Anoche, aprovechando el lapso en la gira de Operación Triunfo 2017 por la participación de Amaia y Alfred en Eurovisión, TVE no nos permitía olvidarnos de la existencia del talent-show (como si tuviéramos opción) emitiendo el primer concierto de su gira oficial que ofrecieron el pasado 3 de marzo en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Lo que vemos, correspondientemente editado y realizado (un poco de aquella manera: algunos planos del público bailando baladas delataban el corta-pega un poco aleatorio), viene a ser como una megagala del programa (incluido el vestuario imposible, los bailarines y las proyecciones), con música en directo (músicos solventes pero grises, dirigidos por el piano de Manu Güix) y un popurrí de concursantes que entran y salen, en una especie de «Live-Aid» con ánimo de lucro por los aspirantes a ser alguien en la música pop.
Ver el concierto televisado tiene sus ventajas, comenzando por los testimonios entre bambalinas de los propios triunfitos comentando (y en los casos de Ana Guerra, Raoul y Mimi, soltando alguna lagrimilla) sus sensaciones al actuar, por primera vez, ante más de 16.000 personas, nada menos. Esa emoción pura era otro de los puntos fuertes de esta emisión: el hecho de que fuera su primer concierto de esta gira que se prolongará todo el verano por un porrón de ciudades, percibir ese escalofrío de unos chicos que vivían esa sensación aparentemente embriagante por primera vez. A riesgo de tener que padecer algún gallo, desafine y salida de tempo –como el de Thalía, sobrepasada en ‘Cenizas’–, mereció la pena ese aspecto más documental. Quizá a día de hoy están más sueltos y confiados y eso les hará interpretar mejor –solo quizá–, pero ya no será lo mismo. Lo que sí se palpa en todo el show es que sentirse liberados del yugo de los jueces y las votaciones del público, les sienta bien a todos.
A ese gazpacho de emociones se suma un público, en su mayoría adolescentes acompañados de sus padres, eufórico, que canta cada canción de memoria y jalea a sus favoritos con claridad. En ese sentido, es todo un puntazo ver a niños y niñas emocionarse cantando ‘Con las ganas’ de Zahara (el dueto de Amaia y Aitana), el ‘I’m Still Standing’ de Elton John con el que se abre el espectáculo, la tensión sexual no resuelta entre Aitana y Cepeda (pese a su nula expresividad y escaso carisma, se le notaba que, como a muchos de sus compañeros, le va mejor cantar ante decenas de miles de personas que en un plató de televisión) o viviendo como un triunfo –valga el epíteto– el beso (“por el amor, la libertad y la visibilidad”) entre Raoul y Agoney. Eso es muy bonito y también muy importante.
A cambio, hay que sacrificarse y padecer el sopor (en cantidades considerables) de los números absolutamente random y prescindibles de Juan Antonio y Mireya cantando por Jesse & Joy, Marina por Christina Aguilera, Thalía por Malú… Y es que este ‘Operación Triunfo en concierto’ también deja una clara polarización entre los participantes que obviamente tienen un futuro en la música y el espectáculo y los que, presumiblemente, pasarán a vivir una realidad distinta y más cruda que esta más pronto que tarde. Básicamente, coincide bastante con el juicio de jurado y público a lo largo de esta edición: viéndoles aquí (aunque un juicio basado en un único concierto, y encima el primero, no es fiable), es evidente que Amaia –su talento resplandece, sigue deslumbrando incluso cuando se dosifica, da igual las veces que hayamos vistos sus vídeos de ‘Shake It Out’ o ‘Miedo’–, Aitana y Ana Guerra, han nacido para vivir sobre un escenario, mientras que la tibieza o escaso punch de buena parte de los primeros eliminados les pesa.
Pero hay sorpresas, en distintos sentidos: en un extremo, con Agoney, Miriam (emocionada e intensa de más, descontrolada) y Alfred, decepcionantes y algo fríos; en el contrario, con Mimi –la primera eliminada– y Raoul, bastante más carismáticos de lo que pudiera preverse pese a sus limitaciones técnicas. Curiosamente, ambos interpretaron en solitario canciones de Lady Gaga. Yo, ahí dejo el dato…
Otra cosa que sorprende es que, consintiendo esta emisión, la promotora se pegue un tiro en el pie al revelar el setlist y las sorpresillas del show antes de tiempo (que imaginamos que apenas diferirán de un concierto a otro). Supongo que va en cada cual, pero personalmente odio los spoilers de los conciertos que quiero ver. De hecho, esos detallitos son casi lo único que podría añadir chispa a este espectáculo hiperproducido y mecánico, a la altura de muchos shows de artistas consolidados. Lo apuesta todo a la química entre artistas y público, en un previsible crescendo que se dispara con la mayor presencia de Amaia, Aitana, Ana Guerra y Alfred en las tablas, y números míticos de esta edición como ‘La Bikina’, ‘City of Stars‘ o ‘Chandelier’.
Es cierto que, con esta emisión, TVE está sobrepasando los límites de saturación del talent-show, aun con Eurovisión por delante y con su próxima edición a la vuelta del verano. Sin embargo, no parece un problema teniendo en cuenta que uno de sus números culminantes es ‘Lo malo’, el actual número 1 de singles en nuestro país: el tema de AitanaWar desata la traca final, que continuaba con ‘Camina’, ‘Tu canción‘ y, atención, ‘La revolución sexual‘ como número final. En todo caso, pasar este concierto en prime-time suena a despedida y cierre –no queremos DVD, no-no-no–. O debería.
Por eso, a modo de panegírico, voy a romper una lanza por este OT, a riesgo de estar sobreanalizando algo que no es sino un espectáculo televisivo, un entretenimiento. Es verdad. Pero es importante recordar que con su emisión se ha obrado algún que otro milagro televisivo, sobre todo, en el público al que se dirige, incluso aunque buena parte de él sea paradójicamente, como dice Antonio Luque, gente que no escucha música regularmente. Lo que está causando en ellos, que puedan ver y emocionarse con música en directo en televisión o en un pabellón, no es una chorrada. ¿Cuántas chavalas y chavales estarán deseando aprender a entonar, a tocar una guitarra o un piano, por OT 2017?