En una entrevista en Londres, el propio Kevin Parker nos contaba: “en trabajos anteriores me he arrepentido de rebajar ese tono “cheesy”, de esconderme, de sonar menos revelador, menos grande… y en ‘The Slow Rush’ he querido dejar claro que ya no tengo miedo de esas cosas”. Aunque añade que aún tiene presente sonar azucarado, en ‘The Slow Rush’ no lo parece. Si el pegadizo estribillo de ‘Instant Destiny’ suena como la sintonía de un programa de televisión de los años 70, la letra no puede ser más idílica en su retrato de un amor con el que Parker se imagina viviendo «en una casa en Miami» o compartiendo un nombre tatuado. Y si la canción que abre el disco, la electrónica ‘One More Year’, que busca una apertura épica sin ser ‘Let it Happen’, habla sobre ser tan feliz con esa persona que no importa el tiempo ni lo que pase ahí afuera, ‘Tomorrow’s Dust’ suena al trabajo de un hombre que, alcanzada la treintena, acumula ya más certezas que dudas: «no sirve de nada anhelar un amor cuando estás solo, ni llorar afuera si no hay nadie en casa, ni volar a la luna si nadie te va a creer» es posiblemente uno de los pasajes mas sabios de su repertorio. Paz y felicidad que desprenden sus canciones producto del buen momento personal en que Parker, afortunadamente, se encuentra.
Las letras siguen siendo el punto fuerte de Confeti de Odio y las canciones de ‘Tragedia Española’ vuelven a versar sobre existir con la angustia por las nubes, la autoestima por los suelos y una sensación de abatimiento constante ante el desamor, la tristeza y la inseguridad, todo ello expresado desde una honestidad madura y otras veces brutal, pero que nunca admite filtros ni artificios ni ocasiones para edulcorar lo vivido. Sin embargo, Lucas siempre encuentra en ellas ese pequeño rayo de luz en la oscuridad que le permite salir adelante. ‘Triste de verdad’ parece hablar en pasado de una depresión, y la importancia del amor en la vida de Confeti de Odio es subrayada en ‘Ansiedad (has vuelto a mí)’ o ‘Minuto de ruido’, en las que la angustia siempre deja paso a la esperanza: “si no hay nada feliz en tu mundo, podemos ser infelices los dos juntos» es el lema con el que termina la primera, y la segunda se supera con un subidón escalofriante que sirve al artista para clamar que no le importa «ni el arte, ni los discos ni la ropa», solo la compañía de esa persona amada.
Beneficiado por un minutaje corto –incluso cabe cuestionar por qué no se desarrollan más los prometedores interludios ‘Fiebre’ (¿un mensaje contra la dictadura de las tendencias musicales?) y ‘Volta’–, ‘Regresa’ condensa el fuerte de Buscabulla: equilibrar sonoridades audaces y modernas –el R&B experimental de Blood Orange o Solange emerge como referente– pero con una perspectiva enraizada en lo latino tanto desde el punto de vista lingüístico –aunque a veces no consigamos captar todas sus palabras, el peculiar flow de Berrios es otro de los grandes descubrimientos de este debut– como rítmico, sin necesidad de recurrir al reggaetón para hacerlo. En ese sentido, más allá de su sonido, ‘Regresa’ es un precioso canto de amor del dúo por sus orígenes, incluso con todo en contra.
En estos tiempos turbulentos, de narcisismo e incertidumbre política y social, en los que hay gente que decide no fiarse de la verdad, y que nos pillan ahora mismos encerrados en nuestras casas por culpa de un virus que se ha convertido en pandemia global, ‘Gran Pantalla’ llega para recordarnos que el punk y la canción protesta -tome la forma que sea- siempre seguirán vigentes mientras un artista tenga algo que decir. Dentro de una obra conceptual, ‘Gran Pantalla’ es otra inteligente radiografía de la enferma sociedad actual de Biznaga que vale la pena descubrir. Un incentivo para la reflexión, de la que ya no es posible escapar.
