Gwen Stefani está plenamente dedicada a su etapa conservadora, tanto que ha publicado un disco de country (no muy bueno) y, recientemente, ha publicado un tuit alabando el trabajo del comentarista político conservador Tucker Carlson, conocido por promover conspiraciones de la extrema derecha. En concreto, Stefani ha elogiado la charla de Carlson con el actor Jonathan Roumie sobre cristianismo.
El mensaje de Stefani ha causado revuelo en redes y ha llevado a muchos usuarios a asumir que Stefani se ha sacado la careta como simpatizante de Trump y de la extrema derecha estadounidense (Stefani reside junto a su marido, el cantante Blake Shelton, en Oklahoma, un estado mayoritariamente republicano).
Stefani, además, ha sumado un nuevo proyecto a su carrera, el de promocionar la app para rezar del actor Mark Wahlberg, Hallow, porque no hay nada más espiritual que orar previo pago.
El influencer queer estadounidense Matt Bernstein ha analizado la supuesta deriva conservadora de Gwen Stefani en un nuevo episodio de su podcast A Bit Fruity en el que Bernstein directamente llama a Stefani «fascista». En este podcast, Bernstein y sus comentaristas invitadas revelan que Stefani siempre ha dicho ser una «chica católica tradicional» aunque haya parecido lo contrario. El trabajo de hemeroteca de Bernstein descubre que Gwen realizó numerosas declaraciones conservadoras en la época de No Doubt y de sus primeros discos en solitario y que, en entrevistas, siempre se desmarcó del discurso feminista. Por ejemplo, durante una convención pro-aborto, Stefani declaró que ella nunca abortaría. A pesar de que Stefani ha proyectado una imagen de mujer moderna, cool y no normativa, Stefani siempre ha sido una chica rica de Orange County que soñaba con casarse y criar a «catorce hijos». Una ‘Orange County Girl’, como se titula uno de sus temas.
Hace tiempo que el mundo no ve a Gwen Stefani de la misma manera que la veía a principios de este siglo. Aunque su debut en solitario de 2004, ‘Love.Angel.Music.Baby‘, sigue sonando avanzado, su apropiación de la cultura japonesa, en concreto de la estética «harajuku», era sumamente racista. No lo sabíamos cuando éramos fans hace 20 años, pero los (no tan) nuevos discursos antirracistas se han encargado de abrirnos los ojos durante la última década. Ya no es aceptable que Stefani se acompañara durante la promoción de ‘Love.Angel.Music.Baby’ de un grupo de cuatro bailarinas japonesas que le seguían a todas partes y a las que solo permitía posar detrás de ella, nunca hablar, y a las que llamó con las cuatro palabras que titulan su disco, como si fueran mascotas. Gwen nunca ha reconocido el racismo de esta acción promocional y siempre ha justificado su decisión asegurando que ama la cultura japonesa, pero esta excusa solo revela una falta de sensibilización con las implicaciones de la apropiación cultural.
Una nueva polémica racista volvió a sacudir a Gwen Stefani en 2012 cuando el videoclip de ‘Looking Hot‘ de No Doubt fue retirado de plataformas por mostrar una imagen estereotipada de los nativos. En esa época, Stefani contaba un segundo álbum en solitario, ‘The Sweet Escape‘ (2006), cuyo primer single, ‘Wind it Up’, era otro ejercicio de apropiación cultural, en concreto del canto tirolés alpino. Una canción, no obstante, divertidísima en todo su absurdo que la crítica de la época no quiso entender por falta de humor, pero que el público abrazó convirtiéndolo en un éxito internacional, después opacado por el single titular.
Las recientes revisiones culturales de la obra de Gwen Stefani claramente han llevado a la artista a tomar menos riesgos en sus siguientes trabajos, reduciendo la apropiación cultural a mínimos ya casi inexistentes. El problema no ha radicado en esa explotación, sin embargo, sino en la manera en que Stefani ha representado estas culturas desde una posición de superioridad, como se analiza en el citado podcast. El tercer álbum de Stefani, ‘This is What the Truth Feels Like‘, publicado en 2016, simplemente se sumaba a la moda de pop tropical de la época y fue criticado por su falta de innovación, y el siguiente era directamente navideño. Es decir, la música de Stefani ha ido cerrando sus puertas al mundo y reduciéndose al consumo estadounidense. Y, en este contexto, ha llegado ‘Bouquet’, un disco de country que no ha arrasado en listas: apenas se ha anotado un puesto 95 en Estados Unidos y un 44 en Reino Unido.
En la última década, Stefani ha intentado volver a la gloria de sus inicios lanzando una serie de singles de sonido vagamente ska, como ‘Baby Don’t Lie’ (2015), ‘Let Me Reintroduce Myself’ (2020) o el extraño ‘Slow Clap‘ (2021), pero ninguno ha tomado las listas. Y, aunque Stefani se marcó un breve comeback en 2024 actuando con No Doubt en el Coachella de ese año, su imagen pública parece seriamente deteriorada, sobre todo de cara a sus fans mujeres y LGBTQ+, que tanto la apoyaron al principio. Hoy es necesario recordar que la Gwen Stefani que crecimos adorando, en realidad, siempre fue una ilusión, una mera imagen proyectada desde los medios de comunicación. ¿Quizá de esto iba el pop, también?
El talento de Stefani, por tanto, va más allá del musical, el cual se da por hecho, pues ella es co-autora de ‘Don’t Speak’, entre otros éxitos de No Doubt, y por supuesto de sus propias canciones y, además, posee un timbre vocal único; sino que se define también por una actitud chaquetera y abiertamente capitalista: ella se convirtió en una diva gay porque así lo pedía el mercado, y cuando este papel dejó de funcionar, probó otra cosa. Ahora, Stefani dirige su carrera musical hacia el conservadurismo porque el clima actual en Estados Unidos -que ha vuelto a dar la victoria en la presidencia a Trump- se lo permite. Que haga country y promocione un app para rezar solo forma parte de la agenda.