Tomavistas cierra con la noche «funcionarial» de Los Planetas y The Jesus and Mary Chain

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Tomavistas cierra con la noche «funcionarial» de Los Planetas y The Jesus and Mary Chain

La segunda jornada de Tomavistas se desarrolló ya sin lluvias ni incidentes destacables –cabe apuntar que la dotación de servicios de bebida y comida se vio muy al límite en las dos horas previas a Los Planetas y, peor aún, que el cierre de las cabinas de aseo tras el escenario Four Roses dejó la ridícula cantidad de 4 cabinas (irrisorio, si las comparamos con las docenas de urinarios masculinos) para la parte sur del recinto durante buena parte de la noche–, viendo durante el día cómo el público más joven se alternaba con padres que habían acudido junto a sus hijos. Si bien se acercaba a lo fantasioso poder llegar al recinto a las 12 de la mañana para ver a Texxcoco y Chlöe’s Clue, si te habías acostado a las 4 de la madrugada por ver a La Casa Azul la noche anterior. La Bien Querida estaba programada a las 14.25 de la tarde, si bien al final se retrasó bastante y la banda de Ana Fernández-Villaverde salió más bien cerca de las tres. Fotos: Javier Rosa.

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No hubo colaboración de Jota -en la ciudad para tocar por la noche con Los Planetas-, así que quizá por eso La Bien Querida se quitó de encima ‘Recompensarte’ en tercer lugar, después de ‘Permanentemente’ y ‘El lado bueno’, con David Rodríguez creciéndose poco a poco como su interlocutor masculino, labor que también ejercería después en ‘7 días juntos’. Aunque su show habría agradecido algo más de volumen para las últimas filas, y algún que otro single más animado como ‘A veces ni eso’, ‘9.6’ o incluso ‘Hoy’, sí se pudo disfrutar perfectamente de ‘Arenas movedizas’, ‘De momento abril’, ‘Muero de amor’ o ‘Poderes extraños’. Como ya se ha visto en otros conciertos de esta gira, la voz de Fernández-Villaverde ha mejorado muchísimo en vivo, y despunta, nada sepultada por los demás instrumentos, en la totalidad de las canciones. Sebas Alonso.

Tulsa se presentaron en formato quinteto a las cuatro de la tarde vestidos de noche (lo importante es la actitud, siempre, por supuesto), a excepción de su baterista, más bien en un partido de béisbol. La música de ‘Centauros’ podría denominarse «de cantautora electrónica raruna», pero en vivo el grupo tiende un poquito hacia el pop-rock underground o incluso hacia el dream pop. Ni sabiendo que Miren Iza es sumamente fan de Nick Cave and the Bad Seeds, nunca lo había tenido tan claro hasta que terminó el concierto con una versión que sonaba profundamente apocalíptica de su reciente single ‘Atalaya’. En otros momentos más íntimos, un colega me indicó que le parecía estar viendo a la banda que toca en el Roadhouse al final de cada capítulo de ‘Twin Peaks‘. La voz de Miren, una de las mejores del panorama nacional también en directo por su expresividad controlada y su preciosa textura, entre lo trágico y lo canalla, despuntó en todo momento, desde la inicial ‘Venda vendita venda’ hasta el final, pasando por el momento más coreado, la ‘Oda al amor efímero’. Que lo fue porque ni rastro en su repertorio de ‘Matxitxako’ o ‘Algo ha cambiado para siempre’. No sé si evitar alguno de tus mayores hits en un festival es la mejor vía para seguir dando a conocer tu música, pero lo seguro es que Tulsa -con Betacam a los teclados, por cierto- anteponen sus principios al deseo de pegar el pelotazo. Sebas Alonso.

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Kokoshca han salido ganando del susto que se llevaron el año pasado en Tomavistas cuando a su baterista le dio un tabardillo mientras tocaban la segunda o la tercera canción, teniendo que cancelar su concierto. Este año les han programado más o menos a la misma hora pero en el escenario pequeño, lo cual hacía ver su set repleto de gente, mucho más que en 2017. Tanto Amaia como Iñaki están muy convencidos del uso del griterío para animar a las masas, logrando elevar en vivo la temática de canciones como ‘Prefiero golpes’ (sobre la industria musical), la adaptación de ‘Yo nací’ (sobre nuestros políticos) o ‘RBU’ (sobre la esclavitud de un empleo o hacer en la vida lo que te dé la gana). Su show se vino especialmente arriba desde que Amaia preguntó: «¿Vais a bailar o es que os da vergüenza? ¿Sois de Barcelona o algo?» y sonaron ‘No queda nada’, ‘La fuerza’ y ‘No volveré’, un par de ellas ensalzadas por su falso final. Entre el perversillo «Alex lo ha conseguido» de Amaia dirigido a su batería al final y el «muchas gracias, amigas» de Iñaki, el concierto de Kokoshca fue todo diversión y complicidad. Es bastante raro que no se hagan más famosos. Sebas Alonso.