¿Cuántas letras se han hecho hablando sobre la música de baile y cuántos discos se han destinado a la pista en sí? De Kylie a Arctic Monkeys, de Chic a Stromae, son miles y diversos los artistas que se han lanzado a ella tan cargados de lentejuelas como de guitarras, de cuerdas disco o de agresivos beats. Siempre será un refugio para los males personales y del mundo y Georgia es algo que ha querido exprimir en su segundo álbum, bajo el título de ‘Seeking Thrills’. Pero a Georgia, aparte de bailar, también le gustan Kate Bush y Luther Vandross, y una vena baladista bastante onírica aparece en ‘Till I Own It’ y la preciosa ‘Ultimate Sailor’, al tiempo que algunos textos parecen retratar indirectamente la era Brexit. Esa segunda parte suena más política también cuanto más se acerca a M.I.A. (‘Feel It’ y ‘Ray Guns’), mientras la pista final ‘Honey Dripping Sky’ aúna ambas cosas: parece una dulce balada hasta que llega su final, mucho más oscuro y bailable. Al término de todo esto es inevitable contemplar la portada para comprender lo bien que representa esta obra de Georgia. Se trata de una instantánea de 1988 firmada por la americana Nancy Honey, retratando a unas jóvenes inglesas de fiesta. ‘Seeking Thrills’ es un álbum con el que evadirse entre beats y ritmos sofisticados, no importa dónde, precisamente conscientes de la excepcionalidad que supone poder olvidarse de todo durante unas horas.
No sin cierto manierismo que es ya casi un sello de identidad del grupo, la energía y la capacidad de cautivar de los Killers de 2020 se muestra inconmensurable en su arranque, con ese bombazo que es ‘My Own Soul’s Warning’ –quizá una de las cuatro o cinco mejores canciones de su carrera–, seguido de ‘Blowback’ –un elogio a la fuerza interior de su mujer–, la gran ‘Dying Breed‘ –la raza que muere es, por si no se entendía, la de las parejas que resisten el paso del tiempo y las dificultades– y una ‘Caution‘ que, si ya había logrado vencer las reticencias iniciales, crece aún más en el contexto del álbum. Justo en ese momento uno empieza a pensar que está al caer la tan habitual pájara en los discos de The Killers, esa irregularidad que hace años que impide disfrutar de sus discos al completo. Pero en ese momento llega ‘Lightning Fields’, un medio tiempo exquisitamente arreglado y construido –en el que Brandon, siguiendo con la línea romántica, evoca la relación de sus padres como paradigma–, con k.d. lang –que ejerce el papel de su madre, Jean, fallecida de cáncer en 2010, apareciéndose en sueños a su progenitor– haciendo una aparición tan breve como espectacular en el puente– y la certeza de que este es un disco especial es ya palpable.
La trituradora de sonidos particular de Arca deja tres pepinazos en el disco como son el reggaetón desfigurado de ‘Mequetrefe’, ya icónico por su letra «ella no toma taxi, ni Uber, ni Lyft» y «mira su pasito, a ella le da igualito»; la cachonda ‘Riquiquí’, que enreda en sus ritmos frenéticos y resbaladizos frases como «mírala chupar la pepa de un mango bajito» o «te pongo la mayonesa fresca blanca en la mesa» (sic); y la fiestera ‘KLK’, que integra -o mejor dicho, desintegra- dentro de su maquinaria de ritmos industriales y a su vez inspirados en la música tradicional venezolana la voz de una Rosalía que se siente «bendecía»… pero que podría haber sido cualquier otra persona, pues su voz apenas se luce. En cuanto a las canciones melódicas, ‘Time’ recuerda a los ambientes inquietantes de Jenny Hval pero hipnotiza con sus trazos luminosos e impresionistas sin llegar a ser nunca una canción pop propiamente dicha; y la mencionada ‘Machote’ transforma el hit de Latin Dreams en una composición emotiva y anhelante que no desentonaría en el repertorio de Putochinomaricón.
