Y es cierto que esa era la mentalidad de aquella primera edición, ese era el mensaje que le inculcaban a los concursantes hasta el punto de que Mireia exclamó en un momento dado: “No entiendo por qué me nominan, ¡si me lo he currado un montón!”. Sería interesante saber la opinión de Gustavo Bueno respecto a OT 2023 (desde luego, sería interesante saber su opinión de Naiara), pero falleció en 2016. Quizá hoy Bueno se replantearía su desdén. Porque 22 años después, OT sigue evolucionando con la sensibilidad de la sociedad. Y si hay un programa identitario en la tele española ese es OT, que tiene una capacidad única para construir país y para construir generaciones. Y si no te lo crees, prueba a sacar el tema con un grupo de personas de entre 20 y 50 años.

El OT actual está muy lejos del sistema de oposiciones. Ya nadie habla de “currárselo mucho”, no se potencia la cultura del esfuerzo, ni se anima a los chavales a “poner toda la carne en el asador”. Sí se habla, en cambio, de “retos” y de “aprovechar las oportunidades”. El realismo de OT 2023 está muy lejos del optimismo de OT 2001 porque la España de 2023 está muy lejos de la España de 2001: ahora todo el mundo sabe que el sistema no es igualitario. Que no todos empiezan la maratón con las mismas oportunidades. La sociedad actual sabe que todos los sistemas están amañados por definición. Y esa certeza tiene dos posibles reacciones: o aprovechas las bolas que te vienen dadas (que es lo que hacen los concursantes) o te emparanoias acusando al programa de favoritismos y gritando “tongo” cuando le dan a Ruslana un 7,5 (que es lo que hacen sus fans).

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La organización de OT nunca ha tenido favoritos, esa es una neurosis típica de los fans. De hecho la semana pasada Noemí Galera aseguró en Twitter que les da igual quién gane. Y es cierto. Lo que OT quiere es hacer buena televisión que involucre emocionalmente a la audiencia para que la gente regrese al año siguiente. Que ya es bastante difícil. No, definitivamente, hoy OT no es ese programa sobre el sistema de oposiciones que desdeñaba Gustavo Bueno. Es algo mucho más potente narrativamente: un programa en el que sus concursanes aprenden que el sistema es injusto por definición, aprovechan lo que te dan y se crecen ante la adversidad. Es decir, es un programa sobre hacerse mayor. ¿Cómo no vamos a involucrarnos emocionalmente?

Anoche Lucas se paseó por la escenografía más hortera de la historia de OT como si estuviera en su casa. Pero hortera bien. Hortera a propósito. Hortera con filtro difuminado. Él juega todo lo que le dan. Pero en este caso la puesta en escena le venía a favor, porque Lucas es un cursi y no se disculpa por ello. Por eso no le dio ningún pudor tener que cantarle la canción de ‘Armageddon’ a una mujer dormida (o muerta) sobre una cheslong. Era como un cuento de hadas, excepto porque Lucas no iba vestido como un príncipe sino como un camarero de La Posada de las Ánimas.

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La imagen era ciertamente perturbadora tanto si la chica estaba dormida como si estaba muerta. Pero él tiró para adelante y se tomó su papel en serio, probablemente porque no es la primera vez que Lucas le canta una canción de amor a una mujer dormida. Ningún otro concursante habría sacado adelante una premisa tan delirante. Imaginaos a Juanjo cantándole a una muerta.

En un momento dado incluso se sentó en la cheslong y apoyó su mano sobre la pierna de la chica. Ella no pudo evitar moverse, o bien porque no se lo esperaba (tenía los ojos cerrados) o bien porque cómo no te vas a mover si te toca Lucas. ¿Qué sentirá la peluquera (o peluquero) de OT cada lunes cuando Lucas se sienta en su silla? ¿Se sentirá henchida de poder al saber que cuanto más corte más guapo va a estar y más lejos va a llegar en el concurso? ¿Dónde está el límite? ¿Llegará al final rapado al cero? Es una pena que OT ya no se haga en TVE porque como allí los sueldos son públicos sabríamos cuánto ha cobrado la chica, en lo que sin duda es el sueldo más cómodamente ganado de España. O sea, hay una mujer a la que le han dado dinero por tumbarse en una cheslong y que Lucas le toque la pierna.

