¿Es casualidad que Los Estanques citen como mayor influencia de su nuevo disco ‘IV’ –leído «-iv», tal cual– a Malcolm Scarpa y que este, icono del underground madrileño que es semi-desconocido incluso en el propio underground, firmara la BSO de ‘Mamá es boba’, la única película con cierta repercusión de Santiago Lorenzo. Sí, hablamos del ahora novelista de éxito que plasma en sus obras el Madrid de barrio, ese que lucha por conservar el bar de barra de zinc, solado de terrazo blanquinegro decorado con serrín y palillos sucios, rótulo de metacrilato blanco con tipografía de tebeo de Escobar y puerta acristalada de aluminio en su color con cierre de seguridad plegable. «¿Casualidad?», decía yo. Sinceramente, no lo creo. Porque las canciones de este cuarto disco del proyecto que surge de la singular mente y el incansable trabajo del cántabro Íñigo Bregel transportan en buena medida a esos barrios y a esa cara menos glamurosa del casticismo. Ese Madrid de prisas, anonimato, hollín de calefacción de carbón en invierno y oxígeno a idéntica temperatura que la de la leche del tiempo en un café (en vaso, por favor) en verano, que sigue vivo fuera de su cada vez más impersonal centro y que tan bien dibuja el de Portugalete en ‘Los millones‘, por ejemplo.
Lo hace a conciencia, puesto que, como ya hiciera de manera más velada ‘Los Estanques‘, ‘IV’ se inspira en las vivencias de Bregel en la capital española. En este caso, se fija precisamente en su barrio –que no ha explicitado, pero imagino que podría ser Usera, Moratalaz, Tetuán, San Blas, Puente de Vallecas o Carabanchel–, pero no tanto en sus calles como en sus pobladores. Porque cada corte de este trabajo, con la única excepción de ‘Reunión’ –en el que, como si imaginara una última cena, todos aquellos se dan cita para una foto final–, retrata a una persona (o personalidad) que ha conocido en los últimos años. En realidad, sus letras son lo suficientemente ambiguas y abiertas –con un léxico tan poco común, a veces tan viejuno y petulante como el que emplea el mentado escritor con no poca retranca– como para extrapolarlas de la urbe e incluso de la idea de un disco conceptual a la que Bregel da vueltas. Y, por tanto, pueden sostenerse por sí mismas en solitario, como evidencian sus singles: ‘La aguja‘ retrata a un fiestero empedernido sin importar de dónde provenga, como ‘Flor de limón‘ habla de una persona de convicción ferrea hasta lo irracional y ‘No hay vuelta atrás’ de alguien que se entrega a fondo a su pasión… hasta que no le compensa y corta por lo sano con ella (la pasión).
Pero en muchas otras ocasiones, la imagen de los personajes se hace vívida: la mujer enferma de síndrome de Diógenes de ‘Rosario’, un vivaracho homeless caído en desgracia en ‘Juan El Largo’, el hostelero tan «versátil» como insufrible de ‘Soy español pero tengo un kebab’, el facha supuestamente reconvertido en bienhechor de ‘Naci santo’ (dudo que la ausencia de tilde en la «i» sea errata), el beatillo de ‘Comunión’, que podría ser el mismo censor plasmado en ‘Emilio El Busagre’, el apacible pero histriónico maníaco apodado ‘Mr. Clack’, del que parece imposible librarse… A menudo, el color de esos retratos se los da la propia personificación que hace Íñigo con su voz, o Germán Herrero y Andrea Conti con sus coros. Pero sobre todo lo que más habla de esos personajes y lo que conecta con la obra del mentado Scarpa es el lenguaje musical, las influencias y arreglos que nutren ‘IV’ y que vuelven a ser lo mejor de Los Estanques, evocando tiempos pretéritos.
Su autoacuñado «pop psicodélico progresivo» alude tanto a The Beatles y The Kinks como a los primeros Genesis o a Steely Dan –y, por cercanía, también a C.R.A.G., Solera y Módulos– pero con una audacia propia de la modernidad, que les permite sintonizar con fans de Vulpeck, The Lemon Twigs, Foxygen y demás órfebres de lo retro. Sus delirantes construcciones instrumentales resultan cada vez más desacomplejadas y directas, buscando con descaro el gancho y la complicidad del oyente, por encima de un virtuosismo autocomplaciente. Lo muestran los adelantos ya citados, pero también los contrastes electroacústicos de ‘Juan El Largo’, la potencia iracunda de ‘Emilio El Busagre’, la equívocamente placentera ‘Mr. Clack’ o la desencorsetada ‘Naci santo’, en las que solos y coros, muy especialmente, alcanzan nuevas cotas de imaginación y riqueza, combinadas con una calidez sonora extraordinaria, que verdaderamente evocan las grabaciones de 50 años atrás.
‘IV’ no es perfecto: tiene altibajos y narrativamente nunca termina de estar claro cuál es el nexo común de sus personajes más allá de una ubicación espacial y temporal. Pero por encima de todo deja la impresión de que efectivamente Bregel, como afirma, busca cada vez más embaucar con sus múltiples ganchos a un público cada vez más amplio y diverso, no necesariamente ilustrado en la supuesta alta cultura ni en la música popular de los 60 y 70, sino que se deje capturar por un universo cada vez más fascinante. El suyo, el de Los Estanques. Y todo eso sin renunciar a su esencia y su bagaje. Yo diría que lo está logrando mejor que bien.
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘La aguja’, ‘Flor de limón’, ‘No hay vuelta atrás’, ‘Mr. Clack’, ‘Emilio El Busagre’, ‘Naci santo’
Te gustará si te gustan: The Lemon Twigs, Malcolm Scarpa, Foxygen, C.R.A.G., Vulpeck.
Youtube: ‘No hay vuelta atrás‘