OT Gala 11: El lugar feliz

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OT Gala 11: El lugar feliz

Pablo López es uno de los exconcursantes de OT más famosos de España y, a la vez, uno de los que el público menos asocia con OT. Esto se debe a dos motivos: sacó su primer disco en 2013, cinco años después de quedar segundo en el concurso; y Risto Mejide asfixió aquella edición hasta no dejar aire para que el público recordase a ningún concursante. Ni siquiera a Virginia Maestro, la que fuese su favorita hasta unos límites obsesivos. Y por eso, aunque la edición tuvo mucho éxito con un 30% de cuota y cuatro millones de espectadores semanales, hoy es la única edición de OT que tiene solo dos concursantes con página de Wikipedia propia. (Durante la búsqueda de este dato he descubierto que Thalía Garrido no tiene página porque, desgraciadamente para ella, Wikipedia no permite que te la hagas a ti mismo).

El primero en desvanecerse de la memoria colectiva fue Chipper, el tercer clasificado, a quien España olvidó según aparecían los créditos de la gala final. Para muchos espectadores Chipper fue un hito televisivo (era el primer concursante gay de OT y además era negro y sacaba por la tele a su marido, con quien se casó durante los castings finales) pero no había hueco para un artista de su estilo musical en el mercado español. E incluso a los fans más fieles del programa les costará recordar la cara de los otros tres finalistas al leer sus nombres: Manu Castellano, Sandra Criado y Mimi Segura.

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Pero si mucha gente no recuerda que Pablo López estuvo en OT es también, en buena parte, porque no hizo nada demasiado memorable. Como cantante sí. Su trayectoria fue impecable. Pero en aquella edición no había espacio para que los concursantes se luciesen. Quizá el momento más destacado de Pablo fue cuando Risto Mejide le pidió que se nominase a sí mismo y él, harto de sus humillaciones, decidió contestarle: “Yo he venido a cantar y a hacer música, que es lo que se me da bien. Comprendo que como publicista te irá bien, yo no me quiero meter en tu trabajo”.

En ese momento Jesús Vázquez cortó para ir a publicidad, porque ese enfrentamiento era exactamente lo que el programa llevaba buscando nueve galas y había que alargarlo hasta la madrugada, que es el tocino de la cuota de pantalla. A la vuelta, Pablo se disculpó y Mejide le respondió con ironía: “Si quieres te digo que tu actuación ha sido la mejor que he visto en toda la historia de OT y que ahí fuera hay millones de fans esperando para comprar tus discos”. La verdadera ironía, por cierto, es que años después efectivamente millones de personas escuchen la música de Pablo López.

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Aquel fue el punto más bajo de las doce ediciones de OT. El instante exacto en el que el programa vendió su alma por dos euros (o más probablemente por dos millones de euros) y se traicionó a sí mismo y a sus espectadores. La etapa Telecinco tuvo sus cosas buenas (sobre todo para Edurne, que hoy tendría muchos menos Funko Pops de haberse quedado OT en TVE), actuaciones extraordinarias (‘Lágrimas negras’ de Lidia Reyes, ‘Kiss’ de Guillermo Martín, ‘Purple Rain’ de Moritz, ‘Land of 1000 Dancers’ de Lorena, ‘Cree’p de Virginia, ‘When Love Takes Over’ de Álex, todas las de Soraya) y desde luego enriqueció la condición de radiografía social del programa: esas ediciones son imprescindibles para entender cómo estaba España justo antes de la crisis.

Desbocada, voraz y sin escrúpulos. Si OT fuera un ser humano, aquellas cinco ediciones en Telecinco serían la época en la que descubrió las drogas y dejó de ponerse condón. Los más jóvenes no se acuerdan, pero cuando OT regresó a TVE en 2017 venía de un lugar muy siniestro. El hijo díscolo volvía a casa después de desintoxicarse. Y la operación de marketing de presentar este regreso con ‘OT: El reencuentro’ fue absolutamente magistral. Aquellos tres episodios y aquel concierto le recordaron al público todo lo que OT es y todo lo que podría volver a ser si el público confiaba de nuevo en él: un lugar feliz.

