La evolución de la saga Thor se podría leer como la síntesis del desarrollo de la estrategia artística de los estudios Marvel. Resumiendo (y exagerando un poco): empezaron tan serios e intensos que daban risa, y han acabado tan ligeros y bromistas que dan ¿pena? El primer ‘Thor’, sorprendentemente dirigido por un director tan alejado de la frivolidad del blockbuster superheroico como Kenneth Branagh, tenía buenos momentos, pero era ridículamente grave y grandilocuente. ‘Thor: El mundo oscuro’, sin embargo, se convirtió, contra todo pronóstico (nadie daba un duro por el televisivo Alan Taylor), en la mejor de la trilogía, un destilado muy equilibrado, ajustado (“solo” duraba 112 minutos) y tremendamente gozoso de aventura, comedia, épica y acción.
Pero entonces llegó ‘Guardianes de la galaxia’, la estupenda y taquillera comedia ochentera de James Gunn. El inesperado exitazo hizo que los ejecutivos de la Marvel vieran el agujero de gusano abierto (o el “ano del diablo”). A partir de ese momento, todos por ahí. El estudio empezó a contratar directores de comedia -blanca como Peyton Reed (‘Di que sí’, ‘Abajo el amor’) o los hermanos Russo (‘Tú, yo y ahora… Dupree’, ‘Arrested Development’, ‘Community’), y negra como Jon Watts (‘Clown’, ‘Coche policial’)- para que filmaran respectivamente ‘Ant-Man’, las dos de ‘Capitán América’ y ‘Spider-Man: Homecoming’.
‘Thor: Ragnarok’ es el último ejemplo de esta deriva. Alan Taylor ha vuelto a ‘Juegos de tronos’ y en su lugar han contratado los servicios del cómico neozelandés Taika Waititi, autor de la fabulosa serie musical ‘Flight Of The Conchords’, la divertida (aunque no tanto como se dijo en su momento) ‘Lo que hacemos en las sombras’, y la inédita en salas ‘Hunt for the Wilderpeople’. El resultado de esta decisión es el esperado: más que una película de superhéroes con pinceladas de humor, ‘Thor: Ragnarok’ es directamente una parodia, el “aterriza como puedas” de la Marvel.
¿Esto es un defecto? En parte sí. Tan malo es caer en la afectación y falsa trascendencia de muchos productos de DC, como en el puro festival del humor, en el circo de los “pachachos” del último Marvel. La eficacia cómica de ‘Thor: Ragnarok’ es innegable. Tiene chistes verbales (la mayoría entre Loki y Thor) y gags visuales fantásticos (con el “aterrizaje” de Bruce Banner solté una carcajada que se oyó hasta en Asgard). La mezcla de comedia y acción funciona de maravilla en secuencias como el prólogo (con el ‘Immigrant Song’ de Led Zeppelín de fondo) o la pelea entre Hulk y Thor.
Sin embargo, cuando casi todo es jijí-jojó, lo que queda, la parte dramática de la historia, no hay quien se la tome en serio. La destructiva dictadura que impone Hela en Argard (una atractiva pero muy desaprovechada Cate Blanchett), con ese éxodo de refugiados que aspira a potente metáfora sobre el presente, se convierte, por culpa del desequilibrio tonal, en una parodia involuntaria. El espectador, condicionado por el tono cómico de toda la película, está esperando constantemente la inflexión humorística, el contrapunto irónico. Y cuando no lo hay, el resultado es decepcionante. Ponerse serio, épico o trágico tras diez chistes seguidos (no todos buenos, por cierto) no funciona. Mejor cinco, y espaciados. Como ‘Thor: El mundo oscuro’. 6’5.