Presume Mónica Naranjo de que, aunque ‘La Isla de las Tentaciones‘ recuerde al legendario ‘Confianza ciega‘ (obvio: básicamente, es el mismo formato con su nombre original), este nuevo reality que presenta para Mediaset se diferencia de aquel de Antena 3 en que «todo es verdad». Y lo dice como si esto fuera bueno. Personalmente tengo mis dudas, si esa verdad implica ser consciente de que el objetivo primordial de todos los participantes –no solo las parejas que se ponen a prueba, sino también los y las que aspiran a romper aquellas– es labrarse un camino en la caja tonta sin más mérito que su palmito o su capacidad para extender el caos. Al fin y al cabo, la aspiración de estos es prácticamente la misma que la de aquellos modelos y actores de aquel delirante show. Me atrevo a decir, sin miedo a equivocarme mucho, que por entonces incluso se les pagaría más y mejor.
Porque ‘La Isla de las Tentaciones’ parece, de entrada, una especie de ‘Mujeres Hombres y Viceversa’ en versión paradisíaca y deluxe (se desarrolla en un resort de la República Dominicana). Más aún con la granhermanización que hará Telecinco de él ante la justísima caída en desgracia del formato por el escándalo de Carlota Prado: habrá dos emisiones por semana repartidas entre Cuatro y Telecinco, y hasta un debate presentado por Sandra Barneda. Al margen, asumimos, de la previsible retroalimentación de contenidos para otros programas que se sucederá a su término. Esta por ver si no acabarán atufando un concepto de telerrealidad, ya conocido, tan atractivo como perverso: cinco parejas consolidadas (todo lo consolidada que pueda estar una pareja de 5 meses, como sucede en algún caso) se separan por género en dos casas totalmente aisladas la una de la otra, y en ellas convivirán con diez mujeres y diez hombres respectivamente, que en teoría buscan el amor.
Lo cierto es que, pese a todo, la idea funciona incluso después de tantos años. Con una Mónica Naranjo bastante más comedida de lo que ‘Mónica y el sexo‘ nos hizo esperar –aunque, poco a poco, se va asentando en su papel de echar leña al fuego–, el magnetismo de vislumbrar las dudas, los celos y las broncas del futuro resulta apasionante. Tanto como contemplar el rostro de cemento armado que exhiben chicos y chicas al hacer en solitario exactamente lo contrario de lo que predican ante sus parejas. Mohines y congoja lastimera por un lado, y seducción descarada por otro. Fascinante. La cantidad de escenarios existentes se presta, además, a un ritmo de realización que no da respiro. Desde luego, no hay duda que ‘La Isla de las Tentaciones’ engancha.
Sin embargo, si hay que buscar una auténtica diferencia con ‘Confianza ciega’, esa es la pérdida total de inocencia televisiva en nuestra sociedad. Y es abismal comparada con la candidez que, pese a que estuviera más o menos orquestado o guionizado, exhibía aquel programa. Aquí no solo es palpable que hay varios participantes cuya aspiración vital es salir en televisión por su cara bonita y vivir de ello sea como sea. Sino que, además, hay un par de parejas que han pasado más horas en platós de la cadena que muchos focos, cables y puertas: Susana Molina, ganadora de GH14, acude con su pareja, el gemelo sevillano Gonzalo Montoya –de la misma edición del reality–, mientras que Álex y Fiama se conocieron en ‘MYHYV’, y Andrea e Ismael en ‘First Dates‘. Esto, claramente, le resta encanto y credibilidad, en tanto que resultará difícil saber qué actuación será genuina y cual pura pose de cara a la cámara.
Pero, a la inversa, el espectador de 2020 también puede presumir de esa pérdida de inocencia es la misma que también llega por parte del espectador. Un espectador que, aparte de no terminar de creerse a ninguno de los proto-tronistas que por allí pululan, se pregunta por qué a nadie en la productora o la cadena se le ha ocurrido incluir entre los treinta participantes a ni una sola persona de orientación sexual no heteronormativa, o a mujeres, hombres (y viceversa) que no se dediquen a esconder sus inseguridades con retoques estéticos y/o horas y horas de gimnasio. Es decir, que tengan una apariencia normal. O más (y peor) aún, que se pregunte si un programa que romantiza los celos y las relaciones posesivas sigue teniendo sitio en el prime-time de una sociedad asfixiada por la violencia machista. La respuesta está clara: una emisión sobre relaciones tolerantes, abiertas y sanas, triste y difícilmente se emitiría en esa franja horaria y alcanzaría un 23% de share en cuota de pantalla. Es cierto que es un entretenimiento, sí, pero programas como ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?‘ o ‘Granjero busca esposa’ también lo eran y conseguían evitar ambas cuestiones con naturalidad y humor. Algo que se echa tanto en falta como la inocencia en esa isla, un supuesto paraíso. 5.