Para aquellos que quedaron prendados de la poesía tan sencilla como demoledora de ‘Popemas‘ (y también para los que disfrutaron del resto de la discografía de Nosoträsh, seguramente menos valorada de lo que merece), ‘La Villana canta’ supondría un perfecto epílogo, si bien su entidad nos hace ver que este nuevo proyecto personal de Natalia Quintanal es más bien un spin-off. La vocalista de aquel querido grupo femenino, que en otras ocasiones ha manifestado sus inquietudes musicales por su cuenta, ha reunido las energías suficientes para dar salida a un buen puñado de canciones que a lo largo de los años ha ido grabando en el estudio doméstico de Pedro Vigil, otro insigne de la escena asturiana, y las ha editado como La Villana, adoptando el nombre de su casa familiar, poniendo un acento en el carácter de intimidad y cercanía de este proyecto.
Como decía, la sombra de un disco tan hondo como ‘Popemas’ puede ser alargada pero, aun sin huir de ella, Natalia logra zafarse y manifestar su evolución como creadora, obligándonos a mirar aquellas canciones desde este nuevo filtro, con doce años de perspectiva. Rodeada de músicos locales, entre los que destacan su hermano Pablo, el dúo Elle Belga o el ya citado Vigil, las nuevas composiciones de Quintanal son mucho más evolucionadas, con desarrollos e instrumentación muy ricas y diversas que, merced al uso de slide-guitars y banjos, tienden un puente entre el folclore asturiano y el norteamericano. Aunque ‘La Villana’, ‘Maletas y billetes’ o ‘El taxista y la sirena’ son buenos ejemplos, la épica western de ‘San Cristóbal’ es, gracias a sus aires mariachis y sus coros a lo Morricone, la que mejor representa ese nicho.
Dejando constancia de que su bagaje ha sido amplio, La Villana no alberga un único registro ni se limita a rememorar a su antiguo grupo (‘La fondista’, ‘Crujidos’). Este debut autoeditado (el espíritu artesanal subyace en todo el álbum) es un disco iconoclasta, en el que caben rasgos de blues esquelético a lo Dos Gajos (‘El fuego amigo’), jazz por la vía de Joe Boyd (en ‘La culpable’ y el precioso vals ‘Descosiendo y cantando’, donde brillan las cuerdas de Ricardo Fernández y el piano de José Ramón Feito) o, incluso, hay sitio para la electricidad (‘Pliegues’, ‘El maniatado’). Y todos estos palos, están hilvanados por la siempre cálida voz de Natalia y su lírica, inconfundible en su manera de poetizar lo cercano, huyendo de la grandilocuencia, brillante cuando acierta a convertir el dolor, la culpa y la pena, por pequeños o íntimos que sean, en belleza.
Calificación: 7,4/10
Lo mejor: ‘La Villana’, ‘Pliegues’, ‘Descosiendo y cantando’, ‘San Cristóbal’
Te gustará si te gusta: Electra, Nosoträsh, Pauline en la playa
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