Vocalmente sonó algo impersonal, pero se regodeó en unos falsetes que sonaron muy bonitos. Y eso que los falsetes siempre quedan muy repipis en las baladas. Pero claro, con toda la parafernalia que había en ese escenario hasta Bob Dylan habría aullado agudos. La canción terminó, la chica seguía ahí tumbada y la moraleja del cuento es que la única razón por la que una mujer no se abalanzaría sobre Lucas es porque está muerta.

Y hablando de cosas inertes, Chiara cantó ‘You Oughta Know’ en lo que sin duda fue La Decisión™ de esta gala. Ella insistió en que tenía muchas ganas de “volverse loca”, una expresión que en OT el 100% de las veces que se dice significa que no lo va a conseguir. O lo haces o no lo haces, pero no lo anuncies. A Chiara le gusta mucho la canción de Alanis Morissette, pero lo que te gusta y lo que te queda bien no tiene por qué coincidir. ‘You Oughta Know’ solo funciona cuando la canta Alanis porque ella la escribió desde las entrañas para vengarse de un exnovio (Dave Coulier, el tío Joey de ‘Padres forzosos’) y la cantó como una maniaca del averno que podría meter tu conejo en una olla express. Más que Alanis, Chiara parecía Hannah Montana en el capítulo en el que se hacía un smokey eye. Paradójicamente, a Chiara le jugó en contra justo lo que la ha llevado hasta la gala 10: que el público tiene muy presente lo dulce que es. Estamos hablando de una letra que dice “¿Es ella tan pervertida como yo? ¿Te la chuparía en un cine?” o “¿Sientes cómo clavo mis uñas en la espalda de otro?” y Chiara ni puede ni tiene por qué ser capaz de sentir esa rabia. De hecho, ojalá no tenga que sentirla nunca. Ojalá para lo único que tenga que clavar las uñas a alguien sea para rascarle la espalda mientras ven ‘Emily in Paris’.

Por otro lado, a veces hay que ponerse la ropa que te gusta incluso aunque no sea tu talla. Chiara se desahogó y se fue bien contenta del concurso. Apenas abrió los ojos en toda la actuación, ladeó mucho la cabeza y cantó en cursiva como siempre, pero es que ella es así y no hace falta que se convierta en otra cosa. Si ha conseguido generar la campaña de salvación más barroca de las doce ediciones de OT es porque ha conectado con miles de fans. Todos los aspirantes a estrellas del pop matarían por tener ese don. Algo bien habrá hecho Chiara. Así que lo único que tiene que hacer a partir de ahora es ser ella misma. La mayoría de la gente no consigue despertar semejantes pasiones en toda su vida. Chiara lo ha logrado con 19 años.

Naiara arrancó su actuación con una carcajada que anunciaba caos, anarquía y lo más cerca que ha estado OT de albergar un botellón. Era como si se hubiera fugado del psiquiátrico más sexy de toda Fuenlabrada. Llevaba un abrigo de peluche barato que en ella parecía valer un millón de dólares y que en ningún momento le cubrió los dos hombros a la vez. La responsable de vestuario le puso un top con doble refuerzo para evitar sustos porque España entera sabía que Naiara iba a poner el “pecha” en «Despechada». Pero nadie podía imaginar hasta qué punto.

La figura de la choni nació de forma abrupta y masiva en los extrarradios de las ciudades durante los 90. Era una criatura surgida de los barrios obreros masificados donde no había identidad porque las periferias urbanas eran, por definición, no-lugares. Kilómetros de hormigón donde solo se iba a dormir. Así que las chonis tuvieron que forjarse su identidad ellas solas, con la ventaja de que existían al margen del sistema: conceptos como “buen gusto”, “decoro” o “alta y baja cultura” no les afectaban porque la cultura las despreciaba. Consumían cultura pop con voracidad y sin prejuicios, desde el bakalao hasta el flamenco. No se veían representadas ni en el cine, ni en la televisión, ni en la música (hasta que llegó Mónica Naranjo y por eso se lió la que se lió) y crecían con la certeza de que el sistema las rechazaba. Así que ellas tomaron una postura desafiante contra él. Su ética y su estética eran pura reacción contra ese desprecio: cuanto más las acusaban de vulgares, histéricas o sexuales más vulgares, histéricas y sexuales se volvían. La choni, en realidad, sufría una versión magnificada de todo lo que la sociedad odiaba de las mujeres. No grites tanto, no seas tan dramática, no seas basta, siéntate con las piernas cerradas, no digas palabrotas, desmaquillada estás más guapa. Pero había algo con lo que la cultura elitista no contaba: las chonis eran muchas y, ante la adversidad, habían desarrollado una seguridad en sí mismas que nadie más tenía. Las chonis fueron un chiste nacional durante muchos años pero ellas siempre se tomaron muy en serio a sí mismas para equilibrar la balanza. Y al final asaltaron el mainstream. Porque tal y como ha demostrado Nebulossa este fin de semana, si aguantas con la cabeza alta el tiempo suficiente los insultos se acaban volviendo gritos de guerra.

