Soy muy fan de Nick Cave. Pero no soy una buena fan. El primer disco suyo que escuché completo fue ‘Murder Ballads’ (1996). No me gustó demasiado. Pocos años después, un amigo me pasó toda su obra y ahí fue cuando empecé a amarlo, amor que llegó a su punto culminante con ‘No More Shall We Part’ (2001), uno de mis diez discos favoritos-de-la-vida. Sé que para los seguidores “auténticos”, esos que veneran la etapa Berlín y el rollo punk-blues yonki, el Nick crooner y melancólico es una abominación. Pero es ese, el que emergió en ‘The Boatman’s Call’ mi preferido. Y ese Nick es tan Nick como el que ulula en ‘From Her to Eternity’, al que también adoro, pero un pelín menos. El australiano tiene una obra prácticamente inmaculada (salvo quizás ‘Nocturama’ y ‘Dig, Lazarus, Dig!!!’). ‘Push the Sky Away’ (2013) fue un álbum de hermoso y recio clasicismo. Después llegó el horror. Y el horror trajo ‘Skeleton Tree’.
No he tenido estómago para ver ‘One More Time With Feeling’. Me siento incapaz, lo reconozco. Pero sí deseaba ver a Nick Cave and the Bad Seeds en esta gira. Una gira europea amplísima, que pasa por todos los lados… menos por España. Con la mosca tras la oreja sobre si tendría la exclusiva algún festival, un amigo me propuso este verano ir a verle a Londres. ¡Por supuesto! Lo jodido es que acabara coincidiendo con el fin de semana más convulso que hemos vivido en Catalunya. Así que, con el ánimo intranquilo, me dirijo a verle por séptima vez (si contamos los dos conciertos de Grinderman). Y eso que me perdí, por motivos económicos, la gira de ‘No More Shall We Part’ (snif), que sólo pasó por Madrid y la de ‘Abattoir Blues’ (snif, snif) en el FIB del 2005. A causa de mi estupidez, tampoco asistí a la presentación de ‘La muerte de Bunny Munro’ en el Casino de l’Aliança (corramos un tupido velo sobre esto; a día de hoy aún me pego cabezazos contra la pared). De todas las veces que lo he visto, la primera en el Doctor Music Festival del 98, fue la mejor. En estas aún no era fan, pero dio el mejor concierto de todo el festival (en un cartel que incluía a los Beastie Boys con la gira de ‘Hello Nasty’, Pulp con ‘This is Hardcore’ o Portishead con su álbum homónimo). Y Nick y los Bad Seeds presentando el ‘Greatest Hits’ nos liquidaron. Nick aullaba “Look at the mooon!” y señalaba a la luna llena que brillaba en Escalarre. También me regaló uno de los momentos más inmensos que he visto nunca encima de un escenario, cuando Blixa hizo de Kylie en ‘Where the Wild Groses Grow’. Apabullante. Después de eso, ¿cómo no iba a amarlo?
Volvamos al presente. Como he dicho, me fui de Barcelona con mucha preocupación. El domingo será un día peor. Pero el sábado estoy en el O2 para ver a Nick. Un recinto inmenso (mucho más grande que un Palau Sant Jordi), con un sonido increíble. Tras casi media hora de retraso sobre el horario previsto, aparecen Martyn Casey, Thomas Wydler, Jim Sclavunos, Conway Savage, George Vjestica, Larry Mullins, el inefable Warren Ellis… y el maestro de ceremonias. Consigo situarme relativamente cerca del escenario. Y más que estaré porque, no sé cómo, a lo largo del concierto, hay sucesivas riadas de aproximación que cada vez nos dejan más a punto de tocar del escenario. Una de dos: o los de la primera fila acabaron aplastados o hubo alguien que fue retirando la valla de protección. El setlist está centrado en ‘Skeleton Tree’. Excepto ‘Rings of Saturn’ caen todos sus temas, empezando por ‘Anthrocene’ y continuando con ‘Jesus Alone’. Conmovedoras y escalofriantes; los versos “love love Love” o “With my voice/I’m calling you” hieren. Nick es en apariencia tan chulo como siempre, para nada abatido. Pero sí se muestra vulnerable. Su voz se quiebra en varios momentos. Aun así, su nervio, su pasión, su brío, todo eso sigue intacto. En ‘Magneto’ se deja querer. Pide ternura, a la vez que nos demanda sumisión. Oh, pero cómo no sucumbir, especialmente cuando la emoción se dispara en un ‘Higgs Boson Blues’ acojonante y acongojante. Nick susurra “Can you hear my heartbeat?” y los “Boom, boom” que entona se clavan en el alma. Ah, en el concierto también hay proyecciones. Pero, pudiendo ver a Nick, ¿quién quiere imágenes?
El inicio del show es tan arrebatador, me deja tan sin aliento, que el resto en comparación decae. Llegan los hits y, a partir de aquí, Nick recupera su traje de puto amo perdonavidas. Los Bad Seeds, en segundo plano porque el jefe acapara toda la atención, reparten estopa de la buena. Caen ‘From Her to Eternity’, ‘Tupelo’, ‘Red Right Hand’… ‘The Mercy Seat’ es tan luciferina como debe; ‘The Ship Song’ conmovedora; en ‘Into My Arms’ emociona escuchar a absolutamente todo el O2 cantando su estribillo. Pero es que la primera parte ha sonado sentida de verdad y ahora, pese a su enérgica ejecución, le falta algo de sentimiento. Y teniendo en cuenta que desgranan prácticamente los mismos “grandes éxitos” que lleva interpretado en sus giras desde 2013, se añora alguna que otra novedad. Además, hay un momento cuanto menos, raro. En ‘Distant Sky’, la parte de Else Torp se reproduce mediante un vídeo, en vez de ser interpretada por alguna otra cantante en directo.
La avalancha cada vez me empuja más cerca del escenario, pero no resulta angustioso, probablemente por la misma adrenalina. Casi puedo oler el sudor de los músicos. Nick juega con nosotros, nos reclama cercanía y exige pleitesía. No quiere sólo tu atención, exige tu devoción. En ‘The Weeping Song’ nos conmina a interpretar palmas (y quedan muy bien) y se zambulle en medio de la audiencia, un número ya familiar en él. Pero el máximo enloquecimiento llega con los bises y ‘Stagger Lee’, en que un Nick ya completamente desatado lleva al máximo su pulsión de acercarse al público, haciendo que las primeras filas se suban al escenario. Fans arrebatados cantan y bailan, Nick se comporta como un profesor severo (“Sit down!” manda en algún momento; cualquiera le desobedece), corta los intentos de confraternizar en exceso de algún seguidor emocionado (para algo, él es el jefe), se lleva con él a cantar a un mazas que parece una mezcla de super héroe y heavy de los ochenta, se pierde por las gradas y, justo en mi lateral, se encuentra con nada más y nada menos que ¡Bobby Gillespie! Las cámaras lo muestran con cara de susto mientras Nick le hace cantar el estribillo [Nde: ver vídeo más abajo] de ‘Push the Sky Away’ (por cierto, no se la sabe demasiado). Tras más de dos horas de concierto, los 20.000 asistentes abandonamos el O2. Algunos en éxtasis. Otros algo decepcionados (a mi amigo no le ha gustado ni el recinto ni el ambiente). Y yo con la sensación de que, al menos, Nick ha logrado borrar mis preocupaciones, en un concierto muy bueno en su segunda mitad, colosal en la primera. Gracias.