Romy triunfa entre el purismo y despide el Tomavistas más alternativo

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Romy triunfa entre el purismo y despide el Tomavistas más alternativo

«Jueves para la chavalada, viernes y sábado para los puretas». Así describía Javi Ferrara de Parquesvr la dinámica de la mayoría de festivales en nuestro país. También servía para describir esta misma edición de Tomavistas, que vivió ayer su jornada más alternativa. Sin contar alguna excepción, como La Élite o Depresión Sonora, el festival madrileño despidió su novena edición con una programación dedicada sobre todo a los amantes de la electrónica y las sensaciones.

También ha sido una entrega con menos asistentes de los esperados, lo cual por otro lado ha sido una bendición para aquellos que sí hemos ido. Sin colas, sin sofocos por aglomeración, sin bailar apretujados… ¿Sabéis lo que es dejar a tus amigos para ir a rellenar el vaso y volver a encontrarlos sin problema? La organización no opinará lo mismo, pero nosotros no hemos echado en falta más gente.

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Yard Act llegaron desde Leeds para ir directos al meollo con su post punk gamberro y juguetón, preparados para hacer bailar al escenario principal aprovechando que el sol estaba dando un descanso. Aun así no empezaron con la artillería pesada y optaron por un show que se iba asalvajando a medida que avanzaba. Esto se reflejaba directamente en la figura del vocalista James Smith, que consiguió contagiar su caótica energía al público.

Con el aura de un carismático traficante de armas, con gafas rosas y todo, este no tuvo problemas en tirar el soporte del micro como si fuera un trapo o en cantar tirado boca abajo en el suelo. ‘When The Laughter Stops’ y ‘We Make Hits’, un temazo que funciona igual de bien en directo, fueron las más disfrutadas en un set construido totalmente para festivales. ‘100% Endurance’ marcó el tono de los próximos conciertos con su naturaleza más contemplativa y amable.

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Adrian YR

El aperitivo perfecto antes del viaje que fue Mogwai. Yo no conocía a los escoceses, pero desde el principio tenía la sensación de estar delante de una banda de culto sin saberlo. Que tantas personas se congreguen para escuchar este tipo de música tan atentamente no es lo normal en un festival, pero sí fue la norma ayer en Tomavistas. El concierto fluyó como una sesión de electrónica, pero sustituyendo todos los elementos por instrumentos de rock. No entré de lleno en el show hasta que llegó la tercera canción, ‘I’m Jim Morrison, I’m Dead’. Desde ese momento me limité a dejarme llevar.

Había tanto respeto por el grupo que una persona no dudó en girarse para pedir silencio a uno de mis acompañantes: «Por favor, baja el tonito». Nunca me había pasado esto en un festival. Pocos minutos después, otro grupo empezó a reírse en alto de sus movidas y la misma persona les miró con una cara de asesino total. Él solo quería estar inmerso en el mundo de Mogwai sin nada más en sus oídos. En parte, lo entiendo. La música es un muro de sonido lleno de capas y texturas, distorsión y emoción. Es casi absurdo hacer diferencias entre canciones, ya que se disfrutó como una experiencia unificada.

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Como si de repente estuviese dentro de ‘El mago de Oz’, otro personaje entró en la historia. Este era un hombre que representaba lo contrario del gruñón que tenía delante: «¿A ti no te gusta esto no? A mí tampoco», me suelta. Me cuenta que Mogwai están «pasadísimos», aunque también me recomienda sus mejores discos. «Son muy buenos, pero tienes que haber nacido en los 80», me dice sin cortarse. La media de edad estaba definitivamente alrededor de esas fechas, por lo que no iba tan mal encaminado. Sin embargo, yo, que he nacido 20 años más tarde, sí disfruté del concierto.

En el último tercio, los músicos son envueltos en coloridas luces a la vez que aumentan la revoluciones de forma épica. La última canción es una delicadísima pieza que alterna momentos de calma total, casi ambient, con un eufórico final lleno de ruido y fuerza. Pues bueno, no miento si digo que los «shhhh» del público se oían más que la música, intentando callar cualquier mínimo comentario que surgiese entre los asistentes. ¿Qué es esto? ¿El ataque de los puretas? En puro colofón musical, uno de estos soltó un grito gutural como si le hubiesen atropellado el pie, pero creo que solo era la euforia liberada.

