The Weeknd podrá al fin terminar este otoño, en principio en México, el tour que lleva posponiendo desde 2020 -por razones de sobra conocidas- y que al final aglutina la presentación de dos discos. ‘After Hours‘ y ‘Dawn FM‘ han sido dos álbumes relacionados hasta cierto punto por su dedicación a los 80, al synth-pop con muchos matices y a un personaje perturbado por las cosas que siempre han desequilibrado a Abel Tesfaye. La fama, el sexo, la adicción, el mal.
‘After Hours til Dawn Tour’ es una gira de estadios que milagrosamente pasa por Madrid, en este caso por el Cívitas Metropolitano. Taylor Swift, por su parte visitará el Bernabéu, y esperemos que sea tendencia. The Weeknd no logró agotar las localidades a precio de oro, pero el estadio del Atlético de Madrid lució lleno, con una asistencia estimada de 45.000 espectadores preparados para ver el show del que es el artista más escuchado en Spotify de todo el mundo. Ni más ni menos que el número 1.
El escenario se divide en 3 partes que se extienden a lo largo de todo el estadio de fútbol. Es imposible no pensar en la Super Bowl, por tanto, aunque los recursos y el personal sean limitados. En el escenario principal, impresionante, reinan unos rascacielos. La ciudad como opresión en su enormidad. Ahí se sitúan, casi que se esconden, unos músicos por determinar, muy difíciles de ver. Rara vez las pantallas muestran a un batería, a un guitarrista… Las condiciones acústicas justitas de este tipo de estadios hacen difícil dilucidar si hay muchísimos más.
En la parte central se sitúa una figura mastodóntica y la referencia a Michael Jackson en ‘HIStory’ es evidente -es difícil pensar en un nombre que haya influido más a The Weeknd-, pero por suerte no se representa a Abel Tesfaye en este caso, sino que estamos ante la recreación de Hajime Sorayama que ya vimos en el vídeo de ‘Echoes of Silence’. Y el último y tercer escenario está coronado por una luna llena luminosa.
El show comienza con dos docenas de guardias imperiales de blanco recorriendo todo el escenario, todos ellos presas de algún tipo de ritual religioso. Su paso es constante y regular, pero sin el rigor milimétrico ni la variedad de un show de Michael, Beyoncé o Madonna. Son más almas en pena que bailarines, lo que puede ser algo bueno y algo malo.
El gran pro de ‘After Hours til Dawn Tour’ es su elegancia y sobriedad, su ausencia de elemento hortera. El show es tan cohesivo como sus últimos discos, y no se desespera por entretener al espectador casual a través de distracciones constantes, números con globitos, ni grandes trucos pirotécnicos a cada instante. Una serie de llamaradas sí abrasan al público -que ya estaba sudando a 35º C- durante ‘The Hills’; las pulseras que se entregan a la gente al entrar se iluminan durante canciones estratégicas como -por supuesto- ‘Blinding Lights’; pero se evitan mil y un posibles recursos que seguramente alguien llegó a poner sobre la mesa, y alguien con mucho tino, descartó.
El show se sostiene sobre un enorme repertorio, lo cual es sin duda otro enorme punto a favor, no al alcance de cualquiera. El concierto comienza con un single como ‘Take My Breath’, poco después se deshace de aquel hitazo ya casi olvidado pero aún eficiente titulado ‘Can’t Feel My Face’, el estadio se cae cuando suenan cosas como ’Starboy’ o ‘Save Your Tears’, y también es una gozada recordar de sus inicios el sample de Siouxsie en ‘House of Balloons’. Entre hasta 34 canciones culminadas con la reciente ‘Popular’, ‘In Your Eyes’ y ‘Moth to a Flame’, destaco el poder de las pseudo baladas. El paso de ‘Out of Time’ a ‘I Feel It Coming’ de sus tiempos con Daft Punk, y de aquí a ‘Die for You’, últimamente viral, es un momento realmente encantador.
Las canciones se suceden además sin pausa, sin intervención de invitados, ni featurings proyectados. Sin división en bloques, lo que provoca que el show de 2 horas pase en un suspiro sin que te den ganas de «zapear» cuando un invitado no te gusta. Si bien este tercer «a favor» nos lleva al primer «en contra», pues el concierto finalmente carece de ese gran sentido narrativo que busca, al menos para el espectador casual. Si hay algún concepto, desde luego el público no sale hablando de él.
Para tratarse de un show en un gran estadio, y pese a que la sobriedad es un plus, hay veces que The Weeknd se pierde un poco, y con él nuestra admiración hacia él. No parece casual que vaya de blanco, pues muchas veces de lo contrario sería imposible adivinar dónde está. Se pasa 55 minutos con una máscara inspirada en MF Doom puesta, y solo cuando llevamos 1 hora de concierto, las pantallas -diminutas, insuficientes- muestran su cara por primera vez. Así, es difícil conectar con él, saber que realmente es él, en lo que, por otro lado, podría ser una de las reflexiones sobre la fama para el protagonista de ‘The Idol’.
Así, el concierto se sustenta principalmente en las canciones -y no será aquí donde critiquemos tal cosa-, pero el artista, el show, el carisma (no hay un ápice de humor en el espectáculo) se presentan un peldaño por debajo de semejantes superproducciones sonoras. Ya sabéis, The Weeknd hizo una buena Super Bowl, pero tampoco es que hiciera la más memorable. 7,5.