OT Gala 9: Y cuanto más acelero

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OT Gala 9: Y cuanto más acelero

El director de cine Joel Coen asegura que todas las películas americanas son un remake encubierto de ‘El mago de Oz’. Lo cierto es que si esa película lleva casi 100 años capturando la imaginación de generaciones enteras es porque, en realidad, la propia existencia humana en el siglo XX es una reformulación de la historia de Dorothy: una dicotomía entre la realidad (Kansas) y la fantasía (Oz), lo privado y lo público, lo visceral y lo teatral, la vida (auténtica) y los medios de comunicación (simulacro de autenticidad). Hasta hace unos 10 años solo los famosos experimentaban una versión exaltada de esa dualidad, pero desde la llegada de las redes sociales cualquiera puede distorsionarse en su propia performance pública. Con la llegada de las redes sociales, el mundo eligió vivir en Oz, en la fantasía, en lo público, en lo teatral, en el simulacro de la vida. Hoy todas las realidades pueden ser hiperrealidades. Y el ejemplo más claro es que mucha gente elige exponer sus emociones, tradicionalmente experimentadas a puerta cerrada, de cara a los demás. Los sentimientos íntimos pueden ser contenido masivo.

Durante su visita a la academia, Àngel Llàcer ofreció una reflexión demoledora: “Los motivos por los que os quieren aquí son distintos a los de fuera”. Esta advertencia casi filosófica contiene tres palabras clave: quieren, aquí y fuera. Efectivamente los fans de OT sienten un simulacro de amor por sus cantantes favoritos. En esa percepción se sustenta la viabilidad del formato. No pueden concebir la idea de que dentro de unos años no se acordarán de sus ídolos efímeros y que incluso sentirán un cierto bochorno tierno cuando piensen en el fervor con el que los adoraban. Los concursantes, por su parte, tampoco pueden pensar que ese amor aparentemente incondicional es en realidad temporal, que hay una alta probabilidad de que dure tanto como dure la adolescencia de sus fans. Es decir, que OT es un programa sobre la fe (algo que entendieron muy bien los Javis en la edición de 2017, porque ellos de fe controlan bastante): no solo la fe del público en el formato, sino la fe de lo concursantes en que sus fans no van a abandonarlos.

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Dicho de otro modo, todos y cada uno de los concursantes tienen que creer ciegamente que ellos van a ser Bisbal, Manuel Carrasco o Aitana. Que a ellos no les va a pasar como a la inmensa mayoría de concursantes de OT, por mucho que la estadística indique que van a acabar igual que ellos: dedicando el resto de su vida a hablar de OT, interactuando con desconocidos que les niegan la posibilidad de ser otra cosa que un recuerdo e intentando, a golpe de canción espantosa, recuperar aquel amor que media España les brindó durante tres meses. Porque Operación Triunfo es un programa sobre la ilusión. Si no creyeran que les va a tocar a ellos, su presencia en el concurso perdería todo sentido.

Lo que Llàcer hizo fue separar de un hachazo esas dos dimensiones: la fantasía y la realidad. La academia y el después de la academia. Puede que sea un consejo cínico por su parte, pero la realidad es cínica. Y en cada nueva edición (y van doce) es más difícil mantener el espejismo, porque los chavales ya crecen con redes sociales y entienden a un nivel instintivo que existen esas dos dimensiones. De hecho, la mayoría desoyó el consejo de no mirar redes sociales durante su visita a casa por Navidad y regresaron con toda la información: los shippeos, los favoritos, lo que le gustaba al público y lo que no.

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La primera edición de OT fue única porque lo siguiente, el ahí fuera, el después… no existía. No había ningún precedente. De manera que los concursantes descubrieron a la vez que el resto de España qué hay después de OT. Lo que Llàcer pretendía con su advertencia era anticiparse a la desilusión: “Dentro de un tiempo no sabrán quiénes sois”. Y sí, tiene toda la razón. La estadística así lo garantiza. ¿Pero cómo pueden asimilar esas palabras nueve chavales de 20 años que han salido unas horas a esa supuesta realidad solo para recibir el amor apasionado de miles de desconocidos durante las firmas? ¿Cómo no van a creer que la realidad que les espera es exactamente igual de entusiasta que la del plató?

