Primavera Sound ha llegado a su jornada final, la del sábado, con los esperados conciertos de Rosalía, Calvin Harris o Måneskin. 193.000 personas han acudido a los tres días. Sumando las 20.000 de Pet Shop Boys, el Primavera calcula una asistencia de 253.000 personas. El fin de semana que viene, el festival se repite en Madrid.
Haciendo tiempo para Wednesday, en el escenario Ron Brugal nos topamos con el jazz de DOMi & JD BECK. El jovencísimo dúo quita el hipo con su dominio de sus instrumentos (teclado ella, batería él). Su concierto está lejos de lo sesudo, bromean continuamente y hacen versiones de Jaco Pastorius. A tenerlos muy en cuenta.
Está lloviznado durante Wednesday, aunque la cosa por suerte no va a más. La banda liderada por Karly Hartzman sale dispuesta a presentar su flamante album, ‘Rat Saw God’ con esas canciones de pop alternativo tan noventas, pero con sensibilidad actual. La voz suave de Karly se tornan a veces en distorsión y gritos. Pero se la ve feliz y satisfecha en el escenario, a pesar de esas canciones oscuras (aunque en el fondo luminosas). Escuchar temas como ‘Hot Rotten Glass Smell’ o su nuevo himno ‘Bull Bielever’ como cierre nos hacen prever que a la banda solo le queda expandirse aún más. Mireia Pería
John Cale no tira de nostalgia
Mi compañero Sebas decía en la crítica de ‘MERCY’ que, a los 80 años, quería estar como John Cale. Coincido con él en que no hay que hablar de la edad de los artistas, pero no puedo evitarlo. Porque me parece impresionante que Cale nos continúe ofreciendo discos y conciertos soberbios llegados a este punto. Su voz es aún mejor que cuando era joven, su presencia, ya sea tras los teclados, ya sea a la guitarra, es imponente.
Quien pensara que iba a ser un concierto nostálgico iba muy equivocado. Ni rastro de ‘Paris 1919’ ni ‘Songs for Drella’. La única concesión, una versión libérrima, estupenda, del ‘I’m Waiting for the Man’ de la Velvet, a piano eléctrico aporreado. Casi todo es presente: en una hora caen ‘NIGHT CRAWLING’, ‘OUT YOUR WINDOW’, ‘NOISE OF YOU’ y ‘MOONSTRUCK (Nico’s Song)’. Esta es mi canción favorita del álbum, y la toca en una versión más dulce y ligera, igualmente emocionante, mientras el rostro de Nico flota en la pantalla de fondo. Me quedo hipnotizada con su interpretación de ‘Rosegarden Funeral of Sores’ y los audiovisuales que le acompañan (tiovivos, retazos de colores), con las filigranas a la guitarra y el ruido que mete con ‘Cable Hogue’. Pero la más impresionante es ‘Villa Albani’, una repesca de su disco de 1984 ‘Caribbean Sunset’, convertida en un delirio de diez minutos de teclado sincopado e imágenes inquietantes. Y parece que se quiere ir, pero le convencemos de que se quede… Y nos regala una versión crepuscular, oscurísima, fúnebre, de ‘Heartbreak Hotel’. “We could die, we could die”, repite una y otra vez. Escalofriante. Mireia Pería
Después, en el mismo Auditori, tenemos la presencia de una compañera de generación de Cale, Laurie Anderson. Su espectáculo de spoken word y música experimental es tan esclarecedor como divertido. Laurie rebosa humor, poder reivindicativo, sabiduría y cordura. Y, ay, canciones. Porque arranca nada más y nada menos que con ‘From the Air’, la canción que abre ‘Big Science’, con protagonismo total del clarinete. Laurie es una soberbia maestra de ceremonias. Su voz es clara, diáfana, se le entiende absolutamente todo. Nos habla de esos profesores que se dedican a desanimarte y quiere dar las gracias a sus auténticos maestros, empezando con Yoko Ono. Y, en su honor, nos pide un grito de 10 segundos. Y claro, se lo regalamos. Ensordecedor. Entonces, empiezo a escuchar “Oh. Oh. Oh”. Y toca ‘O Superman’, su gran hit de ‘Big Science’ de 1983. Y en 2023, la canción sigue pareciendo que viene del futuro.
