The Celebration Tour: larga vida a Madonna

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The Celebration Tour: larga vida a Madonna

Del Celebration Tour de Madonna tengo muchos spoilers: setlist, números, vestuario… Incluso tengo spoiler sobre el retraso: me chivan que sale una hora tarde. Al principio no me extraña: hay controles y mucha gente guardando cola. Llego al recinto del Palau Sant Jordi a las 19.30h y me paso media hora atorada entre un gentío que no avanza debido a la lentitud de los cacheos. Hay nervios, pero aguantamos estoicamente. La mayoría de los presentes somos de mediana edad, poco dados a los tumultos. Por suerte, aparecen más controladores y podemos entrar al Sant Jordi pasadas las 20h. Me da tiempo a echar un ojo al merchandising. Prohibitivo: 50 euros las camisetas. Preciosas, eso sí. Recrean las diferentes etapas de la carrera de Madonna. Porque de eso va este Celebration Tour: de repasar y celebrar los 40 años de carrera de la reina indiscutible del pop.

Dentro del Sant Jordi me topo con el escenario con más pasarelas, subescenarios y recovecos que he visto nunca, que llegan hasta la mitad de la pista. Absolutamente espectacular, y va a dar un tremendo juego a lo largo del concierto. Está claro que Madonna se va a dejar ver y adorar bien por su público… cuando aparezca. La telonera, Arca, pincha beats de club deconstruido, ruidistas e imposibles de bailar (Arca será la artista invitada en la sección de «voguing»). Van pasando los minutos sobre la hora prevista del inicio del show (20.30h), el público se impacienta. Ahora silba, ahora abuchea, ahora hacen la ola en las gradas, mientras suena lo que parece un remix sin fin de ‘Vogue’. A las 21.30 la irritación es ostensible. Ciertamente, se nota que Madonna no tiene que coger el metro para volver a casa.

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Finalmente mi fuente se ha equivocado. Madonna no sale una hora tarde: la espera se alarga 80 minutos. A las 21.50 Bob the Drag Queen empieza la presentación del espectáculo entre el público, vestide con el traje de Maria Antonieta que Madonna lució en la mítica presentación de ‘Vogue’ en los premios MTV. Bob cuenta la historia de Madonna al ritmo de ‘Material Girl’. Las pantallas traseras desgranan su carrera también. Entonces el escenario principal se alza como si fuera una corona y emerge Madonna de negro a la ‘Frozen’ sobre plataformas. Abre con ‘Nothing Really Matters’ y su declaración de principios de lo que va a ser el show: nada importa, solo el amor es lo que necesitamos. Todo lo que os doy me va a ser devuelto. No en vano, algunos de sus hijos van a aparecer en el espectáculo.

El volumen del sonido es brutal. Aun con tapones me resulta ensordecedor. Aparecen les bailarines, hasta 17 si no me descuento. Ella está estupenda de voz. Bailando ha aprendido a ajustarse a ella misma. Como si todo lo que le ha sucedido (lesión de rodilla, infección) la hubieran llevado a redimensionarse: ya no tiene que demostrar nada, ni a nosotros ni a ella misma. Mucha parte del ritmo lo fía a los bailarines, a ella no le hace falta seguirlos, porque pone todo el carisma, reina y dirige.

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Everybody’ rememora sus inicios en el Nueva York de finales de los 70, del punk, y enlaza con ‘Into the Groove’. Es un no parar, Madonna circula por las pasarelas mientras les bailarines le persiguen, las pantallas aparecen y desaparecen, nos bombardean con imágenes de Nueva York. Madonna nos da la bienvenida a su show desde uno de los escenarios centrales. Nos explica que el concierto es la historia de su vida: “¿Me entendéis? Eso espero. Porque mi español apesta”. Prosigue: “Vais a ver lo bonito, lo feo, lo inspiracional”. De hecho, el espectáculo está dividido en cuatro fragmentos, en cada cual Madonna lucirá un vestuario bastante sobrio para sus estándares (aquí los cambios de ropa no van a ser el principal reclamo) que representarán sus diferentes etapas. Y en este primer segmento recrea de manera sencilla a la primera Madonna, la de los corpiños y los encajes. Nos presenta al bailarín que va a ser su doble: “representa mi pasado”. Y lo abraza después de decirnos que nos hemos de perdonar a nosotros mismos. Saca la guitarra eléctrica para tocar ‘Burning Up’, una pantalla la replica sobre un croma con recuerdos al CBGB y Madonna pega guitarrazos, desafina un poco, pero le echa tanta pasión, que se convierte en un momento álgido.