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Durante los últimos doce lunes, hemos vuelto a ver la tele. Lo hemos comentado con amigos, familiares y desconocidos. La vuelta al trabajo se ha hecho menos pesada sabiendo que por la noche pondríamos los pies en alto y veríamos a Buika decir incoherencias. Para mucha gente joven ha sido su primer reality y les ha pillado desprevenidos: no sabían procesar lo hondo que les estaba tocando un programa de televisión y lo implicadas que estaban con esas personas a las que solo conocían de ver por la tele. Hay que repetirlo siempre: OT es, por encima de todo, un programa sobre la ilusión.

Y a Bea, la pobre, ya no le quedaba ninguna. ‘Bette Davis Eyes’ es una canción traicionera porque está compuesta para otra época, una en la que las canciones se consumían en la radio, en la MTV o en el coche. Y a menudo a trocitos. Escuchada entera, ‘Bette Davis Eyes’ suena demasiado monótona y aunque Bea la cantó muy bien (de nuevo bordeó la imitación) no la llevó a ningún lugar. No movió el brazo izquierdo en ningún momento, sonrió con frases dramáticas como “she’s precocious” o “she’s ferocious” y ya desde el principio entró en el escenario saliendo de una cortina no como una diva sino como si estuviese buscando el baño y se hubiese confundido de puerta. No hubo atmósfera alguna. No ayudó que not-Rosa-de-vestuario, en su última venganza, le pusiera dos vestidos que habrían sido preciosos por separado pero que juntos hacían parecer a Bea un perchero indeciso. Bea se puede ir orgullosa de su participación, eso sí, porque las concursantes como ella son imprescindibles en OT: son las que hacen que siga siendo un programa de cantantes.

Martin se pasó su actuación bajándose el crop top para que no se le viera el ombligo. Por lo demás, su actitud era de “mariquita feliz”, especialmente sonriente cuando los bailarines lo levantaron por los aires como si fuera Norma Duval. Y eso en sí ya es motivo de celebración teniendo en cuenta que la gala empezó con una versión grupal de ‘Aire’ de Pedro Marín, un ídolo de adolescentes en los 80 que tuvo que ocultar su condición sexual en una España que iba de moderna pero no lo era tanto. Martin tiene algo que no se puede aprender: un entusiasmo contagioso sobre el escenario. En otro lugar de Prime Video el público puede disfrutar de otro gay de metro setenta bailando ‘Murder On The Dance Floor’.

Ruslana entró en su Olivia Rodrigo era con ‘Let Me Out’, aunque su estética era más bien un cruce entre la pelirroja de TaTu y María Pedraza cuando se empeña en seguir interpretando adolescentes. Tuvo una actitud demasiado cerebral durante la segunda mitad y miraba demasiado al público, más buscando su aprobación que exigiendo su adoración, y ese es un vicio que deberían quitarles desde la gala 0: no funciona nada en televisión. Las estrellas deben existir por encima del público, ya tendrán tiempo de mostrarse cercanas después de la actuación. Y es especialmente frustrante en el caso de Ruslana, la concursante que mejor ha atravesado la cámara con la mirada de esta edición. Estaba nerviosa como solo puede estarlo una chica de 18 años para la que cualquier cosa que no sea ganar se sentirá un fracaso. Pero en cuanto se libró del lastre del pie de micro se vino arriba y se convirtió en todo lo que esperábamos que fuera Violeta.

Quizá la cima de su paso por el concurso sean los nueve segundos en los que miró a cámara y gritó «Let Me Out» como si se lo estuviera gritando al propio programa. El viaje de Ruslana ha sido el más estimulante de la edición desde el punto de vista tanto musical como narrativo. En la gala cuatro ya estaba prendiendo fuego al escenario con ‘Salvaje’ mientras Lucas ni siquiera se había cortado el pelo todavía. Luego encadenó ‘SloMo’, ‘I Put A Spell On You’ y ‘Criminal’. Pero de repente tropezó en el peor momento posible. Y no pudo soportarlo. Sería inapropiado decir que Ruslana tiene una disciplina soviética, pero independientemente de su lugar de origen, es cierto que ese estado de tensión permanente y autoexigencia enfermiza recuerda al de las gimnastas entrenadas desde niñas para el oro. Y para ellas, la plata resultaba insoportable.

