Por qué todo el mundo adoraba a Raffaella Carrà, una cómplice para todos

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Por qué todo el mundo adoraba a Raffaella Carrà, una cómplice para todos

Debía de tener unos 5 años cuando escuché por primera vez una canción de Raffaella Carrà. La experiencia no la puedo detallar como me gustaría, pero sí la recuerdo nítidamente como desconcertante: por algo no se me ha olvidado. ‘Qué dolor’ era el tema que sonaba en la radio y alguien de mi familia la canturreaba alegremente. ¿Qué sería aquello de que había una mujer metida en el armario? Hoy puedo hablar de que la producción de 1982 es realmente completa entre su bajo de música disco, su ritmo casi ska, esa caída en los arreglos de cuerda tan propia de finales de los 70 y los primeros 80 y, sobre todo, el fascinante cambio de melodía vocal en la parte de la letra que relataba la infidelidad («Y el caradura le dice que le deje que explique…»).

‘Qué dolor’ triunfó porque estaba en sintonía con la España que pasaría décadas montando gags en torno a una infidelidad, los tiempos del destape, de José Luis Moreno y las posteriores Matrimoniadas a ‘La que se avecina’. Hoy cabe preguntarse si puso un pequeño grano de arena en nuestra educación feminista. ¿Cómo puede sonar tan rematadamente alegre esta canción cuando hablaba de, aparentemente, algo malo? ¿Estaba quitando hierro a un drama doméstico si tenemos en cuenta que la Carrà era conocida por haber contado que «nunca había tenido intención de casarse»? Atendamos a la letra pequeña final, que revela que es la mujer engañada quien termina ganando: «así mi amiga a su marido, desde ese día, le encarga de la casa, (él) lava la ropa, se va a la compra y a mediodía prepara la comida / Después la espera, pero mi amiga regresa tarde, cuando le viene en gana». Eso era ella: una mujer que viene y que va, «cuando le viene en gana». Al menos hasta que nos ha dejado a la prematura edad de 78 años.

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En la misma entrevista en la que la artista habla sobre su soltería, concedida tan sólo el año pasado, cuando contaba que la pandemia le había impedido hacer la adaptación italiana de ‘Mi casa es la tuya’ presentada por ella misma (qué envidia más cochina, pensar que Italia tenía a Raffaella Carrà y nosotros… a Bertín Osborne); Raffaella hablaba sobre lo que significó para la liberación de la mujer. El Vaticano le había hecho en los 70 la vida imposible por haber mostrado un ombligo durante una actuación del ‘Tuca Tuca’. En ’53 53 456′ había un doble juego entre el teléfono y la masturbación femenina («Mi dedo está enrojecido de tanto marcar, se mueve solo sobre mi cuerpo y marca sin parar»). Hoy Sergio del Molina recuerda que ella «votaba comunista, como era preceptivo en alguien de su condición en esa época, pero no se le notaba porque no sabía sermonear». Decía ella misma, pues, en El País, hace unos meses: «No solo era mostrar mi cuerpo, era hacer entender que el cuerpo de una mujer siempre está unido a su cabeza. La sensualidad no está reñida con la inteligencia, la simpatía, la ironía (…) Se hace bien en descubrir estos velos tupidos. Es importante, y no siempre pasa, que valoren tu talento y que no digan de ti que has hecho algo por acostarte con o ser novia de”.

Ella, desde luego, tenía la inteligencia, la simpatía y la ironía. Su faceta musical ha de ser la más reivindicada por el gran número de éxitos que construyó, algunos de ellos junto a su pareja durante 10 años Gianni Boncompagni, capaces de sobrevivir décadas. Pero son indisociables en gran medida de sus hits televisivos, pues el formato musical tan consentido en aquellos años -inconcebible hoy- era casi lo mismo. Raffaella Carrà llegó a RTVE a mediados de los 70 con el voto de confianza de Valerio Lazarov, y tras una primera aparición en ‘Señoras y señores’, en 1976 se le dio su propio programa, ‘La hora de Raffaella’.

