Efectivamente, como una especie de “autoprofecía”, aquello que ocurrió con las dos primeras ediciones de Operación Triunfo se ha repetido de manera casi mimética (con la única diferencia de que los fandoms son más versátiles gracias a la popularidad de Internet y sus redes sociales) en las dos ediciones del regreso del talent de Gestmusic Endemol que acoge de nuevo RTVE. Cuando todavía no se habían apagado los rescoldos de la histórica edición 2017 (por favor, que se anunciaron nuevos conciertos de su gira ¡en los primeros programas de esta edición!), las mentes pensantes no se plantearon dar un respiro a los telespectadores y sacudieron con una apresurada nueva camada de niños cantores con aspiraciones de estrellas pocos meses después (la rapidez, ese grotesco signo de nuestro tiempo). Sorpresa: salió mal.
Las audiencias en número de espectadores (que no los shares, que siempre son algo más tramposos) no engañan y, pese un buen arranque (que yo mismo creí esperanzador por el nivel del primer programa), la trayectoria de Operación Triunfo 2018 ha sido decepcionante: ninguna de sus galas ha conseguido superar los dos millones de espectadores, siendo la edición del talent con menor número de espectadores, lo cual incluye aquella de 2011 con Pilar Rubio que supuso la cancelación del programa en Telecinco (aunque hay que decir que sí mejora su cuota de pantalla, que sigue siendo la más baja históricamente). Aunque todo apunta a que, aunque sea por los pelos, su final de esta noche superará esa cifra par, sólo puede calificarse de decepción.
De acuerdo, son otros tiempos para la televisión, con mucha más competencia, y una buena muestra es que la audiencia media de OT 2017, un éxito, se situó en 2,4 millones de espectadores, no tan lejos de los 2,28 del citado OT 2011. Pero la pérdida de interés de los espectadores confirma que las prisas tampoco han sido buenas en este caso, y debería alarmar a los responsables si no desean que la historia se repita y el programa decaiga en atención hasta volver a desaparecer. ¿Cuáles son las posibles razones de este fracasillo?
Evidentemente, la ausencia de Mónica Naranjo (que además se cagó en el formato a posteriori), toda una personalidad que tenía tablas en el asunto y que no dudó en dejar que la convirtieran en la Cruela de Vil particular del concurso, ha pesado más de lo que parecía. Sobre todo porque Ana Torroja, mucho más comedida y blandita a la pantalla (lo de este cómic es una broma, pero igual algo de eso hay en su aparente desidia), no ha podido, querido o sabido replicar ese papel. Ni siquiera con lo de la “mariconez” parecía darse ella por aludida. El papel de villano se lo ha repartido con Joe Pérez-Orive, de apariencia más severa, y Manuel Martos, que siempre parece juzgar pidiendo perdón, y la cosa no ha salido bien. Pero no ha sido lo peor, puesto que, sin que esté muy claro por qué, en un punto del programa se dejó de emitir juicios particulares tras las actuaciones, lo cual resultaba confuso y, sí, soso.