“Después de las puntuaciones te quedaste rabiosa”, le soltó Chenoa como si nada. Es una pregunta interesante y pertinente, aunque algo injusta teniendo en cuenta que a Martin le dijo “lo que has hecho es muy Martin” y a Lucas le preguntó “¿cómo afrontas la final?”. Si ponemos a los chavales en un brete, pongámosles a todos, ¿no? Ruslana respondió que estaba muy orgullosa y que si le hubieran dicho hace un año todo lo que iba a hacer en OT no se lo habría creído. Es mentira. Ella sabía perfectamente todo lo que iba a hacer. Llevaba toda la vida preparándose para hacerlo. Pero es una respuesta digna de las mayores popstars del panorama actual: anodina, genérica e inspiradora. Que se acabe OT da pena, pero al menos podremos ver todo lo que hará Ruslana al salir. Chenoa, por cierto, le dijo: “Mis tres erres favoritas: rockera, reina y Ruslana”. ¿Cuál sería su tercera erre favorita antes de conocer a Ruslana? ¿Risa? ¿Rebelde? ¿Rutinas?

Juanjo cantó ‘El patio’ de Pablo López y estuvo vocalmente impresionante.

Lucas se empeña tanto en mirar al público que le sale una chepa que el resto del tiempo no tiene. Pero es una postura que le define: él es por encima de todo un hombre amable y agradecido. Y en estas doce galas ha descubierto también su condición de fucker. Entró en el escenario y le echó una mirada a la cámara que parecía decir: “Daos por folladas”. Llevaba un traje de flores tan histriónico que no se lo habría puesto ni David Bisbal en su etapa ‘Bulería’. Parecía un cantante de bodas (desde luego si Lucas actuase en una boda la novia se replantearía todas sus decisiones), pero la actuación fue creciendo hasta que gritó “¡Que se escuche!” y de repente estaba en un concierto, como bien le dijo Chenoa con acento argentino (que ya sabemos que es la mejor Chenoa). ¿Sabéis lo que sería interesante? Que alguien recrease por IA todas las actuaciones de Lucas pero poniéndole el pelo largo otra vez. A ver qué tal. ‘Mariposa Tecknicolor’, por cierto, es una canción preciosa. ¿Por qué los bares nos torturaron durante años con ‘Clavado en un bar’ de Maná en vez de poner esta?

Álvaro de Luna cantó una canción titulada ‘Hoy festejo’ que nos viene que ni pintao, que podría perfectamente ser el título del single de Omar.

Paul Thin es el concursante que más ha arriesgado (y, a diferencia de Ruslana, se creció justo en el momento adecuado), pero su coqueteo con el sustigusti anoche cayó del lado del susti. Era una cuestión de probabilidad. Pablo Rouss cuestionó su afinación, lo cual requiere un apunte: ‘Fiebre’ es una canción que no está afinada. Es decir, no existe una versión de ‘Fiebre’ en la que haya afinación (aparte de la de Amaia a piano y voz, pero ella es sobrenatural y no vale compararla con nadie), de manera que lo que Paul estaba intentando era crear una canción nueva. Y en una semana no da tiempo. Y lo intentó de verdad, adoptando esa manera urbana de cantar que parece que están bostezando. Pero bueno, da igual, en el minuto que Paul ponga un pie fuera de esa academia se va aferrar a un autotune y no lo va a soltar ni cuando vaya al Mercadona.

El caso es que, además de la afinación, a Paul Thin también le falló la actitud y el vestuario. Y con “vestuario” quiero decir que llevaba puesto un vestuario entero. El look consistía en unos pantalones, un plumas y una falda de monedas (dios sabe que a Naiara le habrían puesto solo la falda de monedas y un tanga de pedrería), lo cual complicaba la movilidad de Paul. Como un albañil que tiene que poner cemento por la mañana y protagonizar un espectáculo drag por la noche. Él lo intentaba, eso sí, y obedecía la coreografía incluso en movimientos tan extremos como cuando (disculpad la vulgaridad) daba pollazos al aire y la cabeza del bailarín Pol Soto se movía al ritmo como si Paul Thin tuviera una onda expansiva en la entrepierna. A Paul no le pega explotar la sensualidad tradicional. Cada artista necesita encontrar su propio sexy.