El retraso en la salida de Kokoshca propició que apenas fuera posible presenciar el final del concierto de los turcos Altin Gün, una de las propuestas más seductoras del sábado por lo que tenía de exótico y nuevo en estos lares. Su psico-funk con toques árabes tenía muy buena pinta, aunque el público no parecía especialmente concentrado en ellos. Un absurdo hueco en el escenario Tomavistas –¿no hubiera sido una posibilidad trasladar a ese horario alguno de los grupos del traicionero horario del vermut?– «invitaba» a esperar la salida en el mismo Four Roses del canadiense Chad Vangaalen. El músico comandaba un trío sólido que desgranaba su indie rock de manual con algún toque folkie, en el que lo más llamativo era la guitarra tuneada de Vangaalen y sus discursos elogiando la suerte que teníamos de tener cerca el ‘Guernica’ de Picasso y de poder oler los olores de la primavera en el parque (lo cierto es que las ráfagas que llegaban eran deliciosas). Su, mayor aportación, la ecologista propuesta de que las barras hicieran descuento si en lugar de emplear vasos de plástico llenaras tu zapato de cerveza, tampoco cuajó demasiado. Raúl Guillén.

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Uno de los aciertos de Tomavistas es apostar por grupos locales que raramente nutren festivales con un perfil más internacional, como Melange. El grupo madrileño se aleja de las convenciones del indie y entrega una estimulante mezcla de rock progresivo y psicodelia, que si en estudio muestra su ascendente con grupos pretéritos como C.R.A.G., Smash o incluso Triana, en directo revelan una interesante deriva experimental a lo Stereolab e, incluso, con toques de rock tuareg a lo Tinariwen. Conscientes de que eran una rareza, llamó la atención el speech de uno de sus guitarristas, sorprendido por esperar un público de tíos con barba, tupé y camisas floreadas. Un cliché tan poco sostenible como pensar que alguien pudiera no quedar admirado ante su interpretación, con un audaz puente de ruido reconducido a la melodía, de ‘Solera’. Raúl Guillén.

Creo que nadie duda que el concierto que ofrecieron El Columpio Asesino en el escenario principal se hubiera visto muy beneficiado de haber tenido lugar una o dos horas después. La luz del sol que aún se ponía, pese a dejar un cielo precioso, parecía jugar en contra de un repertorio que evoca oscuridad y un punto siniestro. Por lo demás, la siempre llamativa disposición de la batería de Albaro en primer plano lateral, equilibrada con la presencia escénica de Cristian Martínez al otro extremo del escenario, resultaba tan sugerente como una colección de canciones que, desde ‘Arde Babel’ y con momentos cumbre como ‘Ballenas muertas en San Sebastián’, ‘Perlas’ o la recuperación de ‘Your Mind Is Dead!’, fue ganando ímpetu y engorilando a las primeras filas hasta culminar en ‘Floto’, que hizo explotar al público antes de la esperable catarsis de ‘Toro’. Un muy buen concierto con un sonido fantástico, que confiamos en poder ver de noche en otra ocasión. Raúl Guillén.

El grupo más destacado en la noche del sábado vino de Murcia. Perro superó incluso las dificultades más inesperadas: tras olvidarse de llevar su bajo, rompieron una cuerda del que les prestó Íñigo de Kokoshca. Afortunadamente, Pedro de Pony Bravo les salvó, esta vez ya de forma definitiva, la papeleta. Diría, incluso, que ese instrumento les dio incluso más músculo. En todo caso, el cuarteto parecía ir en volandas con su math-rumba-space-rock potenciada por la doble batería, a medio camino de Residents y Veneno, unos Spectrum de la pradera que, junto a sus loquísimas proyecciones, lanzaban mensajes ácidos como “Murcia soterrada”, “Murcia es África” u “Odio eterno al futuro moderno”. Y el público respondió feliz a su entrega y energía, celebrando las canciones del reciente ‘Trópico Lumpen’ y estallando aún más con ‘Ediciones Reptiliano’, ‘Estudias o navajas’, ‘La reina de Inglaterra’ y una gloriosa ‘Marlotina’. Raúl Guillén.

