‘And Then We Danced’: cuando la mejor película LGTB+ viene de un país que no puede celebrar el Orgullo

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‘And Then We Danced’: cuando la mejor película LGTB+ viene de un país que no puede celebrar el Orgullo

Flavia Kleiner, fundadora de la organización Operation Libero, lleva un tiempo frenando a la ultraderecha suiza en los referéndums, cuando nadie más parecía poder pararles. En una reciente entrevista del periodista Carlos Barragán para El Confidencial, daba una clave: “hay que romper su control de la narrativa, porque ellos son muy inteligentes: intoxican el debate y obligan al resto a hablar de sus temas (…) no podemos permitir que se atrevan a decir qué es y qué no es nuestro país. El resto de partidos no solo han comprado parte de su vocabulario, sino que han dejado que la ultraderecha patrimonialice la bandera nacional”. Os suena a algo que estamos viviendo aquí, ¿verdad?

La verdad es que, en un momento en que la ultraderecha está en auge por toda Europa -y todo el mundo-, la mera existencia de ‘And Then We Danced‘ –’Solo nos queda bailar’, en su traducción española– es de celebrar. Y más aún cuando viene con esta calidad y con este mensaje. Aunque el contexto post-URSS de Georgia sea distinto al de Suiza, Francia o España, se comparte la cultura machista, el peso religioso -aquí mayoritariamente de la Iglesia Ortodoxa-, y esa búsqueda de cabeza de turco ante los problemas de los trabajadores que suele acabar en el odio al diferente. Y ‘And Then We Danced’ empieza acertando desde ahí: su protagonista no está precisamente en la familia burguesa de ‘Call Me By Your Name‘, sino que Merab es un chico cualquiera que duerme en un sofá y trabaja de lo que puede para ayudar a su familia (su madre, su abuela y su hermano). Un joven más de ese 94% de jóvenes georgianos que rechaza el matrimonio entre personas del mismo sexo, tasa más alta incluso que la de Rusia. Va quedando claro que éste no es un coming of age más sobre el despertar sexual de un adolescente gay, ¿no?

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Nuestro protagonista es Merab, que por las tardes curra de camarero para llevar dinero a casa y por la mañana asiste a las clases de la Compañía Nacional de Danza de Georgia, a la que se incorporará un nuevo alumno, el misterioso Irakli. Pero no penséis que esto de la danza equivale a mayor apertura de miras en el tema LGBT: esto no es ballet, es danza georgiana, como se encarga de decir el profesor. Y la danza georgiana es, además de un símbolo absoluto de la tradición del país, una danza cargada de hipermasculinidad, y en la que no hay sitio para bailarines con cualquier atisbo de cualquier cosa que se considere “femenina”. Tanto es así que las escuelas de danza de Georgia se negaron a ayudar al equipo, avisándose entre ellas de la temática de la película, y el único bailarín que se ofreció a colaborar con las coreografías pidió hacerlo en secreto para no tener problemas (y no se le mencionara en los créditos). Ante el panorama, el director Levan Akin, que quería que el protagonista no fuese un actor profesional sino un bailarín de danza georgiana, aceptó buscar en su lugar un bailarín de danza contemporánea… pero ni así. De hecho, el protagonista Levan Gelbakhiani llegó a rechazar hasta 5 veces la propuesta, pero finalmente la insistencia de su tocayo dio sus frutos. Y menos mal: la de Gelbakhiani es una de las interpretaciones del año, y cuesta creer que se trate de un actor no profesional. Ahora, el “actor no profesional” se ha visto nominado a los Premios EFA a mejor actor (con competidores de la talla de Banderas o del ganador del Oscar Jean Dujardin), además de recibir numerosos galardones por su trabajo.

Cuenta Akin que la inspiración para la historia vino del Orgullo de Georgia de 2013: los que se arriesgaron a manifestarse fueron agredidos por personas convocadas por la Iglesia Ortodoxa. Tres años después, el director, sueco pero de padres georgianos, se decidió a documentarse sobre el asunto para el que sería su cuarto largometraje – con diferencia, el de mayor impacto internacional, siendo ‘And Then We Danced’ la película propuesta por Suecia para los Oscar. Finalmente no acabó en la lista, pero no nos hubiese sorprendido verla, e incluso ver una sorpresa en la categoría de mejor actor para Gelbakhiani, porque se lo hubiese merecido. Y, aunque él lleve todo el peso, destacan también el trabajo de Bachi Valishvili (Irakli), de Marika Gogichaishvili (la abuela de Merab) y, sobre todo, de Ana Javakhishvili, quien da vida a Mary, la novia de Merab y responsable de una de las escenas más tiernas de la película.

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Si hablamos de grandes escenas de la película, podríamos citar muchas (los juegos ambiguos con Irakli, la conversación con el hermano, o por supuesto la escena final, que luego comentaremos), pero quizás la que más se queda en la mente -y además sería un crimen no mencionarla en nuestra web- es aquella en la que suena ‘Honey‘ de Robyn de fondo (la selección musical va desde la música folclórica georgiana a aportaciones suecas como ésta o como ABBA). Desde la primera vez que escuché ‘Honey’ supe que tenía un poder audiovisual brutal, y deseé ver una escena en la que se usara en condiciones… ¡pero no pensé que sería tan pronto! Se aprovecha el poder de la música de la mejor manera: la secuencia dice mucho pero ningún personaje habla, la secuencia desborda deseo y no hay nadie follando, es romántica y no hay un solo beso, etc. Y, cuando ‘And Then We Danced’ aún no ha acabado y ya sabemos que es una de las películas del año, llega la traca final, por si nos sabía a poco.

Para no desvelar nada, solo diremos que, además de flipar con el aspecto técnico, aquello tiene un punto simbólico muy importante, y bastante relacionado con las palabras de Kleiner con las que iniciábamos esta reseña. En España estamos viviendo una etapa oscura, de odio al diferente, de odios entre nosotros, de enfrentamientos por banderas y patrias, pero en cierto modo somos bastante afortunados: si las agresiones en el Orgullo de 2013 inspiraron a Akin, tampoco en este 2019 ha podido celebrarse el Orgullo en Georgia. Ante esto, Merab da –sin pronunciar una palabra– un discurso bestial sobre el orgullo de ser quien realmente es y sobre cómo reapropiarse del significado de la tradición.

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Esto mismo era una de las características de José Ocaña, el histórico artista y activista LGBT+ cuyo apellido da nombre al Premio que se le entregó en el Festival de Cine Europeo de Sevilla a ‘And Then We Danced’, además de llevarse el Premio del Público (especialmente importante este apoyo), y de numerosos galardones como la Espiga Arcoiris en Seminci o de arrasar en Lesgaicinemad, por citar solo festivales españoles –fuera, como decimos, también está siendo aclamada–. Pero, mientras unos afortunados vemos la película, aplaudimos su calidad y celebramos su valentía, en su propio país los espectadores se encuentran con boicots en los cines que la proyectan, con quemas de banderas LGBT+ y agresiones de grupos de ultraderecha. Merab tiene un mensaje desafiante para ellos, y alentador para quienes tratan de vivir en libertad: aún cuando el contexto le es más adverso, aún cuando las circunstancias sean horribles, Merab nos dice que él no se va a esconder, que no vamos a escondernos. Que en las peores circunstancias es cuando vamos a ser más nosotros mismos que nunca. Es cuando vamos a bailar. 8,5.

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