Blackpink destruyen prejuicios en Barcelona con su k-pop pirotécnico

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Blackpink destruyen prejuicios en Barcelona con su k-pop pirotécnico

Pulida, inmensa e icónica. Inmejorable en la ejecución, deslumbrante en el concepto. Así es Born Pink, la última gira, la más extensa a nivel mundial, de Blackpink, el fenómeno global proveniente de Corea del Sur.

El espectáculo, ideado por Amy Bowerman, funciona prácticamente a la perfección, aunque tiene sus peros. Pocos, pero los tiene. La gira, como viene siendo habitual en todos los lanzamientos del grupo (al menos hasta ahora), apuesta por la dicotomía entre el rosa y el negro a través de una escenografía medida, reducida, quizá minimalista ante lo que uno podría llegar a esperar de una gira mundial de este calibre. No obstante, esto puede estar jugando a su favor, ya que siguen siendo Jisoo, Lisa, Rosé y Jennie, las principales artífices de la magia.

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Blackpink son, sin lugar a duda, las medallistas olímpicas del pop coreano. Las que siempre se llevan el oro. Y como verdaderas leyendas son recibidas por el público del Palau Sant Jordi. Abren (lo debían) con ‘How You Like That‘, el machacón éxito que anunciaba la posterior llegada de su primer disco completo, ‘The Album‘, hace más de dos años ya. Le sigue ‘Pretty Savage’, esa canción con pedorreta incluida que, quizá, debería haber sido el pre-release single del disco que la contenía en lugar de la colaboración con Selena Gomez, ‘Ice Cream‘. Solo van dos canciones y ya han satisfecho el anhelo de una gira previa que nunca llegó.

Durante estos primeros minutos, donde sin descanso encadenan varios de sus mayores éxitos, impresiona ver cómo semejante sucesión de hits (con el respiro del medio tiempo que supone ‘Whistle’) no fatiga ni un ápice a sus intérpretes, cuyos movimientos son precisos, enfocados y magnéticos. ‘Don’t Know What to Do’ (la canción favorita de Rosé, según nos dice) y la explosión de ‘Lovesick Girls’ no dejan lugar a dudas: Blackpink, como ellas cantarán luego, son la revolución. Han llegado para arrasar con todo. Y justo eso están haciendo. Porque el público está en órbita, irremediablemente entregado a su magia.

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Tras el primer acto, un extensísimo vídeo, que actúa a modo interludio, da paso a uno de los hits más incontestables de la banda: ‘Kill this Love‘. Con una proyección inmensa que nos adentra en las referencias del videoclip, todos los asistentes se unen a su marcha militar. Antes de que llegue ‘Playing with Fire’, el público corea todos y cada uno de los sonidos de ‘Crazy Over You’, algo que me asombra y sorprende. Siempre he creído que se trataba de una de las canciones peor resueltas de su primer álbum y, sin embargo, la re-descubro entre miles de personas como un éxito tremendo. El Palau Sant Jordi me grita que estoy equivocado en mi apreciación. Yo lo acepto. A estas alturas ya he superado el miedo a no ver cubiertas mis expectativas.

Cada aparición televisiva de Blackpink (entregada a cuentagotas, como su música) hace pensar en una actuación ganadora de Eurovisión. Así que uno de los miedos de su directo podría reposar ahí, en cómo se sostendrán las coreografías, el planteamiento de las actuaciones, sin el efectismo de los planos y el montaje. Afortunadamente, nada se cae en directo. Todo está planteado, al mismo tiempo, para las pantallas (con una producción perfecta) y el directo.

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El show continúa. El acto central del concierto lo componen los solos de las integrantes, exprimiendo así el perfil diferencial de cada una, algo poco habitual en las bandas occidentales. Al menos, cuando estas todavía se mantienen en activo. Jisoo, la única integrante que todavía no ha ofrecido material musical en solitario (aunque sí un fantástico papel protagonista en el drama Snowdrop), abre la sección con una versión de ‘Liar‘ de Camilla Cabello. Su carisma, algo de girl crush con ternura, da paso a Jennie, quien opta por ofrecer un track inédito, igual de efectivo y pegadizo que ‘Solo’. Un juego de sombras, iluminación y baile en pareja deja al público con la boca abierta.

Son Rosé y Lisa quienes ofrecen una doble sesión a sus seguidores. Rosé comienza con una versión reducida y casi a capella de ‘Hard to Love’, el tema de ‘Born Pink’ (el segundo álbum de Blackpink) en el que solo canta ella, y da paso a ‘On the Ground‘, el pirotécnico medio tiempo con el que batió los récords previos para una solista coreana, superados solo meses después por las cifras que Lisa alcanzó con ‘Lalisa‘. Y es esa precisamente, ‘Lalisa’, la canción con la que abre su aparición tras Rosé, no sin que antes el Palau Sant Jordi chille a pleno pulmón, como con ninguna otra, su nombre. La bias (favorita) de España parece estar clara: Lalisa Manoban. Como la de medio mundo. Lisa resulta especialmente efectiva en ‘Money’, la cara b de su single en solitario, que se ve aquí incluso más celebrada que la cara a.