Antes que Los Planetas, The Jesus and Mary Chain ejercieron un papel muy parecido al de los españoles: los hermanos Reid y su banda trufaron de grandes éxitos como ‘Just Like Honey’ –curiosamente lanzada hacia la mitad de su set–, ‘Cracking Up’, ‘Head On’, ’April Skies’, ‘Between Planets’ o ‘Far Gone and Out’, tronando ocasionalmente pero sin excesos de ningún tipo, de forma estricta y algo mecánica hasta culminar con la ironía de ‘I Hate Rock ’n’ Roll’. Si bien la acidez de su mensaje parecía diluida por un concierto tan sobre el guión, por momentos algo aburrido y algo por debajo de las expectativas de un grupo de su nivel e influencia. Raúl Guillén.

No hacía falta correr mucho para ver, por las generaciones masivamente representadas entre el numerosísimo público que petaba el escenario Four Roses, que Los Planetas eran la gran atracción no ya del sábado sino del festival. En esas circunstancia, cualquiera se la juega, ¿verdad? Podríamos suponer lo que hubiera pasado si al grupo de Jota le hubiera dado por tocar demasiadas canciones de su último disco o atreverse a dejar fuera ‘Un buen día’ o ‘Segundo premio’. Hubiera sido el equivalente a que el Real Madrid hubiera perdido la Champions contra el Liverpool. Para alivio de las aficiones de unos y otro, eso sencillamente ni se le pasó por la cabeza a nadie. Ni más ni menos, Los Planetas ofrecieron una versión comprimida a la mitad del concierto que le pudimos ver hace pocos meses en el WiZink Center de Madrid, en el que repasaban toda su carrera y presentaban ‘Zona temporlamente autónoma’. Con más luz que en aquellos, pero con la banda igual de bien engrasada, la voz de Jota en idéntico primer plano, un Eric casi sobrenatural y hasta La Bien Querida (en ‘No sé cómo te atreves’), el grupo de Granada cumplió lo que se esperaba de ellos de manera casi funcionarial (la inclusión de la semi-rareza ‘Prueba esto’ fue la única salida del guión, y no es que sea inédita en vivo). Sin atisbos de sorpresas, esfuerzos extra, muestras de carisma o guiños a la grada, Los Planetas vinieron a hacer lo que la mayoría les reclamaba sin lograr que, los que esperábamos algo nuevo que contar, tuviéramos la más mínima oportunidad. Raúl Guillén.

Acotando en su final al show principal de la jornada –tras el que la estampida de público fue notable, llegando a congregarse incluso menos que a última hora del viernes–, Princess Nokia dilató su subida al escenario hasta que los de Granada ya ultimaban ‘De viaje’. La neoyorquina irrumpió a por todas en el escenario, escoltada por un DJ que lanzaba bases –jugando a la confusión o al eclecticismo, pinchando temas de metal y emopunk de cuando en cuando–, entregando exactamente lo que se le podía pedir: la energía y entrega que sus talludos predecesores nos esquilmaron. Y cumplió, pero su concierto tuvo un claro efecto gaseosa, disipándose notablemente una vez se desembarazó de ‘Brujas’, ‘Tomboy’ y ‘Kitana’. De más a menos, ese ímpetu inicial fue decayendo a medida que Destiny Frasqueri se esforzó por mostrarnos las canciones de su reciente mixtape inspirada en el emo, ‘A Girl Cried Red’. ’For The Night’, ‘Look Up Kid’ o ‘At The Top’ (una desafinadísima ‘Your Eyes Are Bleeding’ nos la podría haber ahorrado) pueden tener su punto, pero interpretarlas en un bloque provocó una bajona considerable, sólo rescatada por el carisma y los bailes de la MC y cantante. Por suerte, tuvo a bien recurrir a su faceta hip hop más clásico (el de ‘Goth Kid’, ‘Saggy Denim’ y ‘Green Line’) y lanzar una orca hinchable al público para reanimarnos. El remate a capella de la pre-‘1992’ ‘Apple Pie’ fue un bonito broche para una desigual actuación, aunque ya no quedara demasiada gente ni ánimo para aplaudírselo. Raúl Guillén.

La propuesta de Marius Lauber, el hombre tras el alias Roosevelt, puede no ser la más original del mundo, con claros ecos revivalistas al estilo de los últimos Daft Punk o los primeros Phoenix. Sin embargo en directo, con el soporte de un cuarteto instrumental, su propuesta gana en fuerza y se acerca más a la de grupos de funk-rock como Friendly Fires o Cut Copy, haciendo de cortes de su debut homónimo como ‘Fever’, ‘Night Moves’ o ‘Moving On’ perfectos artefactos para bailar sin más pretensiones que divertirse y dejarse llevar. En ese sentido, Roosevelt fueron un broche perfecto para despedir de Tomavistas 2018. Raúl Guillén.

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