Detrás de algo en apariencia tan ingenuo y fácil como este disco se encuentra un trabajo arduo. Solo así se consiguen diez cortes tarareables de principio a fin, unas letras sencillas con referencias constantes al mar que de una forma u otra se te quedan y unas historias sobre amores fugaces y una producción milimétrica con una atención, como la propia Linda Mirada reconoce, casi obsesiva por el detalle. Cada canción tiene su propia estructura rítmica (atención a ‘Aire’), su sonido diferenciado, sus arreglos de sintes en forma de pregunta-respuesta, líneas subyacentes y todo lo que su creatividad le permita, sin recargar en exceso ningún tema. En definitiva, el juego revivalista de Linda Mirada, lejos de ser algo ya gastado desde la primera escucha, es una visión fresca del pop de cualquier época. Podemos quedarnos simplemente en la nostalgia de un tiempo mejor o, como propone ‘Con Mi Tiempo y El Progreso’, partir de la anécdota y la referencia para disfrutar de unas canciones atemporales.
El traumático cambio de nombre al que tuvo que someterse por razones legales podría haber hundido a Santigold en la miseria, pero White ha sabido salir fortalecida de sus desafíos, como a su vez aquellos que no consiguen el éxito esperado con sus primeros pasos suelen conseguir. Ella no para de repetir en las entrevistas promocionales que quiere ser una estrella del pop, que no construye canciones para que las escuchen cuatro gatos sino cuanta más gente, mejor, y ‘Master of My Make-Believe’ es la vía perfecta a pesar del single ‘Disparate Youth‘. Lo es por varias razones. La principal es la inmediatez de composiciones como ‘God From The Machine’, ‘The Keepers’, ‘Fame’ o ‘Freak Like Me’. Sirva como muestra que hasta las baladas (por primera vez ha compuesto al piano, en concreto la preciosa ‘The Riot’s Gone’) funcionan en un tracklist que pasa en un suspiro, entre producciones más urban como ‘GO!‘, en la que ha contado con Karen O y Theo Martins, o ‘Look At These Hoes’; y otras que se aproximan tímidamente a otras modas como el chillwave. Otra sería la producción, uniforme a pesar de las distintas personas que han metido mano en el proceso de grabación, desde David Sitek de TV On The Radio hasta Diplo pasando por Greg Kurstin o Nick Zinner de Yeah Yeah Yeahs. Y una última podría ser la adecuación de todo el conjunto a 2012, tanto en lo que se refiere a la vida personal de Santigold (‘Fame’) como en cuanto a lo social (‘The Keepers’ mantiene la esperanza de cambiar el mundo), como por supuesto en lo sonoro.
Son la desesperación, las decisiones tomadas por necesidad y que luego te persiguen toda tu vida las que mueven el disco de Mike Hadreas. ¿Quién si no sería capaz de convertir un poema de Edna St. Millay Vincent en una canción sobre el sexo gay (‘Dirge’)? Es precisamente en la lírica, si tenemos en cuenta que la instrumentación y la producción del LP es de lo más austero (al final Perfume Genius se ha decantado por centrarlo todo en el piano, que es un instrumento que domina desde los siete años), donde reside todo el potencial del álbum: desde la preciosa canción de amor y sexo que es la que da título al álbum y que canta con su novio Allan, hasta la que dedica a su madre, ‘Dark Parts’. Una madre que una vez le preguntó a su hijo por qué no podía hacer nada “bonito” (entiéndase “bonito” en el concepto de madre) y para la que él escribió una de las frases más sobrecogedoras de todas sus composiciones: “I will take the dark parts of your heart into my heart”.
Kendrick es un artista con un talento superlativo para la rima, con un gran olfato para la producción y un exquisito uso de los samplers y las bases. Y ‘good kid, m.A.A.d. city’ es un muy buen álbum con un concepto muy claro, quizá algo previsible pero desarrollado con inteligencia y habilidad. Cada canción representa un episodio vital en la vida de Kendrick (ligados entre sí por grabaciones supuestamente reales de mensajes de voz de sus padres y colegas), convirtiéndose en paradigma de un joven negro medio criado en un suburbio norteamericano durante los 90, al calor de la calle y el rap, y cuya deriva hacia las armas, las drogas y la venganza se dibuja inevitable. ‘good kid, m.A.A.d city’ narra una historia con estructura circular (la oración que introduce el álbum es la misma que una anciana obliga a rezar a los chicos que huyen de un tiroteo al final de ‘Sing About Me, I’m Dying Of Thirst’), en la que el chico termina redimiéndose y encauzando su vida gracias a su familia y a la religión. Aunque sea un sobado argumento cinematográfico, lo cierto es que Kendrick Lamar consigue dar fiabilidad a la historia y sostener el concepto gracias a su prodigioso estilo de rima, con el que incluso se atreve a interpretar estados de ánimo, como cuando en ‘m.A.A.d. city’ rapea tratando de mostrarse como un “negrata peligroso” con voz afectada y titubeante o cuando arrastra las palabras como si estuviera pedo en la etílica ‘Swimming Pool (Drank)’.
Como nunca bajaron del sobresaliente tanto en sus LPs como en su EP (‘Slow Riot For New Zero Kanada’, 1999), las expectativas formadas en torno a esta nueva entrega son altas y no van a ser defraudadas. En todos estos años, los de Montreal no se han olvidado de la situación socio-política que les rodea, y la última de las codas hace alusión, con el título de ‘Strung Like Lights at Thee Printemps Erable’, a las protestas estudiantiles de la pasada primavera tanto en su ciudad como en Quebec. Este drone se mira por momentos, feedback guitarrero mediante, en el espejo de los Sunn O))) menos abrasivos para acto seguido sumirse en la calma (tensa, eso sí) más absoluta. Y se hace el silencio. ¿Se podía esperar más? Es posible que sí en lo que a duración se refiere, si recordamos otros álbumes más dilatados, pero la cantidad sobre la calidad no parece el criterio a seguir. Si somos sensatos y nos fijamos en lo cualitativo, difícilmente podrían haberlo hecho mejor, poniendo este ”Allelujah! Don’t Bend! Ascend!’ a la altura de sus mejores trabajos. Majestuosos, geniales, únicos.