Si bien esta joven japonesa educada en Reino Unido sentaba ya las bases de su personalidad como artista pop en ‘RINA’, es ‘SAWAYAMA’ el que consolida su espacio propio, a base de extremar su propuesta: por un lado, ofreciendo un amplio abanico de sonidos propios del pop de radiofórmula de los años 2000 para construir su espacio musical (con la ayuda de su socio más destacado, el productor Clarence Clarity); y por otro, con un contenido lírico que exhibe sin filtros sus posicionamientos sobre medio ambiente (‘Fuck This World’), capitalismo (‘XS’), machismo (‘Comme des Garçons (Like the Boys)’, racismo (‘STFU!’), acoso escolar (‘Who’s Gonna Save U Now?’) mientras, de manera llamativa, desnuda su historia familiar: como explicó profusamente a Pitchfork, su padre las abandonó a ella y a su madre en Reino Unido, después de trasladarse allí desde Japón por el trabajo de aquel, derivando en un traumático divorcio y miseria económica para las dos. ‘SAWAYAMA’ puede ser apenas un paso de gigante para una estrella del pop del futuro, atípica y fuera de normas… a base de apropiarse de ellas.
Como letrista de rap, Nathy demuestra en ‘Calambre’ ir sobrada de talento, vocabulario e ingenio. La artista puede sonar tan visceral como en ‘Llámame’, por estilo un homenaje clárisimo a D’Angelo («en las noches te pienso y empiezo a transpirar / Me invade un calor denso que no puedo calmar») o ‘AMOR SALVAJE’, que pasa de Timbaland al reggaetón; o tan folclórica como en el interludio ‘ARRORRÓ’, que hemos tenido que comprobar no fuera una versión de un tema antiguo. «Tengo el canto metío’ en mi alma, ‘Tá quietecito esperando a que salga», canta Nathy en esta composición como si fuera la mismísima Imperio Argentina. La pista final, ‘AGÁRRATE’, comienza con una dramática primera mitad de voz y acordeón que recuerda a las viejas milongas del mencionado Astor Piazolla… para evolucionar de manera inaudita hacia el «gangsta rap», y ese cambio es plasmado también en lo lírico: la canción pasa del «qué agonía este querer / qué oscuridad en este amanecer» y del «me estoy muriendo» al «tengo los ojo’ limpio’ y los otro’ do’ manchado’ / hijo de p*ta, flaco, ¿cómo sos tan despiadado?», para alcanzar su cumbre de puta locura en el verso siguiente: «Shut up your mouth and take my sugar / Yo rajé las llanta’ de tu Buga». Todo ‘Calambre’ resumido en 4 minutos.
Aquí hay material suficiente para afirmar sin pestañear que estamos ante el álbum más disfrutable al completo de Minogue desde el gran ‘X’. Puede que le falte un ‘Get Outta My Way‘, pero hay varios fuertes pilares, entre los que destacan los 3 singles de adelanto, el «grower» ‘Real Groove’ y dos más: ‘Miss a Thing’ es una pequeña maravilla que parece mirar melódicamente las mieles de la chanson francesa, y ‘Celebrate You’ como cierre. Esta Kylie más tierna le da mil vueltas a la de ‘Music’s Too Sad Without You’, aquella última pista de ‘Golden’ en la que, por mucho que lo intentamos, nunca logramos entrar. Diríamos que no hay color… pero vaya si lo hay.
Las misivas políticas de Run the Jewels cruzan varios temas sin por supuesto olvidarse de sus autores ni de sus referencias. ‘ooh la la’, probablemente el single más inmediato de su carrera, samplea el verso de Greg Nice en un hit de 1994 de Gang Starr y su vídeo denuncia la lucha de clases e imagina un mundo ideal sin dinero ni «castas» en el que solo la «empatía» puede derribar los «discursos creados por el hombre que nos separan». La canción acredita al mismo Greg Nice y al productor de aquella canción, DJ Premier, pero tal es el respeto de Run the Jewels por quienes vinieron antes que solo en el primer verso de ‘out of sight’ con 2 Chainz mencionan explícitamente ‘Superthug’ de N.O.R.E. y ‘Miuzi Weighs a Ton’ de Public Enemy, antes de dejar a 2 Chainz presumir de su riqueza (material). Un escenario inmejorable para que entonces Run the Jewels se llamen a sí mismos el «orgullo de Brooklyn y de Grady». En la oscura ‘holy calamafuck’, Run the Jewels expresan ser los «narradores de la violencia de nuestro tiempo», se llaman a sí mismos «pirotecnócratas» por su habilidad para componer raps incendiarios, y además se superan con una producción de percusiones tremebundas e industriales que también les sirve de vehículo para nutrir sus versos de otras referencias históricas, religiosas, políticas o literarias, todo ello sin por supuesto dejar de celebrarse a sí mismos.
