En un año en el que vimos a artistas como J Balvin y Rosalía cantar en español en los festivales más importantes del mundo, quedaba claro que Estados Unidos y Reino Unido ya no podían ser el epicentro de todo. Mientras Maluma y Becky G simplemente cumplían en el formato largo, Bad Bunny se desmarcaba hace casi un año con un álbum que revolucionaría el reggaetón para siempre. En España más que en los países anglosajones, los grupos se esforzaban por derribar barreras y géneros, como mostraban los lanzamientos de Cupido y Novedades Carminha, en menor medida La Casa Azul, y en otro sentido Fuerza nueva. En el plano internacional, mientras definían 2019 las producciones de FKA twigs, Billie Eilish, Charli XCX y Ariana Grande, llamaba también la atención que artistas como Angel Olsen y Sharon Van Etten dejaran de ser simplemente «cantantes de folk» para pasar a ser otra cosa.
Una de las críticas más recurrentes que recibía el disco de Amaia es que sus textos eran algo infantiles. Un verdadero hito de la astucia humana si tenemos en cuenta que la influencia más citada por la artista fue una estrella infantil, Marisol. ‘Pero no pasa nada’ (su título es un anticipo a su posible fracaso) es un buen compendio de melodías que brillan ciertamente como en una canción de Pepa Flores o Carole King (‘Nadie podría hacerlo’), pero el detalle es ligeramente underground, como el final mínimamente ruidoso de ‘Un día perdido’. De alguna manera aquí se confirma que la trágica brecha abierta en los 90 entre indie y mainstream en España era una cuestión de producción: las canciones de Amaia pueden ser tan bonitas como las de Nosoträsh o de Ella Baila Sola, como las de La Buena Vida o La Oreja de Van Gogh. Amaia no es la compositora más compleja, pero su falta de práctica en torno a las estructuras pop convencionales ha dado lugar a un álbum personal en el que oímos sus posibles referentes pero también a ella misma, uno de los talentos más encantadores que recordamos.
Un día estás en Telecinco hablando sobre tu transición y el otro eres una estrella del pop. La alemana Kim Petras lo ha conseguido ocupando un nicho de mercado actualmente no tan concurrido como el del bubblegum pop de la era MTV, plasmando en sus canciones, con personalidad y descaro, su pasión por los 80 de Madonna y Cyndi Lauper así como por el pop dosmilero de Britney Spears, Paris Hilton (que sale en uno de sus vídeos) y el ‘Love.Angel.Music.Baby’ de Gwen Stefani, que Petras solía escuchar de adolescente “para olvidar mi mierda de vida”. Todo gracias a la incómoda asociación de Petras con Lukasz Gottwald (antes Dr. Luke, ahora MADE IN CHINA), productor principal de casi todas sus canciones, lo que nos lleva necesariamente a los tiempos en que el nombre del músico plagaba los créditos de producción de los discos de Katy Perry, Kesha o Kelly Clarkson, con producciones en los tres casos bastante más blandas que lo que está haciendo con Petras.
Si en su disco anterior la cantante británica Marika Hackman celebraba ser más queer que nunca, hablando abierta y orgullosamente sobre sus relaciones sentimentales y sexuales, eso de “lo personal es político” está bastante presente en este álbum, y no perjudica su calidad, sino todo lo contrario: Marika alcanza nuevas cotas en ‘Any Human Friend’, de forma más explícita, tanto a la hora de hablar sobre hacerse un dedo sin muchas metáforas (‘hand solo’), como a la hora de expresar lo difícil que le resulta conectar con otras personas a nivel íntimo (‘i’m not where you are‘), aunque esta confesión le lleve a comportarse de forma confusa y tóxica (‘send my love’). Con la ayuda de David Wrench, ‘Any Human Friend’ es un estupendo y honesto trabajo donde su talento como compositora sigue creciendo y donde el pop se cuela cada vez más. Un álbum por el que mucha gente se está acercando a su interesante figura.