Desde la superficie, ‘The Haunted Man’ puede percibirse como la continuación lógica de la carrera musical de Bat for Lashes, pues en él sigue primando esa búsqueda de la profundidad a través de los sintetizadores ochenteros más sugerentes, de los elementos analógicos más siniestros pero embellecedores, o de su estupenda voz, tan apta para el dolor al que suelen remitir sus letras como para el entorno natural en que suelen tener lugar. La producción, realizada por ella misma, sigue contando con elementos excitantes y sorprendentes, ejecutada con una sobria elegancia siempre algo más compleja de lo que parece. Suenan vibrantes el final orquestado de ‘Lilies’, los arreglos de ‘All Your Gold‘ o el clímax de ‘A Wall’. Sin embargo, un poco de atención tanto a la música como a las letras, revela que el mundo de Natasha ha sufrido serias convulsiones desde 2009. Es entonces cuando nos damos cuenta de que este álbum no sólo es un buen álbum sino un sutil y discreto reflejo -pero muy emocionante- de las vicisitudes por las que ha pasado su autora hasta poder dar con él. La confirmación de que la sensualidad salvaje de las composiciones y producciones de Khan la acercan cada vez de manera más digna a Kate Bush.
Su debut, ‘Exposición universal‘, fue un disco disperso, con tres “hits que nunca fueron” acompañados de canciones más pausadas, incluso con un toque post-rock y slowcore, junto a las que no terminaban de pegar. ‘El murmullo’, que fue grabado en 2011 con el omnipresente Paco Loco, es un disco igual de variado, pero por alguna razón -quizá por el modo en que se ha secuenciado el tracklist, quizá porque las canciones son mejores, quizá porque se ha conseguido dar mejor unidad- parece mucho más centrado. Ni el sesentero adelanto de ‘Los días‘, un tema acústico con una intervención de cuerdas espectacular; ni la pista inicial, ‘Miércoles Capítulo’, su ‘La fuerza del destino’ particular, donde se alternan guitarras acuosas con sintes y palmas, son especialmente representativos de un disco que recorre los caminos de la psicodelia (‘Entre los sicomoros’), la americana (‘El caminante’) o el lo-fi de sonido directo (‘La semilla del diablo), con los coros a lo Brincos o a lo Beach Boys como estupendos denominadores comunes.
Dedicado a Vic Chesnutt, ‘Mr. M’ es el disco perfecto de Lambchop porque es tan capaz de satisfacer a sus más antiguos seguidores como de captar nuevas orejas para su arriesgado intento de cautivar siendo fieles a patrones tan aparentemente apolillados. Cómo el ritmo trotón de ‘Gone Tomorrow‘ se sobrepone a un prodigioso parón intermedio que culmina en una increíble coda instrumental, el misterioso gancho de esos coros femeninos deletreando pausadamente ’2B2′, la forma en que las cuerdas rompen y callan en ‘Mr. Met’, el prodigio de que dos instrumentales (‘Gar’ y ‘Betty’s Overture’) no sean mero relleno o hacer de la autocopia descarada (‘Buttons’) un arte, son enigmas que no están al alcance para demasiados músicos vivos y están contenidos en este disco, exultantemente nuevo y dulcemente viejo a un tiempo.
Lo que hace que ‘kin’ tenga hoy toda nuestra atención es que lo que hemos escuchado (y visto) es algo muy bueno. Con una coherencia envidiable, Jonna Lee presenta un grupo de canciones incontestables, que posiblemente no serán hits nada más que en algunas habitaciones, coches o dispositivos electrónicos del mundo, pero que conforman un precioso, matizado y atractivo producto pop que no está al alcance de muchos artistas de la actualidad. Un pop oscuro que justifica las sospechas que había sobre la participación del mencionado Dreijer, no solo por su similitud formal con The Knife o con el proyecto de su hermana Karin, Fever Ray, sino también por compartir ese espíritu turbador en lo visual. Pese a compartir ese carácter dark pop con los Dreijer (‘drops‘, ‘in due order‘) y con un mayor interés por la melodía que les emparenta con Zola Jesus o Austra (‘good worker‘, ‘sever‘), iamamiwhoami presenta sin embargo una faceta dulce y vulnerable, menos arty y más visceral, en cortes como ‘play‘, ‘rascal‘ o las emocionantes ‘kill‘ y ‘idle talk‘. ‘goods‘ es la guinda disco del pastel, un acercamiento a los Goldfrapp hedonistas desde su mundo fantástico y monstruoso.
‘Django Django’ es uno de los debuts más sorprendentes de este año. Sería una pena que quedara relegado a moda de temporada porque, en su fin hedonista, no suena intranscendente en absoluto y en general la mezcla de experimentalismo y accesibilidad no podría estar más equilibrada. Con suerte, ocurrirá con Django Django lo mismo que con otras bandas, entre ellas The Beta Band, que a pesar de las ventas pobres iniciales recibieron el halago unánime de la crítica y terminaron siendo de culto. Pocos discos como este fueron tan ideales para acompañar el verano.
Adam Bainberg esconde a propósito su biografía porque considera que todo lo que debemos saber de él está contenido en su debut, este ‘World, You Need A Change Of Mind’. Y lo que nos enseña es que no solo ha mamado de la electrónica de sellos como Kompakt o Warp sino que, además de haber aprendido mucho del dance emocional de Junior Boys, tiene un profundo poso de funk y disco e, incluso, que debe de ser un gran fan de Prince. Eso se desprende de cortes como ‘Gee Up’, ‘That’s Alright’ o ‘Doigsong’, en los que Kindness juguetea con hip hop, jazz, soul y funky de una manera iconoclasta, imaginativa y con gancho, como solía el músico de Minneapolis.
Han pasado dos años desde que George Lewis Jr., el “hipster” neoyorquino que se esconde bajo el nombre de Twin Shadow, publicase uno de los mejores discos de 2010, ‘Forget’. Ahora presenta un nuevo trabajo continuista, ‘Confess’, que incluso podría ser considerado literalmente una segunda parte que arranca tras la pista once que daba título al primer álbum. En ‘Confess’, la numeración de las canciones comienza con el doce, por si había alguien que pensaba que Lewis iba a explorar nuevos caminos. Ahora Lewis -eso sí- se ha autoproducido y ha decidido no contar con la ayuda de Chris Taylor de Grizzly Bear. El resultado es un sonido menos íntimo y más agresivo, con una percusión que toma cuerpo y marca los temas como en ‘Golden Light’, y con unos sintetizadores que llaman a cardarse el pelo en ‘When The Movie’s Over’ o en ‘Patient’, donde sorprendentemente el sonido le acerca a Timbaland. Pero por lo general los temas no destacan unos sobre otros, y en este caso no es para mal. Prácticamente cualquiera de ellos podría ser un buen single.
