50 años de ‘Five Leaves Left’: una viva fotografía de la desesperanza de Nick Drake

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50 años de ‘Five Leaves Left’: una viva fotografía de la desesperanza de Nick Drake

En este 2019 que se cierra hoy hemos vivido numerosas onomásticas en el mundo del pop a las que hemos dedicado artículos: por ejemplo los 70 años de vida de Bruce Springsteen o los 40 años de carrera de OMD, además de simbólicos cumpleaños de álbumes como ‘London Calling’ de The Clash, ‘Disintegration’ de The Cure, ’Raw Like Sushi’ de Neneh Cherry, ‘Rhythm Nation 1814’ de Janet Jackson, ‘Dummy’ de Portishead, ’Love.Angel.Music.Baby’ de Gwen Stefani, los debuts de The xx y Florence + The Machine, ‘The Ideal Crash’ de dEUS, ’Bury the Hatchet’ de Cranberries… Y este último día del año aprovechamos para rendir homenaje a un disco importantísimo que el pasado mes de julio cumplía 50 años… aunque su primera década de existencia pasara más bien inadvertido por el público.

Hablamos de ‘Five Leaves Left’, el álbum debut de Nick Drake, convertido junto con el resto de su exigua pero maravillosa discografía en una pieza fundamental del pop de inspiración folk de las últimas décadas. Pero no fue hasta casi dos décadas después de su publicación, cuando fue reivindicado como influencia crucial por artistas tan distintos como Robert Smith (se dice que precisamente una frase de este disco, “a troubled cure for a troubled mind” –del primer verso de ‘Time Has Told Me’–, inspiró el nombre de The Cure), Kate Bush o Peter Buck de R.E.M., que la alargada figura de aquel veinteañero, cuyo semblante taciturno contrastaba con su belleza y su imponente altura, comenzó a ser puesta en valor. Como tantos otros genios, el desinterés hacia su obra por parte del público no hizo sino ahondar en su tristeza y timidez inherentes, cara visible de diversos problemas mentales que, combinados con un elevado consumo de cannabis, derivaron en su muerte por sobredosis de antidepresivos: el pasado 25 de noviembre se cumplieron también 45 años de su fallecimiento en la cama del dormitorio que ocupaba en casa de sus padres.

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Nicholas Rodney Drake se crió en una familia acomodada del sur de Birmingham. Su padre, ingeniero, labró su carrera en una empresa británica radicada en Birmania, donde conoció a la madre de Nick, hija de un diplomático en la región. Allí, en Rangún, se casaban y nacía el músico en 1948, aunque la familia se trasladó a Inglaterra muy pronto, apenas un par de años después. Ya adolescente, su envergadura física le hacía destacar en los deportes, pero a instancias de su madre Molly –cuya obra musical, a excepción de un par de temas en la antología ‘Family Tree’, fue privada hasta que se editó en un recopilatorio el pasado año–, Nick aprendió a tocar el piano y recibió educación musical reglada en saxofón y clarinete. Para mediados de los 60 se había enrolado en una banda de versiones de los Yardbirds, abandonando los estudios y aprendiendo a tocar por su cuenta la guitarra.

Tras unos meses ganándose la vida como músico callejero en Marsella, donde también comenzó a coquetear con las drogas –especialmente con la marihuana, que consumió vorazmente sus últimos años–, se trasladó al apartamento de su hermana mayor Gabrielle en Londres. Allí, inspirado por el auge del folk norteamericano y británico, comenzó a escribir sus canciones y, en un bolo como telonero, fue descubierto por Ashley Hutchings, por entonces bajista de Fairport Convention. Este le presentó a Joe Boyd, ya entonces reputado (hoy mítico) productor de aquel grupo –además de The Incredible String Band o Vashti Bunyan–. Nada más escuchar una demo que Nick había grabado artesanalmente, le propuso grabar un disco para Island Records, que se convirtió en ‘Five Leaves Left’. Un título mucho más prosaico de lo que aparenta: aunque muriera cinco años después, su origen es el mensaje que se leía en la cajetilla de una conocida marca de papel de fumar cuando estaba a punto de agotarse.