La gala 9 formó dos grupos. En uno, los concursantes que (incluso de manera subconsciente) seguían rumiando las palabras de Àngel Llàcer, es decir, los que ya están sintiendo nostalgia del presente, los que en el fondo saben que dentro de un tiempo recordarán el día de las firmas con una amargura melancólica y saben que es muy probable que hayan vivido su peak de popularidad dentro del concurso. En el otro grupo, los que eligieron la pastilla azul, quedarse en Oz, no despertarse nunca de la siesta de Alicia, etc. Ese grupo decidió que no. Que no les va a pasar a ellos. Que ellos son Bisbal, Carrasco y Aitana. Que ellos son estrellas. Que lo mejor está por venir. Ese grupo son los finalistas de OT 2023.

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Para la que sería su última actuación, Álvaro Mayo decidió servir pronombres. Llevaba un vestuario que solo puede quedarle bien a alguien que tiene 20 años, pesa 40 kilos y mide un metro ochenta. Para cuando terminó la actuación Álvaro se había hecho demasiado viejo para ese look. Cantó ‘I Want Love’. Que cómo de mariquita hay que ser para elegir como tema de nominado la 18ª canción más escuchada de Jessie J en Spotify. Sin duda alguna, Álvaro la descubrió por el lipsync de Jaida Essence Hall y Trinity The Tuck en Rupaul’s Drag Race, porque nadie llega a Jessie J por voluntad propia. Jessie J es una cantante que lleva 13 años de alguna manera imponiéndose en nuestras vidas.

Cantar esa canción es, desde luego, una decisión. ‘I Want Love’ es el tipo de canción que solo suena en los bares de ambiente que tienen fotos de Marilyn y Audrey colgadas en las paredes. Toda esa misma parafernalia (y ese cuerpo de baile, todo hay que decirlo, impresionante) habría lucido más con un ‘Release Me’ de Agnes, un ‘Free’ de Ultra Naté o un ‘Everybody’s Free’ de Rozalla. Pero Álvaro eligió ‘I Want Love’. Álvaro eligió garrafón. Y, en cierto modo, ese es su triunfo en el concurso: llegó cantando ‘…Baby One More Time’ y se fue cantando una canción que seguro que les pone en el coche a sus amigos sin importarle que a nadie más le guste. En la gala 0 Álvaro dio alas a todos los niños mariquitas que han tenido que esconder su pluma a puerta cerrada en su habitación y en la gala 9 se despidió disfrazado del boli bic rojo más fabuloso del mundo con un corsé rojo, un colorete rosa y un mariconeo que le garantizará un escenario en los próximos 20 Orgullos. Hay muchas realidades peores que esa. Y, por cierto, ya nos habría gustado a muchos crecer con un Álvaro Mayo en la tele en vez de ver cómo toda España se reía de David Bustamante cada vez que lloraba.

Paul insistió mucho en que lo llamasen Paul Thin en esta gala. Si se iba, que al menos se llevase de OT un nombre artístico. Cantó BZRP Music Sessions, vol 57 (de verdad, esta línea temporal es agotadora) y se podría decir que pareció un artista invitado, pero eso sería demasiado generoso con los artistas invitados. Paul Thin pareció una estrella mundial. Que puede que nunca llegue a serlo, pero él está en el grupo que eligió vivir en la fantasía y durante esos tres minutos fue un ídolo de verdad. Daba igual que la letra fuese apabullante y que fuese más rápido de lo que el espectador podía asimilar, él transmitía todo lo que había que entender: por citar de nuevo a Trinity The Tuck, «I don’t know what the fuck she’s saying but girl, I’m living». Parecía que estaba echando un pulso con la canción y utilizó la sencillísima puesta en escena (un sol ardiente) a su favor: a ratos era un marco, a ratos un dios al que rezarle, a ratos un agujero sobre el que derrumbarse.

Paul participó activamente en la producción de la canción y se lució más que nadie en toda la edición. La canción era, literalmente, suya. En manos de otro habría sido un esperpento, pero nadie se la ha jugado más que Paul en esta edición. Cada palabra y cada movimiento estaban marcados y expresados con muchísima chulería y muchísimas capas emocionales: rabia, soberbia, miedo, amargura. Si el mundo se acabase, él seguiría rapeando. La actuación fue un concepto total, algo que solo podía haber hecho él, algo que se ha visto poco en OT (por no decir nada), lo cual engrandece a Paul pero también al formato, que 22 años después sigue logrando cosas inesperadas. Al final, Paul ha explotado cuando ha dejado de fingir ser un pobre inseguro para encajar en el reality (recordemos que llegó a decir que no sabía bailar, el muy sinvergüenza) y cuando ha abrazado exactamente quién es: un empollón con un talento desbordante que se siente una estrella y que piensa que si los demás no lo aprecian, el problema lo tienen ellos. Esta edición ha brillado más gracias a Paul Thin, un concursante que nunca ha tenido miedo a ser demasiado (tal y como demuestra ese horripilante tinte capital, que por supuesto ya es icónico).

