Hay mucha gente que no es fan de Sufjan Stevens y sí lo es de ‘Carrie & Lowell’; gente que probablemente torcerá el gesto ante ‘The Ascension’: no hay folk, no hay delicadeza acústica ni confesiones. Aquí la electrónica domina todo. El disco con el que se más puede relacionar es ‘The Age of ADZ’, aun con matices. ‘The Ascension’ es menos barroco, más contenido y, como conjunto, resulta mucho más regular… aunque en el cómputo de canciones absolutamente-memorables está por debajo de ‘The Age of ADZ’ (no busquen equivalentes a ‘Vesuvius’ o ‘Impossible Soul’). Sufjan también ha recuperado, de manera bastante modesta, su inclinación hacia los quiebros en las canciones; ese punto en que rompe la estructura inicial del tema para convertirlo en otra cosa, característica que en ‘Carrie & Lowell’, entregado a estructuras cerradas, se había perdido. En el apartado lírico, las letras también suponen un regreso a las metáforas, a las referencias religiosas, históricas y populares. En ellas Sufjan trata de reflejar su visión sobre la deriva del mundo actual, con mucha crítica política y social camuflada entre versos crípticos.
‘The Ascension’ tampoco es un disco de dance pop, como nos hizo creer ‘Video Game’. Su escucha no es ligera; puede llegar a ser agotadora, de hecho. Se trata de 15 cortes en 80 minutos, fabricados prácticamente por Sufjan en su totalidad con sintetizadores y cajas de ritmo (aunque hay un par de colaboradores añadiendo guitarras. Incluso Bryce Dessner asoma en el primer tema). Las canciones de ‘The Ascension’ oscilan entre el deseo de ser piezas de techno-pop o R&B más livianas y la inclinación natural de Stevens por el ambient y el abigarramiento. La influencia de Janet Jackson es mucho menos evidente de lo que el propio Sufjan proclama en las entrevistas: algo hay de New Jack Swing y pop-de-diva noventero, pero es una influencia más dentro de la multitud que parece convocar aquí: prog, kraut, industrial, acid house, Kraftwerk, synthpop, Prince… Y, como siempre, tampoco puedes adscribirlo a nada en concreto. Si a todo esto le sumas, por encima de todo, el infalible instinto melódico de Stevens, se convierte en otra cosa: en «sufjanismo» en estado puro.
El inicio no puede ser más arrollador: ‘Make Me an Offer I Cannot Refuse’ es esa canción que siempre esperas en los discos de Sufjan Stevens, esa que te agarra bien y que no te suelta. Una fuerza de pop casi industrial, con Sufjan entonando el título de la canción enajenado, con los coros duplicados cayendo en cascada y un final marcial que machaca neuronas. No puedo evitar compararlo con Björk, porque funciona como presentación tan bien como lo hacía ‘Jóga’ en ‘Homogenic’. Esta saturación, por eso, no es la tónica general de todo el álbum. Las siguientes 4 canciones son dulces. En ellas Sufjan susurra en su registro más tierno. ‘Run Away with Me’ recuerda a baladas sedosas ochenteras como ‘Take My Breath Away’. ‘Video Game’ es lo más cerca a un número dance pop que ha estado nunca Sufjan: pegadiza a la vez que melancólica, su letra celebra el valor de uno mismo frente a una sociedad que exige exhibicionismo para ser apreciado. ‘Lamentations’ parece venir de los primeros 90, con esos insertos de voces a lo Coldcut, pero con una emocionante melodía. ‘Tell Me You Love Me’ es otra muestra de súplica amorosa suave, sedosa y triste, con versos que rompen el corazón (“My love, I wish I was a photograph / Perfect and lovely in a frame”) hasta su crescendo de power-ballad ochentera.
La tendencia de esta primera parte parece romperse partir de ‘I Wanna Die Happy’ (tremendo título), oscura e industrial. Pero entonces aparecen las piezas más R&B del disco como respiro: ‘Ursa Major’, neosoul de dormitorio tremendamente sexy que sí puedes imaginar cantada por Janet Jackson o Prince. Y ‘Landslide’, la mejor canción del disco, aunque de entrada no lo pueda parecer. Como si fuera la pieza más sutil del ‘Post’ de Björk, su delicadeza, su suavidad es un bálsamo entre tanta electrónica sofocante. Una preciosa melodía, un estribillo alegre, un delicioso solo de guitarra… todo aquí rebosa alegría, a pesar de que Sufjan afirme estarse derrumbando.
Tras un pequeño tramo que sí que resulta denso, antipático incluso, las tornas se trocan de nuevo en ‘Goodbye to All That’, que despliega una alegría comunal similar a la del tramo jubiloso de ‘Impossible Soul’ (¡juraría que hasta asoma alguna de sus líneas de bajo!) y donde Sufjan nos devuelve la fe en la humanidad. El arrebato ‘Kid A’ de ‘Sugar’ pide a gritos una remezcla que potencie su vocación himno para la pista de baile. ‘The Ascension’ es mística, abre con unos versos tremebundos: “When I am dead and the light leaves my breast», pero va subiendo, iluminándose, emocionando, mientras Sufjan entona una letra que resume el sentido de la ascensión que propugna: el cesar de preocuparse por todo, el buscar la luz en nuestro interior, el arreglar lo que está en nuestra mano arreglar. Y sería un estupendísimo broche final para el álbum… si no fuera porque este acaba con ‘America’. Funciona muy bien en inicio, con esos hechizantes “Don’t do to me what you did to America”, pero finaliza con una coda ambiental que aporta poco y la alarga innecesariamente. Sin embargo, sirve como resumen de las contradicciones de Stevens: un artista excesivo, generalmente para lo bueno, pero a veces (escasas) también para lo malo.
Los discos de Sufjan Stevens tienen la capacidad de obsesionarme, generarme la necesidad de hacer una escucha compulsiva. ‘The Ascension’, aunque a priori parecía que se me iba a resistir, a pesar de que sea el menos “bueno” desde ‘Michigan’, no es una excepción. Siempre hay algo inefable e inasible en la música del artista; un misterio que no acabamos nunca de descifrar y que nos atrae irresistiblemente.
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘Make me an Offer I Cannot Refuse’, ‘Video Game’, ‘Lamentations’, ‘Landslide’, ‘Goodbye to All That’, ‘The Ascension’
Te gustará si te gusta: Björk, Coldcut, ‘The Age of ADZ’