Una de las más decisiones fundamentales en lo nuevo de Liars es la elección de Daniel Miller como productor. Miller no solo es el fundador de Mute, sello íntimamente ligado a la electrónica experimental (y del que forman o han formado parte artistas como Throbbing Gristle, Depeche Mode y, por supuesto, los mismos Liars), sino que también es uno de los pioneros del estilo con su proyecto The Normal. Lo que aquí esta sucediendo, a fin de cuentas, es un borrón y cuenta nueva en toda regla. Aquellos que esperen un disco sucio y estridente, que se lo piensen mejor, porque contrariamente a lo que podíamos esperar, ‘WIXIW’ es un álbum que, además de oscuro, rebosa elegancia y hasta belleza en algunos de sus pasajes. De esto nos daremos cuenta nada más darle al play y escuchar ‘The Exact Colour Of Doubt’, relajada y atmosférica, con Angus cantando, casi susurrando, melódicamente mientras bajo, guitarra y sintetizadores revolotean con suavidad. Una delicia de comienzo con detalles muy de los Radiohead actuales. No parece casualidad, pues, que Thom Yorke remezclara uno de los temas de ‘Sisterworld’; algo se les ha tenido que quedar en la retina.
A pesar de resentirse de su falta de cohesión o de la ausencia de singles claros, un vistazo al tracklist del disco post-divorcio de Madonna, a medio camino entre la pena por lo que ha terminado y el recuperado zorreo, da buena cuenta de su absoluta contundencia y solidez. El disco se abre con cuatro considerables trallazos, se cierra con tres canciones preciosas y deja en medio curiosidades como el single principal. Así, la mujer supuestamente más fría, calculadora y manipuladora del pop vuelve a colárnosla… ¿jugando esta vez con las bajas expectativas creadas por los singles previos? Quizá, aunque comparándolo con quien hay que compararlo, es seguro que ‘MDNA’ presenta un gran equilibrio entre buenas melodías de lo más adictivo (de ahí también su título), y un porcentaje de factor sorpresa e idas de olla (‘Gang Bang’, ‘I’m Addicted’, ‘Love Spent’) con el que los fans de Morrissey, Pet Shop Boys, Saint Etienne, Depeche Mode o U2 sólo podemos soñar.
Aunque se trata de un disco casi tan diverso como ‘Ísimos‘ y ‘Érrimos‘, ‘Rock’n Roll’ parece más sólido que aquellos porque se intuye vertebrado en el concepto de su rotundo título. No solo homenajean explícitamente al rock más genuino (al estilo del último Luke Haines o Lawrence) en cortes como ‘Primero de mayo’, ‘Panteras’ o el tema titular, sino que el álbum evoca al espíritu mismo de la música rock. No al manido sexo, drogas, etcétera, sino a ese ímpetu liberador del que encuentra en la música popular el sentido de su vida. Ya ni siquiera nos sirve la referencia al costumbrismo y a Vainica Doble para hablar de ellos, porque hasta en el apartado de las letras, uno de sus puntos fuertes, presentan una notable evolución. Escondidas en una aparente simpleza, lanzan líneas memorables y rotundas, singulares pero sin mamarracherío. En el pop nacional sobra mimetismo y falta carácter propio, se necesitan más grupos como Espanto. Así que este ‘Rock’n Roll’ es, además de un gran disco, una gran noticia para la música de aquí.
Hay quien ha buscado el paralelismo del título de este álbum, el trigésimo quinto en la carrera de Bob Dylan, con ‘The Tempest’, la última obra escrita por William Shakespeare, insinuando que este podría ser su último disco de estudio. Zimmerman se ha apresurado a negarlo categóricamente y, a tenor del vigor y la fuerza de esta nueva entrega, no nos sorprende. No estamos ante un nuevo ‘Blonde On Blonde’ u otro ‘Blood On The Tracks’ (resultaría bastante absurdo esperarlo, por otra parte), pero no por eso cabe desdeñar la sabiduría y elegancia que, tras 50 años de carrera musical, Dylan despliega de una manera insultantemente natural, capaz de sonrojar a muchos folkies wannabes que hoy pretenden seguir sus pasos. Y ‘Tempest’ es un álbum tan sólido, con tanto y tan buen contenido, que desde luego lo último en lo que hace pensar es en que este venerable señor se retire.
La lista de grupos que regresan después de años con un disco horrible, o peor, anodino, que sólo sirve como excusa para la realización de una gira, es tan larga que daría para un especial. No es el caso de Dead Can Dance, la banda creada en Australia a principios de los 80 y que se convirtiera durante los primeros años 90 en el grupo más vendedor del mítico sello 4AD (This Mortal Coil, Cocteau Twins). Sería demasiado fácil pensar que con el título de esta entrega (“resurrección” en griego), Dead Can Dance se refirieran a su propio regreso. El dúo mira sin lugar a dudas hacia sí mismo en ‘Anastasis’, pero sus letras no dejan de hablarnos sobre la vida, llevándonos a pensar que esa resurrección no es otra que la que necesita el mundo con el que se han encontrado cuando se han encerrado para volver a grabar. ‘Anastasis’ no es sólo un disco a la altura de su discografía, sino sobresaliente y aún original para los tiempos que corren y perfectamente comprendible por las nuevas generaciones, aquellas que en estos 16 años se han dejado seducir por la extraña sensualidad de los últimos Massive Attack o The Knife / Fever Ray.
Tras el claro viraje al pop, en su acepción más amplia, de ‘Audiovisión‘, los nuevos pasos de este inquieto artista, que ha declarado su firme voluntad de no repetirse nunca, eran insospechados. ‘En la naturaleza (4-3-2-1-0)‘, el single que avanzaba este ‘GP’, era una clara y feliz huida hacia adelante que se abrazaba decididamente a un género tan inesperado como el moombahton. Quizá el secreto de esta generación de jóvenes artistas chilenos es que se acercan a la música con inocencia, sin prejuicios hacia el pop más comercial, asegurándose de estar haciendo algo de calidad sin temor a que evoque a Mecano en lugar de a Sonic Youth. Una apertura de miras de la que adolece gran parte de la escena indie española y que podría hacerle mucho bien. En cuanto a Gepe, solo cabe imaginar cómo nos sorprenderá la próxima vez, que en esta ocasión es tan cercana como su inminente disco conjunto con Alex Anwandter.
Si en el plano musical hablamos de un gran álbum sin paliativos, para cualquiera que guste del rock de ascendencia norteamericana cantado en castellano, las letras de McEnroe suponen una baza adicional para lograr ese objetivo que ya cumplieron con su anterior y tercer álbum. Los que podemos reconocernos en los pequeños y fugaces momentos que se nos adhieren eternamente (‘La Palma’, ‘Mundaka’); en las canciones y discos que, en un momento crucial de nuestra juventud, se instauran en nuestra vida para siempre (esas referencias a Echo & The Bunnymen o El Pecho de Andy en ‘Agosto del 94′); en el estúpido que pasó una temporada persiguiendo a esa persona que solo estaba jugando con él (‘Vistahermosa’); en la impotencia de ver desmoronarse una relación a pesar de seguir amando (‘Arquitecto’, ‘Astillero’); en la autoconfianza que da sentirse correspondido en el amor (‘Las mareas’); en la vulnerabilidad y la confusión del enamoramiento (‘Paris, encore’, tema oculto al final del CD) o en la mezcla de euforia y frustración que provoca amar ciegamente (‘La cara noroeste’); a todos esos, ‘Las orillas’ nos va a alcanzar más profundamente y, con seguridad, seguiremos emocionándonos al escucharlo cuando dentro de un tiempo llegue otro nuevo disco de los ya grandes McEnroe.
