A espera de que abrace definitivamente su lado bailable, el que nos ha dado temazos como ‘Omen’ o ‘Latch’ (ambos de Disclosure), Sam Smith entrega un segundo disco lógicamente continuista de sus exitosas baladas. ‘Too Good at Goodbyes’, el single principal de este ‘The Thrill of It All’ que ya es número uno en Reino Unido, es una balada góspel como lo era ‘Stay with Me’ y el disco termina con otro góspel titulado simplemente ‘Pray’ que nos deja una curiosa frase: “no me encontrarás en la iglesia, o leyendo la Biblia” porque “no soy un santo, más bien soy un pecador”.
Smith es un pecador de la pradera, y no tiene nada que ver con sus relaciones. Cuando a principios de 2016 básicamente descubrió el racismo, cuando intentó “alumbrar” a sus seguidores del problema después de que un amigo suyo sufriera un ataque racista en una calle de Londres, Smith se ganó la medalla de oro en las Olimpiadas del privilegio blanco. Por eso escucharle liderando góspels, como en ‘Pray’, donde reconoce ser “joven y tonto” porque “apaga el televisor” (no hace falta que lo jure) y “doy la espalda a la religión”; en el bonito single ‘Too Good at Goodbyes’ o en ‘Nothing Left for You’, resulta extraño, casi inapropiado. Hay mucha espiritualidad negra en las canciones de Smith y parece que él no lo sepa.
Sin embargo, si algo es Smith, aparte de un poco ingenuo en cuanto a los problemas del mundo, es un espectacular intérprete y sin ir más lejos, en ‘HIM’ le vemos directamente hablando con Dios para pedirle que le perdone por amarle a “él”, a un hombre. La primera frase tiene su guasa (“Señor, tenemos que hablar, tengo un secreto que debo confesar”) y en el resto de la canción encontramos a Smith “paseando por Misisipi”, como si fuera Sam Cooke, y luego enfrentándose a Dios: “júzgame por mis pecados, no tengo miedo de lo que pase, yo le amo a él”. ¿Alguien cree que Smith está aquí interpretándose fielmente a sí mismo?
Evidentemente, a veces da igual a quién interprete Smith si hace un buen trabajo con las canciones que canta, y es el caso de varios temas en ‘The Thrill of It All’. Su actuación vocal en la bonus ‘One Day at a Time’, una preciosa balada donde encontramos a Smith “sentado en un río inglés” recordando viejos tiempos con su persona amada, es simplemente magistral, y el dramatismo de canciones como ‘Burning’ o ‘Pray’ está, en su voz, perfectamente justificado (al contrario que por ejemplo en la ñoña ‘Palace’). Solo cuando abusa de su registro más alto, como en ‘Nothing Left for You’ o en esa ‘Midnight Train’ que emplea acordes de ‘Creep’ (¿sabrá Smith por fin quién es Thom Yorke?), puede resultar bastante desagradable.
‘The Thrill of it All’ no es el ‘21’ del “Adele con pene”, entre otras cosas porque ‘Too Good at Goodbyes’ no ha alcanzdo ni de lejos el éxito de ‘Rolling in the Deep’. Más bien es el segundo disco lógico de un artista que busca exprimir el estilo que más alegrías le ha dado. De vez en cuando hay concesiones a la modernidad, como en ‘Say it First’, ahijada del sonido The xx, o la atmosférica ‘No Place’ con YEBBA, pero estamos sobre todo ante un disco de soul blandito y sí, más blanco que la leche. Solo ‘Baby, You Make Me Crazy’ parece abrir puertas a otra dirección, la Motown. Aunque si Smith la asume, quizás debería hacerlo más en el estilo de su querida Amy Winehouse, aunque solo sea en eso, en estilo.
Calificación: 6,4/10
Lo mejor: ‘Too Good at Goodbyes’, ‘Pray’, ‘HIM’, ‘One Day at a Time’, ‘No Place’
Te gustará si te gusta: Adele, James Morrison, Emeli Sandé, James Blunt
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