La transparente hipocresía de ‘Chained to the Rhythm’ de Katy Perry

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La transparente hipocresía de ‘Chained to the Rhythm’ de Katy Perry

katy-perryKaty Perry ha estrenado hoy viernes su nuevo single, ‘Chained to the Rhythm’. Es la última parada en una evolución que ha sido digna de ver. La cantante procede de una familia cristiana y conservadora (sus padres votaron a Trump, confesado por ella misma) y es hoy aparentemente un icono demócrata reconocible por todo el mundo. Su nuevo single es una gran canción electropop de influencias disco y envergadura de himno que critica el conformismo político en el que participamos todos («vivimos tan cómodos en nuestra burbuja / que no vemos los problemas») y nos hace olvidar los tiempos en que Perry ridiculizaba la homosexualidad (‘Ur So Gay’), se hacía pasar por lesbiana para calentar a los hombres que le gustan (‘I Kissed a Girl’), se las daba de amiga de las gordas, los gays, los niños enfermos de cáncer… al tiempo que echaba chispas por las ubres (‘Firework’), se proponía a sí misma como icono para los marginados de instituto (‘Last Friday Night’) o se convertía en el rostro más visible de la apropiación cultural (‘Dark Horse’).

Perry nos ha dado enormes momentos pop en los últimos tiempos, por ejemplo el mismo vídeo de ‘Last Friday Night’ o singles ya clásicos como ‘Roar’, ‘California Gurls’ o ‘Dark Horse’, por no hablar de su Super Bowl. 2017 promete ser su año. No hace falta ni decir, sin embargo, qué habría sido de Perry si en lugar de una chica blanca cis heterosexual fuera lesbiana, gorda o sencillamente no hubiera explotado incansablemente los mismos cánones de belleza y sexualidad femenina que oprimen a millones de mujeres en todo el mundo desde el inicio de su carrera («crees que soy guapa sin maquillaje», se decía Perry, sorprendida, en ‘Teenage Dream’). Y ahora, aparte de todo eso, Perry es «activista» y «consciente», como ella misma se describe en Twitter. El resultado es su primera canción política, ‘Chained to the Rhythm’, que vuelve a ser cuestionable.

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Perry ha apoyado abiertamente la candidatura de Hillary Clinton a la presidencia de Estados Unidos. Su defensa ha sido firme, constante y todo un bombardeo tanto activamente en mítines como pasivamente en las redes sociales. La cantante incluso se disfrazó de Clinton para Halloween y donó 10.000 dólares a una organización pro-abortista cuando Trump consiguió la silla del despacho oval. Podría decirse que Perry es una aliada de izquierdas para muchas personas en todo el globo. Pero las noticias no cuentan solo maravillas de Hillary Clinton (su pasado homófobo, su conexión con ISIS) y parece que Katy Perry no ha leído WikiLeaks ni parece haberse enterado o que le importe que Barack Obama haya sido el presidente americano que más tiempo ha estado en guerra en Oriente Medio de la historia. ¿No son Clinton y Obama dos elementos en esa misma cadena de «ritmos» que nos oprimen y nos mantienen aterrorizados en una burbuja? ¿O solo lo es Donald Trump?

‘Chained to the Rhythm’ es una metáfora clara del capitalismo americano: todos existimos «encadenados al ritmo» de este sistema que eleva a unos y tumba a otros, pero contiene un punto siniestro que va más allá de ese góspel final que parece evocar una eternidad terrorífica, la de ese mismo sistema opresor («it goes on and on and on»)… ‘Chained to the Rhythm’ presenta una ironía, pues revela a sus oyentes las cadenas que «nos» oprimen en la sociedad («creemos que somos libres», reflexiona Perry) pero actúa, a su vez, como una de esas cadenas. Como canción pop, si bien sofisticada, ‘Chained to the Rhythm’ no es más que un artefacto de distracción (o de «distorsión»), pero lo que hace especial a esta canción es que es transparentemente hipócrita: su pretensión es transmitir un sentimiento de «conciencia» que se sabe ilusorio. De ahí su imperativo estribillo: «libérate de las cadenas», parece decir por un lado; «bebe, baila, que no pare el ritmo que te encadena», expresa claramente por el otro.

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Por suerte, ‘Chained to the Rhythm’ abre una ventana a la «revolución» a través de su artista invitado, Skip Marley, nieto de Bob. Animándonos a bailar encadenados, Perry no parece vislumbrar fin a la opresión, aunque sí muestra un deseo por descubrirla a sus oyentes; Marley, sin embargo, avisa en su verso que «el tiempo se termina para el imperio / como tantas veces ha ocurrido en el pasado». «No queremos muros», rapea, incluso, en un punto de la canción, en una alusión directa o indirecta a Donald Trump. El actual presidente de Estados Unidos es el resultado más estrambótico y extremo del capitalismo americano, el principio del fin del «imperio» que carga en sus espaldas, así que agradezcamos a Perry que nos haga bailar mientras América se descompone en mil pedazos, pero no nos creamos que es «activista», pues Perry es una cadena más.

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