Los crímenes de Oxford

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Los crímenes de Oxford

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Uno ve el cartel y piensa, «Vale, ésta tiene que ser una buena película». John Hurt, Elijah Wood… No son malos actores. Y no sé por qué, pero a pesar de que la mayoría de los filmes de Álex de la Iglesia son bastante malos -sólo me gustan ‘El día de la Bestia’, ‘Perdita Durango’ y ‘La comunidad’- siempre espero impaciente el estreno de cualquier cosa que firme el director vasco. No aprendo.

‘Los crímenes de Oxford’ decepciona. Es un hecho, no una opinión. Y es que como tantas otras apuestas de nuestro reciente cine, parece que a pesar de que técnicamente lo español está alcanzando cotas de perfección hace años inimaginables, se olvida que el alma de la historia lo es todo. Sin pasión no hay producto que valga. Y aquí radica el principal error de la película de Álex de la Iglesia. Formalmente es irreprochable, pero de la mala leche del vasco, de su sello personal, ni rastro. ¿Dónde estás, Álex, que no te veo?

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Lo que ocurre en Oxford lo podría haber hecho cualquier admirador de Hitchcock. Todos los personajes son sospechosos, todos pueden ser culpables. El juego no es nuevo y el espectador se aburre con facilidad. Uno no puede comer todos los días espaguetis con tomate, por lo menos hay que molestarse en cambiar la salsa, pero si la cámara pasea por la vida de los protagonistas sin implicarse, no hay motivo para que lo hagamos nosotros desde nuestra butaca.

Reconozco que me da pena escribir estas líneas. Me cae bien de la Iglesia. Hablando con él incluso casi llega a convencerme de que lo que acababa de ver era bueno. Ojalá la fuerza y la claridad con la que defiende el producto la hubiera proyectado en su cinta. Por lo menos tengo que agradecerle que no tome por tonto al espectador y, al contrario que lo que hicieron en ‘La habitación de Fermat’ con sus acertijos de primaria -«para que nadie se pierda» según palabras de Luis Piedrahita-, el cineasta haya apostado por presentar auténticos problemas matemáticos que los mortales no podemos resolver. Ni falta que hace.

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En fin, que no seré yo el que diga a nadie que pase de ir al cine a ver ‘Los crímenes de Oxford’. Tampoco es tan terrible como para salir echando pestes. Pero aconsejo moderación. Si acudes a la sala con la expectativa tan alta como la mía, la decepción con la que salgas será directamente proporcional al tamaño de los pechos desnudos de Leonor Warling. Y cuando digo pechos, quiero decir ubres, tan grandes, tan grandes, que la mano no cubre… 5,5

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