“Yo pensaba que si entraba a OT”, dijo Martin, “esto es lo que quería hacer”. A Martin le dieron el número musical que quería y él ha sabido aprovecharlo: ese es un buen resumen de su paso por el concurso, sin duda uno de los más placenteros de la historia de OT. Pocos concursantes han estado más a gustito en esa academia que él. Y su versión de ‘Footloose’ fue una celebración de ello. Cabe suponer que Martin adoptó la actitud de Zac Efron en ‘High School Musical’ pero Efron copió esa actitud del Tom Cruise de los 80: un gallito al que todo le sale bien porque el director de la escuela siempre le perdona sus fechorías, que debería caerte mal pero te cae fenomenal y que cuando baila no puedes mirar a nadie más. ¿Por qué? Porque no hay un ápice de maldad en su mirada. Puede haber socarronería, pero es una impostura infantil.

Martin bailó hasta con el bigote. No cerró la boca en ningún momento (sonreía entre frase y frase) y no intentó jugar con la cámara porque sabía que la cámara era suya. Hizo todo lo que tenía que hacer (entonar, bailar, meterse en el papel) y lo hizo con muchísimo encanto. Le salió genial porque en el fondo le daba igual si le salía mal. Él ya ha ganado en la vida. ‘Footloose’ es una canción sobre esa euforia que solo sientes cuando eres joven y crees que toda tu vida va a ser así de divertida y Martin brilló porque es exactamente un chaval joven y eufórico que cree que toda su vida va a ser así de divertida. ¿Por qué iba a creer lo contrario? Martin es el tipo de persona que para ponerse nombre artístico cambia de sitio la sílaba tónica y se queda tan pancho. Y encima le funciona. En ese sentido, es la antítesis de Paul. Ambos son muy flipados, pero Paul lo intenta todo muy fuerte y quiere demostrar cuánto lo intenta y que se lo reconozcas. Martin es a Paul lo que Homer Simpson a Frank Grimes.

Al terminar, Chenoa le preguntó si le gustaba más cantar, bailar o interpretar. Y Martin, con una desfachatez adorable que nadie le perdonaría si tuviese más de 20 años, dijo que interpretar.

En un concurso de cantantes.

¿Por qué? Pues por qué no. A Martin le ha ido fenomenal siendo así hasta ahora: para él no hay diferencia entre la fantasía y la realidad, para él OT es una extensión de su vida real. Y cuando salga lo único que le espera es una oferta de trabajo para protagonizar ‘High School Musical’ en la Gran Vía. OT solo ha sido un casting a gran escala para el resto de su vida.

Naiara y Juanjo sabían perfectamente lo que estaban haciendo con ‘La cigarra’: una competición. La diferencia es que él apretó el diafragma para intentar eclipsarla y ella sabía que había ganado desde antes de empezar la canción. En sus duetos, Juanjo ha sido el concursante más individualista de la edición y Naiara le dio a probar su propia medicina. Vocalmente fue un espectáculo como pocas veces se ha visto en OT y, en una casualidad extraordinaria, hubo un momento en el que la cámara literalmente tembló mientras ellos gritaban (minuto 0.18).

Ella llevaba un top de brillantes, un chocker de brillantes, una gargantilla de brillantes, unos pendientes de brillantes y brillantes en el pelo. Pero lo más espectacular que tenía encima era una coleta postiza de un metro de largo que pesaba más que Álvaro Mayo y que construía una imagen tremendista: cuando ella ponía su postura por defecto para cantar (las piernas abiertas flexionadas con el coño mirando a las estrellas) la coleta le asomaba por entre las piernas y la hacía parecer una yegua salvaje. Naiara estuvo rotunda, sonriente, arrolladora, bruta y barroca: todo lo que trataron de domesticar en ‘La gata bajo la lluvia‘. Naiara no necesita que nadie la refine. ¿Que a qué grupo pertenece Naiara? ¿Al de los que se resignan a la realidad o al que abrazan la fantasía? Naiara es una chica que se compró un Audi y cambió los cuatro círculos por cuatro corazones. Naiara lleva construyendo su propia realidad desde que aprendió a andar. Y no ha dejado de correr desde entonces. En los vídeos de las firmas se ve cómo le daba un único consejo a sus fans: “Acelera, tía”. Ella sabe de lo que habla. Esta es su oportunidad y no va a mirar atrás. Durante el resto de la gala, en los planos de Chenoa aparecía Naiara de fondo acariciándose la coleta y asegurándose de que le caía por delante del hombro pero no por delante de las tetas. Probablemente a esas alturas ya le había puesto nombre al postizo. Porque ella incorpora el artificio a su identidad. Por eso es una estrella.