‘Shrines’ es sobre todo un disco que apenas da respiro (solo, quizá, ocurra con la triste ‘Cartographist’) con su pop exuberante, que derrocha a la vez audacia y gancho. Desde viejas conocidas como ‘Ungirthed’ o ‘Lofticries‘, tan convincentes como el primer día, pasando por ‘Obedear‘, ‘Belispeak‘, ‘Crawlersout’, ‘Grandloves’ (en la que utilizan partes de ‘You With Air’, tema de Young Magic −otros interesantes debutantes en este 2012−), ‘Saltkin’, ‘Amenamy’ o el prodigioso single ‘Fineshrine‘ (posible canción del verano en nuestro mundo), cada corte en ‘Shrines’ parece perfectamente capaz de cumplir ese axioma que dice que una canción solo muestra su verdadera calidad cuando es interpretada con una simple guitarra acústica. Hagan lo que quiera que hagan en el futuro, James y Roddick podrán interpretar estas canciones como sea, desde con zambomba hasta con una filarmónica, que no perderán un ápice del poder evocador y la dulzura que transmiten en esta forma. Aunque también es claro que, si hoy tenemos que pensar en quién representará mejor el pop electrónico en este año, parece que apenas ‘kin‘ de iamamiwhoami podría competir con este ‘Shrines’.
Inmenso, luminoso, sincero e intenso. Así es el ‘Sun’ de Cat Power, noveno álbum de estudio de la artista estadounidense. Ya los singles adelanto del disco nos hicieron presagiar lo mejor: ese ritmo latino de ‘Ruin‘ (“Bitching, complaining when some ṗeople who ain’t got shit to eat”) y ‘Cherokee‘, con esa hipnótica remezcla a cargo de Nicolas Jaar, pero ‘Sun’ es mucho más. Desde luego mucho más que un cambio de estilo en la trayectoria de Chan Marshall. Es uno de esos discos, como ‘Back to Black‘ o ‘Miseducation of Lauryn Hill’, que se van a tener en un futuro no muy lejano como referencia. Decir que supone una ruptura de sonido con respecto a los anteriores trabajos de Cat Power se antoja superfluo cuando ella nos sigue dando lo que siempre nos ha dado. Una fragilidad y sinceridad aplastantes envueltas en sonidos subyugantes. Que para ello recurra a una guitarra eléctrica o a una caja de ritmos es lo de menos. Lo que sí resulta novedoso en este trabajo es que el conjunto resulta mucho más accesible que en otras ocasiones. Quizá sea arriesgado afirmar que con este trabajo la autora de ‘You Are Free‘ pueda llegar a un público “masivo” pero si tuviéramos que prestar alguno de sus discos a alguien que jamás hubiera oído hablar de ella, prestaríamos este.
Salvo alguna excepción sombría (‘No Sentiment‘), buena parte de este álbum transmite cierto positivismo melódico. Sin embargo, según Baldi ha explicado, se trata de un disco que alberga sentimientos negativos, de dolor y rencor. La ruptura con el pasado se intuye, en letras como la de ‘Cut You’ (“Do you wanna hurt him? Do you wanna kill him? (…) I miss you cause I like damage”) o ‘Our Plans’ (“No one knows our plans for us, we won’t last long’), más dramática aún en lo personal que en lo artístico. ‘Attack On Memory’, que cambia de manera considerable nuestra percepción de la banda, es un trascendental paso para una formación a la que habíamos subestimado, posiblemente porque ni siquiera ellos mismos habían sido conscientes de su potencial. Hasta ahora.
Calvin Harris ha trascendido fronteras, gustos y estratos sociales por países, de los USA a los polígonos pasando por los gays y los indies con ‘We Found Love’. Otros singles anteriores y posteriores de ’18 Months’ (¿cuántos van? ¿ocho?) siguen una estrategia similar. Harris escoge un sintetizador y le da brillo en forma de subi-subidón en un momento u otro de la canción. A veces es el estribillo, otras un puente, otras el final, y otras toda la canción va bien servida de zapatilla. Este cansino y bochornoso recurso funciona a Calvin mucho mejor que a David Guetta. Por eso este disco parece un “grandes éxitos”, pero no lo es. Es el tercer disco de un artista que roza la perfección pop. El mejor álbum de pop desde hace meses, ese que nunca han sabido darnos ni Lady Gaga ni Britney ni siquiera Rihanna.
‘Swing Lo Magellan’ completa la transición al pop de ‘Bitte Orca’ y, ya de paso, da rienda suelta al gusto por la música negra que Dave Longstreth ha ido mostrando tímidamente y que se hizo patente en ‘Stillness Is The Move’, el single más reconocido de su anterior disco y ejemplo perfecto de R&B. Ese interés se desvela en todos y cada uno de los doce cortes, desde ‘Impregnable Question’ y ‘Swing Lo Magellan’, medios tiempos soul de incontestable dulzura dignos de la época dorada de la Motown, hasta las tremendamente contundentes y pegadizas ‘Unto Caesar’ y el single ‘Gun Has No Trigger‘, con un groove que no tiene que envidiar al mejor Beck, pasando por ese coqueteo con el hip hop en ciertos detalles de ‘About to Die’.
¿Qué tienen Alt-J de especial? Gwil, Joe, Gus y Thom, que se conocieron cuando estudiaban en Leeds, después se mudaron a Cambridge y finalmente grabaron este primer disco en Brixton, suenan muy influidos por los punteos del afro-indie, el folk de verdad y los cuartetos vocales, entre otras cosas. Las canciones de ‘An Awesome Wave’ recuerdan a tantísimas formaciones incluso dentro de la misma canción, que la banda no resulta en absoluto una imitación de nadie en particular. Quizá esto se deba a su obsesión por que sus composiciones vayan a diferentes sitios. Esos lugares no son tan bonitos como aquellos a los que te llevan las ensoñadoras melodías de Beach House, pero hay más cosas aparte del cielo. Sirva como ejemplo uno de sus múltiples singles, ‘Breezeblocks’, que después de alternar los caminos del indie-rock con el weird-folk de formaciones como CocoRosie o los sonidos infantiles de Psapp, termina entonando un irresistible y medio funky “please don’t go / I love you so”. Tras asistir a su baladita final te das cuenta de que incluso en su propio intento “alternativo” y “experimental”, Alt-J terminan perjudicados por más de un cliché. Sin embargo, nadie les puede discutir haber hecho uno de los discos más interesantes, comentables y disfrutables de la temporada incluso en su inintencionada imperfección.