Laurie también nos habla/declama sobre el colapso medioambiental, sobre los males actuales, pero en ningún momento resulta discursiva. También habla de sus héroes musicales, y cuando nombra a James Brown se deshace en una tormenta de funk. En la pantalla se van sucediendo mensajes escritos y borrados sobre una pizarra: “Your empire is passing, like all the empires”. Nos regala consejos para vivir mejor, que culmina en un “no te odies a ti mismo”, como riéndose de todos esos coaches que nos intentan encauzar la vida. Nos canta la canción que le dedicó a su amigo Chris Burden, un artista de performance que se dedicaba a dispararse a sí mismo: ‘It’s Not the Bullet That Kills You – It’s the Hole’, una disparatada mezcla de country con música mariachi. Y el final es para una sarcástica ‘Only an Expert Can Deal With A Problem’, muy Talking Heads, que se convierte en una locura de vientos, con Laurie al violín repitiendo eso de “Solo un experto puede lidiar con el problema”. Necesaria. Mireia Pería
A última hora de la tarde la diosa Sevdaliza se sube al escenario Santander (uno de los principales) y ofrece un show divertidísimo. Sevdaliza saca a Villano Antillano para cantar juntas su single conjunto, ‘Ride or Die’, estrena su colaboración con Grimes (que es con la Grimes real, no con la Grimes creada por inteligencia artificial) y, al final del set, mete una tralla makinera que nadie sabe de dónde ha venido, pero que entra de miedo. Por otro lado, Sevda tiene tiempo para contarnos que ahora es una artista independiente y que su aventura musical «solo acaba de empezar». El público reunido frente a Sevdaliza es multitudinario (nada que ver con sus tímidos shows en otros festivales), quizá porque ella sabe que lo que quiere la gente es fiesta pura y dura. Y ella la da. Además, nos regala esta coreografía que, si no se ha convertido ya en meme, lo hará en breve. Jordi Bardají
La magia de Caroline Polachek
Ver toda la performance de Laurie Anderson en el Auditori hace que nos perdamos unos buenos quince minutos de Caroline Polachek en el escenario Estrella Damm (leo en el setlist que me he perdido ‘Welcome to My Island’ y ‘Bunny Is a Rider’, snif, snif). Entramos mientras suena ‘Sunset’. No sé si es porque la gente está esperando a Rosalía, pero haca tiempo que no éstaba en un concierto donde la gente pasara tanto de la actuación. A nuestro alrededor, decenas de personas charlando. Y eso que la Polachek no puede sonar mejor. Pero nada que no se arreglara sumergiéndonos en las primeras filas, con los verdaderos fans. Por suerte, es fácil moverse y acabar rodeada de gente que canta hasta la última estrofa como si fuera la vida en ello, justo cuando toca ‘I Believe’, quizás mi favorita de ‘Desire, I Want to Turn Into You’.