Es en las canciones más personales de ‘songs’ donde Lenker deja de ser la Emily Dickinson del siglo XXI capaz de percibir universos dentro de una gota de lluvia para mostrarse como una persona humana, con claroscuros. Su ruptura con la cantante Indigo Sparke inspira varias pistas del largo, como una ‘anything’ de jadeante melodía que pasa de narrar una escena pastoral a situarnos en medio de una discusión familiar, que Lenker tiene con su suegra nada menos (como nos ha indicado un lector en los comentarios, el pasaje sobre unos dientes de perro que muerden a la artista tiene más pinta de ser literal que metafórico). Y si ‘come’ es una composición contemplativa, triste, decorada con el sonido de un riachuelo, en la que Lenker se pone en la piel de una madre que pide a su hija que la «ayude a morir», siempre con unas imágenes del mar en su cabeza que no pueden sonar más liberadoras, ‘heavy focus’ consigue sonar contenta a pesar de precisamente situarnos en un cementerio, por el que Lenker y su pareja pasean recordando viejos tiempos.
Halsey/Ashley impone siempre su voz e hilvana un discurso coherente (en su caos), tanto en lo estético como en lo espiritual. Y eso es porque su discurso es una verdad desnuda. Porque, llamadnos naif, pero creemos firmemente que (siendo consciente de que habrá “licencias artísticas”) nadie osaría exponer de esa manera su intimidad para mentir. ¿Quién, si no fuera cierto, hablaría de las adicciones de G-Eazy y una tendencia autodestructiva en la que se implicó de lleno como hace en ‘Graveyard’? ¿Quién le espetaría a aquel algo tan duro como «me alegro tanto de no haber tenido un bebé contigo»? ¿Quién se atrevería, como hace en ‘Ashley’, a exponer que solo la empatía de sus fans ha evitado su muerte? ¿Quién, como en ‘I Hate Everybody’, a asegurar que sus propias inseguridades son las que le llevan a odiar a los demás como método de defensa para no amar? ¿Quién a cantar sobre su trastorno bipolar como lo hace en ‘Forever… (It’s a Long Time)’? ¿Quién a cantar que un coño es como “un país de las maravillas” si no lo sintiera así? ¿Quién dedicaría una preciosidad como ‘More’ a los niños que ha perdido… y a los que vendrán en el futuro? ¿Quién rapearía sus emociones más secretas como hace en ‘929’ –su fecha de nacimiento– si no le salieran de dentro? Y lo mejor es que lo hace con un disco que, al contrario que sus explícitos textos, se va desnudando poco a poco ante nosotros. Al principio parece árido, pero pronto se impone su conjunto. En ello influye su cuidada secuencia, que a menudo funciona como un relato, con guiños de la vida real.
Zahara y Martí Perarnau IV, más conocido como Mucho, trabajaban el producto de _juno en secreto, sin anuncio, hype, promoción en radio ni tele, ni singles previos, corriendo el riesgo de que quede tan en familia que no llegue a ser conocido mayoritariamente por sus seguidores o incluso por fans casuales que no conecten con sus carreras por separado. Lo cual sería una pena porque la música que aquí encontramos, aunque con sus cosas en común con lo que hacían hasta ahora -el tipo de melodías y obviamente sus voces- puede llegar a quien no se había interesado antes por ellos. Los referentes, desde luego, han cambiado, la electrónica ya no le parece «un coñazo» a Zahara, y ahora les sale hablar de gente como Caribou, James Holden y Floating Points, también grupos progresivos como Pink Floyd, y pueden venir a la mente nombres como el de Leslie Feist y James Blake en ‘_A dos metros bajo tierra’. O el de Jon Hopkins, un pianista cada vez más interesado por la electrónica hasta convertirse en un gurú de la misma. No sé si veremos a _juno en el Sónar -cuando haya Sónar-, pero la primera impresión que deja el grupo, producida por el single ‘_BCN626’ es la de estar frente a un disco romántico, «de pareja», como aquel que ofrecieron Nacho Vegas y Christina Rosenvinge. Y no: aquí hay muchas más cosas. Fantasmas, entre otras.