El duodécimo disco de Cohen cuenta con altibajos en cuanto a estados de ánimo y también en cuanto a composición (la segunda mitad es ligeramente menos épica que la primera), pero la sensación final parece la del triunfo de la calma y la serenidad, en sintonía con su minimalismo musical, y propio de un hombre de 77 años que sabe perfectamente dónde está y puede estar más que satisfecho de sus logros en la vida. “Soy viejo y los espejos no engañan”, canta en ‘Crazy To Love You’; “no tengo futuro, me quedan pocos días”, en ‘Darkness’. ‘Old Ideas’ puede basarse en viejas ideas, pero si recordamos que Cohen ya quería titular de esta manera su disco anterior, quizá debamos suponer que él mismo es consciente de que las ideas viejas de siempre esta vez sí están a la altura de lo mejor de su carrera.
Tras participar en proyectos paralelos como Monsters Of Folk y She & Him, el músico originario de Portland Matt Ward se ha cruzado, tras una década de carrera en la penumbra, con términos antes nunca imaginados en su trayectoria: reconocimiento, éxito comercial y hasta popularidad. Aunque no sabemos si está dispuesto a aceptarlo. La primera parte del disco sí ofrece su faceta más luminosa y directa en cortes como ‘Primitive Girl‘, las colaboraciones de Zooey Deschanel en ‘Me And My Shadow’ y ‘Sweetheart’ (haciendo justicia, una vez más, a una canción de Daniel Johnston) o ‘I Get Ideas’, recreación de la versión que Louis Armstrong hizo, a su vez, del popular ‘Adiós muchachos’, que ya pudimos disfrutar en los últimos shows de Ward. Sin embargo, aun sin llegar al tono melodramático y trascendental del magnífico precedente ‘Hold Time‘, la segunda parte del álbum se convierte en un incontestable ejercicio de humildad y honestidad en el que el autor muestra que su mayor ambición es mantenerse fiel a sí mismo. M. Ward deja claro que solo quiere ser M. Ward.
Josh Tillman, antes de enrolarse como batería de Fleet Foxes entre 2008 y 2011, había publicado un buen montón de álbumes como J. Tillman, repletos de canciones eminentemente acústicas, oscuras y austeras, que rezumaban espiritualidad. ‘Minor Works’, ‘Vacilando Territory Blues’ o ‘Singing Ax’ siguen siendo álbumes profundamente emotivos, en los que el músico de Seattle se dedicaba a “lamer sus heridas”. Harto de autocompasión y narcisismo, hace más o menos un año que se encontró totalmente bloqueado en lo creativo, y se le ocurrió “coger su caravana, llena de setas alucinógenas como para noquear a un caballo” y dirigirse al sur, por la costa hasta Los Ángeles, con el objetivo de escribir una novela. El personaje que la protagonizaba, Father John Misty, es un reflejo de su otro yo, ese al que le interesan el humor, las drogas y el sexo, y se entrega sin complejos a un hedonismo nihilista como solución terminal. Algo igualmente narcisista, pero bastante más divertido para él. El resultado es ‘Fear Fun’, un disco fantástico, vibrante de principio a fin, que como Wilson, Cass McCombs o Bill Callahan, recoge una herencia musical de clásicos norteamericanos para actualizarla y darle nueva vida y sentido. Y, en este caso, nos muestra a un atractivo personaje, el tal John Misty, un mujeriego y drogata sin escrúpulos pero con corazón, al que algunos admiraremos en secreto, fantaseando con la idea de que, como el honesto Tillman, albergamos uno en nuestro interior.
Después de escuchar el primer disco oficial de Lorena Álvarez, que se abre con el sonido de un rebaño de ovejas, uno se da cuenta de lo mal que ha usado hasta ahora la palabra “bucólico” para referirse a la música. El proyecto de la joven asturiana, puro desparpajo, retoma la canción tradicional (las jotas, sobre todo) para expresar sus inquietudes. Pese a sus palpables defectos, ‘Anónimo’ es una paradójica ola de originalidad que probablemente permanecerá incomprendida. Las canciones aquí contenidas tienen el alma necesaria para pasar de generación en generación, como tantos temas populares “anónimos” que nos han llegado a través de nuestros antepasados. Lorena sabe como pocos apelar a nuestros sentimientos más básicos, con melodías que es imposible no canturrear mientras se cocina o se pasea por la calle, como sucedió a nuestros abuelos en un pueblo del norte o el sur a pelo, como sucede a las “modernas” protagonistas de ‘Sexo en Nueva York’ o ‘Girls’ en sus iPods (“que me caso, que no me caso, que me caso, que me casaré”) o como sucederá a nuestros nietos en otro formato.
A raíz de una proposición para un homenaje a Morente en La Noche Blanca del Flamenco de Córdoba, Antonio Arias (Lagartija Nick) y J (Los Planetas) quisieron ir más allá de un mero evento y junto al también Planeta Florent y a Eric Jiménez, miembro de ambas bandas, el nombre de Los Evangelistas empezó a escucharse durante el pasado año. Probablemente los momentos más especiales del álbum, los más ‘Omega’, vienen dados por parte de las voces femeninas. El estremecedor cante de Carmen Linares en ‘Delante de mi madre’, un esplendoroso tema que por su carga dramática, feedback de guitarras y percusión, recuerda al homónimo corte que abría aquel disco y por ello, vuelve a quitarnos el aliento. Soleá, por su parte, canta acto seguido en ‘Yo Poeta Decadente’, a medias con Arias; y redondea una secuencia perfecta de temas tomando el protagonismo en ‘La Estrella’, con algo más de dulzura en contraste con el desgarro de Linares. En ‘Homenaje a Enrique Morente’ todos los presentes están más que a la altura de las circunstancias en un disco que no solo cumple lo que promete en su título, sino que además cobra vida propia y deja con ganas de más, haciendo deseable una segunda parte.
Tan impredecibles y bipolares como brillantes, de Crystal Castles podemos esperar básicamente dos cosas: que se les vaya la olla o que nos hagan alucinar, tanto en sus discos como en sus conciertos. Que nunca se han casado con nadie es algo más que evidente y seguramente han seguido haciendo lo que les ha pedido el cuerpo, pero en esta ocasión parece como si hubiesen escuchado la llamada de aquellos que los preferían más domados y con los menos exabruptos posibles. Que hayan decidido sonreírnos en vez de gruñir debería contentar a todos, ya que demuestran que son buenos haciendo lo que se propongan y la calidad y el talento deberían estar por encima de todo. El viaje al que nos invitan en este tercer álbum homónimo tiene menos baches, pero no por ello deja de ser tan excitante como siempre.
