La gran ausente de la pasada edición de los Oscar es nuestra favorita de 2016 (recordemos que, a pesar de ser de 2015, en España se estrenó en febrero). Todd Haynes adapta la novela de Patricia Highsmith poniendo todo el peso dramático del relato sobre, por así decirlo, una gota de lluvia resbalando por un cristal. Como buen melodrama posmoderno, ‘Carol’ descoloca los códigos del género haciendo explícito lo que antes era imposible -la homosexualidad, las relaciones sexuales- y sugiriendo lo que en el pasado no importaba explicitar: los sentimientos. De esta manera, el director construye un melancólico melodrama contado en voz baja, una elegante y muy emotiva historia de amor con una textura visual (está rodada en 16mm) que parece sacada de una pintura de Hopper. Obra maestra.
La mejor interpretación del año y una de las películas más sorprendentes del actual cine francés. Solo una actriz del talento de Isabelle Huppert es capaz de hacer creíble una historia tan excéntrica y perversa. ‘Elle’ es un thriller apasionante, una mezcla turbia y muy provocativa de (enfermizo) relato de intriga y (retorcida) comedia familiar. Habituados a películas de misterio donde el espectador va siempre dos pasos por delante de la trama, la cinta de Paul Verhoeven (que vuelve al cine después de diez años) se va transformando ante nuestros ojos dejándonos con la boca abierta. ¿Cómo se ha podido quedar fuera del Oscar a la mejor película de habla no inglesa?
Haciendo un paralelismo con una frase del filme: ‘Paterson’ es como un poema escrito sobre el agua. No hay en Jarmusch pretensión de trascender, ni ganas de alzar la voz. La película narra una semana en la vida de un conductor de autobús en la que apenas pasa nada. Y, sin embargo, esta rutina no resulta rutinaria para el espectador. Esa es la mayor virtud de esta película: la capacidad del director para, al igual que hace su personaje con los poemas que escribe, extraer todo el sentido y la belleza que permanece oculta tras los rituales de la cotidianeidad. La enorme fuerza lírica de la película, llena de inspiradas rimas (los gemelos, el nombre de la ciudad y del conductor), nace de los gestos más sencillos, de las pequeñas variaciones del día a día que, según como las mires, pueden ser gigantes.
Situada diez años antes de ‘Sensación de vivir’ y treinta años después de ‘Grease’, ‘Todos queremos algo’ funciona como retrato generacional de un período entre décadas y, a pesar de lo rebajado del componente romántico -casi de más durante la mayor parte del metraje- también como retrato de un sentir que no parece cambiar mucho con las generaciones: el del salto del instituto a la universidad, la lucha por la pertenencia a un grupo social, la ambición y la consecución de cosas que nunca nadie haya logrado antes, el éxito, la afirmación de la individualidad, la conquista del amor… y el placer de la buena música, aquí representada por Blondie, Parliament, Van Halen, citas a Devo o un breve discurso sobre qué es de verdad el rock’n roll.
La película de terror del año. Parecía que nadie podía decir nada nuevo en el subgénero de las invasiones del hogar. El filón parecía agotado de tanto explotarlo. Sin embargo, Fede Álvarez y el guionista Rodo Sayagues lo han conseguido. Han cambiado el punto de vista -de los invadidos a los invasores-, le han inyectado ambigüedad moral a los personajes y han hecho una ingeniosa relectura del clásico ‘Sola en la oscuridad’ (1967). A través de la utilización de la steadicam y el formato panorámico (que, como también ocurría en ‘It Follows’, potencia la sensación de amenaza), el director consigue que con un argumento mínimo el espectador viva una experiencia máxima.
El debutante László Nemes se ha sumergido en las profundidades de Auschwitz adoptando un punto de vista insólito. El director aplica una mirada dardenniana, neutra y despojada de artificios sentimentales, al terrible día a día de un sonderkommando, los prisioneros judíos que eran obligados a trabajar en las cámaras de gas y los crematorios. La cámara se pega al protagonista para hacer partícipe al espectador de su labor diaria, desde conducir a los recién llegados a las cámaras de gas hasta esparcir sus cenizas en el río. La cotidianidad en un campo de exterminio como nunca lo habíamos visto.