Hoy las chonis dominan la conversación cultural. Hoy hasta una chica de buena familia como Bad Gyal se traviste de choni como expresión artística. Y anoche Naiara celebró ese triunfo. Cuando se subió en lo alto de un coche de choque (excelente escenografía, por cierto), con un pie en el asiento y otro en el volante, lo hizo con la seguridad de alguien que no es la primera vez que se pone de pie en un coche de choque. Porque puede que todas las chonis que vivieron antes que Naiara sufrieran discriminación de lunes a viernes, pero los fines de semana eran las putas reinas. En la feria eran las personas más importantes. Todo el mundo quería estar con ellas. Y para Naiara todos los días son sábado noche y todos los coches son coches de choque.

Ella se comió la canción a bocados y eso que estamos hartos de escucharla. Donde Rosalía canta con languidez, Naiara berreó como lo que es: la tía más chula de España. La cantó en un tono alto imposible, aunque habría dado igual que no cantase y solo botase de un lado a otro. Es que no hay dudas de que podría haber hecho la misma actuación con un cubata en la mano sin derramar ni una gota. Naiara da ganas de llamar a Prime Video y pedir que te suban la tarifa. La segunda mitad makinera de la canción fue uno de los momentos más inmediatamente icónicos de todo OT y cuando gritó “¡acelera!” (probablemente el título de su disco) y se tiró al público se proclamó la ganadora de la edición. Quede primera o no. Ella ha ganado todo esto. Durante su valoración, Pablo Rouss recordó que en la gala 0 le preguntó a Naiara qué podía hacer OT por ella. Diez semanas después, lo que realmente hay que analizar es todo lo que ha hecho Naiara por OT.

Y después de esta locura, justo lo que nos apetecía: Martin cantando una balada. ‘Ya no te hago falta’ era idónea para él, porque tiene una melodía en la que todos los versos acaban en puchero. Lo que hace que Sen Senra cautive cuando la canta es que performa de manera muy teatral. Y Martin… no. Su actuación fue bonita y cantó muy bien, pero ir entre Naiara y Paul diluyó el impacto sentimental de la canción. ¿Cómo iba a crearse atmósfera cuando el público todavía estaba sacándose de la boca el pelito del abrigo de Naiara?

Paul Thin debería ser descalificado porque está en otra liga. Hasta su puesta en escena alcanzó un nivel nunca visto en OT, con ese baile conceptual que evocaba surrealismo y psychothriller. Cris Regatero lo definió muy bien cuando dijo “Eres magnífico y a la vez creas duda”, porque Paul siempre da susti-gusti: no sabes si abrazarle o bloquearle en WhatsApp. Paul bordea la grima sin miedo, la atraviesa y sale por el otro lado convertido en una superestrella. Parecía que ‘Paenamorar’ era una canción suya. Su puesta en escena estuvo apoyada por un cuerpo de baile sensacional (imaginaos este número coreografiado por Poty) y recreó en imágenes expresionistas un dolor muy concreto: todo lo que ocurre dentro de la cabeza de un hombre que no puede culpar de su infelicidad a nadie más que a sí mismo. Paul despertó tanta compasión que daba ganas de perdonar a todos los tíos que te han hecho ghosting porque igual lo estaban pasando fatal los pobres.

