Lana Del Rey ha publicado este año el que será uno de los discos mejor valorados de 2019, ‘Norman Fucking Rockwell!‘. El quinto álbum oficial de Lana incluye claramente algunas de las mejores canciones de su carrera, como ‘Mariners Apartment Complex’, ‘Venice Bitch’ y ‘The greatest‘, que tienen las mismas hechuras de clásico que ‘Video Games’, ‘Born to Die’ o las más recientes ‘Love’ y ‘Tomorrow Never Came’ con Sean Ono Lennon.
Todas estas canciones sonaban históricas a primera escucha (bueno, ‘Love’ no tanto, fue más «grower» en mi caso), y lo mismo sucedía con la pista que da nombre al disco, ‘Norman Fucking Rockwell!’. Sin referencias directas al pintor de ‘Freedom from Want’, que sí aparece mencionado en ‘Venice Bitch’, la canción dejaba ya en los primeros segundos del disco probablemente su frase más icónica, dirigida a una posible ex pareja: «goddamn, man-child / you fucked me so good that I almost said «I love you». A esta le seguía una reprimenda de las buenas («eres divertido y salvaje, pero no sabes ni la mitad de la mierda que me has hecho pasar») antes de revelar Lana la identidad del sujeto en cuestión, un hombre inmaduro («actúas como un niño aunque mides 1,90») que ha resultado ser un pretencioso poeta de Laurel Canyon, «un sabelotodo» que en realidad «se odia a sí mismo» y que aburre a cualquiera en cualquier fiesta.
Y precisamente Laurel Canyon es uno de los temas recurrentes en ‘Norman Fucking Rockwell!’, desde portadas alternativas del álbum hasta ciertas letras, pasando por supuesto por el sonido de la mayoría de sus canciones, en la onda de pop orquestal y psicodélico californiano de los 60 y 70. En el caso de ‘Norman Fucking Rockwell!’, sus melodías y arreglos han despertado no pocas comparaciones con el trabajo de dos artistas posteriores, Tori Amos y sobre todo Fiona Apple, aunque la canción en realidad no puede ser más Lana en todos los sentidos. En ‘Norman Fucking Rockwell!’, la artista convierte el discurso Laurel Canyon en una nueva obra maestra que sumar a su repertorio, acompañándose -en compañía de su productor Jack Antonoff- por un escalofriante arreglo orquestal del que cabe destacar la presencia del trombón de Phillip Peterson, que con delicadeza y poso triste lleva el tema a su conclusión. El estreno de la canción en Nueva York, con la entrada en el escenario absolutamente estelar de Lana y el público cantando la canción a pleno pulmón, pone los pelos de punta.