Caroline va con banda, lo que reviste aún más y mejor sus canciones. Realmente, no le haría falta, porque es de las mejores intérpretes, categoría absoluta, que te puedes encontrar en la actualidad: qué voz, qué alardes, qué expresividad, qué dominio del escenario… Y qué canciones, claro. No tiene ni a Dido ni a Grimes para defender con ella ‘Fly to You’, pero tampoco hace falta. Caroline se mueve respondiendo perfectamente a la canción. También recupera temas de ‘Pang‘. En la homónima, entona cada “Pang!” como si fuera algo definitivo, algo para grabar en la memoria. Hay pajaritos y atardeceres en la pantalla para acompañar a una bucólica ‘Blood and Butter’. Pero donde brilla especialmente su arte interpretativa es en ‘Billions’. Hace como que recoge las estrellas del cielo y nos la lanza de nuevo. Y cada vez que canta “say, say, say!” la gente lo repite con devoción. Como devoción entre les fans despierta ‘Caroline Shut Up’, otra de las recuperaciones de ‘Pang’. Es el auténtico momento baladón para dejarse llevar. Pero para dejarse llevar, la fiesta que se monta en ‘Smoke’, sus “para-para”, Caroline se echa de rodillas, se mueve con perfección milimétrica. Y cuando cae la archicoreada y fantástica ‘So Hot You’re Hurting My Feelings’, me encuentro con que estoy imitando la coreografía, incluído el de abanicarse como si te estuviera dando un sofoco. Me dejo la poca voz que me queda. Caroline nos tiene en lo más alto. De repente nos dice que disfrutemos de Rosalía y se evapora del escenario. ¡Diez minutos antes de la hora prevista! ¡Pues queríamos más! Caroline (y nosotros) lo merecemos. Mireia Pería
Måneskin, tópicos y apoteósicos
Mucho jiji-jaja con que qué pintan Måneskin en el Primavera Sound, que mira que solo voy por ir a tirarle las bragas a Damiano… Pero te descuidas un poco y te han abducido y encima te montan uno de los mejores conciertos del festival. Por lo menos, el más divertido. Su música está llena de poses rockistas, de efectismos, sus canciones recuerdan a otras mil, de ‘Smells Like Teen Spirit’ a ‘Sweet Dreams’. Pero tocan muy bien, tienen carisma y son muy guapos. Todos. Especialmente, claro, Damiano. A pesar de que luce un corte de pelo terrible (rapado y teñido platino) sigue siendo un dios. Tiene la belleza, pero también la voz y las hechuras de frontman de primera. Sí, nos bañan en todo lo que he dicho antes (poses rockistas, efectismos, etc). Pero a esa hora y a ese volumen es lo que necesitamos. Y más, si estás rodeada de fans y de italianos. Durante los primeros minutos las pantallas nos muestran a Kelela, que está acabando en el contiguo escenario Brugal. Abucheos, queremos a Damiano. Enseguida lo tenemos.
Måneskin tienen mucha fe en su presente. La suficiente como para cantar a las primeras de cambio ‘Zitti e Buoni’, el tema con el que ganaron Eurovisión, para locura de un público que la canta entregadísimo. Damiano se deja querer y manosear por las primeras filas, Damiano hace crowdsurfing… También hace sus pinitos en castellano, para decirnos que van a cantar una canción que la gente le dice “que está cansada de escuchar. Pero a nosotros nos importa un coño” (literal) y se ponen con el ‘Beggin’’de The Four Seasons.
Pero Damiano no es el único que quiere protagonismo. La bajista baja no para de agitarse, se baja del escenario para acercarse a los fans, para desesperación del personal de seguridad, se enzarza a duelos de guitarrazos con el guitarrista, que también se pasea ufano arriba y abajo y por la pasarela. Incluso en algún momento nos pasa por delante perseguido (de nuevo) por el personal de seguridad, que no parece muy contento. Para poner las cosas en su sitio y dirigir la atención donde toca, Damiano se quita por fin el exiguo chaleco que le cubre y nos muestra su torso desnudo mientras canta ‘I Wanna Be Your Slave’ (y nosotros el tuyo), mientras lleva el público donde quiere: ahora os agacháis, ahora os levantáis… Para ‘Mammamia’ hasta las más cínicas del lugar nos hemos rendido, bailado y reído. El cierre no puede ser más tópico y apoteósico: decenas de fans bailando en el escenario mientras los Måneskin lanzan la traca final de todos sus manierismos rockeros. Son como si los Spinal Tap fueran jóvenes y guapos. Pero diantre, como dice una amiga: si ganaron San Remo, fue por algo. Mireia Pería
La vuelta a casa de Rosalía
En los minutos que anticipan la actuación de Rosalía en Primavera Sound la expectación es electrizante. Rosalía está programada a las 2 de la madrugada, pero a nadie le importa, parece que todo el festival ha venido a verla. El océano de gente es abrumador, pero sabemos que el Motomami Tour no es el típico concierto: realmente la gracia es ver lo que pasa en el escenario a través de las pantallas, lo cual hace que ver el show sea muy agradecido incluso para quienes no son capaces ni siquiera de vislumbrar el escenario desde su posición.
