Estos días habréis visto por doquier noticias sobre ese anuncio de la marca de cerveza Mahou en el que el actor argentino Alberto Ammann cuenta una historia sobre un grupo de viejos rockeros llamado Desleales que aceptó tocar un concierto en un pequeño pueblo de Cantabria a cambio de 6.000 botellines de la marca, a consumir cada año que fueran a tocar allí. Resulta que la historia es real, como explica a El Español el propio Tony de Juan, veterano músico que tocó en grupos tan importantes en los 80 como Ñu o Coz y que formó Desleales junto a unos amigos y por diversión. Mahou, por supuesto, vio un filón en la historia y la quiso aprovechar invitando a los propios protagonistas a aparecer (aunque lo que suene de fondo sean los Porretas) en su campaña a cambio, eso sí, “de un pastizal”.
De inmediato se sucedieron las quejas de músicos, público y políticos que han entendido esa leyenda y mensajes como «Aún hay gente que hace las cosas porque le gustan” como una absoluta atrocidad: insinuar que los músicos pueden hacer su trabajo a cambio de limosnas en forma de chucherías o víveres, de un trueque. Músicos como Guille Galván de Vetusta Morla, el Niño de la Hipoteca o Carlos Fernández Abril, que inició una petición de retirada del anuncio en Change.org, no han visto tolerable que el asunto se tome como una licencia literaria o televisiva. También otros, que han preferido mantenerse en el anonimato para, probablemente, no ofender a ningún patrocinador, como algunos de los consultados por Diana Aller en El Mundo (hay que alabar la valentía de Yanara Espinoza, de Papaya, al hablar tanto y tan claro, de manera abierta).
Algún otro músico, como Nacho Casado de La Familia del Árbol (que prepara su primer disco en solitario para después del verano, llamado precisamente ‘Verão’), advierte que lo que plantea el anuncio no solo sucede sino que se acepta como intercambio para poder permitirte seguir haciendo lo que te gusta, tal y como refleja el anuncio: “tocar por bebida, descuentos para bebida, comida o cena, pases gratis, gafas de sol, abonos para festivales y demás cosas que no son dinero ocurre. Salvo esos profesionales tan dignos, los demás nos comemos un poco los mocos. Eso sí, somos autónomos, pagamos impuestos y tenemos dos y tres trabajos para seguir tocando”.
Casi inmediatamente, el anuncio fue no retirado pero sí modificado (excluyendo esa parte de Los Desleales) y Mahou ha emitido un comunicado disculpándose, “por todo el amor que sentimos hacia la música”. Lo cierto es que el asunto que subyace tras esto es la precariedad laboral, algo padecido por toda la sociedad y que se ceba especialmente en un colectivo como el de la Cultura y el Arte –no solo la música–, despreciado sistemáticamente a nivel educativo y social por administraciones de todo signo.
Por eso precisamente el papel de las marcas de bebidas alcohólicas (principal, pero no únicamente: también tecnología, moda, medios de comunicación…) como mecenas se ha hecho fundamental. Nos guste más o menos, es de lo poco que permite que exista un tejido de salas y festivales que den soporte a muchos músicos y profesionales del sector cultural. Las marcas no pagan con cerveza sino con dinero a los promotores y eso revierte a los músicos, también a algunos de los ofendidos. ¿O nadie recuerda que varios músicos, mucho más conocidos y también a cambio de su correspondiente caché, han sido protagonistas de este tipo de campañas años atrás? ¿No hay, por ello, algo de hipocresía en estas quejas?
Así lo explica un profesional del mundo musical, dedicado a explotar patronicios, en el citado artículo de Diana: “Las marcas de cerveza pagan generosamente a los grupos. Y si no fuera por las marcas de cerveza, no habría festivales ni multitud de eventos que acercan los grupos a la gente. Apoyan cosas realmente pequeñas y «suicidas», de donde no obtienen ganancia… Por supuesto esto tiene un lado oscuro, que se crea una dependencia de ciertas marcas, pero es el peaje que hay que pagar”.
Esto, en realidad, muestra la fragilidad de un sector en el que, sabiendo que la única manera de profesionalizarse es aceptando el mecenazgo de empresas, a la vez se carga contra los que aceptan tocar por fruslerías, obviando que para aquellos no es nada fácil hacer llegar su música a un público potencial, y supone tener incentivos para no desfallcer. En todo caso, es sano que se haya abierto este debate y parece razonable que se invite a los músicos, grandes y pequeños, a consensuar criterios ante las marcas y a pedir una parte más equitativa del pastel de los patrocinios de salas y festivales, como apunta Pablo Schvarzman, portavoz de Sindicatos de Música (y miembro del grupo Seward). «En algunas series o películas se habla de product placement, pero jamás se hace en referencia a un escenario”, ha dicho en declaraciones a El Diario. «Nosotros cobramos por hacer nuestro trabajo, pero si además tenemos que participar en un photocall, creo que es un dinero que se debe negociar aparte”.