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Tras una década de los 80 más centrada en Italia, una nueva generación de españoles pudo saborear su desparpajo en ‘Hola Raffaella’, ‘A las ocho con Raffaella’ y ‘En casa con Raffaella’ en la primera mitad de los 90. Todos los programas tenían su nombre, porque ella era el programa, y su presencia era completamente hipnótica. Sólo ella podía tenerte atrapado a una chorrada de concurso tan genérico como «¿por qué te digo azul?». Sólo ella podía hacerte bailar con un spot publicitario «con este canguro ganar es seguro». Sólo ella podía hacer funcionar tan bien un fragmento de un hit propio (‘Bailo, bailo’) como símbolo de victoria en un concurso que presentaba. Boris Izaguirre asegura haberle copiado la manera de sentarse en un plató televisivo: no hace falta añadir nada más sobre lo que significaba su sola presencia.

‘La hora de Raffaella’ en 1976 tuvo mucho que ver con que en 1977 llegara el que fue el mayor éxito de Raffaella Carrá en España: ‘Fiesta’ alcanzaba el número 1 durante dos semanas en julio de aquel año, después de que ‘Rumore’ hubiera alcanzado un éxito moderado en las listas de 1975. Había sido esta una producción loca, con un ritmo como medio morse, que uno no sabe si vincular con Giorgio Moroder (es anterior a ‘I Feel Love’), con los experimentos de Kraftwerk o con la psicodelia de finales de los años 60. Alaska siempre vio en ella el cénit de la modernidad y por tanto la llegó a versionar y a incorporar en su repertorio en distintas etapas.

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Raffaella Carrá decía que en Hollywood no la quisieron porque no bebía ni se drogaba, pero muchos de los vídeos que realizó y sus presentaciones en plató eran una verdadera fumada que pedía ser admirada en bucle, haciéndote perder la noción del tiempo y del espacio. Un festival de leggings, color, señores en topless, bailarines de todos los estilos y edades, que ríete tú del cuerpo de baile de hombres con tacones de Lady Gaga. No es de extrañar que en Cachitos se hayan puesto morados recordándola: su aparición solía ser lo mejor de toda la noche, como sucedía la pasada Nochevieja, cuando pusieron una actuación suya en la que la veíamos pasar de mano en mano en volandas, completamente despatarrada, con una falsa cara de susto. Anda que no sabía bien lo que se hacía.


Corría el año 1978 cuando Raffaella Carrá lograba situar una adaptación al inglés de ‘En el amor todo es empezar’ -otro gran hit educativo- en el top 10 británico. Sería su única incursión, pero lograba llevar aquel ‘Do It Do It Again’ previo a Robyn y a Britney a Top of the Tops, lo que significaba que pudo dar una clase a los ingleses sobre su icónico golpe de melena rubia hacia atrás, también visto en ‘Hay que venir al Sur’. Ella gritaba: “¡Sin amantes!” o «Explota, explótame, expló». ¡Y zas! Aun hoy todo el mundo tiene que seguirla, de Chueca al último chiringuito playero para toda la familia.

No sé si en Raffaella Carrá algunos vimos a una gran amiga, a una evidente cómplice (en 2017 se le dio un premio honorífico en el World Pride), o incluso a una madre. Tanto se metía en nuestros hogares cada semana -o cada día, incluso- que durante muchos años fue parte de una familia que hace demasiado tiempo que ya no visitamos. Que gente tan dispar como Roser y Soziedad Alkóholica la versionaran evidencia que a nadie podía caerle mal Raffaella Carrà. Una artista transversal que nos deja un repertorio rico en destalles al margen de sus grandes hits: hace poco la película ‘Explota, explota’, construida con sus canciones, reivindicaba algún tema perdido como ‘Lucas’, los arreglos de ‘Eres un bandido’ eran prodigiosos, Berlanga y Canut escribieron para ella ‘No pensar en ti’, un hit de HI-NRG en los mismos tiempos en que escribieron ‘Atrévete’ para Sara Montiel… Como apunta nuestro compañero Claudio M. de Prado, la muerte de Raffaella Carrà deja una semana gris para la comunidad LGTB+ que recuerda ligeramente a la coincidencia de Stonewall con la muerte de Judy Garland. En estos tiempos tan tristes con protestas por toda España contra la homofobia, en Madrid desembocando en cargas policiales, es un consuelo tener todo el verano por delante para recuperar los vídeos y el catálogo de Raffaella Carrá.

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