El mayor talento de Bad Gyal es que parezca que no está haciendo nada cuando en realidad lo está haciendo todo: está mandando descargas eléctricas directamente a la corteza prefrontal del cerebro de sus espectadores. Pero Paul es lo contrario, él lo intenta demasiado y se empeña en que te des cuenta. Y por eso veces vuela alto y a veces derrapa. Pero en ningún momento sonó estar creyéndose la letra de una canción que dice “Cuando yo te bailo sé que tú te vuelves loco”. La iluminación además impedía que se le viera bien la cara y la cara es uno de los puntos fuertes de Paul, de manera que los bailarines le robaban protagonismo (seguro que Pol Soto odió cada minuto), especialmente porque todos se magreaban entre ellos pero ninguno tocaba a Paul ni con un palo. O quizá era él, que estaba demasiado abstraído en sí mismo. Parecía Joey en aquel episodio de ‘Friends’ en el que se pone toda la ropa del armario de Chandler. En cualquier caso, todo el conjunto resultó incómodo y encima, al encenderse los focos y sentarse con Chenoa, Paul Thin parecía directamente la prima de Las Tukus.

“¿Hay ambición de ganar?”, le preguntó Chenoa más yo digo pocas cosas pero creo que se me entiende que nunca. “No, a ver…”, mintió él. Al final la respuesta que dio fue: “No sé, que venga lo que tenga que venir”. Reapareció así el Paul de la gala 2. El Paul que pidió una clase extra de baile urbano porque aseguraba que “bailo como un palo”. Algo que, tal y como ha demostrado varias veces desde entonces, es una trola como una llamada de Iberdrola. Es decir, que reapareció el Paul que (y me voy a citar a mí mismo del texto de la gala 2 porque son exactamente las 4:30 de la madrugada y no tengo vergüenza) “tiene la certeza de que es el mejor pero sabe que para llegar lejos en un reality hay que exagerar la humildad”.

Buika le dijo a Juanjo que le pasaba como a Naiara, que empezaban tan alto que había muy poco espacio para subir. “Además de la melodía, hay que pensar en la progresión, contemplar la construcción”. Es un consejo interesante que Buika le dio a Juanjo después de cantar, pero a Naiara antes de cantar. Sería comprensible que escuchar esas palabras cuando llevas una semana preparando una actuación (una semana, recordemos, recibiendo la aprobación de los profesores al hecho de que empieces así de arriba) la desestabilizase y lo cierto es que durante la primera mitad de la canción Naiara recurrió a sus trucos infalibles de cantante de orquesta. Es posible que también estuviese inquieta por las tres subidas de tono que tenía que hacer en el puente. O que al saberse finalista bajase la guardia inconscientemente porque ella es de las que se viene arriba cuando tiene hambre. En cualquier caso, Naiara no parecía una cantante de orquesta cualquiera. Parecía una cantante de orquesta gallega.

Ella iba vestida como una auténtica Mamachicho. La semana que viene se cumplirán doce lunes consecutivos en los que España le ha visto el tatuaje de “art” que tiene en el canalillo. El mallot tenía unos agujeros en las axilas ideales para echarse desodorante con la ropa puesta (y seguro que Naiara lo ha hecho más de una vez) y el look iba complementado con tantos abalorios que Naiara parecía un expositor de Bijou Brigitte. Llevaba, atención: un coletero de brillantes, cuatro horquillas de brillantes (una de los cuales decía ‘Star Girl’ porque si tu bisutería no te lo dice quién te lo va a decir), un chocker de brillantes, aros de brillantes, perlas en las tetas, perlas en las botas y una falda de plasticorro mal pegada que hacía que cuando Naiara meneaba las caderas pareciese que estaba haciendo percusión con el culo. En total, el look costaba siete euros con cincuenta.

