Tanto el reggaetón como lo que conocimos como trap podrían estar agotándose: muchos de sus principales exponentes llevan ya un tiempo jugueteando a otras cosas, bien sea el synth-pop ochentero (Rauw Alejandro), el folclore de cada país (C. Tangana) el pop-rock de guitarras y las desestructuras (Bad Bunny), etcétera. Inamovible del número 1 global desde hace semanas, un tema pseudo-grunge de Olivia Rodrigo. Ahora mismo en el puesto 2, un tema de rock de Måneskin, en verdad una versión de un tema de los 60, ‘Beginn’. ¿Algo está cambiando en el panorama pop?
En este contexto llega el segundo disco de Lola Indigo tras la buena acogida de ‘Akelarre‘. En la superficie lo podemos interpretar como un álbum veraniego que efectivamente usa los beats clásicos del reggaetón y de los hits latinos de los últimos años en algunos de los temas que ya conocemos -‘4 besos‘ y ‘Lola Bunny‘ son aquí «bonus tracks», y a mitad de la secuencia aparece ‘Calle‘- y también entre los nuevos, como es el caso de ‘Killa (Ring Ring)’. Macrohits como ‘China’ parecen aún una referencia melódica en ‘¿Cómo te va?’, por ejemplo, pero ojo con el concepto y la letra pequeña de todo esto.
Mimi Doblas ha ideado este álbum como un disco de pop por encima de todo, para reencontrarse con «la niña» fan que un día fue. Por eso se ha calzado el disfraz de ‘Spice Girls‘ en un tema así llamado que además recuerda a Shampoo!, y el álbum comienza con un timbre de instituto como el que llamaba a la libertad a Britney Spears –cuando la tenía-, en un tema llamado ‘La niña de la escuela’ que además es un homenaje a la comedia ochentera ‘La revancha de los nerds’. La portada es rosa porque la artista ha concebido todo esto como su disco rosa, hasta el punto de que el libreto del CD ideado por Súper Fuerte Studio es para verlo por dentro: las tartas son rosa, el vestuario es rosa, la moto es rosa, las mancuernas del gimnasio son rosas… hasta el váter es rosa en un mundo en el que sólo existe este color y otro, el azul.
El regreso a la infancia y esta sobredosis de tonos pastel no tiene, por suerte, correspondencia con el sonido del disco ni con las letras, que combinan hábilmente el amor con el empoderamiento… y el humor que tanta falta nos hace. Lo vemos en ‘La niña de la escuela’ o ‘Nada a nadie’ con Mala Rodríguez, que, discreta como producción tropical, presenta una letra sobre folleteo libre y sin ataduras bastante divertida («quizá yo no soy lo que estabas pensando, pero pa jugar soy de puta madre»), además de introducir fragmentos recreados de ‘Tengo un trato’. El buen flow de Lola Indigo es muy perceptible en canciones como ‘Ca$h’ junto a Lyanno, además una excitante co-producción que empieza como un bolero pero evoluciona hacia la pista de baile -de nuevo- reggaetón, conformando un buen mix de estilos.
Ese tramo final de ‘La niña’ merece una reivindicación: al margen de que ‘CULO‘ no sorprenda ya tanto como himno de autoafirmación o de que ‘Tamagochi’ recuerde a ‘Fancy’ tantos años después, el disco se sucede con tan pocas sorpresas mayúsculas como tropiezos, y eso incluye buenas baladas. ‘Tú y yo’, con una guitarra eléctrica tipo R&B, y ‘No sé qué decir’ con Roy Borland se debaten entre la ilusión y la melancolía; y ‘La llorera’ suena más anhelante escrita únicamente por la artista y el productor Pablo Rouss.
Podemos hablar del buen trabajo de Aeme en ‘Cash’ o de Alizzz y Sen Senra en la ya conocida ‘Mala cara’ (esos coros tratados y el piano son de lo mejor de ‘La niña’); y también de cómo termina siendo irrelevante quién haya contribuido a cada tema. Para una cantante que tanto tiende a «recordar a», es llamativo cómo todo lo que toca continúa teniendo el sello de Lola Indigo.