Dicen Disclosure que no se les han escapado las malas críticas recibidas por ‘Caracal‘, un segundo disco más sereno que se quedaba lejos de repetir el hito de su debut. Con esto en mente, se han tomado un merecido descanso y se han puesto las pilas para componer un tercer trabajo bueno de verdad, sin dejarse llevar por presiones y sin pensarse las cosas demasiado. Aunque el factor sorpresa de ‘Settle‘ ya no está presente en ‘ENERGY’, quizá debido a que Disclosure, maestros del revivalismo house-pop, nunca han tenido el sonido más original de todos, aunque sí uno de los más sofisticados, el nuevo álbum de los hermanos es uno de esos capaces de re-encandilar una carrera. A partir de aquí sí es posible esperar cosas muy grandes… ¿como la constancia de Chemical Brothers?
Es muy significativa la casi total ausencia de canciones de amor (la inicial ‘Tie Me Up’ es bastante ambigua) en este álbum de rock ambicioso de Belako, sobre todo porque ‘Truth’ cuestiona el mal que ha hecho el amor en la sociedad. «El romance es un arma que asegura nuestra explotación» dice decididamente, lo cual tiene bastante gracia si atendemos a su tarareo final, casi propio de un «girl group» de los años 60. Teniendo en cuenta que BMG es quien publica este largo a nivel internacional, es como si Belako se hubieran propuesto derribar el sistema desde dentro. Y justo después en ‘Truce’ muestran cierta vulnerabilidad como para recordarnos que todos somos humanos, y que la contradicción forma parte de nuestra condición. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra y no se una a Belako en su canto: «We fell for a lie / We chose to get high / On empty dark nights / We drink our goodbyes…»
Algunas de las co-producciones de Kali Uchis es verdad que son de Tainy, pero o bien este se niega a acudir en modo piloto automático, o bien es Kali Uchis quien retuerce voces o altera el pitch para ofrecer cosas diferentes. Al fin y al cabo es ella sola quien escribe y produce el tema final, una fantasía vocal a medio camino entre James Blake y Arca. Con la venezolana comparte también cierto gusto telenovelero que va más allá de unas letras que nos hablan de amor, sexo y religión. Más allá de eso, Kali Uchis se adentra en sus raíces latinas pese a haber nacido en Virginia (sus padres son colombianos) para reivindicar nombres como Los Zafiros, Los Terrícolas o La Lupe, además de a Gabriel García Márquez. Uno se queda con ganas de que desarrolle lo explorado en ‘la luna enamorada’ y sobre todo su versión de ‘qué te pedí’, que termina justo cuando parece que va a aparecer la verdadera pupa. Pero son solo intro e interludio en esta historia de sensualidad en la que caben multitud de influencias y colores. Sexo sobre sábanas de seda, y después cierta resaca, melancolía, vacío. El sonido, el mundo Kali Uchis.
Yves Tumor es uno de esos artistas inclasificables que hacen de la fusión imposible de géneros su marca para convertirlos en algo único. Partiendo tanto de géneros clásicos como el rock, el R&B, el jazz o el soul como de la música de «vanguardia», el ambient, el noise o la electrónica, Tumor creaba en su anterior disco, ‘Safe in the Hands of Love‘, un mundo extraño y fascinante en el que adentrarse, lo cual a su vez era fácil de mano de singles estelares como ‘Noid’ o ‘Licking an Orchid’. En su nuevo trabajo, ‘Heaven to a Tortured Mind’, Yves Tumor se sumerge en su lado más rock y ruidoso para llevarlo hacia lugares nuevamente insospechados, sensuales y perturbados. Al margen de lo exquisita que suena la distorsión en dos joyitas del disco como son la glam ‘Super Stars’ y la pesadillesca ‘Asteroid Blues’, ‘Heaven to a Tortured Mind’ es probablemente uno de los discos de rock mejor producidos que se oirán este año por la nitidez con la que suena su densidad de elementos. Una observación reflejada en otro contraste: el del single principal del álbum y la tierna balada final ‘A Greater Love’ que lo cierra. Escuchadas una detrás de otra es posible comprender el disco casi en su totalidad.