Su actitud era la de una adolescente que ha suspendido todo y sale a celebrarlo subiéndose a la tarima de alguna discoteca llamada Trópico, Piropo o PK2 Beach. Entre frase y frase no dejaba de moverse como una stripper en llamas (sus intestinos debían de estar flipando) y cuando Pol Soto le ayudaba a bajar las escaleras ella caminaba por delante para no perder el foco. Pero le faltaba nervio. Parecía una chica que tiene un Audi con el logo normal de cuatro círculos. Le faltaba ese rollo tan disfrutón que tenía en ‘Despechá’. Esa Naiara no emergió hasta que se quitó de en medio los tres agudos, se entregó al dance break y nos dio todo lo que creímos ver cuando Ana Guerra cantó ‘La negra tiene tumbao’. Movió las caderas y el pecho en órbitas distintas pero en círculos concéntricos. Voló de bailarín en bailarín hasta que uno de ellos la subió a su hombro en una postura (no hay otra forma de describirla) “coño en oreja”. Es posible que el coño en cuestión le dijese algo al bailarín. Probablemente “¡acelera!”. Naiara me volvió heterosexual durante la primera mitad de la canción, pero en el dance break me volvió más maricón que nunca. La escenografía consistía en cuatro bloques blancos y las pantallas proyectaban… bloques blancos. ¿Quién iba a mirarlos? Esa actuación solo podría haber sido mejor si en la esquina inferior derecha hubiera habido un vídeo de reacción de la madre de Naiara. Si OT está obligado a ser un lugar feliz, este año ha sido ella la que ha puesto la cerveza semana tras semana.

Naiara es una superestrella porque cuando se ponía de espaldas a menear el culo te podías imaginar perfectamente su cara. Porque hasta cuando se le escapó un eructo durante los ensayos fue el eructo mejor afinado del mundo. Porque los lunes sin ella van a ser más lunes. Anoche empezó la canción gritando “¡Naiara llegó!” y ojalá no se vaya nunca. Ojalá no acabe en Fórmula TV tirando de la manta a cambio de 15 minutos de atención, un Cabify y un Nestea. Antes de ir al plató, Naiara cantó un trozo de ‘Sobreviviré’ en la academia y, por favor, que funcione como un mantra para que la semana que viene cante algo de Mónica Naranjo. Tres minutos le bastarán para que millones de chavales entiendan que eso que les pasa es que son homosexuales.

A continuación Chenoa dio paso a Masi, la adaptación humana de una raya de cocaína, y le dijo “Esto es como un avestruz en mi pecho” (Chenoa, por cierto, iba guapísima y mejor maquillada que nunca). Masi respondió “pues claro que sí Chenoa” con tanta celeridad que no hay dudas de que si Chenoa hubiera dicho “acabo de matar a nueve bebés y me los he comido” Masi habría respondido “pues claro que sí Chenoa”. Masi llevaba un look muy Natalia de OT1 (la del principio, no la que se propuso actuar en todos los Orgullos de la península ibérica hasta el día de su misma muerte) con una coleta que le quedaba estupenda. Lo cierto es que cuando entró en plató llevaba el pelo suelto, pero como corre tanto se le hizo una coleta sola por el camino.

El nómada favorito de la semana pasada, Paul Thin, tuvo como premio 3000 euros e ir al concierto de Bad Gyal. Le acompañaron Ruslana y Lucas, porque Naiara estaba en descanso vocal y sabe dios que no se habría callado ni un segundo en ese concierto. Pero es mentira. En realidad Bad Gyal la vetó por temor a que la eclipsase. En ese momento, Chenoa dijo: “Pues te dejo con ellos y yo me voy a beber agua”. Se dice “Beber agua” pero se pronuncia “No pienso colaborar ni un segundo con el capitalismo, ¡arriba el bolchevismo!”. En el camino de ida, Masi les explicó que ING se preocupa mucho por su formación y los tres completaron el eslogan obedientes, “tanto dentro como fuera de la academia”, con unas sonrisas ingenuas que dejan claro que no son conscientes de cuánto dinero deberían haber pedido por corear esas palabras. El vídeo del concierto confirmó dos cosas: que Masi tiene la misma energía en el exterior (ella al final del día no se duerme, ella se desmaya) y que no podían usar audio del concierto de Bad Gyal. En su lugar pusieron una musiquilla reggae así como de dibujos animados. Bad Gyal les dio ánimos y añadió: “Yo me volvería loca”. Ruslana sonrió en plan: “Ya es tarde para mí”.