Su caso ha sido el más insólito y espectacular: de exitoso modisto a premiado cineasta sin abrocharse la camisa. Tom Ford no será recordado (por ahora) por su capacidad para coser personajes y tramas (la mayoría se le deshilachan como un jersey del Primark) pero sí por su talento para diseñar atmósferas hipnóticas, tejer rimas visuales (el montaje de ‘Animales nocturnos’ es fabuloso), pespuntear referentes (Lynch, Hitchcock, Douglas Sirk) y bajarle la cremallera al mundo del arte y la moda que tan bien conoce. El día que contrate a un guionista nadie se acordará de que antes era costurero.
Que una lingüista cuarentona (Amy Adams, su talento sí que es extraterrestre) sea la heroína de una película de Hollywood es sorprendente. Pero que su trama gire alrededor de un tema clásico de la más árida literatura de ciencia ficción, como son los procesos de aprendizaje lingüístico y las dificultades de comunicación entre terrícolas y alienígenas, es algo más insólito y marciano que el flequillo de ALF. Si Denis Villeneuve (‘Prisioneros’, ‘Sicario’, ‘Enemy‘) ha conseguido “colar” este argumento en una producción así, qué podrá hacer en la secuela de ‘Blade Runner’ que está rodando…
Arévalo no va de farol. Su debut en la dirección es tan sólido como el cabezón del Goya que se va a llevar como mejor director novel. ‘Tarde para la ira’, título de resonancias bíblicas al que se le pueden aplicar varias y jugosas lecturas, es una historia de violencia tan seca y áspera como el paisaje castellano y de extrarradio donde se desarrolla. Una mezcla mostoleña entre Peckinpah y el “cine mesetario” de Saura y Mario Camus (la banda sonora remite a la de ‘Los santos inocentes’) rodada como quien pide hoy un gin tonic de Larios: en 16 mm. Con un par.
10
Alejandro González Iñárritu
Desde que Iñárritu dejó de filmar los guiones de Guillermo Arriaga (‘Amores perros’, ’21 gramos’, ‘Babel’) y los escribió él mismo, su cine se volvió retórico y muy pobre en ideas. Malabarismos visuales que, como Birdman, servían para enmascarar un discurso anoréxico. ‘El renacido’, en cambio, narra una historia muy simple sin apenas diálogos, pero sus imágenes son más elocuentes que todos sus guiones anteriores juntos. El director mexicano deja el teclado a un lado y hace lo que mejor sabe: escribir con la cámara. Y de qué manera. ‘El renacido’ es pura épica cinematográfica.
La octava película de Tarantino es una de las más arriesgadas de su carrera. Hasta el momento, el director de ‘Pulp Fiction’ había revisitado géneros que, aunque pasados de moda, mantenían latente un atractivo estilístico que permitían su revisión con relativas garantías de éxito. No es el caso de ‘Los odiosos ocho’. El subgénero del “whodunit” a lo ‘Diez negritos’, con varios personajes de dudosa reputación encerrados en un mismo espacio y un enigma por resolver, está más pasado que el du duá. Sin embargo, Tarantino lo ha mezclado con el (spaghetti) western y la comedia negra y le ha salido un irresistible Cluedo con sombreros, pistolas y la premiada música de Ennio Morricone.
12
Olivier Ducastel y Jacques Martineau
Por todo lo alto. Así empieza ‘Theo y Hugo, Paris 5:59’, con una secuencia de veinte minutos llena de sexo explícito en un cuarto oscuro. Un impactante prólogo donde, paradójicamente, lo que se está narrando es un enamoramiento, un flechazo. Sin diálogos, utilizando solo la música, la luz y las miradas de deseo de los actores. Tras ese comienzo sensorial, casi onírico, la película cambia completamente. La pareja sale del club y, como Ethan Hawke y Julie Delpy en Viena, comienza a recorrer las calles de París… antes del amanecer.
Después de dos trabajos tan personales, tan de “andar por casa”, la pregunta era inevitable: ¿cómo se las iba a arreglar Paco León para realizar una película con material ajeno, el encargo del remake del filme australiano ‘The Little Death’ (2014)? La respuesta ha sido modélica: llevándosela a su terreno, convirtiéndola en lo que debería ser todo remake o adaptación literaria: una versión/visión personal. El director “latiniza”, como él mismo dice, la película de Josh Lawson y la transforma en una comedia costumbrista llena de luz, en una colorida verbena, con canciones de Mariel Mariel y Pedrina y Rio, que festeja las parafilias sexuales y reivindica la diversidad.