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Boyd veía en Drake una suerte de Leonard Cohen, y se inspiró en la técnica que había aplicado John Simons en ‘Songs of Leonard Cohen’: grabar la voz de manera muy natural, como si el cantante estuviera en la misma habitación que nosotros. Un efecto que, sin duda, se ve potenciado por el uso de las capas sonoras, muy pocas pero cada una con su propia entidad. Esto, por ejemplo, se aprecia especialmente bien en la apertura con ‘Time Has Told Me’, en la que Richard Thompson de Fairport Convention suma contrapuntos eléctricos totalmente libres a la base que ofrecían Drake a la guitarra acústica, el bajista Danny Thompson (de Pentangle) y Paul Harris al piano. O en los contados momentos –‘Three Hours’, ‘´Cello Song’ y ‘Saturday Sun’– que suenan exuberantes y profundas percusiones.

Pero quizá donde más se eleva ‘Five Leaves Left’ es cuando se produce el contraste entre el perfil acústico de Drake y los arreglos orquestales que Boyd registró en el estudio a la vez que las tomas de voz y guitarra de Nick, aprovechando la atmósfera que se creaba y plasmándola en la grabación, como si de otro instrumento se tratara. Son maravillosos los de ‘River Man’, obra del entonces ya experimentado compositor y director de orquesta Harry Robertson (o Robinson, según el encarte original, un especialista en musicar films de terror y misterio), pero también destacan sobremanera la dramática ‘Way To Blue’, la melancólica ‘Day Is Done’, la luminosa ‘The Thoughts of Mary Jane’ y la capital ‘Fruit Tree’. Todos esos arreglos fueron escritos por el neófito Robert Kirby, un chico al que Nick conoció en la escuela de música. Pese a las reticencias de Boyd por su falta de experiencia, convinieron intentarlo con él al no encajar con las propuestas de Richard Anthony Hewson –que poco después participaría en ‘Let It Be’ de The Beatles’–. Les parecía demasiado mainstream.

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Tras varias dificultades de post-producción –las letras aparecían mal en el encarte, algo que Nick no quiso dejar pasar–, el disco fue publicado un año después de comenzar a grabarse y nadie, ni siquiera el propio Drake (que decidió volver a Cambridge para culminar sus estudios universitarios de literatura inglesa) parecía demasiado interesado en promocionarlo: apenas una sesión para John Peel que ni siquiera llegó a emitir la BBC y que ha permanecido inédita hasta hace pocos años. Cosechó críticas tan discretas y escasas como sus ventas –se dice que, por entonces, sus tres álbumes de estudio no sumaron en total más de 5.000 copias–, por lo que fue un rotundo fracaso. Aun así, Boyd también dirigiría la producción del excelso ‘Bryter Layter’ (1970), más animoso y próximo al jazz –podría decirse que ‘Man In Shed’ de este debut es casi un precedente de ese sonido–. Y pese a suponer un nuevo varapalo comercial, esta vez solo el ingeniero John Wood grabaría a instancias de Drake el eminentemente acústico ‘Pink Moon’ (1972). La, de nuevo, tímida repercusión hacia su tercer disco, cercenaría la ilusión del cantautor, que se sumió en la profunda depresión, agravada por las drogas, que le llevaría a morir.

Pero, aunque de esa maravillosa tripleta de discos siento una debilidad personal por ‘Bryter Layter’, diría que ‘Five Leaves Left’ es el más conciso y equilibrado de todos. Sus diez canciones suponen, también en sus letras, una viva fotografía de la desesperanza y melancolía que aquel talludo veinteañero parecía sentir en el mundo y que nadie, en aquel momento, parecía interesado en comprender. Por suerte, otros jóvenes perdidos y desolados de generaciones posteriores se toparon con esas bellísimas perlas de amargura, entonadas como aullidos quedos de dolor de un chico que albergaba una intangible y enigmática tristeza.

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