Tres años después del exitoso ‘Veckatimest‘, Grizzly Bear vuelven para reafirmar que son una de las bandas más llamativas de lo que va de siglo, y ante ‘Shields’, su cuarto disco de estudio, es complicado permanecer indiferente. ¿Qué es lo que hace enriquecedor a este grupo? Que nunca ha dejado de crecer. ¿Dónde podemos encontrar la explicación? En que todos sus integrantes son muy inquietos musicalmente. En esta obra, el cuarteto neoyorquino muestra una perspectiva más convencional y lineal de su música, un carácter más rockero (en este aspecto, el miniálbum de Rossen se antoja como un fantástico prólogo) y una buena dosis de luminosidad, aun conservando su deleite por las texturas de los sonidos orgánicos y el uso de una rítmica atípica, que usa el silencio casi como un instrumento más (el lapsus de Chris Taylor con CANT mostró que él tiene buena “culpa” de ello).
‘La Frontera’ de la que habla Pascual no es una frontera física, ni siquiera una frontera emocional. Es la de los pensamientos que se quedan en la mente, agazapados, que al acercarse a ellos se descubren en formas vagas que dificultan su salida al mundo exterior, tan concreto. Por ello es adecuado el ambiente onírico de ‘Tres Vidas’ y ‘Los Protagonistas’, en las que las flautas recuerdan que el suelo que pisas son en realidad arenas movedizas. Si ‘El Ritmo de los Acontecimientos’ contenía -detrás de unas letras algo pesimistas pero que no olvidan el sentido del humor- un espíritu enérgico y extravertido, ‘La Frontera’ alberga una introspección hacia terrenos oscuros que deja marcado.
El doble disco ‘The Seer’, al igual que ya hiciera ‘My Father Will Guide Me…’, entronca la tradición de los Swans seminales con las vistas de Michael Gira en solitario o con Angels of Light. Los abrasadores drones -bloques musicales compactos y que se repiten de manera continua sin muchas variaciones- de la canción que da título a la obra, un monstruo de media hora, pero también de ‘Avatar’ o ‘A Piece Of The Sky’, suenan como unos Godspeed You! Black Emperor apocalípticos dirigidos bajo la batuta de David Eugene Edwards -16 Horsepower, Wovenhand-. Campanas, percusiones antediluvianas, guitarras enmarañadas, golpes, todo funciona milimétricamente. También hay espacio para canciones más “convencionales”, como la fantástica ‘Lunacy’, que abre el primer disco y en la que participan Alan Sparhawk y Mimi Parker, de Low, o ‘Song For A Warrior’, que hace lo propio con el segundo disco y que es cantada por Karen O, cuya dulzura contrasta con la voz cavernosa de Gira.
Hidrogenesse se centran en la figura del que fuera uno de los padres de la computación y de la inteligencia artificial. Su homenaje se orquesta en torno a dos pilares fundamentales: la fascinación hacia la máquina que mostró Turing desde pequeño (e Hidrogenesse desde sus inicios) y la condena por homosexualidad que sufrió durante los años 50, que le llevó a recibir un tratamiento de castración química (lo prefirió a la cárcel), suicidándose finalmente cuando estaba a punto de cumplir 42 años mordiendo una manzana envenenada. Teniendo como protagonista un personaje interesante para cualquiera que esté leyendo esto, Hidrogenesse han construido un bonito disco de música pop que sabe concentrar la vida personal y profesional de Alan Turing en temas tan llenos de belleza y dolor como ‘Enigma’, donde el matemático tiene que enfrentarse a su problema más difícil, irresoluble.
Lana Del Rey debe ser consciente de que no ha inventado nada con esa mezcla de épica orquestal tan cinematográfica, clasicismo melódico y recursos rítmicos del hip hop, que a menudo evoca durante su escucha al trip hop más comercial, el de Hooverphonic, Morcheeba y Sneaker Pimps. Sin embargo, se ve beneficiada por sus logros estéticos, donde toman un papel fundamental sus letras, plagadas de nostálgicas referencias a las viejas estrellas del Hollywood en blanco y negro, mujeres fatales con su lado tierno, lolitas, caza-millonarios y otros topicazos sobre el american way of life que, de tan obvios, nos llevan a preguntarnos si Lana lo que busca es, más que enaltecerlos, ponerlos en evidencia. ‘Born To Die’ es un disco imperfecto, como también lo eran (lo son) ‘True Blue’, ‘Faith’, ‘Appetite For Destruction’, ‘Slippery When Wet’, ‘Loud‘ o ‘Born In The USA’. Es música pop de calidad y con un potencial comercial extraordinario, con esa capacidad para el disfrute inmediato tan difícil de explicar. Como aquellos, es un disco que cuando acabe el año muchos de nosotros habremos escuchado cientos de veces más que el 90% de BNMs de Pitchfork. Y que dentro de unos años todavía escucharemos con un recuerdo emocionado de estos días.
‘Ceremonia’, el tercer disco de La Bien Querida, parece una venganza contra todos los que creyeron que ’9.6′, aquel bonito single de su debut, había sido destrozado por su producción electrónica con respecto a la frescura de la maqueta. O contra aquellos que pensaron que ‘La veleta’, por su sonido endeble era de lo peor contenido en el último álbum de Los Planetas. Podríamos hablar de la extraña mezcla, sin igual desde luego fuera de nuestras fronteras, entre canción tradicional y electrónica setentera. Pero la pregunta aquí es qué demonios importa el envoltorio cuando las canciones son tan emocionantes. De nuevo, será difícil resistirse a sus muchos encantos.
Los algo más de cincuenta minutos que dura ‘ƒIN’ se hacen breves, gracias a una exquisita secuenciación y, sobre todo, a que Talabot tiene un don para hacer que cada segundo de cada corte suene fresco, nuevo y vibrante. Lo logra cuando renuncia al corsé del formato canción, pero también cuando concede, de la mano del prometedor Pional, homenajear el disco-soul primigenio en dos resplandecientes diamantes, ‘Destiny’ y la postrera ‘So Will Be Now’, en la que la voz distorsionada de Miguel Barros hace pensar en un Antony Hegarty acompañando a unos Hercules & Love Affair muy sobrios. El carácter emocional de estas dos canciones (las más claramente pop del conjunto) las convierte en potenciales hits para una nueva generación indie que, quizá, crezca sin prejuicios hacia la electrónica y el house hechos aquí.