Ruslana se ha convertido en una de las mejores concursantes de la edición porque siempre arriesga. Anoche apostó y no le salió bien: le dio a ‘Beggin» una actitud de rockera pasada de rosca a la que todo se la suda y, a través de la cámara, transmitió… que todo se la sudaba. Esa es una actitud cojonuda si eres una rockstar de los 70, pero no funciona en OT. En OT hay que transmitir ganas hasta cuando finges que no tienes ganas. Su narrativa se le ha vuelto definitivamente en contra por un pequeño detalle: ella misma se la ha creído y la ha hecho realidad. Y las narrativas son eso, narrativas. Ficciones. Percepciones colectivas. Una cosa es que Ruslana desempeñe el papel de “chica rebelde a la que quieren meter en un molde contra el que se amotina” y otra es realmente ser esa chica. Si algo hemos aprendido del sistema es que los disidentes deben solo parecerlo, pero secretamente funcionar dentro de las reglas de ese sistema.

La actuación de Ruslana tuvo grandes momentos: cuando empezó mirando a cámara, cuando se tiró al suelo de rodillas o cuando dio un golpe de cabeza como dando permiso a la batería para explotar. Pero no hubo progresión, no interpretó la letra y cuando se sentó encima del altavoz se recolocó porque no estaba cómoda. Como si en vez de una rockstar subida a un bafle fuese la cuchufleta de ‘La que se avecina’ sentándose en el autobús al lado de una persona que está tosiendo. Esos segundos de duda se multiplican por mil en un escenario de televisión. Y pueden costarte una nominación. Faltó progresión, faltó clímax y sobraron miradas encorvadas al público como si fuera Lucas en la gala 2. En OT, ser de los primeros en destacar puede darte ventaja o puede agobiarte por si no estás a la altura de las expectativas que tú misma has generado. Y da la sensación de que Ruslana volvió de las firmas y no le gustó lo que vio, de que las palabras de Ángel Llàcer la desilusionaron. ¿Qué hago yo aquí, si la estadística apunta a que se van a olvidar de mí haga lo que haga? Ruslana está en el grupo de los que se rindieron ante el realismo y asumieron que ahí fuera, sobre todo, hace mucho frío.

Lucas Lucas Lucas Lucas cantó ‘Nada cambiará mi amor por ti’, una canción a su medida: está hecha para hombres que guardan a su novia en el móvil como “Mi niña”. La puesta en escena era tan hortera como la canción requería: un set de foto que disparaba flashes mientras él cantaba, no se fuera a olvidar que lo que le ha llevado hasta ahí es esa cara milagrosa. Cada semana lleva el pelo más corto (es decir, que cada semana está más guapo) y se parece más al resto de cantantes del planeta. Pero hay una razón por la que la normatividad lleva siglos triunfando, del mismo modo que el romanticismo cursilón de ‘Nada cambiará mi amor por ti’ nunca pasa de moda: la mayoría de nosotros, en el fondo, queremos que alguien nos guarde en el móvil como “Mi niña”.

‘Nada cambiará mi amor por ti’ ya fue cantada en la gala 7 de OT1 por David Bisbal y Naím Thomas y acabó con Naím nominado, porque es una canción muy traicionera que solo sirve para lucirse a nivel vocal (y ya sabemos que vocalmente ha habido pocas cosas más extraodinarias que el Bisbal de 2001, aunque en esa gala salió favorito así que nunca sabremos si la canción habría podido con él también). No hay actitud o interpretación posibles, porque la letra apela al mínimo común denominador del amor romántico. Se trata de cantar sobre la nada. Es la adaptación musical de ir a un espectáculo del Mago Pop: todo el mundo lo hace, nadie se plantea si le gusta o no. Es curioso, por cierto, que cuando se lanzó esta canción en 1985 sonase exótica porque las baladas de amor genérico eran una cosa muy del mercado latinoamericano y aquí lo que gustaba era el surrealismo con influencias poéticas de Mecano, Alaska o Radio Futura. Luego llegó Alejandro Sanz y cambió para siempre la trayectoria del pop español, que pasó 20 años atrapado en las baladas de amor abstracto con las que literalmente cualquier ser humano podía identificarse a cargo de Pablo Alborán, Vanesa Martin, Pablo López, etc, etc, etc, etc.