Más allá de la inmediatez –sin descuidar nunca lo pequeño, lo aparentemente accesorio– de ‘Jody’, ese conseguido y poderoso homenaje a Chrissie Hynde y Pretenders que es ‘Someone’s Gonna Break Your Heart‘ o una ‘Two Hearts‘ de memorable melodía que bien podría haber producido Edwyn Collins, emergen canciones menos explosivas que, a cambio, atacan despiadadamente nuestra compostura. Nos referimos a maravillas como ‘Charity Shop Window‘ (precioso ejercicio de nostalgia ejecutado con nada menos que el oscarizado actor y compositor Paul Williams) o la dupla –sin duda conectadas por el mismo protagonista masculino, que tanto daño ha hecho a Erin– que conforman ‘Finest Actor’ («Él fue el actor más dotado de su generación / A mí me engañó del todo») y la semiacústica –más Nilsson que Lou Reed– ‘NY Man’. El precioso dueto con Tashian a ritmo de vals ‘Pale Blue Moon’ es el cálido y embelesado broche final perfecto para un ‘Been Around’ simplemente perfecto para aquellos que tienen claro que valores como la genuinidad y la emoción están muy por encima de las cifras de streaming y la originalidad (a menudo solo teórica) del penúltimo hype musical.
No deja de ser irónico que artistas que por talento, sonido y estética podrían haber estado copando las listas de éxitos en los años 70, se vean relegados hoy a algo parecido al underground. Hablamos de nombres como Real Estate, Whitney, Tobias Jesso Jr., Bedouine… o Andy Shauf. El canadiense se ha tomado su tiempo tras el impresionante ‘The Party’ pero, cuatro años (y un disco de su proyecto paralelo Foxwarren) después, ha vuelto con un ‘The Neon Skyline’ que no se limita a cumplir las expectativas despertadas con aquel disco, sino que las supera. A medida que escuchamos las esmeradas armonías, acordes y arreglos de piano y viento (en general es más austero que ‘The Party’, pero curiosamente eso le da más lustre) que le conectan con nombres como Nick Drake, Paul Simon, Elliott Smith o Randy Newman, cada canción se va revelando imprescindible. Da igual si es por un canturreo (‘Neon Skyline’, ‘Fire Truck’), un riff (‘Thirteen Hours’, ‘Dust Kids’) o un giro melódico al final de una estrofa de apariencia inofensiva (‘Where Are You Judy’, ‘The Moon’, ‘Changer’), pero nada sobra. Y, de paso, esa atención cuidadosa nos va revelando los recovecos vitales –sus ideas sobre religión, educación, intimidad…– de los pobladores del Neon Skyline, haciéndonos empatizar inevitablemente con algunos de ellos, y sintiendo que en realidad esas pequeñas escenas de una vida podrían ser, fácilmente, de la nuestra.
Jarvis se erige en el papel a medio camino de sereno maestro de ceremonias y crooner seductor que domina y al que tan buenos réditos ha sacado y saca. Un papel de predicador del hedonismo y la sexualidad que se ve potenciado por el carácter epidérmico de la música de JARV IS…, que trasluce que su génesis está en los escenarios. Así lo evocan los crescendos y decrescendos de una vibrante ‘Must I Evolve?’ en la que conviven ecos de dub con palmas españoletas. O los arrebatos de psicodelia y free jazz de ‘Sometimes I’m Like Pharoah’, que juega con el nombre del maestro Sanders, pero en realidad ironiza sobre lo perverso de las típicas estatuas humanas en los centros turísticos de las ciudades. O ‘Children of the Echo’, una idea que acuñó Jarvis en un artículo sobre John Lennon, esgrimiendo cómo muchos (él incluido) somos un altavoz de los Beatles (y los 60) aunque no los vivimos en realidad; «pasemos página», concluía. Pero, a la vez, el tiempo ha dado a Cocker una serenidad que bien podríamos asemejar a la del tardío Leonard Cohen en la seducción solemne de ‘Swanky Modes’ y ‘Save the Whale’. Jarvis ha encontrado al fin un grupo de artistas que le llevan a rozar con los dedos –incluso por momentos a palpar con lascivia– la grandeza que alcanzó con Pulp 25 años atrás, y que se le había resistido en sus proyectos posteriores. Hasta ahora.