El show no admite respiro visual. Cada vez que bajo la vista a apuntar tengo la sensación de que me estoy perdiendo un montón de detalles. El despliegue es espectacular. En ‘Open Your Heart’ se recrea su histórico vídeo. Los retratos masculinos de Tamara de Lempicka cuelgan majestuosos y hacen de mirones. Madonna se sube a la mítica silla, pero es su yo pasado quien ejecuta la coreografía del clip, en una versión musicalmente mimética a la original. Enseguida recrea con la troupe de bailarines la cola de una discoteca a la que no le permiten pasar (¿Studio 54?), aunque el mísmisimo Basquiat asegure que sí, que ella es Madonna. Y arranca ‘Holiday’, que es pura alegría. Pero la bola de discoteca cae y… su doble cae exhausto, mientras se torna todo tenebroso. Y se oyen los acordes de ‘Live to Tell’. Ella se eleva en una plataforma, muy alto. Da miedo. Y en las pantallas aparecen amigos, activistas, artistas, gente muerta a causa de los efectos derivados de la pandemia del SIDA: Keith Haring, Robert Mapplethorpe, Arthur Russell… Madonna los sobrevuela y canta sentida. Es espectacular y muy emocionante. Se me saltan las lágrimas. El momento culminante del show. Quizás el problema radique en que la cumbre ha llegado demasiado pronto y el resto del concierto ya no alcanzará esa perfección.

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Pero apenas hay tiempo para pensar. Rápidamente unos monjes de negro rodean a Madonna, la encapuchan mientras en el escenario principal gira una rueda de bailarines que oscilan entre mártires y BSDM y bailan al son de cantos gregorianos hasta que irrumpe ‘Like a Prayer’, entre el fervor del público, aunque el número sea oscurísimo.

En el interludio asoma un homenaje a Prince. Aprovecho para ir al lavabo, pero me lío y me acabo perdiendo el arranque de ‘Erotica’. Madonna está en un ring, mientras su doble recrea la masturbación de ‘Like a Virgin’ en el Blond Ambition Tour. Ambas Madonnas acaban acariciándose mutuamente mientras suena la fanfarria inicial de ‘Papa Don’t Preach’. Solo unos segundos, lamentablemente. Les bailarines simulan desnudez, mientras Madonna, enfundada en un salto de cama rojo, con una peluca que imita el peinado de la era Blond Ambition, se acerca morosamente y se une. Una orgía cadenciosa reivindica el deseo y sirve de marco para una versión recitada de ‘Justify My Love’, que acabará mutando en ‘Fever’.

Tokischa aparece en forma de vídeo, recita y canta desde lo que parece la Ronda Litoral… Y arranca ‘Hung Up’, entre el rugido general del público. Ella gira, les bailarines en tetas le rodean, en un número sencillo pero efectivo. Madonna parece empeñada en darnos hedonismo y trascendencia alternativamente. Porque de repente es todo fúnebre: velos negros, tremendismo y una pianista, nada menos que su hija Mercy. ‘Bad Girl’ no puede ser más sencilla: ella y su hija solas en mitad de la pista. Madonna lo remata poniéndose de perfil, imitando la famosa foto del vídeo de ‘Express Yourself’.

Madonna reina, pero también quiere dejar lucirse a sus chiques. Hay un número de voguing en que brilla Estere, otra de sus hijas. Es espectacular ver a tantes bailarines vestides de manera despampanante, que contrastan con la relativa sobriedad de Madonna. Sentada, parece disfrutar de su propio espectáculo mientras les bailarines desfilan, hacen piruetas, se gustan. Aunque la versión de ‘Vogue’, musicalmente, quede un tanto deshilachada. Lo compensamos desde la grada intentado imitar sus icónicos gestos. Pero poco le dura el goce: unos policías sexys la detienen para ‘Human Nature’, que corta para enlazar ‘Crazy for You’, como mostrando sus dos caras: la provocadora descarada y la tierna enamorada. No hay pantallas, solo ella y el foco que la ilumina, mientras su doble la arrastra por la pasarela.

Un nuevo interludio conjuga fuego con los bailarines representando algún tipo de baile goyesco. Madonna vuelve para ‘Die Another Day’, como una bruja de negro que ha regresado, efectivamente de la muerte. Y de un inicio aparentemente sencillo acaba derivando en otro momento sensacional, con les bailarines cual cardenales Richelieus colocados en todo lo largo de la pasarela, ejecutando la coreografía a la perfección. Pero nada dura mucho en el show. Emergen caballos salvajes y ‘Don’t Tell Me’, que es recibida con pasión, una clara favorita del público. Madonna ahora parodia ese look vaquero de la era ‘Music’, baile country incluido. Meten sin vergüenza la sintonía de ‘El bueno, el feo y el malo’ y hasta aparece Bob The Drag Queen de cowboy clown, en un número que es hilarante y la mar de refrescante, antes de retornar a la trascendencia con ‘Mother and Father’. Madonna está enmarcada por fotos: su madre, su padre, los padres biológicos de sus hijos. Aunque el detalle de poner una especie de mariachis en las esquinas tocando también parece querer arrebatarle algo de seriedad al asunto.

