Arrancamos la jornada del viernes con Klaus & Kinski, que tocaban en el Escenario Trident Senses a las siete de la tarde. Marina, siempre pegada a la actualidad, hizo referencia al «que se jodan» supuestamente pronunciado estos días de felicidad económica máxima por una diputada del PP, preguntando entre el público quién creía que lo había dicho (la mayoría manos arriba) y quién creía que no (cinco o seis contados). Pero la noticia es que el grupo formado por Alejandro Martínez puede ofrecer un repertorio lleno de canciones carismáticas sin recurrir ni a un triste single de los tres que tuvo su segundo disco, e incluso sin tocar ninguno de sus pasodobles y boleros. Abrieron con ‘Contrato’, se dedicaron fundamentalmente a ‘Herreros y fatigas’ y ya ‘El día de los embalsamados’, ‘Soneto’ o ‘La pensión’ están tan asentadas en su repertorio como las viejas canciones. ‘Ojo por diente’ parece haber sido finalmente una elección correcta como single (fue de las más bailadas) y el grupo terminó in crescendo, con ‘Mamá, no quiero ir al colegio’, ‘Nunca estás a la altura’ y ‘Flashback’. Siguen sin un directo tan vistoso para las masas como un grupo a lo Vetusta Morla (su público es tan intelectual que ni canta), pero su encanto se mide con otro rasero.
Con un sol de justicia todavía cegándole, Miles Kane saltaba (casi de forma literal) al Escenario Maravillas alrededor de las ocho y cuarto. Nunca nos hubiéramos imaginado que el británico iba a hacer gala de esa fuerza y esa potencia a esas horas, sobre todo teniendo en cuenta la acertadísima elección de su vestuario: camisa negra y pantalones no ajustados, ajustadísimos, de animal print. Pero el cuestionable estilismo no dejó de atraer gente a la propuesta del segundo The Last Shadow Puppet, que supo ganarse al público gracias a sus golpes de cadera y a su energía en el escenario, por lo que somos hasta capaces de entender que algunas de las féminas allí presentes portasen carteles en los que se podía leer «Miles, Marry Me». Y el caso es que se dejó querer: Kane puso toda la carne en el asador para demostrar que tiene una voz totalmente espectacular, y firmó una magnífica interpretación de algunos de sus temas más conocidos, como ‘Rearrange’, ‘Come Closer’, ‘Woman’s Touch’ o ‘Quicksand’, pegándose una sudada que, siendo sinceros, animó al respetable a hacer lo propio a base de bailar.
Menuda putada para Timber Timbre actuar a la misma hora que Bob Dylan. Tocando sentado, solo con su guitarra y un bombo a los pies (curioso pero efectivo formato), interpretó una serie de canciones con tanto encanto como ‘Under Your Spell’, literalmente, para veinte o treinta personas. El intimismo a que invitaban situación y repertorio quizá dejó un sabor de boca inolvidable entre algunos de los que ocupaban la primera y única fila, pero es inevitable pensar que quizá habría sido más acertado programar algo menos folkie y más electrónico al tiempo que tocaba Bob, también con sombrero.
Si a Bob Dylan le importara una mierda algo, casi pensaríamos que se ha topado con nuestro artículo sobre su repertorio en Google News y ha decidido jodernos la vida por hablar tanto de Lady Gaga y de Madonna. Sí arrancó con ‘Leopard-Skin Pill-Box Hat’ (gracias a Dios pudimos escuchar algo en vivo de ‘Blonde on Blonde’), ‘Things Have Changed’ fue la tercera y una espectacular ‘Tangled-Up In Blue’, la cuarta. Acertamos cosas, pero no las más importantes. La buena noticia es que pudimos disfrutar en directo de lo que es una rareza actualmente en su repertorio, una entrecortada pero emocionante hasta las lágrimas ‘To Make You Feel My Love’. La mala es que nos quedamos sin el que es en el 99% de los casos el fin de su set: ‘All Along The Watchtower’ + una ‘Blowing In The Wind’ que, visto como está el mundo, necesitábamos como agua de mayo. Irse de allí sin estar ligeramente decepcionado era imposible: eso nos pasa por sobredocumentarnos.
Da vergüenza quejarse de un concierto en el que sonó como bis ‘Like A Rolling Stone’, y en ningún sentido el concierto de Bob Dylan fue malo ni regular ni un tostón como se leyó en Twitter. Su banda es discreta pero solvente y hay que aplaudir su voluntad de focalizar la atención en la música (un aburridísimo plano fijo general (nada de primeros planos) reinó en las pantallas durante la hora y media de set). Sin embargo, con la tontería, entre esto y que Dylan se pasó la mitad del concierto tocando sentado, muchos no pueden decir aquello de «yo vi a Bob Dylan» porque sencillamente, verle, lo que se dice verle, no le vieron. Mención especial al público que, por una parte bailó sus canciones más blues dejando una foto inolvidable en el Escenario Maravillas (pensamos en aquel momento de locura total cuando Brian Wilson interpretó ‘Barbara Ann’ hace unos años), pero por otro sólo aplaudía a rabiar cuando Dylan le daba a la armónica. Mucho mejor los fibers que el año pasado ofrecieron su silencio más sepulcral durante Portishead. ¡No es el FIB, son los artistas!