Nos habíamos acostumbrado tanto a grupos que irrumpen con fuerza y, en muchos casos, luego no hacen sino decaer, que ya casi parece una rareza el caso contrario. Un caso como el de Mujeres, que ha explotado comercialmente (dentro del ámbito underground o, como poco, alternativo) más de diez años después de su eclosión, con su cuarto disco ‘Un sentimiento importante‘ y, muy especialmente –nos contaban que vendieron en 24 horas de preventa lo que en dos meses con su anterior trabajo–, con su nuevo disco ‘Siento muerte’. «Poderosos golpes de afecto», como reza la reconocible imaginería de Pol en la portada, en los que, gracias a esa luminosidad musical, destaca la voluntad de extraer belleza a través de sus letras (que parecen prístinas, pero están llenas de enigmas) sobre «un mundo que se destruye», tal y como indica una pequeña etiqueta en la cubierta de la edición CD.
Aparte de lo divertido y emocionante que es en su globalidad, quizá el gran valor de ‘Lo que te falta’ es que Morente se consolida como una cantante capaz de hacer suya cualquier canción, sin importar quién la haya escrito ni el palo que emplee. Y el mejor ejemplo está en ‘Condiciones de luna’, isla de melancolía que cierra el disco: sobre un solemne piano, coros de su hermana Estrella (también de Ángel Valiente del grupo psico-rock Karen Coltraine) y teclados espaciales, se atreve con unos versos (“Gitanita como yo / no las vas a encontrar / así se vuelva gitana / toíta la humanidad”) de cadencia próxima al rap, a lo ‘Islamabad’ (no en vano es el otro tema del álbum que co-escribe J). Ejerce, además, de contrapunto de tristeza en un disco vibrante y emocionante que fortalece a Soleá Morente como una artista única, a la altura de su apellido.
Cercana y sencilla, lo suficiente como para presentar una canción en la televisión americana desde una bañera y acompañada de un único instrumento, Phoebe Bridgers nos habla en ‘Punisher’ de lo que es su día a día y su visión de las cosas. ¿Que unos fanáticos mueren a las puertas de un estadio? La letra de ‘Halloween’ dice secamente: «han matado a un fan en el estadio / solo estaba de visita / lo han golpeado hasta matarlo». ¿Que no le gusta aquella canción que Eric Clapton dedicó a un hijo que murió al precipitarse desde una ventana? La letra de ‘Moon Song’ dice secamente: «Odiamos ‘Tears in Heaven’ / pero es triste que su bebé muriera / Nos peleamos hablando de John Lennon / hasta que lloré / me fui a la cama y me puse triste». Este tratamiento de temas indistintamente cotidianos o graves, livianos o trascendentales, está llamado a dividir: sin que ‘Tears in Heaven’ sea nuestra composición de cabecera, es muy obvio que Phoebe Bridgers está a años luz de hacer una canción de este tamaño que pueda trascender barreras, géneros y generaciones. Lo bueno es que tampoco es que parezca su objetivo, más bien ‘Punisher’ es una obra deliberadamente modesta, intimista y carente de grandes ambiciones, a veces para muy bien.
En los últimos años el grupo de Julie Budet y Jean-François Perrier (GrandMarnier), con la colaboración también en co-autorías de Tanguy Destable, ha publicado varios singles, como ‘Interpassion’ o ‘Romeo’, pero es el formato largo en el que se termina de entender lo en forma que está la banda. Ya no les salen canciones tan directas como la adaptación de ‘A cause des garçons’ o ‘Ce jeu’. Ahora se les da mejor amasarlas con tranquilidad, para que al final les crezcan, como sucede en este álbum por ejemplo con ‘Peine de mort’, un tema que decide levantarse hacia el final tras pasar un par de minutos haciendo cosquillas. Cosas de la madurez, supongo, algo poco deseable para un proyecto hedonista como el suyo. Por suerte, Yelle siguen siendo los mismos de siempre en todos los sentidos, por mucho que las producciones sean algo más sofisticadas y menos obvias. Sumando singles, growers y temas dignos, este puede ser su álbum más completo.