A juzgar por lo tardío de su repercusión, creo que no soy el único que ha llegado tarde a ‘Succession’. El estreno de su primera temporada el verano de 2018 quedó un poco oscurecido por el brillo de tres de las series más emblemáticas emitidas por HBO ese año, ‘El cuento de la criada’, ‘Pose’ y ‘Westworld’, y por dos éxitos sorpresa, ‘Heridas abiertas’ y ‘Killing Eve’. El boca-oreja, la brillante trayectoria de su creador, Jesse Armstrong, y el reconocimiento de la serie en los Bafta (Mejor drama internacional), me animó a empezarla. Y ya no pude dejarla. El pasado mes de agosto se estrenó la segunda temporada. Y ahí estaba yo, expectante en el sofá como un perro mirando una pelota de tenis.
Unas semanas antes, la primera temporada había recibido cinco nominaciones en los Emmy: Mejor drama, director (Adam McKay, autor de ‘El vicio del poder’ o ‘La gran apuesta’, y también productor de la serie junto a Will Ferrell), mejor casting, tema musical principal y guión. Ganaron los dos últimos: el compositor Nicholas Britell (nominado al Oscar por ‘Moonlight’ y ‘El blues de Beale Street’), por su hipnótica música de la fabulosa cabecera; y Jesse Armstrong, escritor de la también nominada al Oscar ‘In the Loop’, de la estupenda ‘Four Lions’, y de otras series como ‘Peep Show’, ‘Fresh Meat’ o ‘Black Mirror’ (es el autor de ‘Toda tu historia’, uno de los mejores capítulos de la serie).
‘Succession’ es una tragicomedia sobre una familia de ricachones: los Roy. Pero no al estilo ‘Dinastía’ o ‘Falcon Crest’ (aunque el patriarca Logan Roy no esté muy lejos de Angela Channing en cuanto a grado de maldad), sino más bien como una mezcla entre ‘El rey Lear’, ‘Ciudadano Kane’ y las sátiras políticas que han realizado los propios Armstrong y Adam McKay a lo largo de su carrera. La premisa argumental es la lucha por la sucesión del anciano Roy, el dueño de la compañía de entretenimiento y comunicación Waystar Royco. Este hecho pone en marcha un salvaje juego de tronos protagonizado por los hijos del patriarca y varios altos directivos, que está inspirado en varias familias reales: los Murdoch (dueños del imperio Fox), los Redstone (CBS, Viacom) y, claro, los Trump.
A partir de esta premisa, Armstrong desarrolla un absorbente relato en el que los conflictos personales y familiares se mezclan con los políticos y empresariales. ‘Succession’ funciona extraordinariamente bien en dos niveles. Primero, como mordaz retrato de una familia adinerada y disfuncional, una prole compuesta por personas crueles y cínicas que, sin embargo –y este es uno de los grandes méritos de la serie- son retratadas con suficientes pinceladas de humanidad como para que no nos resulten completamente despreciables. Los odias y disfrutas de sus penalidades como un jacobino en la plaza de la Concordia, pero también los amas un poquito.
En segundo lugar, la serie funciona muy bien como lúcido y corrosivo comentario sobre la realidad sociopolítica actual: el comportamiento de las élites económicas que dominan el mundo (el poder que les otorgan sus privilegios de clase y las consecuencias que sus actos egoístas e inmorales tienen sobre el resto de la población), el juego de intereses entre la política y el capital, las transformaciones estructurales que se están produciendo en los medios de comunicación, las fake news, el acoso sexual…
Por medio de unos abrasivos diálogos y unas brillantes interpretaciones, Armstrong consigue que las relaciones entre los personajes ardan como un coche en Barcelona. O, más bien, como en Gotham City, porque el creador mira a los personajes casi con una sonrisa de Joker. El único pero que se le puede poner a ‘Succession’ es que su caligrafía visual parece más anticuada que la última película de Garci. ¿No está un poco pasado de moda el estilo de falso documental que popularizó ‘The Office’? Y, es más, ¿tiene alguna justificación esa opción estilística desde un punto de vista narrativo o dramático? Yo no la encuentro. Quizá habrá que esperar a la tercera temporada, ya confirmada, para verla (o para que opten por otro estilo visual). 8’5.