Lucas está destinado a continuar esta tradición. Durante su clase de composición creó una canción muy bonita en la que cantaba que su novia “es vitamina”. Va a arrasar ahí fuera. Cuando Noemí escucha la canción y exclama “soy yo, está hablando de mí” lo dice en broma pero está dando con la clave exacta de por qué esa canción va a funcionar en todas las playlists de Spotify.

La puesta en escena de la actuación de ropa blanca sobre fondo blanco hacía que solo se vieran tres cosas: la cara de Lucas (y menuda cara, esa cara es lo que ve Ricardo Gómez en el espejo cuando se levanta de buen humor), sus sobacos y los ojos de su novia asomando por el escote en plan “es mío, zorras”. Es increíble cómo están tatuados esos ojos. Te siguen allá donde vayas, como una versión yasssificada de la Mona Lisa. Pero Lucas desafinó. Y si desafinas en ‘Nada cambiará mi amor por ti’ la canción no te ofrecerá otra cosa a la que agarrarse. El resultado fue la nominación más evidente de la noche.

Al final de la actuación de Lucas, por cierto, la cámara se alejó dejándole solo en su refugio blanco pero rodeado de una oscuridad total. Fue un plano decididamente cinematográfico en una gala en la que la realización elevó las actuaciones (sobre todo la de Ruslana) y en la que el vestuario, por fin, sacó lo mejor de los concursantes. Sobre todo el de Bea.

La semana pasada el tema más comentado en Twitter fue el de Bea contándole a Abril que se puso el traje azul porque alguien llegó y le dijo “solo hay esto, póntelo”. Ante la polémica, Noemí Galera enumeró en Twitter una lista con los 15 looks opcionales que le habían dado a Bea, porque Noemí sabe que el público de OT necesita sentir que mantiene un diálogo con el programa. Ese es su propio mundo de Oz. Para esta gala le pusieron un mono de chica Bond que resaltaba sus curvas y que ella aprovechó meneándose de un lado al otro del escenario. Al acortar ‘River Deep Mountain High’, se perdieron las trepidantes subidas y bajadas de la canción, que son lo que hacen que ‘River Deep Mountain High’ sea lo que es, así que se quedó en una constante subida algo histérica. Pero Bea le echó morro y tiró de sus mejores trucos, porque ella ha decidido que el piloto automático es su mejor escenario posible a estas alturas.

A Chiara la vistieron de la Kardashian para cantar ‘Kill Bill’ en un escenario claramente inspirado por ‘Saltburn’ (ya que Prime Video les puso ‘Culpa mía’, ¿por qué no grabarles viendo ‘Saltburn’?) y rodeada de figurantes que no se inmutaban ante su presencia. Ahora Chiara sabe lo que se siente cuando vas al Marta cariño e intentas hacer contacto visual con los hombres. La idea molaba, pero jugó en contra de Chiara. Era como si el desdén de los figurantes se correspondiese con lo que debían sentir los espectadores en casa. Esa canción tan lánguida le habría sentado genial a Violeta y en la voz de una cantante como Chiara (incapaz de no decorar todas las sílabas) chirriaba. La letra trata sobre matar a tu exnovio y Chiara le dio un rollo cuqui que podría haber resultado extraperturbador, pero que se quedó en desganado. Aun así, tanto la escenografía como ella intentaron cosas y eso será siempre mejor que no intentar nada, del mismo modo que siempre será mejor que exista OT a que no.

Antes de la actuación de Abraham Mateo (que, por cierto, estaba tan moreno que parecía que estaba haciendo blackface), Chenoa le preguntó: “Si fueras concursante de OT, ¿cómo estarías?”. Nominado, Chenoa. Estaría nominado. Y mira que Abraham tiene talento (durante años fue el único cantante masculino en España que bailaba), pero su dueto con Omar Montes fue la peor actuación de la gala, algo inconcebible tratándose de dos estrellas invitadas. Ambos empezaron detrás de una barra limpiándola con un trapo, lo cual solo puede ser un guiño a que eso es exactamente lo que están haciendo en una realidad paralela, y a continuación se pasearon por el escenario como si se acabaran de levantar de la siesta. Y luego se acabó.