El extraño despido de Itziar Castro (sin responsabilizarla directamente a ella, hay que decir que la respuesta a la entrada de Los Javis se palpó de manera inmediata) y el affair “mariconez” (¿nadie se ha preguntado qué habrían dicho los defensores del arte en su estado más puro si en lugar de una canción de Mecano se hubiera propuesto una de Kortatu o de Albert Pla?), las indignantes ganas de tener sexo con María de su novio, Pablo Amores, las decisiones del jurado aparentemente guionizadas
o el desprecio a los adalides de la libertad que se agrupan en Falange pusieron visiblemente nerviosos a la cadena y productora de OT, con una Noemí Galera a la que hemos visto mucho más tensa que en OT 2017 al tener que torear esos miuras. Y, sobre todo, el programa dejó de ser tan extremadamente blanco y, en su esfuerzo por abanderar la visibilidad y la inclusión de diversos colectivos, comenzaron a temblarle las rodillas.Evidentemente, este podría ser otro de los grandes factores del bajón de audiencia. Si OT 2017 parecía incluir a artistas que huían de estereotipos de otras eras del concurso, esta edición ha vuelto a recuperar sobre todo el del guaperas-impersonal-soso-a-morir. Miki ha sido el único superviviente de esa estirpe hasta la semifinal, pero la presencia de Damion, Carlos Right (nunca podremos dejar de repetirnos mentalmente “right?” al escribirlo) o Joan Garrido también han contribuido a que el programa fuera tan pesado y random como solía antes del año pasado. Thank u, next. Aunque diría que peor aún ha sido la decepción que ha supuesto la participación de lo que se avecinaban como grandes competidoras por su voz y personalidad (sí, me refiero a África y Noelia), que se han perdido por algo que sólo puede explicar el siguiente punto…
Como parecía fácil prever, la cercanía casi insufrible con la edición anterior ha perjudicado seriamente a esta. Para aquellas chicas y chicos que apenas habían nacido cuando Rosa López ganaba aquella primera vez, era difícil medir la repercusión de lo que hacían. Sin embargo estos cachorros lo acaban de ver, habían seguido de cerca las correrías de Amaia, Alfred, Ana Guerra y compañía, sabían de lo que eran capaces los fandoms en redes sociales y, lo que es más importante, sabían qué coño es shipping. Venían resabiados. Y no sólo eso: creían que ya habían triunfado, que ya estaba hecho el trabajo. No es su culpa, claro. Si estos chicos tienen talento y potencial, un año más hubiera hecho que su background y su formación fuera mayor, y les hubiera enseñado una lección crucial: que hoy, apenas un año después de estar en su situación, prácticamente nadie recuerda a Mireya Bravo, Thalía o Juan Antonio. ¿Qué hubiera tenido eso de malo? ¿Que habrían caído en las redes del nuevo La Voz?
Lo hay en esta edición. Lo tienen Famous (quizá demasiado empeñado en demostrar una versatilidad que nadie le ha pedido: no queremos otro baladista, pero necesitamos nuestro Bruno Mars), Alba (que por fin demostró que es capaz de emocionar y controlar su descontrol en la semifinal) y Natalia (con un magnetismo escénico semejante al de Aitana), y Sabela y Julia también, aunque a sus arquetípicas maneras respectivamente folk celta y cadenadialesca. Pero más allá de algún destello, no les hemos visto una evolución clara (algunos casi se diría que han retrocedido) ni brillar tanto y apenas ha habido actuaciones memorables (quizá el nervioso ‘Take Me to Church’ de Famous y el ‘Toxic’ de Albalia) que puedan compararse a los momentazos televisivos pop que ofrecieron sus predecesores. Quizá la final de hoy sea una oportunidad de ver alguno… aunque la selección de canciones que arrastran de la Gala 0 dice, con la boca llena, “NO”.
La gran ausente de esta edición ha sido la personalidad. De hecho, de entre los finalistas apenas podemos asegurar que la tenga la gallega Sabela, porque ha demostrado dónde se encuentra cómoda y dónde no. Y es curioso que los atisbos que hemos visto de poseer algo de este bien quedaron fuera del programa semanas atrás: Dave la tiene, aunque sea para formar parte de un dúo cómico musical al estilo Les Luthiers… o Los Hermanos Calatrava; Marta la tiene, porque hay que tenerlos muy cuadrados para que una chica de 18 años se atreva a elegir hits de los 80 y provocar que una canción de Madonna, casi nadie en esto del pop, suene por vez primera en el talent; y la tiene claramente María Villar, que “grita carrera” –como dijo Joe cuando interpretó ‘Amorfoda’ de Bad Bunny– aunque ni siquiera ella tenga claro haciendo qué, tras haber mostrado su pasado indie rock y ahora su amor por el trap. El resto ya tal. Con suerte, la madrileña será a esta edición lo que Vega a OT2, y Marta lo que fue Nena Daconte. Esta noche descubriremos quién será su Ainhoa Cantalapiedra. «Who?», diréis. Exacto.