‘Kill for Love’ es el primer disco de Chromatics en cinco años, un período de tiempo en el que han sucedido un par de cosas más o menos relevantes para la banda: en primer lugar, el éxito de The xx, que citaban a Chromatics como una de sus principales influencias, y en segundo lugar, ‘Drive’, la película para cuya banda sonora Chromatics cedió su tema ‘Tick of the Clock’. Este paulatino acercamiento de la banda de Oregon a un público más numeroso viene esta vez acompañado de su mejor álbum hasta la fecha. Lejos de resultar agotador, ‘Kill for Love’ sumerge al oyente en una hipotética película de misterio en la que el viaje es tan largo como el mismo disco, pero al mismo tiempo tan hipnótico como sus punteos de guitarra (‘Birds of Paradise’, ‘The River’, ‘These Streets Will Never Look The Same Again’), sus melodías de sintetizador envolventes (‘Candy’, ‘At Your Door’, ‘A Matter of Time’) o la siempre etérea voz de Ruth Radelet. Todo ‘Kill for Love’ seduce gracias a estos elementos, entre producciones más post-punk y otras más ambientales.
Como ocurría en su debut, Parker nos sumerge en una galaxia en la que todo gira alrededor de Led Zeppelin, ‘Tomorrow Never Knows’ de The Beatles y los primeros Pink Floyd, y que encuentra conexiones con los siempre fascinantes mundos de The Flaming Lips (con los que colaboró en el reciente ‘Heavy Fwends‘) y las múltiples bandas del colectivo Elephant 6, especialmente con los Olivia Tremor Control del tristemente fallecido Bill Doss. La introductoria ‘Be Above It’, la indómita ‘Endors Toi’, la soleada ‘Music To Walk Home By’, las trippies ‘Keep On Lying’ y ‘Nothing That Has Happened So Far Has Been Anything We Could Control’, los hits potenciales ‘Why Won’t They Talk To Me?’ y ‘Feels Like We Only Go Backwards’ o los singles ‘Apocalypse Dreams‘ (una respuesta musical a ‘Melancolía’ de Lars Von Trier) y ‘Elephant’ conforman el cuerpo de un disco poderoso y bello, que invita a bañarse eternamente en sus olas sonoras, esas que, tras la emotiva y sencilla primera parte, suenan al cierre de ‘Sun’s Coming Up (Lambingtons)’.
’11 de novembre’ es de esos discos que llegan a rescatar a uno de la infinita, sofocante e inabarcable lista de novedades musicales del momento. Es un salvavidas musical, alejado de tendencias y modas, repleto de emoción y cariño por sus canciones, cuidadas con el mimo de una madre hacia sus hijos. La carga emotiva de ’11 de novembre’ va mucho más allá de la historia personal que lo impulsó. El amor y la pena se palpan de una manera brutal a lo largo de los 50 minutos en los que transcurre este homenaje, expresados por la portentosa voz de Sílvia, que nos seduce y conduce por el álbum con dulzura, y mostrando cuando es necesario su poder demoledor, dejándonos al borde de la congoja y el llanto, logrando hacernos partícipes de su emoción, como ocurre en la mencionada ‘Folegandros’, en ‘Iglesia’ (cuando entona esas frases de ‘Moon River’), en la descarnada ‘Não sei‘ o en la sencilla ‘Memoria de pez’. Canciones que sirven a Sílvia como vehículos para exorcizar la pena de su pérdida a través de recuerdos infantiles y adultos, nostalgia y enseñanzas de Cástor, descritos con un detallismo casi pornográfico y hermoso.
Como prueba de que el sonido de Passion Pit no se contrae en su segundo disco como sucede con tantas bandas, los dos primeros sencillos del álbum, abriendo. ‘Take A Walk’ es mucho más que un “grower” escapista y oportunista con los tiempos que corren, en su referencia al socialismo, a los impuestos y a una relación que no termina de despegar. Lo machacón de su estribillo y su tontísimo teclado te terminan elevando, revelándose como un gran clásico para bailar con los ojos cerrados. Por su parte, ‘I’ll Be Alright‘, la producción más ambiciosa del álbum y una de las más “clicks & cuts”, abre la veda de una serie de canciones influidas por la música negra, que se desarrolla posteriormente en la deliciosa balada de R&B ‘Constant Conversations‘ o en ‘Cry Like A Ghost’, que la diva de turno algún día podría convertir en un hit gracias a una revisión. Lo mejor es que en ‘Gossamer’ las letras y la historia detrás del disco (su líder sufre depresión) es lo de menos, de la misma forma que tantísimo compositor en situaciones extremas no siempre logra sacar lo mejor de sí en sus canciones. La cuestión no es el drama detrás de la vida de Michael Angelakos, sino que, por alguna razón, y paradójicamente, sabe transformarlo en arte, en un pop que es difícil imaginar más eufórico, optimista, radiante y perfecto.
Klaus & Kinski han sabido hacer del eclecticismo su seña de identidad. Desde que Alejandro Martínez y Marina Gómez Carruthers se sumaran a la historia del pop español en 2008 con ‘Tu hoguera está ardiendo‘, tocando el bolero, el noise o el country, son pocos los que esperan de ellos que se concentren en un estilo concreto. Si ‘Tierra, trágalos‘ en 2010 añadía la música disco o el pasodoble, siempre espléndidamente ejecutados, ‘Herreros y fatigas’ sigue abriendo nuevas vías como la habanera o el krautpop, y además perfecciona su sonido más convencional en las pistas que podríamos considerar más cercanas al indiepop. No es su disco más orquestado, ni el más guitarrero, ni el más electrónico, ni el más clásico, pero cada una de estas vertientes toma más protagonismo en algún momento durante el desarrollo de este nuevo larga duración. El dúo había puesto el nivel demasiado alto y hasta podríamos haber pensado que les iba tocando tropezar, pero en absoluto. Quizá beneficiados porque han empezado en esto sin ser precisamente unos adolescentes, vuelven a sorprender desde los primeros segundos del disco (‘La duda ofende’) hasta el último (‘Buceador’ es su mejor cierre).
Pierce admite que este es el clásico disco de madurez y, pese a que en algunos de los cortes más enérgicos y decisivos (como el brutal single ‘Hey Jane‘, los toques de exotismo asiático de ‘Get What You Deserve’, la vibrante y autoafirmativa ‘I Am What I Am’ −co-escrita con su admirado amigo Dr. John− o la chisporroteante ‘Headin´ For The Top Now’) encontramos su característico sonido, es cierto que se percibe a un autor diferente, más reposado y dulce, con una mayor concesión a lo melódico. Lo que aquí abunda son cortes como ‘Little Girl’, ‘Too Late’, ‘Life Is A Problem’ o ‘Freedom’, en la misma línea que en su día marcaron ‘Soul On Fire’, ‘Stop Your Crying’ o ‘Broken Heart’, pero con un carácter decididamente luminoso y positivista, engalanados con un preciosismo digno de una banda sonora de Disney. Esa nueva fórmula culmina con una preciosa ‘So Long You Pretty Thing‘ co-escrita con Poppy, su hija de once años que, además, participa en las voces.
