Ola de frío en España y, cómo no, las compañías eléctricas suben el precio de la luz. Mal momento para organizar un concierto de alt-J. Los británicos, en tan solo hora y veinte minutos de actuación, encarecieron sustanciosamente la factura correspondiente del Sant Jordi Club al ofrecer un espectáculo escénico-lumínico colosal (tanto, que no cabe en las fotos), amén de un señor concierto. No hay unanimidad sobre lo acertados que han estado o no con ‘Relaxer’, su última entrega discográfica, pero su (a)puesta en escena es incuestionable. Categórica en lo que respecta a la plasmación de su universo sonoro en el directo, roza lo tajante en función del sistema de conexiones que establecen con el público, entre ellos mismos e incluso entre sus propias canciones, piezas todas ellas monumentalizadas sin contemplaciones. Calidad musical cortante.
Este fue, precisamente, uno de los peros que pudimos achacar a alt-J en sus visitas más recientes –Primavera Sound 2015 y el pasado Mad Cool–: cierta frialdad y distancia, posiblemente debidas al escaso espacio de tiempo en el que, en su día, se foguearon en salas pequeñas, chupando horas de furgoneta y ensuciándose las manos montando y desmontando su set (no uno tan grandilocuente, claro). Todo es limpio, magno y preciso. En el directo, más que en estudio, la producción y su efectismo se imponen al detallismo, aunque sin mermarlo demasiado. Es más, aparte de postularse como una de las grandes propuestas de pop-rock artístico surgidas en los últimos años, la banda de Leeds exhibe una envidiable y emocionante capacidad para combinar sutileza y contundencia, entendida ésta como auténtica grandiosidad.
Todo esto quedó claro en el segmento central de su actuación de anoche en Barcelona, cuando encadenaron una eléctrica ‘Every Other Freckle’, una pulsante y pasional (y casi sangrante) ‘Hunger Of The Pine’, una enriquecida y pedregosa ‘Bloodflood’ (con preciosos detalles de piano y guitarra) y una muy aplaudida ‘Matilda’, donde el poder y la importancia de la batería, como elemento más característico del sonido de los británicos junto a la voz de Joe Newman, quedaron de manifiesto. Una voz que, por cierto, en determinados (bastantes) momentos –‘Tessellate’, ‘Every Other Freckle’, ‘Bloodflood’, ‘Matilda’, ‘3WW’– parecía sufrir para mantener la afinación sostenida.
Y hasta aquí todo lo malo que puede decirse del paso de alt-J por Barcelona. El resto, más allá de una conexión medio fallida que no ha de confundirse con que el público disfrutara o no del concierto y de algún patinazo de Newman, fue delicioso. Desde el inicio musculado de ‘Deadcrush’ y ‘Fitzpleasure’ (convertida en clásico), pasando por la intensidad y la magia de ‘Nara’, ‘Something Good’ y ‘The Gospel of John Hurt’, por la vibración de ‘In Cold Blood’ (una de las cuatro únicas canciones que interpretaron de ‘Relaxer’) y ‘Tessellate’, por el tramo central ya mencionado y acabando con una última media hora inaugurada por una celestial y prístina ‘Pleader’, donde literalmente se hizo la luz, el concierto fluyó envuelto en un aura de asombro y fascinación, como si a cada instante se nos revelara una maravilloso secreto.
La guinda fue esa parte final con ‘Left Hand Free’, un pequeño himno en ciernes que, quizá por su morfología extrovertida, fue la pieza que lució con más fuerza, y ‘Taro’, que, en su nocturnidad, logró sacar partido a lo sutil, a lo exótico y a lo eléctrico que tanto la caracteriza. Después, ya en los bises, terminaron con la ‘Intro’ de ‘An Awesome Wave’, tenue y contundente a la vez, con ‘3WW’ y con ‘Breezeblocks’, protagonista indiscutible de un final festivo lleno de flow y de esos detallitos encantadores y coloridos que tanto nos gustan. Una canción cuya presencia, seguramente, marcó la diferencia entre que los asistentes se marcharan jodidos por la brevedad del concierto o que se fueran a casa plenamente satisfechos.
Porque a alt-J no se les puede pedir mucho más. Derrochan espectacularidad y evocan casi el 100% del encanto mágico de su universo sonoro y de su obra discográfica. Salvando la ausencia de temas nuevos (que, con excepción de ‘Adeline’, no se echaron de menos), en menos de hora y media reproducen lo más esencial de su cancionero conformando un recital redondo, espeso y con poco hueso: todo carne tierna. De consumo y digestión fáciles, pero no por ello simple o parca en condimentos. Probablemente seguirás sufriendo su pecado original: el de haber triunfado tan pronto –no olvidemos que se llevaron el Mercury Music Prize con su álbum de debut–, pero lo van compensando con el oficio y la experiencia que están ganando. Un concierto digno de escuchar. Y de ver. 9.