El «optimismo radical» en el pop: ¿activismo o autopromoción?

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El «optimismo radical» en el pop: ¿activismo o autopromoción?

Alison Goldfrapp ha publicado recientemente un vídeo en Instagram expresando su apoyo a las personas que están pasando un mal momento bajo los gobiernos opresores actuales. No ha dado nombres, pero ha señalado a los «megalómanos» que «gobiernan el mundo» y que «dictan qué ser y no ser» y «qué debemos hacer». En opinión de Goldfrapp, «crear arte es más necesario que nunca».

El sentimiento de Alison es noble, pero otras de sus declaraciones hacen arquear la ceja. «Hacer arte, a día de hoy, es casi una declaración política, se siente rebelde, desafiante, un acto de resistencia». «Ser uno mismo es más importante que nunca», concluye.

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Alison tiene razón en que ser uno mismo es importante. E igual de importante es cuidarse a uno mismo para poder cuidar a los demás. La música, sin duda, sirve a las personas que sufren diferentes opresiones para reafirmarse, liberarse y recargar fuerzas. ¿Pero es crear arte en sí lo mismo que hacer activismo? Para la autora de ‘The Love Invention‘ (2023) parece que sí. Y no es que las palabras de Alison Goldfrapp vayan a dar la vuelta al mundo, pero sí responden a una extraña tendencia en el mundo del pop que continúa.

En los últimos años al artisteo anglosajón le ha dado por apropiarse de un lenguaje político para envolver su obra de un halo activista. Dua Lipa llamó su último disco ‘Radical Optimism‘ (2024) porque ser feliz le parece «radical». Beth Ditto, en una entrevista, contaba que «una de las cosas más radicales que puedes hacer a día de hoy es divertirte y ser feliz». IDLES titularon un disco ‘Joy as an Act of Resistance‘ (2019) pero luego las letras solo estaban plagadas de lugares comunes. Las palabras de Goldfrapp siguen exactamente la misma línea, pero la autora de ‘NeverStop‘ no cuenta exactamente qué acciones toma en su día a día para protestar las injusticias del mundo. No detalla si apoya a Gaza o a Ucrania, ni menciona a Elon Musk ni a Donald Trump ni a Giorgia Meloni por nombre, ni referencia la xenofobia que se vive en las calles de Reino Unido o en otras partes del mundo. Grabar una canción de pop le parece suficiente posicionamiento. Mientras, a Brian Molko de Placebo insultar a Meloni le cuesta una multa muy cara.

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La frase «la alegría es una forma de resistencia» se atribuye habitualmente a una cita de la autora Audre Lorde, pero ella nunca escribió semejante frase. Sí expresó, en ‘A Burst of Light’ (1988), que, para ella, permitirse ser feliz era una forma de «bienestar político». Otra autora, bell hooks, expuso esta idea en una conversación con Maya Angelou, señalando que «me resulta fácil dar y enseñar a otros, pero darme a mí misma felicidad y placer me resulta complicado». No es casualidad que ambas autoras expresaran esta idea, pues dedicaron su vida al activismo feminista y antirracista.

El «bienestar político» es esencial en el activismo. Históricamente la música o el baile han sido suprimidos o prohibidos para oprimir a ciertos colectivos. En el caso de las mujeres, su propia sexualidad. La reivindicación de la «alegría» o de la «felicidad» es necesaria: realmente existir es un acto político en muchos casos. Sin embargo, ¿no son el enfado, la ira y la indignación los sentimientos que realmente nos despiertan frente a las injusticias? Afirmar que la «alegría es una forma de resistencia» o que crear música es un «acto político» en sí mismo revela un gran privilegio cuando no se materializa en acciones concretas.

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En una entrevista con JENESAISPOP del año pasado, ANOHNI cuestionaba esta instrumentalización política de la alegría que se da últimamente en el pop. «Debemos tratar de mantenernos enteros sobre todo cuando reconocemos nuestra propia complicidad en el sistema y en las crisis a las que nos enfrentamos como consumidores del primer mundo, pues somos nosotros quienes salimos más beneficiados de un sistema que incurre en un daño horrible a otros», explicaba la británica. «Creo que hay que ser fuerte para entender todo esto y que no te derrumbe por completo. Por supuesto uno tiene que se compasivo consigo mismo, mantener cierto sentido del humor, rodearse de amigos… pero decir que la alegría es una forma de activismo solo permite que te descargues del duro trabajo que conlleva el verdadero activismo».

Es indudable la buena intención de las palabras de Goldfrapp, Ditto o del título de los discos de IDLES y Dua Lipa. En el caso de Alison, sus palabras pueden inspirar a otras personas a movilizarse, y eso siempre es positivo. Pero cuando estas palabras solo parecen responder a un acto de promoción personal o profesional, cuando no vienen acompañadas de un posicionamiento tangible, es difícil tomárselas en serio. De hecho, hay cuentas de Instagram que ya parodian actitudes como la de Alison. En un vídeo, la cuenta de humor Reductress bromeaba: «La alegría es un acto de resistencia, dice mujer blanca que no participa en otras formas de resistencia». Para esa mujer, acudir a un spa coreano ya es suficiente afrenta al «supremacismo blanco».

La música es activismo cuando denuncia y visibiliza causas sociales. Es activismo el hip-hop de Kendrick Lamar y el ecologismo de Coldplay. Es activismo Lady Gaga defendiendo los derechos de las personas trans mientras recoge un Grammy. Pero activismo también es poner el cuerpo, manifestarse, donar a organizaciones que luchan por los derechos de todos y, sobre todo, señalar en el día a día el comportamiento de personas como nosotros que nos pueda parecer injusto, con la esperanza de generar un cambio. Requiere un compromiso en el tiempo, va más allá de subir un vídeo a Instagram diciendo cosas políticamente tan vagas y ambiguas como que la «felicidad es un acto radical».

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