A Bob, Sarah y Pete siempre les han gustado los discos conceptuales. Londres o la vida en un bloque de apartamentos han sido, por ejemplo, los temas centrales de ‘Finisterre‘ y ‘Tales From Turnpike House’. De la misma forma que la capital británica ha aparecido en composiciones de otros discos, la música en sí, que también les ha interesado desde siempre, pasa ahora a ocupar un disco largo en su totalidad. ‘Over The Border’, el corte que abre ‘Words & Music’ en modo “spoken word”, recuerda la compra del primer single, el descubrimiento de los sintetizadores, la capacidad para mantener conversaciones que siempre llevan a lo mismo, el NME, Smash Hits, a New Order y a “Peter Gabriel de Genesis”, entre otras muchas cosas. Al final, Sarah Cracknell se plantea si, ahora que está casada y es madre, Marc Bolan sigue siendo tan importante para ella. La evocadora melodía, emparentada con ‘Teenage Winter’ del disco anterior, produce sensaciones tan intensas que la respuesta es clara. Muy influidos por el hecho de que Bob haya pasado los últimos años escribiendo un libro sobre música pop, ‘Do You Believe In Magic?’, que no saldrá a la venta hasta la primavera de 2013; y por la revisión de su propia obra realizada para las reediciones de lujo que han salido en los últimos años, Saint Etienne hacen en este disco un repaso a su historia y a la de los demás, de manera inmejorable.
Hay muchos aciertos en ‘The Idler Wheel…’, pero si tuviéramos que quedarnos con uno, ese sería la elección del multiinstrumentista, pero sobre todo percusionista, Charlie Drayton como productor del disco. Dejados atrás los tiempos de Jon Brion, había mucha curiosidad por saber cómo Fiona afrontaría la sucesión del despropósito productivo de ‘Extraordinary Machine’ y no podría haber tomado mejor decisión. Estas diez nuevas canciones se componen casi en exclusiva de los afilados y tremebundos pianos de Fiona (que no serán imitados en tienda como los de Adele) acompañados de baterías que van desde un exquisito segundo plano (‘Daredevil’) a lo salvaje (‘Left Alone’) pasando por el lo-fi casero juguetón (‘Anything We Want’). En medio de todo el minimalismo, es imposible no prestar atención a unas letras completamente desgarradas. Cuesta creer que Fiona Apple pudiera haber hecho un disco más crudo, emocionante y mejor, acorde con su carrera pero diferente, como sólo PJ Harvey en los últimos tiempos ha podido conseguir. Ahora que hay una ola de pop femenino arrasando como a mediados de los 90, nada mejor que su regreso para recordarnos quién manda.
Hot Chip, el grupo más “cool” del mundo llega a su quinto álbum. No ha habido mácula en su carrera. Incluso cuando parece que han hecho un disco demasiado largo y medio justito, sus canciones terminan revelándose como poderosos “growers”, haciéndote comer tus dudas. No merece la pena hablar de la decepción inicial que supuso el innecesario (teniendo otras cosas) adelanto que fue ‘Flutes’ o el recelo por una canción con ese tipo de cambios de tiempo hacia la mitad del disco como ‘Now There Is Nothing’. Ya estamos todos celebrando tanto el “buzz-single” como ese abierto homenaje a Prince que han reafirmado con una versión de ‘If I Was Your Girlfriend’. Cuando la gente elogia los méritos de Hot Chip, se suele referir a Pet Shop Boys, LCD Soundsystem o New Order en la lista de sus influencias, pero lo cierto es que no suenan tanto a ninguna estrella de los los 80 ni de hoy y además van en camino de superar las carreras de muchos de ellos.
El sonido de ‘channel ORANGE’, considerablemente alejado de la facción más hip hop del colectivo Odd Future (Tyler The Creator, Hodgy Beats) en el que se dio a conocer, bebe del clásico soul de autor de los brillantes Marvin Gaye y Stevie Wonder. La emotividad y calidez que desprende el vocalista y músico de Nueva Orleans en cada corte del álbum se impone a cualquier giro estilístico (el pop de ‘Lost’, el funk de ‘Monks’, la balada crepuscular ‘Bad Religion’) o colaboración estelar (la participación de John Mayer en la breve ‘White’, los rapeos de André 3000 y Earl Sweatshirt en ‘Pink Matter’ y ‘Super Rich Kids’, respectivamente). Definitivamente, todo lo que rodea a este disco parece encaminado a hacer historia. Es la primera vez que un lanzamiento de esta magnitud lleva detrás un fondo de este tipo. En un género (el r&b) tradicionalmente heterosexual, escuchar a Ocean declarar su amor a otro hombre, lejos de alimentar el lado morboso del asunto, debería servir para que muchos se vean identificados en lo que canta, en lo que escribe.
Jamie xx es la gran revelación de este segundo disco, impidiendo sumir al trío en lo que podría haber sido un holgazán y confiado continuismo. Habrá quien no perciba, apenas repare o no conceda especial importancia a la sensualidad tropical de ‘Reunion’ o al despegue house de ‘Swept Away’, pero los cambios son tan fascinantes y suficientes como para que tras ese apabullante silencio de ‘Missing’ no tengas ni idea de qué va a deslumbrarte después. Cuando escogimos el primer disco de The xx como mejor álbum de 2009, una de nuestras mejores decisiones editoriales, lo hicimos deslumbrados por la honestidad, la capacidad de transmitir sensaciones y el sonido propio de un trío sin líder claro, inusitadamente carismático en todas sus partes por igual. Hoy The xx no han perdido ni un ápice de su encanto, ni siquiera después de haber vendido 1 millón de copias, ganado el Mercury Prize o sido versionados por Shakira, confirmándose como ese tipo de banda que puedes recomendar a cualquier persona, por poco habituada que esté a escuchar música, y enamorarla.
Últimamente se dice en los mentideros que el encanto de ‘Bloom’ se ha desinflado con el paso de los meses. No hagáis ni caso a aquellos que hoy adoran un álbum para cambiarlo por otro de moda en un abrir y cerrar de ojos: la huella que deja ‘Bloom’ es imborrable. La carrera de Beach House ha ido en una clara, prodigiosa proyección hacia arriba, y este nuevo álbum es un nuevo avance en la misma. En este cuarto disco se limitan a matizar y abrillantar todo lo bueno que ya encontrábamos en su predecesor, pero eso no supone en ningún caso un demérito. Lejos de sonar reiterativo, es nuevamente fascinante. En ‘Bloom’ de nuevo encontramos ese juego entre guitarras ensoñadoras, teclados extraviados y coros fantasmales en el que siempre se han movido (no en vano, el corte oculto del álbum es un claro homenaje a sus primeros álbumes), una ya sublimada fórmula despojada aquí de ese punto de grandilocuencia y epicidad de ‘Teen Dream’, moviéndose hacia un sonido más nítido y cristalino que les hace luminosos y cálidos como nunca.