Netflix se puede ver en 192 países, una cifra de la que presumen mucho, pero lo cierto es que Prime Video es la plataforma presente en más territorios del planeta: más de 200. Prime Video se ve hasta en Jamaica. Esto quiere decir que existe la posibilidad de que anoche Usain Bolt sintonizase Prime Video y, al ver a Masi, exclamase “Joder qué rápido va esta tía”. En defensa de Masi, y por pura empatía, hay que reconocer dos cosas: que anoche sí hizo alguna que otra pausa y que tiene el curro más desagradecido de cada gala. Ella, a diferencia de los demás protagonistas del programa, no puede improvisar ni saltarse trozos de guion. Ella está obligada a decir un contenido muy concreto que incluya las palabras “ING”, “Cuenta no-cuenta”, “nómada” y “formación” en un breve espacio de tiempo.

Anoche Masi le tendió una trampa a Chenoa: mientras estaban de cháchara le soltó a la cara “HoyelnómadafavoritonocruzarálapasarelaperosiguedisfrutandodelosbeneficiosdeINGqueporsupuestosigueapoyandolaformacióndelosniños”. Y claro, Masi habla tan rápido que, para cuando Chenoa quiso reaccionar, Masi ya iba por “apoyandolaformación”, así que Chenoa le dijo “PUES NADA AQUÍ TE DEJO CON ELLOS” y huyó del plano porque esas 26 palabras con ambas mujeres en el mismo plano valen muchísimo más dinero del que paga ING (que espero que sea mucho porque vaya turra). El nómada favorito, por cierto, fue Naiara, así que ya acumula 6000 euros para su formación (y con “formación” quiero decir un alerón con forma de alas rosas para el Audi).

Buika abrió la gala llamando a Chenoa “oso galáctico” y dijo que se sentía “euforicosmia en mis entrepechos que no puedo with my life”, porque a estas alturas Buika ha sido reemplazada por una IA de Buika. Cris Regatero llevaba tantos lazos rosas que parecía su propio meme de Cris Regaterette. Y la cachonda de Chenoa le preguntó a Pablo Rouss si en algún momento de la edición se había quedado bloqueado por no saber a quién nominar. ¿Os imagináis a Pablo Rouss bloqueado? Él, por supuesto, respondió que “está muy complicado porque hay mucho nivel”.

Pero oye, tiene toda la razón. La gala de anoche fue la mejor de la edición y una de las más redondas de todo OT. Los nueve concursantes lo hicieron muy bien y los cuatro nominados habrían estado salvados en cualquier otra gala, así que no es que estuvieran mal, es que había cuatro que eran imposibles de nominar: Juanjo, Naiara, Martin y Paul. Por alguna razón, nominaron a Paul. Buika tuvo que inventarse una sarta de milongas (que si “la potencia sin control”, que si “el ansia boicotea la voz”) para nominarle. Todo lo que le dijo era, sencillamente, mentira. Si algo tuvo Paul es control y si algo supo usar es la voz. Claro que interpretó con ansia. ¿Ha escuchado Buika lo que dice la letra? Es literalmente una canción sobre el ansia. La única explicación posible es que a Buika ni le gusta Paul ni entiende la canción que cantó, por eso es chocante que subrayase que la decisión de nominarle había sido unánime, algo que nunca se desvela en OT. Cris Regaterette y Pablo Rouss sí están más familiarizados con ese estilo musical, ¿realmente piensan que Paul podría haberlo hecho mejor? ¿Qué tiene que hacer entonces para que no le nominen?

Los profesores le salvaron a él y los compañeros a Ruslana. Se quedaron nominados Lucas y Chiara, dos concursantes muy diferentes, y resulta difícil adivinar el resultado: Chiara es la que mejor cae como persona (aunque eso no ha salvado a Álvaro Mayo) y Lucas el que más ha evolucionado en la academia. O eso, o le queda genial el pelo corto. Lo siento, es imposible averiguar la diferencia. Es que le queda demasiado bien el pelo corto. Lucas es un concursante que habría funcionado en cualquiera de las doce ediciones. Es curioso que en la edición más diversa y con perfiles más rupturistas de toda la historia de OT, el público haya abrazado a un emblema de la normalidad más absoluta como Lucas. Resulta que sí, a todo el mundo le gusta que le guarden en el móvil como “Mi niña”. Y nadie quiere reconocerlo, pero votar a Lucas esta semana es una manera de admitírtelo a ti misma. Porque al votar en OT estamos eligiendo en qué realidad queremos vivir.

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