Se ha hablado mucho del “estilo de Ruslana”. Que si es la nueva Aitana, que si es una rockera. Y resulta que su estilo era Pablo López. Su versión de ‘El mundo’ hizo que fuera más fácil entender por qué a la gente del mundo real le gusta tanto Pablo López. Resulta asombroso cómo logró ser tan expansiva sin apenas moverse, solo cantando desde el estómago (que es donde te duele cuando piensas en el mundo ahí fuera) con una visceralidad que no se veía en ese escenario desde Alba Reche. Ruslana cantó como si le hubieran roto el corazón seis veces. Y lo hizo sin inmutarse ante esos dos bailarines que se movían por espasmos como Nicki y Paolo cuando les envenenaba una tarántula en ‘Perdidos’. La realización estuvo a la altura (ayer fue realmente buena en todas las actuaciones) y Ruslana no tuvo miedo a estar sobreactuada, teatral y regia como una diva moderna. El espíritu de Rocío Jurado vive y se manifiesta donde menos te lo esperas. Y anoche Ruslana encontró de nuevo su voz cuando muchos, incluso ella misma, la habían dado por perdida. ¿Acaso eso no es madurar?

Juanjo cantó ‘Take On Me’ rodeado de figuras troqueladas a tamaño real de sí mismo. Tras diez galas, por fin actuó con su concursante favorito. Esa escenografía dejó escapar la oportunidad de poner todas las versiones de Juanjo: Juanjo de Jotalent, Juanjo de Masterchef Junior, Juanjo de Idol Kids, Juanjo de Vanity Farm, Juanjo de Aragón en abierto, etc. Él es el mejor vocalista de la edición y realmente dio gusto escuchar cómo llevaba los falsetes de ‘Take On Me’ a la estratosfera. Pero como de nuevo acertó Cris Regatero, no llega nunca a “ensuciarse”: se paseaba por el escenario sin rumbo fijo, sin ritmo y sin llenarlo en ningún momento (paradoja, porque estaba literalmente lleno de Juanjos). Esto se debe en parte a que, tal y como él mismo contó, después de dos días ensayando un recorrido con efectos visuales le dijeron que no habría efectos y que hiciera “lo que le diera la gana” con poca antelación.

Hay muchos motivos para ver OT. Muchísimos. Pero por encima de todos ellos está la posibilidad de que en cualquier momento pueda ocurrir algo como lo que hizo Bea anoche. Los arreglos a lo musical de Broadway que le hicieron a ‘Se acabó’ (muy ‘Defying Gravity’ de ‘Wicked’, muy ‘Let It Go’ de ‘Frozen’) construyeron una de las mejores versiones que se han hecho en OT. La canción adquirió una textura de himno: si la original venía del barro, esta se elevó a los cielos. Pero fue Bea quien la hizo volar. Los planos del público mostraban un montón de chavales en trance. Esta vez no coreaban la canción. ¿Cómo puede ser, si ‘Se acabó’ es una de las canciones más machacadas de la música española? Pues porque Bea consiguió que sintiéramos que la estábamos escuchando por primera vez.

Cantó con un gusto exquisito: cada giro, cada subida y cada quiebre de voz añadía capas emocionales a la letra. Bea transmitió todas las emociones humanas, desde el rencor hasta la frustración, la lástima o la alegría. Pero ‘Se acabó’ es una canción sobre la rabia y de eso Bea sabe mucho. La rabia que ha debido de sentir al saber que tenía todo eso dentro y no conseguía sacarlo, hasta el punto de dudar si realmente lo tenía. Eso sí que tiene que dar rabia. OT es el programa más disfrutable de la tele porque nunca se consume descontextualizado. Cuanto más lo ves, más lo ves. Es un formato en constante diálogo consigo mismo. Y la actuación de Bea es un ejemplo perfecto de ello: para cualquier espectador casual fue un espectáculo, pero para el que lleva once semanas viéndolo fue un triunfo épico que solo crecía y crecía con cada nueva estrofa precisamente porque era Bea quien lo cantaba tras varias semanas de sufrimiento. Solo OT es capaz de ofrecer recompensas emocionales de este calibre. Cuando Bea cantó el “mi mundo es otro” final y alcanzó una nota final que nos hizo creer en Dios, efectivamente su mundo ya era otro. Uno en el que, pase lo que pase con el resto de su carrera, ha hecho una actuación de la que los fans hablaremos durante años cuando nos digamos “el OT de antes sí que molaba”.