El show empieza puntual, con el sonido de motos y los bailarines apareciendo en fila con sus cascos lumínicos. Cuando el público advierte a Rosalía, enloquece, más aún cuando Rosalía se quita el casco y destapa su cara y melena: el aura de Diosa, de diva absoluta, es arrollador. Suena ‘SAOKO’ y el bajo volumen (al menos para las filas de atrás) le resta impacto al principio del show. Rosalía arreglará el problema después, en ‘Hentai’, cuando descubra que la gente le está pidiendo que suba el volumen porque no se le oye.
El concierto de Motomami Tour que Rosalía está presentando en este tramo de la gira no es exactamente el mismo que vimos el año pasado. Los números siguen siendo los mismos, salvo porque algunos se han suprimido (el corte de trenza) y otros se han añadido (el remix mákina de ‘Despechá’, las canciones del EP con Rauw Alejandro). Rosalía va en patinete en ‘Chicken Teriyaki’, canta ‘Diablo’ tirada en un sillón, pone cara de asco en ‘Bizcochito’, en ‘La noche de anoche’ baja del escenario y acerca el micrófono a sus fans para que canten por ella. Pobres, espero que no vean el vídeo después. Por alguna razón, a Rosalía le ha dado por cantar una versión de ‘Héroe’ de Enrique Iglesias, una canción que no estoy muy seguro la gente recuerde hoy en día. Claro que, si a Rosalía le importara lo que piensa la gente, no estaríamos hablando de esto.
El show evidentemente hace un uso fundamental de las cámaras. El montaje del vídeo es efectista y consigue que las coreografías ganen fuerza. En el Motomami Tour, la cámara ES el público, a la cámara Rosalía dedica sus miradas más fieras y también las más tiernas. La audiencia asume el papel de esa “sociedad del espectáculo” que se interpone en la relación de Rosalía con las cámaras.
Pero Rosi rompe la cuarta pared en varias ocasiones para dirigirse a la audiencia. Habla en catalán y cuenta que ella siempre ha sido fan del Primavera Sound y que recuerda ir a muchos conciertos y “ponerse fina”. Tiene grabado en la memoria el show de Grace Jones de 2017: dice que entonces soñaba con ser cabeza de cartel del festival, y da las gracias al público por ayudarle a “cumplir su sueño”. Además, señala que el Primavera “es el festival en el que he tocado más veces, si no me equivoco”.
Rosalía está especialmente contenta de tocar en casa. Recuerda las palabras de su abuelo Jaume: “es muy triste la vida del artista”. Ella no está de acuerdo con que la vida del artista sea triste, aunque algo de razón le da. Pero dice que a veces echa de menos las calles, los olores, de esta ciudad. El público por supuesto la arropa con todo el calor posible, y juraría que Rosalía se emociona. Al menos, es lo que parece observando las pantallas gigantes, que hasta los poros de su piel capturan con extrema precisión.
El repertorio del show tiene sus más y sus menos. ‘Malamente’ suena algo deslucida, además de recortada; las canciones del EP definitivamente no igualan en fortaleza las de ‘Motomami’. Se echa de menos alguna novedad: ‘Tuya‘ sale en nada. A Tokischa, que tocaba antes, no se le ve el pelo ni en ‘Combi Versace’ ni en ‘Linda’. Se entiende: el show está coreografiado al milímetro y no admite improvisaciones de ningún tipo. El cierre con ‘CUUUUuuuuuute’ es brutal, otra canción que en directo cobra una dimensión superior. Un trallazo. La sensación de haber visto algo único, diferente a todo, es palpable. Rosalía está definitivamente en la cima. Jordi Bardají
La apisonadora de St. Vincent
El show de St. Vincent -previo al de Rosalía- también tiene algo de teatro, y no por la decoración deliberadamente naíf, como de cartón piedra, que preside el escenario (que me encanta). Annie Clark, a su peluca rubia pegada, interpreta a una especie de Marilyn Monroe a la que le han regalado una guitarra eléctrica. En su chaqueta se lee “Daddy” (el de su disco) y sus expresiones faciales parecen imitar las de ‘I Wanna Be Loved By You’. Casi parece que se va a marcar un “doop-doo-de-doop” en algún momento.