Con dos años de retraso llegó a los cines españoles la última película de uno de los cineastas más estimulantes de la actualidad. Como ya hizo en ‘Berberian Sound Studio‘, Strickland muestra su gusto casi fetichista por la estética del cine europeo de los setenta y su enorme talento para, gracias a un uso exquisito del diseño sonoro, elaborar atmósferas inquietantes y cautivadoras. ‘The Duke of Burgundy’ narra una historia de sadomasoquismo a medio camino entre el surrealismo de Buñuel y el erotismo softcore de Jesús Franco. Un fascinante ejercicio de estilo que te cosquillea con una pluma de ganso y te atrapa con correas de cuero.
El gran acierto de Almodóvar no ha sido quitarle el “melo” al “drama”, sino haberse aventurado en este viaje inédito en su filmografía en compañía de un grupo de nuevos actores y actrices que hacen más veraz su propuesta. Viendo ‘Julieta’ te acuerdas de todas las que estuvieron antes a sus órdenes: Cecilia Roth, Penélope Cruz, Victoria Abril, Carmen Maura, Marisa Paredes olvidando sus dejes de gran diva… Intuyes su herencia, pero las protagonistas totales y únicas de esta película solo podrían ser Adriana Ugarte y Emma Suárez. Especialmente esta última. La reina del cine español de los 90 ha entrado en el universo almodovariano por la puerta grande. Su presencia llena la película por completo, como Antía la vida del personaje que interpreta.
‘Mustang’ (el título hace mención a la raza de caballo, no al coche) es una mezcla muy bien medida entre el drama social de enérgico discurso feminista y la sensibilidad estética de Sofia Coppola. Ergüven acierta con el tono y la atmósfera que imprime a su relato. La directora expone las contradicciones y el machismo de la sociedad patriarcal turca en forma de drama, pero sin renunciar al humor ni a la sensualidad. Es como si la aparentemente contradictoria puesta en escena, luminosa, vitalista y sensual, fuera no tanto un espacio naturalista como una proyección de la mente de la protagonista, una adolescente rebelde e insumisa, como un mustang.
Estrenada en Japón hace dos años, ‘El cuento de la princesa Kaguya’ supone un fin de ciclo para el Studio Ghibli. El relato de la princesa Kaguya -que significa “luz radiante”- ofrece un gran desafío para Takahata: el de estar basado en un cuento popular de gran arraigo en la cultura japonesa, que ha pasado por infinidad de interpretaciones, sufriendo las inevitables comparaciones. Originalmente conocido como ‘El cuento del cortador de bambú’, donde un matrimonio de campesinos adopta a una niña que crece del mismo modo que la planta gramínea, la película adultera ligeramente el final, al no aparecer el monte Fuji, cima más alta de Japón y punto más cercano a la Luna.
Aunque a veces se le va la mano perfilando a los “malos” (el director de la investigación está al borde de la caricatura) y se pone “nenaza” con los buenos (ese final demasiado apologético), que alguien decida hacer una película sobre un suceso feliz, un accidente de avión en el que no hubo víctimas (ni verdugos), y sí un héroe sencillo (no un antihéroe cínico), es como para aplaudir en el cine como si estuvieras en la ópera. ‘Sully’ es una película de catástrofes sin catástrofe, cine de acción con música de piano y héroes de andar por casa. Allí donde Zemeckis se estrellaba, Eastwood vuela muy alto.
El CEO del estudio de animación Laika debuta en la dirección con esta deslumbrante película de aventuras ambientada en un Japón feudal fantástico. El director utiliza de forma muy imaginativa elementos de la cultura tradicional nipona, sobre todo el origami, para crear una cautivadora fábula sobre el aprendizaje, la orfandad y el dolor de la pérdida. Aunque narrativamente es algo convencional y los personajes demasiado esquemáticos, visualmente es tan asombrosa que, como dice el niño protagonista, “si necesitas parpadear, hazlo ahora” (porque luego no vas querer hacerlo). ‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’ es el mejor ejemplo de que otra estética (y otra poética) en el cine de animación es posible.
