Este 30 de julio ha finalizado el Utopia Tour de Björk en Roma. Y, tras cotillear los setlists posteriores a su paso por el Primavera Sound, hay que decir que esta gira ha brillado especialmente por la falta de sorpresas, porque allá donde se ha presentado ha seguido estrictamente el mismo guión de principio a fin como si tuviera activado el piloto automático o le diera pereza a la islandesa hacer cualquier tipo de variación.
Lo siento de corazón, de veras, pero a estas alturas no me queda otra que devolver el carné de fan hasta nuevo aviso. Sabemos que ella no está precisamente por la labor desde hace años de ponerlo fácil (musicalmente hablando), pero uno sigue acudiendo a sus conciertos con la esperanza, en vano, de que algún día rebaje su dosis de intensidad y vuelva a reivindicar ese repertorio primigenio del que parece que quiere olvidarse y por el que, para que engañarse, la mayoría pasa por caja.
Hace ya semanas, a su paso por el Primavera Sound para presentar ‘Utopia’, los únicos regalos a los nostálgicos pasaron por ‘Human Behaviour’ (que hacía once años que no recuperaba en directo) e ‘Isobel’, porque ya me dirán si existe alguien sobre la faz de la Tierra que se deje los dineros para reescuchar ‘Wanderlust’ del criticado ‘Volta’ o aquella ‘Pleasure Is All Mine’ del ‘Medúlla’ con el que empezaron a mutar sus aspiraciones artísticas en 2004. Y como al principio indicaba no nos hemos perdido nada en las fechas posteriores a Barcelona porque el único guiño al pasado que sí ha interpretado en los conciertos siguientes ha sido esa ‘The Anchor Song’ que ya pudimos disfrutar desde la comodidad de casa cuando acudió al programa de Jools Holland. Hay que tenerlos muy grandes para pasar olímpicamente de ‘Homogenic’ y de cualquier otro atisbo de single con cara y ojos cuando tienes a muchos fans aburridos hasta la extenuación y los bostezos se manifiestan entre el público incluso en las primeras filas.
Releyendo la crónica que Jordi Bardají escribió de su paso por el Primavera Sound parece que estuvimos en lugares diametralmente distintos. El show que estos meses ha paseado tiene como único aliciente a esas flautistas-ninfas que se mueven por el escenario. Pero de memorable, más allá de los primeros minutos iniciales y el factor sorpresa (que se va al traste pasados los primeros diez minutos), tiene más bien poco porque su repertorio más reciente cae en la reiteración de sonidos y beats escurridizos sin personalidad alguna y, en cuanto a los visuales, son prácticamente calcados a los que ya se pudieron ver en 2015 en aquel Vulnicura Tour que recaló en el Poble Espanyol de Barcelona. Hablando en plata: desde que fichó a Arca como productor todo lo que hace suena igual, menos memorable y muchísimo más tedioso por mucho que nos lo quiera vender de otra manera.
Memorable fue su actuación en el Liceu en 2001 acompañada de Matmos, un coro de niñas groenlandesas, la arpista Zeena Parkins y una orquesta sinfónica con motivo de ‘Vespertine’; para quien esto escribe su último álbum memorable. Así como aquella gira de grandes éxitos que le llevó al Sónar, Madrid y Valencia en 2003 o, incluso, la gira del ‘Volta’ entre 2007 y 2008, que finalizó en aquel Ola Festival de El Ejido (marcando la defunción de Sinnamon como promotor festivalero), porque supo aglutinar su pasado y su por entonces presente a sabiendas de las tibias críticas que ‘Volta’ recibió por parte de la crítica y el público.
Anticipándome a los comentarios que florecerán bajo estas líneas imagino que muchos afirmarán “qué haga lo que quiera”, “me parece lógico que no quiera reivindicar su pasado” e, incluso, alguien tendrá la osadía de pensar que tanto ‘Vulnicura’ como ‘Utopia’ son los dos mejores discos de su discografía. Cualquiera es libre de opinar lo que le plazca, faltaría más, pero en mi caso no he conectado con esta reiterativa Björk de los últimos años que se pasa por el forro las estructuras melódicas y que, pese a momentos reivindicables (‘Sue Me’ en vivo me pareció estupenda, así como ‘Stonemilker’ o ‘Black Lake’ en el Vulnicura Tour), no consigue ni emocionarme ni dejarme sin habla como años atrás. Puede quedar muy de abuelo cebolleta eso de cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, lo sé, pero en estos momentos es lo que me sale del alma escribir. Y como yo, soy más que consciente de que muchísimos fans opinan exactamente lo mismo por mucho que no se atrevan a verbalizarlo. Aunque sea una “intocable” no hay que tragárselo todo.
Ella aún no ha hecho ninguna declaración al respecto, pero me sorprende mucho también que desde la gira de ‘Vulnicura’ se presente sobre el escenario literalmente cubriendo su cara. Desconocemos si ahora que ha sobrepasado los 50 años ve este recurso como una manera de no envejecer de cara al público. No obstante, lo que aconteció el pasado año en ese Dj set especial que ofreció en el marco de Sónar fue más que surrealista: apareció vestida como una momia (como si fuera un híbrido del Marlon Brando de ‘La Isla del Dr. Moureau’ y aquella Loli Álvarez que reapareció en ‘Crónicas Marcianas’ tras someterse a incontables operaciones de estética) y llenó el escenario con tantas plantas (reutilizadas ahora para la tournée de ‘Utopia’, porque nunca está de más ahorrarse unos euros) que imposibilitó que cualquiera pudiera verla. Una cosa es ser excéntrica y otra muy distinta querer huir del contacto visual con tus seguidores.
A sabiendas de cómo son sus conciertos desde los últimos años, hay una cosa que tengo clara: a no ser que cambien las tornas, voy a dejar de acudir a verla porque sus desganados setlists no me hacen el peso. Vocalmente está mejor que nunca, por supuestísimo, pero no me compensa aguantar un concierto de hora y cuarto (lo que duró este último) si sé que el cabreo que voy a pillar después no me lo quita nadie. Ojalá más pronto que tarde tenga que arrepentirme de haber escrito esto.