Si no fuera, claro, porque lo de St. Vincent es un show de rock. Y vaya show. El sonido es excelente, las guitarras atruenan, arrolladoras, imponentes, robustas como un monstruo. Ella canta como los ángeles. Clark es una auténtica estrella, puro carisma sobre las tablas. ‘Digital Witness’ inaugura el concierto con bravura, ya en ‘Down’ mete una tralla brutal, en ‘New York’ se da un baño de masas. En los solos parece directamente follarse las guitarras. Annie se revuelca por el suelo. Bebe un poquito de (lo que parece) whisky. Su “ayudante”, vestida de camarera, aparece en el escenario de vez en cuando para recoger cosas y se da un baile en ‘Fast Slow Disco’. Decadente, tristona, Clark se quita el pintalabios con un pañuelo pero, a continuación, en el electrofunk de ‘Pay Your Way in Pain’, llega la catarsis y Clark se queda a gusto pegándose unos gritos ensordecedores.
Cuando Annie se dirige a la audiencia, también lo hace desde ese papel de chica rubia ingenua que ha preparado para la ocasión. En Español nos ofrece un brindis y además nos cuenta que “todo el mundo tiene una ciudad favorita, y yo me he enamorado de Barcelona”. Y nosotros de ella. Jordi Bardají
La magia frustrada de Kelela
Acudo al show de Kelela con muchas ganas. El inicio es maravilloso: ‘Washed Away’ nos envuelve mientras Kelela canta detrás de una pantalla que proyecta colores translúcidos. La transición de la luz azul a la naranja, con la silueta de Kelela situada en el centro, es mágica. Sin embargo, en la segunda canción, a Kelela se le apaga el micrófono y su voz no se escucha. Ella tarda en darse cuenta de que, desde la pista, el público le está avisando de que suba el volumen, que se no le oye. Ella no da crédito: “¿no me escucháis nada de nada?”. Tampoco entiende qué está pasando. Digna, abandona el escenario, pero tarda casi media hora en volver a aparecer. Sus fans, leales, no abandonan.
Cuando Kelela vuelve a emerger en el escenario, el público le baña en vítores y aplausos. Repite ‘Washed Away’, por fin ‘Happy Ending’ suena como debe sonar, le siguen los hits de ‘On the Run’, ‘Contact’… Las canciones de ‘Raven’, su nuevo disco, suenan sublimes en vivo, Kelela es una diosa en el escenario, el público le baña en aún más aplausos. Cae algún tema viejo, como ‘Bank Head’, que sigue sonando un siglo por delante, sobre todo en directo, pero me tengo que ir a ver a Calvin Harris y abandono el show de Kelela con mucha pena. Jordi Bardají
La brocha gorda de Calvin Harris
El cambio, digamos, es como pasar de una delicatessen cinco estrellas a una hamburguesa barata. Una hecatombe, realmente, en comparación, cuando recuerdas lo que te estás perdiendo. Calvin ha preparado el show de EDM más predecible posible y se limitar a pinchar sus hits enlatados sin ningún tipo de vergüenza. Se suceden uno otras otro ‘I Need Your Love’, ‘One Kiss’, ‘Slide’, ‘How Deep is Your Love’, ‘We Found Love’, ‘Promises’… Calvin brama a su público, engorilado, y los golpes de efecto (luces, chorros de humo) también anteponen la inmediatez a la sutileza. El público responde enloquecido. Por detrás, algunos, damos poco crédito. Ni siquiera las transiciones entre canciones son dignas. ‘Miracle’ aporta frescura al ser el hit más reciente, pero suena peligrosamente pastiche y como sacada de los 90. No seremos nosotros quienes digamos que Calvin no ha construido un catálogo de hits imponente en la última década, pero su show de EDM de brocha gorda no es lo que más apetece ver en este contexto. En ninguno, diría…