Para el momento del discurso, Madonna coge lo que parece una botella de cerveza. Y arranca: “Desde el principio de mi carrera luché por los derechos LGTBI, seguramente por la gente que murió a causa del SIDA. (…) ¿Qué está mal en el mundo? Cada vida es preciosa. A cada minuto un alma es destruida. Hay maestros en quién inspirarse (…). El mensaje es 1) Inclusividad 2) Hospitalidad radical. Da la bienvenida a los extranjeros, a los otros 3) Cuida a tu vecino como a ti. Conoce a tu vecino como a ti mismo. Lo dice en las escrituras”. No hace ninguna referencia explícita al asedio de Gaza. Se saca la guitarra otra vez, pero ahora la acústica. Solo ella y un foco. No le hace falta más. Cómo domina el público, cómo nos interpela. En ese momento es una maestra pero es también nuestra mejor amiga, todo a la vez. Y canta ‘I Will Survive’ en acústico, a pelo. Las luces de los móviles destellan entre las gradas y la pista. Madonna se recrea en la letra. “All together now!”, nos pide, en un momento de emoción sin artificios que se acaba convirtiendo en ‘La Isla Bonita’. Y no deja de ser algo ridículo pero también gracioso que el (falso) guitarrista español aparezca colgado en la plataforma flotante, mientras Madonna sigue sola en su pasarela, acompañada también de sus ídolos e inspiradores: Che Guevara, Frida Kahlo, Martin Luther King… Nina Simone y Bowie se quedan estáticos, marcando su importancia, mientras Madonna destroza ‘Dont Cry for Me Argentina’ sobre una base machacona. Pero se lo perdono por su recuerdo a Sinéad O’Connor. Madonna se enfunda la bandera LGTBI+, su doble replica el look de ‘American Life’, con ‘No Fear’ escrito en la espalda. Es un momento rarísimo, visualmente potente, de mensaje más potente aún, pero musicalmente bastante cojo.

El último interludio muestra imágenes de ella en sus diferente etapas. En el tramo final del concierto recrea las imágenes de su NFT, ella reposa de lamé plateado y larga peluca sobre un cubo gigante que se eleva, mientras una cámara cenital la replica sobre croma en ese mismo cubo para ‘Bedtime Story’. Se sube de nuevo a la plataforma elevada y explota ‘Ray of Light’. Les bailarines reaparecen en escenario central. Madonna sobrevuela el recinto mientras se agita sin miedo a 9 metros del suelo; el jolgorio que se arma es tremendo. Es un número colosal, memorable. Pero el gran final queda arrítmico, oscurecido con una sosa ‘Rain’ y el momento más flojo del show, cuando se mezclan de manera algo confusa y torpe ‘Billie Jean’ de Michael Jackson con ‘Like a Virgin’, ambos temas enlatados, sin Madonna a la vista. Solo hay una pantalla que emula a Madonna y Michael bailando como sombras chinescas, y fotos de los dos juntos. Un anticlímax incomprensible y un homenaje bastante torpe.

Afortunadamente, aparecen les bailarines luciendo looks icónicos de Madonna de todas sus épocas, hasta de ‘Ellas dan el golpe’, para el cierre con ‘Give Me All Your Luvin’ meezclada con ‘Bitch I’m Madonna’. Madonna luce cual madre superiora. Es espectacular ver a les bailarines desfilando, deambulando, luciéndose, mientras Madonna, en el escenario principal, desde arriba, lo domina todo. Un autohomenaje de primera. Y, tal como vino, Madonna desaparece. Las luces se encienden. Son ya las doce, ya no hay tiempo para coger el metro de vuelta.

Mientras emprendo la bajada por Montjuïc y escucho las conversaciones de los fans, pienso que ha sido un concierto bastante desequilibrado. Mucho mejor la primera parte que la segunda. La selección de temas es personalísima, y Madonna sabrá por qué ha elegido unas canciones en vez de otras, pero extraña que sacrifique piezas mayores y señeras como ‘Music’ o ‘Frozen’ en favor de otras más (ehem) mediocres. Pero eso también es un resumen de lo que es Madonna. Personalmente, ninguno de sus discos me parece perfecto. Ella tampoco. Ha tenido bastantes altibajos. Pero, también, muchos más aciertos. Y sus aciertos, sus momentos top lo son tanto, son tan icónicos, tan definitivos, que deslumbran y anulan cualquier objeción. El show es como ella: con altibajos, elecciones cuestionables, algo hortera… Pero con momentos tan arrebatadores, tan únicos, que se te olvidan los otros. Larga vida a Madonna.

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