Ya nos lo habían anunciado, así que no pillaron a nadie por sorpresa. «Traed zapatos para bailar», dijeron los Django Django, que competían a muerte con el final de Bob Dylan en el escenario grande (preguntaron qué tal había estado). ¿Y quién ganó? Pues sería difícil decirlo, porque los británicos acumularon a tal cantidad de gente en el escenario Fibclub que ha quedado patente y demostrado que serían capaces de hacerse con uno bastante más grande. Nada malo que decir de su directo, más guitarrero (por momentos tarantinesco) de lo esperado, pero igualmente notable.
Podemos escribir hasta aburrir que este ha sido el año de The Maccabees en Reino Unido, pero hasta que no los ves en concierto no terminas de entender por qué. Su directo absolutamente pulcro, impecable y perfecto fue de lo mejor que se vio ayer. Rabioso pero contenido, no llegó por falta de éxitos, pero se pareció un poco, a los ofrecidos en el escenario grande en otras ediciones por Franz Ferdinand y Bloc Party. Estupenda ‘Pelican’ como penúltima canción.
Nuestro pequeño equipo de redacción en el FIB tenía intención de reunirse para ver a la bellísima Katy B en el Escenario Trident Senses, pero no pudo ser. Estar de paso por Joe Crepúsculo y ver el fiestón que tenía montado con ‘El día de las medusas’ era demasiado tentador. Acompañado de Sergio de Pegasvs, Crepus pocas veces ha sonado tan technazo. Además estaba pletórico, invitando al público a subirse al martillo, pronunciando en un inglés macarrónico «welcome to Spain, we are Joe Crepúsculo» y recurriendo a temas de sus diferentes etapas, incluso a aquella ‘Escuela de zebras’ que casi habíamos olvidado que existía. Mientras, Bombay Bicycle Club daban otro concierto más variado (a veces casi funk) de lo esperado en el Escenario Maravillas, congregando a tanta gente y con tantas ganas como un par de horas antes los Maccabees. Canciones como ‘Evening / Morning’ o ‘Always Like This’ sonaron muy correctas y entretenidas, mientras el escenario saludaba decorado con las caras de la portada de su disco.
En lo que el Crepus daba su particular ración de pop, Katy B se convertía en uno de los conciertos más concurridos de la jornada. Su propuesta entre la música dance, el dubstep y la electrónica congregaba a miles de personas, dispuestas a ver si la belleza en directo de la británica es para tanto o no. Y damos fe: es increíblemente preciosa. Derrochó simpatía desde el primer momento hasta que, llegado un punto, la pobre empezó a virar peligrosamente hacia el cansinismo, con unos parlamentos entre canción y canción que ni venían a cuento ni servían para animar en demasía al público, que acudía al concierto de lo más bailongo. Tras unas intachables ‘Easy Please Me’ y ‘Why You Always Here’ (a veces recordaba a los mejores Moloko, que tocaron hace años en ese mismo espacio cuando todavía era una carpa), el problema llegó cuando se decidió a convertir ‘Go Away’ en una larguííísima balada, en un movimiento nada inteligente si tenemos en cuenta la hora y el lugar. La cosa no mejoró hasta que el DJ se encargó de dejar a Katy a un lado y hacer las delicias de los asistentes en una especie de sesión barriobajera de manual pero infinitamente divertida: ‘Who Let The Dogs Out’, de Baha Men; ‘Show Me Love’, de Robyn S y el ‘Jump’ de Kris Kross mantuvieron al público entretenido, que aguantaba a duras penas para ver la vuelta de Katy B al plano principal del escenario con una versión de ‘Sweet Dreams’ y las geniales ‘Katy On A Mission’ y ‘Lights On’, que dejaron a la audiencia contenta como colofón final.
Más parecida a una carpa-invernadero por el calor que hace que a otra cosa, la Red Bull Silent Disco es uno de los descubrimientos de la temporada. – ¿Tú has estado alguna vez en una silent disco? – Yo no. -Yo tampoco. -Ah, pues vamos. Y no pudimos haber tomado mejor decisión en toda la noche: dos canales, si no te gusta una canción, simplemente cambias al otro, y una buena cantidad de gente bailando aparentemente sin música, cada uno cantando la canción que está escuchando en ese momento, que obviamente no es la misma. Y así es como, si te quitas los cascos, tienes a un 65% de los asistentes dando gritos y saltos al ritmo de ‘Smells Like Teen Spirit’ y el resto coreando una canción de ¿Fito y Fitipaldis? Qué ganas de que acaben los conciertos hoy para volver a esta patochada, gracias a la cual nos libramos del chapapote dubstep «ralentizo todo porque sí» de los pasadísimos Chase & Status.
El jueves echamos de menos escenario pop y Smart nos dio exactamente lo que queríamos: hits ultra FIB tipo Elastica y The Clash, especialmente en la primera mitad de su sesión, brillante. Terminamos la noche (creemos) con la radiante pero cortísima sesión de Viktor Flores, que a eso de las siete cerraba el FIB con la infalible ‘How Deep Is Your Love’ de The Rapture, que en realidad no había tenido nada que ver con lo suyo. Fue tan grande que parecía la despedida del lunes por la mañana, menos mal que no. Sebas, Farala.