‘Vivir deprisa, amar despacio’: un ‘Call Me by Your Name’ en los tiempos del sida

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‘Vivir deprisa, amar despacio’: un ‘Call Me by Your Name’ en los tiempos del sida

Christophe Honoré, ex crítico de Cahiers du Cinéma, irrumpió en el cine francés con la intensidad de una masturbación. El provocador drama erótico ‘Mi madre’ (2004), adaptación del clásico de Georges Bataille, fue uno de los títulos clave de ese movimiento de principios de siglo bautizado como New French Extremity, en el que también se incluyó a otros autores con ganas de llamar la atención como Gaspar Noé, François Ozon, Philippe Grandrieux o Bertrand Bonello. El estreno de ‘Mi madre’ también sirvió para confirmar el alumbramiento de una nueva estrella, Louis Garrel, quien se convertiría en el particular Antoine Doinel del director.

Con sus siguientes películas, las estupendas y muy influidas por la nouvelle vague ‘Dans Paris’ (2006), ‘Las canciones de amor’ (2007) y ‘La belle personne’ (2008), Honoré se convirtió en el nuevo niño mimado de la crítica francesa. Su presencia se hizo habitual en el festival de Cannes y en las nominaciones de los premios Cesar. Sin embargo, a partir de ‘Haciendo planes para Lena’ (2009), su prestigio se fue diluyendo como la sonrisa de Pablo Casado tras las elecciones. Sus intentos por volver a romper tabúes con ‘Hombre en el baño’ (2010) y ‘Métamorphoses’ (2014), repetir éxitos pasados con otro musical, ‘Les bien-aimés’ (2011), o cambiar de registro con la infantil ‘Les malheurs de Sophie’ (2016), no dieron el resultado esperado.

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Cuando todo parecía indicar que Honoré se iba a convertir en algo así como el Julio Medem del cine francés, el año pasado regresó al festival de Cannes por la puerta grande. ‘Vivir deprisa, amar despacio’, cursilona traducción del original ‘Plaire, aimer et courir vite’ (cuyo título internacional es ‘Sorry Angel’, como la canción de Gainsbourg), compitió en la sección oficial. La película, ambientada en los primeros noventa, sigue la estela de títulos recientes como ‘Theo y Hugo: París 5:59’ (2015) o ‘120 pulsaciones por minuto’ (2017). De hecho, se podría ver como el reverso íntimo, poético y libertario de esta última, con toques de ‘Call Me by Your Name’ (2017).

Honoré, que era un veinteañero en esa época, parte de sus propios recuerdos para construir una historia de amor marcada por la distancia –geográfica, generacional, emocional-, la fatalidad y la urgencia. El protagonista, un estudiante bretón interpretado por Vincent Lacoste (‘Los casos de Victoria’, ‘Eden’), es el alter ego del director. A través de este personaje, el cineasta evoca su juventud: París, el primer amor, su formación intelectual (de François Truffaut a Jean-Luc Lagarce), la música que escuchaba (Massive Attack, Ride, Cocteau Twins, Prefab Sprout…). Una época alegre y llena de expectativas de futuro que contrasta con la realidad del otro protagonista, un escritor treintañero (Pierre Deladonchamps, famoso por ‘El desconocido del lago’) que lucha por llegar a cumplir los cuarenta.

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El amanecer de la vida y su crepúsculo. La risa contagiosa y la sonrisa melancólica. Esta tensión dramática atraviesa toda la película provocando chispazos de humor, ternura y emoción. Sin esas descargas emocionales (el primer encuentro en el cine viendo ‘El piano’, la conversación telefónica, el baile con el vecino), ‘Vivir deprisa, amar despacio’ se quedaría en un convencional drama autobiográfico al que le falta solidez narrativa y le sobra metraje y cháchara literaria. Con ellas, la película se convierte en una de las mejores de su director. Un canto a la vida con la muerte acechando en cada esquina.

Honoré parece que ha cogido carrerilla y este año vuelve a Cannes con su última película, ‘Chambre 212’, donde repite protagonismo Vincent Lacoste. ¿Será su nuevo “muso”? 7,5.

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