En lugar de hacer una biografía al uso, es en las bambalinas de los auditorios donde Jobs presentó tres productos claves de su carrera donde el guionista Aaron Sorkin ha querido encerrar a sus personajes durante toda la película. Una estructura puramente teatral de tres actos en tres épocas en los que nos toca a los espectadores llenar los vacíos con todo lo que los actores cuentan. Precisamente es a ellos a los que tanto director como guionista deben que el filme no tenga fisuras. A Michael Fassbender, que consigue que dejemos por momentos de verle como tal para hacernos creer que estamos ante el mismísimo santo Jobs. Pero también a Kate Winslet, dando una lección de dignidad y cordura metiéndose en la piel de su asistente Joana Hoffman.
Con la vista puesta en la fundacional (y fundamental) ‘Todos los hombres del presidente’, McCarthy realiza una absorbente y meticulosa reconstrucción de la investigación que un equipo de periodistas del Boston Globe llevó a cabo entre 2001 y 2002 sobre numerosos casos de pederastia que se dieron en el seno de la iglesia católica de Massachussets. Y lo hace de manera notable, cogiendo por los hombros al espectador y no soltándole hasta el final de la película. El director aplica tanto rigor en la puesta en escena como los periodistas de ‘Spotlight’ en su trabajo. Por medio de una sabia dosificación de la información, la combinación de los planos y las elipsis, consigue trenzar una narración con un ritmo sencillamente perfecto.
Quien espere encontrarse una película de terror con brujas pirujas dando sustos y escobazos se va a llevar un buen chasco. ‘La bruja’ no aspira a darte un vuelco al corazón, sino a encogértelo. A que te deleites, presa de una creciente inquietud, con un sombrío cuento de terror de sugerente sustrato folclórico, desasosegante música y enrarecido ambiente. La película está fotografiada con luz natural, normalmente en atardeceres nublados, y usando velas en los interiores. Esta iluminación, con reflejos de la pintura holandesa, impregna la película de una frialdad y una melancolía tan severas como la moral calvinista de sus protagonistas.
‘La fiesta de las salchichas’ elige desarrollar la acción en un hipermercado, un escenario aparentemente amable, que se ve reforzado por el colorido y las formas redondeadas de unos personajes tan poco habituales como bollos, botes de mostaza, bolsas de patatas fritas o de salchichas. Todo aparentemente muy inofensivo, pero para enmascarar una serie de miserias humanas que van desde la religión -impagables los diálogos entre un pan de pita palestino y un bagel judío- hasta los conflictos fronterizos de México, pasando por las drogas o las perversiones sexuales: son muchas las escenas de alto voltaje poco vistas en la gran pantalla, en un tiempo en que parecemos claudicar a la autocensura, la corrección forzada y a poner límites al humor a veces incluso hasta en lo privado.
El novelista Nick Hornby vuelve a demostrar con ‘Brooklyn’ que es también un guionista fabuloso. Después de las aplaudidas adaptaciones de ‘An Education‘ (2009) y ‘Alma salvaje’ (2014), Hornby volvía con todo merecimiento a ser nominado al Oscar por esta adaptación, sutil y extraordinariamente escrita, de la célebre novela de Colm Tóibín (Lumen, 2010). El viaje de ida y vuelta que emprende una joven irlandesa (fantástica Saoirse Ronan) a Estados Unidos durante la década de los cincuenta se convierte en manos de Hornby y el director John Crowley en una delicada, intimista y melancólica reflexión, narrada en voz baja y con un enorme cariño por sus personajes, sobre conceptos como el hogar, la familia y la identidad nacional.
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Charlie Kaufman, Duke Johnson
El extraordinario uso de la técnica de animación stop-motion les sirve a los directores para dotar a esta historia sobre un hombre deprimido (un “motivador” profesional incapaz de encontrar algo o a alguien que le motive y le rescate de la monotonía en la que habita) de una gran singularidad y una enorme profundidad estética y dramática. Las marionetas consiguen transmitir una mezcla de extrañeza y ternura, a medio camino entre el realismo y el surrealismo, que culmina en una secuencia de sexo realmente memorable. Ese contraste entre la representación animada y el naturalismo de la narración transportan la película casi al terreno del subconsciente, como si todo lo que vemos fuera a través de la neurótica mente del protagonista.