Daniel Vazquez

En este plan pasamos a Kiasmos, que ofrecieron la fiesta más pacífica en la que haya estado. El set no daba tanto lugar a la atención como en Mogwai, sino que promovía la conversación. Si digo que es música para tener de fondo, seguramente se malinterprete, pero no es necesariamente algo negativo. La música es elegante, encantadora y de ensueño, y con ella las conversaciones cobran otra cara. En los instantes más animados, es una rave amable. Lo contrario de hardcore. Estás bailando y no eres capaz de recordar cuándo has empezado a hacerlo.

Esta atmósfera de paz se rompió por completo con el concierto de La Élite en el escenario contiguo. Aquí había dos opciones: despertar del trance con el punk sintetizado del dúo de Tàrrega o seguir surfeando la ola electrónica con Kelly Lee Owens en el tercer escenario, que sí ofrecía una experiencia más club. Si elegías la segunda opción, había que ser rápido. Owens consiguió algo que no había ocurrido ningún día, y es que su recinto llegó a estar tan lleno que había que hacer cola para poder entrar. Al ser un escenario cubierto, había límite de aforo. Pude ver la mitad de la última canción y fue como colarme en un fiestón que bien podría haber estado en funcionamiento durante décadas. La artista, en solitario, con un teclado a cada lado al modo de Nacho Cano, deslumbraba al público con sus beats y sin parar de agitar su melena.

Los valientes que se quedaron a ver a La Élite no formaban parte de su típica audiencia. Algunos veinteañeros salieron de debajo de las piedras, pero principalmente el público estaba formado por gente de mayor edad. Esto se vio claro en la sucesión de las primeras canciones, con ‘Historia Triste’, ‘Aléjate de Mi’ y ‘Sangre Azul’. Aquello no tenía nada que ver con el concierto que dieron en el mismo festival hace dos años, en un escenario mucho más pequeño y con gente que sabía a lo que iba. En este, con la excepción de algunas personas en primera fila, estaba todo el mundo tieso.

Diosito y Nil hicieron lo que pudieron para animar a la peña. Tirarles cervezas, por ejemplo. Aun así, ni un pogo. En un concierto de La Élite, esto es muy grave. En un momento dado, el vocalista se hartó y ordenó a al gente abrir el círculo más grande que pudiesen. Mereció totalmente la pena. Cuando se rompió y todas las personas colisionaron en el centro, entre empujones y saltos, ya sentía que estaba en un concierto de La Élite.

Adrian YR

Romy, con la difícil tarea de dar cierre a todo un festival, consiguió congregar a todos los diferentes públicos de la jornada para la fiesta definitiva. La paz y unión de Kiasmos combinadas a la perfección con el espíritu fiestero de Kelly Lee Owens. Desde el comienzo del set con ‘Lifetime’, la sensación es de pura dicha. Para los visuales, un cielo sin horizonte, un mar sin orilla… Música perfecta para cerrar el telón con mucho amor. El mismo que le transmite el público a Romy en todo momento, incluso cuando debe parar el espectáculo un momento para arreglar un «problema técnico». Es entonces cuando la gente corea su nombre, animándola a continuar. El problema es realmente breve y la fiesta sigue su curso natural.

En el tramo final, la integrante de The xx se centra en poner a todo el mundo a bailar, empezando por ‘She’s On My Mind’ y ese grandísimo remix del ‘Into You’ de Ariana Grande. Así, las tres últimas canciones representaron el mayor baile colectivo que yo he vivido en un festival. ‘Enjoy Your Life’ abrió la veda con ese mensaje titular tan simple pero necesario, y Romy recibió una merecida ovación por ello. ‘Loud Places’ dio lugar a un momento precioso, con un foco apuntando a Romy mientras cantaba, como si de una escena de un musical se tratase. La preciosísima transición a ‘Strong’ fue la guinda del pastel para un perfecto final de festival.

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