El balance de Masi de la experiencia fue que “nos lo pasamos muy bien y aprendimos mucho, a que sí chicos, qué importante es la formación”. Dos cosas:

Si algún día Masi dice “a que sí chicos” y alguno le responde “no” es probable que ella colapse y caiga en coma.

Nadie sabe cuántas veces tiene que decir Masi “formación” pero claramente pierde la cuenta en algún momento y se dedica a repetirla en cada frase por si acaso.

“ING quiere ayudaros en vuestra formación tanto dentro como fuera de la academia, siempre querrá apoyaros estéis dónde estéis”, anunció. ¿Sí, Masi? ¿De qué manera? ¿Les va a dar más dinero? ¿Les va a pagar clases con Mamen Márquez vocal coach? (Fun fact: en OT1 a los concursantes expulsados les regalaban un curso de inglés en Opening y justo al terminar la edición la empresa se declaró en quiebra y cerró todas sus escuelas). La favorita fue Naiara, que ya acumula 9000 pavos para sus llantas de diamantes, y Masi y Chenoa lo celebraron bailando ‘Let’s Get Loud’, una canción que Masi considera una balada.

Pablo López cantó, sin duda alguna, una canción de Pablo López. Debe de saberle muy bien la venganza cada vez que regresa a ese plató. Él emitió cada nota como si fuera la última de su vida, aporreó el piano como siempre y acabó gritando “¡Que viva la libertad” (?). Se debió de quedar a dos estrofas de gritar “¡Más alto, que nos oiga Miguel Ángel!”.

El jurado salvó a Martin, algo incoherente con sus puntuaciones de la semana pasada pero coherente con las actuaciones de anoche (fue el mejor de los cuatro nominados). Juanjo lo celebró levantando los brazos y hasta sus sobacos estaban pletóricos de alegría. Aun así, le escamotearon el besito a la audiencia. Ya se los dieron todos durante la semana de votación.

Noemí Galera se puso a llorar cuando le tocó anunciar la decisión de los profesores. Su posición no es fácil: tiene que hacerse cargo de una pandilla de niñatos, convivir con ellos y cuidar que no hagan ninguna estupidez delante de las cámaras que arruine sus vidas para siempre. Tiene que detener su vida durante tres meses para levantar el ánimo de 16 concursantes y mantener intacta el alma del programa. Y mientras tanto, tiene que aguantar que en las redes sociales gente con evidentes problemas mentales y ninguna vida personal le diga idioteces. Gente que no sabe que la mayoría de todas esas cosas que tanto le gusta de OT es gracias a Noemí Galera. Anoche lloraría de pena, pero seguro que también de agotamiento.

En fin. Noemí dijo las palabras “evolución, actitud, luz y positivismo. Y solo podía estar refiriéndose a Lucas, lo cual dice mucho de Lucas y poco de Bea y Ruslana. Hay gente que asegura que Ruslana está sufriendo una amonestación por mala conducta. Puede que sea cierto pero probablemente no lo sea (a estas alturas, ¿qué más le dará a la organización si llega o no a la final? No es una academia-academia, es un programa de televisión y Ruslana es buena televisión), en cualquier caso sus notas de la semana pasada fueron ridículas. No se entiende este concurso sin Ruslana. Chenoa despidió a Bea diciéndole: “Si yo hubiera tenido en OT1 una compañera con esa voz…”.

Eh… Chenoa, la tuviste.

Ruslana celebró haber “llegado a la final por el público y no por nadie”, con un tono revanchista que recordaba a las mejores/peores noches del OT de Telecinco. A veces, la euforia está manchada de rencor. Los seres humanos somos así de complicados, especialmente a los 18 años (o a los 40). Algún día Ruslana volverá a ese plató en calidad de estrella y actuará con media sonrisa como Pablo López. Y ese será, por fin, su lugar feliz.

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