Chenoa les dijo a Lucas y a Chiara que “habéis ganado los dos”. Que a ver, no. Pero el optimismo de Chenoa está en sincronía con todo lo que representa OT. Y ella es, de los cinco presentadores que ha tenido el programa, la que lo ha vivido con más intensidad. Chenoa es una fan más. Proclamó la salvación de Lucas con un arrollador 67%, demostrando una vez más que Twitter no es el mundo real, y anunció que la gira va a tener “más fechas en más lugares”. Esto quiere decir que van a pasar cosas en sitios.

Y hablando de cosas que pasan en sitios, realmente Masi es una cosa que nos pasa a todos cada lunes. Chenoa la anunció diciendo que es “su momento favorito”. ¿De entre todo lo que ocurrió anoche ese es su momento favorito? Igual es su momento favorito porque puede aprovechar para pirarse a darle unas caladitas al IQOS, porque salió por patas antes de que Masi pudiera decir “la formación es muy importante”. Lo del público coreando “¡Tres mil euros!” con un entusiasmo que ni que se los fueran a dar a ellos queda como una rifa de pueblo glorificada, pero es un momento imprescindible para que Masi coja aire. Ella anunció que el favorito era Paul con un 42% y abandonó el plató mientras la audiencia se quedaba con esa sensación que provocan siempre las intervenciones de Masi: una sensación parecida a cuando te bajas de la elíptica y retomas tu vida normal pero extrañamente sientes que sigues en la elíptica. Una calma tensa. Y unas ganas inexplicables de volver a subirte a la elíptica el lunes que viene.

A continuación, el jurado puntuó a los concursantes en un segmento de 23 minutos. Veintitrés minutos.

Veintitrés.

Minutos.

La idea tenía potencial, pero las valoraciones eran tan largas y tan genéricas (excepto algunas de Cris Regatero) que el supuesto clímax de la noche fue, como diría Gustavo Bueno, un auténtico coñazo. Para empezar las notas eran altísimas, lo cual impedía cualquier perspectiva porque todos tenían casi la misma y los 8 se sentían un 4. Lejos quedan aquellas noches vibrantes en las que Javier Llanos le cascaba a Idaira un 5,5. Las valoraciones consistían en una ristra de palabras y un número al final que podía o no estar relacionado con las palabras. Por ejemplo, Pablo Rouss a Martin (“me pareces de los mejores”, un 8,5) o a Ruslana (“te auguro un futuro increíble”, un 8,5). O Cris Regatero a Martin (“me pareces un animal escénico”, un 8). Es curioso como, a pesar de ser un concurso, puntuarles con notas numéricas resulta tan impersonal, reduccionista y hasta cruel. Por otra parte, el criterio es aleatorio: de unos valoran la evolución, de otros la voz, de otros el trabajo, de otros la actitud. Al final los jueces lo que están haciendo con esas valoraciones abstractas es racionalizar algo tan irracional como “tú me gustas mucho” y “tú me gustas menos”. Pero queda poco televisivo y encima Pablo Rouss se lo tomó con tanta calma que al final Buika tenía que ir a toda hostia.

Naiara y Juanjo fueron los mejor puntuados, lo cual es consecuente porque nunca han estado nominados, y cuando se abrazaron en el escenario Chenoa gritó “¡Ay, que se le ve todo!”, como si Naiara no llevase así diez galas. Los profesores salvaron a Paul porque si te parece no le salvan. Martin y Ruslana quedaron últimos (cuando han hecho mejor concurso objetivamente que Lucas o Bea), pero quizá sufrieron haber sido favoritos prematuros y fueron adelantados por los marginados a los que nadie vio venir. Al público le sobran motivos para votar por los cuatro que se han quedado en vilo. A Martin porque con suerte le dan otro número de baile. A Bea porque los perfiles como el suyo (vocalista tradicional) suelen tocar techo en el concurso y lo tienen más difícil para abrirse camino en el mercado musical al salir. A Lucas porque queremos ver cómo le queda la cresta. Y a Ruslana porque por qué no íbamos a querer ver más actuaciones de Ruslana. Votad con el corazón. Al fin y al cabo, de eso va todo esto.

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