Con sus actuaciones en solitario cubriendo la parte central de la noche, Blackpink terminan de dejar algo clarísimo: cada una de las cuatro integrantes es un absoluto animal escénico.

Aunque suele ser común en los grupos de k-pop que cada integrante represente un papel específico, es difícil definir en Blackpink los límites que separan esos habituales roles marcados. Todas ellas podrían ser las visuals del grupo, las main vocals, quizá las raperas o las bailarinas principales. Jisoo, Jennie, Rosé y Lisa, tras una hora, actúan como continuas «bias wreckers», es decir, esa integrante que lucha por ser tu nueva favorita y destronar a tu favorita anterior, aunque también nos sirva, de forma literal, su traducción exacta: Blackpink son continuas destructoras de prejuicios. Puedes ir, como es el caso de quien aquí escribe, fascinado por la técnica, el control escénico, la potencia vocal y el carisma rebelde, aunque modoso, de Rosé, y salir fascinado por la imprevisible Jisoo. O por Lisa o por Jennie. Y es que todas y cada una representan los más altos estándares de la industria del pop de masas, a nivel global y sin competidores. Si estás leyendo esto y el k-pop te resulta lejano, imagina a Chanel interpretando su actuación de Slow-Mo en la gran final de Eurovisión durante más de una hora. Pues eso exactamente es lo que están haciendo Blackpink, algo que tiene todo su sentido, ya que no podemos olvidar que algunas de las mejores coreografías de la banda comparten a Kyle Hanagami, el artífice visual de ‘SloMo‘, como coreógrafo.

Tras Lisa, vuelven a bajar las luces, dando paso a un último interludio donde los bailarines y músicos son los protagonistas.

Llega el último acto, y de nuevo el Palau se rinde, ahora ante ‘Shut Down‘, el single principal de ‘Born Pink’. Le sigue ‘Typa Girl’, la hermana gemela de ‘Money’ de Lisa. Y por fin aparece otro de los singles más potentes de la historia del grupo: ‘Ddu-Du Ddu-Du’, cuya coreografía el público intenta emular por todas partes. ‘Forever Young’, que las devuelve al escenario principal, cumple una función que ya ha tenido otras veces, pero que es siempre efectiva: cerrar por todo lo alto la parte más sólida del show. Blackpink se despiden entonces, pero nadie se mueve de su sitio.

Entre gente haciendo la ola y gritos que no terminan de ponerse de acuerdo sobre qué corear, transcurren unos cuantos minutos. Quizá demasiados. Tantos que, si no fuese porque no se encienden las luces y porque la mayoría de los asistentes conocen el setlist al dedillo, algún despistado podría haber llegado a pensar que no saldrían de nuevo al escenario. Pero lo hacen. Tres de sus hits más icónicos llegan con el encore, donde reaparecen Blackpink, en ropa deportiva, como si estuviésemos en una fiesta cercana, íntima, o en uno de los capítulos de su reality. La perfección coreográfica ha quedado atrás y se agradece esta apuesta informal y descontrolada, muy similar a la que One Direction utilizaban en su día sobre los escenarios.

Al contrario que en otras fechas, la reaparición viene marcada por el teen pop de ‘Yeah Yeah Yeah’ y ‘Stay’, la gran favorita de los blinks. No es hasta que el público la reclama que ‘Boombayah’, su primer hit masivo, el de su debut, termina sonando. ‘As If It’s Your Last’ trae el verdadero final con todo el equipo en escena. Esperemos que el título de la canción que acaba de sonar no sea un presagio ni un anuncio de futuro.

A pesar de las kilométricas filas para el acceso (el que aquí escribe nunca había vivido algo así, y son decenas los conciertos que ha disfrutado en el Palau Sant Jordi a lo largo de los años), y aunque los interludios no terminen de funcionar (con frecuencia demasiado extensos), lastrando el ritmo de todo el conjunto, el espectáculo deja con la sensación de haber asistido a algo asombroso, quizá no original en exceso, pero único. Como decía al principio, se trata de un show pulido, inmenso e icónico. Inmejorable en la ejecución, aunque todo lo magistral sea siempre imperfecto.

Planteada casi como una gira de grandes éxitos, Blackpink consiguen en el Born Pink Tour que la espera (de nueva música, de espectáculos en vivo) merezca la pena e, incluso, se agradezca.

Insuperables y asombrosas. Si alguna vez consiguen entradas, no se las pierdan.

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