James Gray fascina con ‘Ad Astra’, una sensorial e insólita aventura espacial

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James Gray fascina con ‘Ad Astra’, una sensorial e insólita aventura espacial

Merece la pena echar la vista atrás en la filmografía de James Gray y analizar su obra desde que en 1994 una pequeña película llamada ‘Little Odessa’ le pusiera en el radar de cineastas que tener en cuenta. Desde entonces, y a medida que ha ido ganando prestigio, sus películas han ido creciendo considerablemente en presupuesto y sus propuestas cada vez han sido más grandilocuentes. Su eclecticismo temático también caracteriza una carrera en la que podemos encontrar desde thrillers de mafias como ‘La otra cara del crimen’ a dramas románticos tan dolorosos como ‘Two Lovers’. En su anterior trabajo, la espléndida ‘Z la ciudad perdida’ nos presentaba una aventura clásica sobre las excursiones al Amazonas de un coronel británico obsesionado con encontrar una tierra desconocida a principios del siglo XX. En ‘Ad Astra’ nos lleva al espacio, en un futuro cercano donde a un astronauta le encargan viajar a los exteriores del sistema solar para investigar una amenaza contra la Tierra, y además, tiene el objetivo de encontrar a su padre, un astronauta pionero al que él, en un principio, daba por muerto. Todas ellas son muy distintas entre sí, pero aunque la ambición de Gray no pare de crecer, su forma de entender el cine está inmersa en todas ellas.

Ad Astra es una superproducción con Brad Pitt de protagonista y supone la película más cara de la carrera del director, pero no por ello es la más “comercial” en cuanto a temática. De hecho, probablemente se trate de la obra más compleja e inaccesible de Gray y hará que gran parte del público que piense ver una frenética aventura espacial salga huyendo despavorido. Lo que propone el cineasta es arriesgado: una reflexión filosófica sobre la condición humana y la fe -en el sentido más amplio de la palabra- a través de la ciencia ficción. Terrence Malick y James Gray son cineastas opuestos, pero en esta ocasión el segundo se acerca a la lírica del primero a través de la voz en off y las meditaciones existenciales de esta. Narrativamente es un experimento interesante pues funciona más como una colección de secuencias aisladas -extraordinariamente filmadas y con un inmenso poder para conmocionar en cuestión de segundos-, que como una férrea estructura en tres actos convencional.

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Así, ‘Ad Astra’ puede entenderse como una especie de mosaico en el que su autor explora con minuciosidad cada detalle de un guion ambiciosísimo a niveles temáticos; fiel a sus tiempos y sin intención de ser un mero pasatiempo para un espectador pasivo. Es una obra exigente y difícil pero en la que, a menudo, es sencillo perderse gracias a una dirección sobresaliente que saca el máximo partido posible al impresionante apartado visual –la fotografía de Hoyte Van Hoytema merece, como mínimo, una nominación al Oscar-, y también al sonoro, con un uso modélico de la preciosa partitura de Max Richter. Por otro lado, Brad Pitt, en una interpretación muy contenida, pocas veces ha estado tan expresivo. Su rostro serio permanece impasible casi toda la película pero su mirada es capaz de expresarlo todo. En sus ojos están la esperanza y la desesperanza del mundo cada vez más deshumanizado en el que vive su personaje.

Absolutamente inabarcable en un primer visionado, es una de esas películas que mientras se ven, pueden generar dudas u objeciones ante su narrativa, pero de las que se sale del cine con la sensación de haber visto algo realmente grande y relevante. Desconcierta y, finalmente, sacude. La experiencia de ‘Ad Astra’ no consiste solo en verla, sino también en recordarla. Es ahí donde cobra mayor fuerza. 8.

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