Bo Burnham se hizo famoso como youtuber cuando aún no existían los youtubers. Fue en 2006, en la época en que empezaban a triunfar otros proto-youtubers como Brooke Brodack o Justin Bieber. Armado con una guitarra y un piano, el joven Burnham (empezó con dieciséis años) disparaba canciones humorísticas -«pubescent musical comedy»- cargadas de explosivos discursos satíricos. En poco tiempo dio el salto a los escenarios, grabó tres discos, y creó la serie ‘Zach Stone Is Gonna Be Famous’. En 2013 fichó por Netflix, donde ha estrenado dos de los mejores stand-up de la plataforma: ‘what.’ y ‘Make Happy’.
El año pasado debutó en el cine escribiendo y dirigiendo ‘Eighth Grade’ (disponible en Movistar+). Su presentación en Sundance dejó al público boquiabierto: ¿había rodado un primerizo cómico veinteañero uno de los más certeros retratos sobre la pubertad femenina? La película, que ha estado nominada en todos los premios del cine independiente y en los Globos de Oro (Elsie Fisher, como Mejor actriz), narra una historia aparentemente sencilla y tópica: el día a día de una adolescente acomplejada por su timidez. Parece la típica “coming of age” escrita con caligrafía indie y lista de reproducción ad hoc, pero hay detalles que delatan que detrás de esas imágenes no solo hay oficio, sino también mirada.
Primero, por la edad elegida para el personaje principal: trece años. ‘Eighth Grade’ no es una película de instituto, como suelen ser la mayoría de estos retratos adolescentes, sino de colegio. El horizonte académico y vital de la protagonista no es la universidad, es la high school. De esta manera, el director reivindica la importancia y trascendencia de ese último año escolar antes del paso al instituto, el “octavo grado” del título, frente al muchísimo más tratado del paso a la universidad (la reciente ‘Lady Bird’ sería el último ejemplo).
Segundo, por la capacidad de Burnham para alejarse de los lugares comunes y romper las expectativas del espectador. Una muestra: Kayla, la niña protagonista (fabulosa Elsie Fisher), tiene granos, algunos kilos de más y anda encorvada como si llevara un mochilón invisible en la espalda. Sin embargo, su mayor preocupación no es su cuerpo –que hubiera sido lo más fácil- sino su forma de ser, su inseguridad y timidez. No le angustia tanto estar gorda, como estar callada.
Y, tercero, por el punto de vista escogido. ‘Eighth Grade’ es un retrato adolescente tan sencillo y directo como los vídeos que cuelga la protagonista en Internet (donde, paradójicamente, da consejos sobre cómo manejarse socialmente). La intención del director no es provocar, sermonear, dramatizar o burlarse de las conductas y sentimientos de los adolescentes, sino reflejar sus dudas y temores de manera realista, cercana y compasiva. Tampoco cae en el cliché, muy común, de convertir al inadaptado en un héroe incomprendido, en alguien más inteligente, sensible o interesante que los demás.
‘Eighth Grade’ tiene humor (esos divertidos subrayados musicales cuando aparece el chico que le gusta), emotividad (la relación con su padre) y pinceladas sutiles de crítica social (el bullying, el fomento de la competitividad en la escuela, la obsesión por las redes sociales). Pero sobre todo tiene a un fabuloso personaje femenino, muy bien escrito e interpretado, con quien es imposible no empatizar. Hay dos secuencias paradigmáticas al respecto: la de la fiesta de cumpleaños y la del juego “verdad o reto” en el coche. Solo por el grado de incomodidad que consigue transmitir al espectador, merece la pena ver esta película. 8