Si tuviéramos que elegir a la banda española que mejor ha asimilado la música alternativa de los años 70, 80 y 90 seguro que elegiríamos a León Benavente. Les gusta el kraut, les gusta el synth-pop, les gusta el indie español, seguramente el grunge aunque no procede que se note mucho ahora mismo y también un poquito el hip-hop, como se percibe en algún fraseo o ritmo. Aseguran que no han sampleado a Beastie Boys en ‘Volando alto’ aunque lo parezca, y entre los referentes del disco conviven lo mismo Gil Scott-Heron que Peret. Con canciones tan asequibles como las de La Habitación Roja, pero desarrolladas con más ambición; cantando sobre la vida, el amor o la música con variados matices musicales, estos “cuatro monos” se aseguran con su tercer álbum una plaza entre las mejores bandas del país, una temporada más.
‘No Home Record’ no es un disco de pop, ni mucho menos, y de hecho resulta en general tan abstracto e incómodo (pero incómodo-bien) como cabría esperar de una artista con el currículum de Kim Gordon. Lo es también en el aspecto lírico, donde se dejan caer temáticas como las nuevas formas del capitalismo, la gentrificación o el acoso sexual que, de no ser porque lo aclara en las entrevistas que ofrece, serían bastante complicadas de captar. Pero eso también forma parte del posicionamiento estético de Gordon, esa “chica del grupo” que prueba ser más inteligente y atractiva (en términos musicales, entiéndase) de lo que mostró –por timidez, sobre todo– al ponerse de perfil en Sonic Youth. Con lo que demuestra como “la jefa del grupo”, es inevitable pensar en lo que nos hemos estado perdiendo.
El indie, el auténtico indie, parece en recesión. Pero no lo está del todo mientras existan proyectos como Estrella Fugaz. El proyecto de Lucas Bolaño destaca sobre todo gracias a una letras que, con aparente ligereza y un tono casi constante de humor y autoparodia, desnudan la vida adulta, al estilo Hazte Lapón, y nos hacen pensar mucho. Por ejemplo, nos hacen preguntarnos por qué y para qué nos vemos inmersos en un capitalismo que nos deshumaniza (‘La revolución será de pago’), expone cómo la corrupción está normalizada de una manera terrible (‘De las mafias, fundaciones’ o la maravillosa/terrible ‘El verano español’), o pone en cuestión un sistema laboral que se limpia el culo con la conciliación (‘La parte oscura de la crianza’). A muchos les dará pereza, ante el tono bombástico y de espectacular hacia arriba que está tomando el pop español, enfrentarse a un disco modesto y personal. Pero estamos convencidos de que les merecerá la pena abrirse a ‘Un sendero fluorescente’ y Estrella Fugaz.
Los grupos de rock sobreviven en medio del huracán latino y urbano, pero ya no pueden ser los mismos de antes. Evolucionan, cambian, y no les interesan solo las guitarras eléctricas y los estereotipos de «sexo, drogas y rock’n’roll» casi siempre afrontados desde un punto de vista masculino. Los catalanes Cala Vento han hecho un esfuerzo por no repetirse y por huir de lo que se esperaba de ellos en su tercer disco. Huyendo de los plazos y las presiones de la industria, se han lanzado a los caminos de la autoedición, quizá oliéndose que, en este momento histórico y por el tipo de música que hacen, les va a ir más o menos igual. Con todo, en ‘Balanceo’ citan como referencia el perfeccionismo pop de Prefab Sprout, y aunque la impronta de los autores de la paródica ‘Cars & Girls’, que precisamente se reía de los estándares del rock, no se note tanto, sí que percibimos perfectamente a unos Cala Vento más abiertos a la melodía perfecta, al uso de bajos (no solo guitarra y batería), incluso instrumentos de metal y hasta al rap como se veía perfectamente en el single ‘Todo’, en el que invitaban a participar a Candido Gálvez de Viva Belgrado.
La fortaleza de ‘Office Politics’ va más allá de sus singles, puesto que su valor está en el conjunto. De hecho, es tan diverso en estilos y sonidos que, si observamos sus canciones aisladas, pierden sentido y fuerza. Pero unidas y en el cuidado orden que se presentan, son mucho. Sobre todo porque se acerca a ser, más que un álbum conceptual, la banda sonora de un musical que no se ha escrito aún. Un musical repleto de humor (un factor fundamental y que se acentúa no solo en los textos sino también en los sonidos) ambientado en el mundo laboral de una oficina un tanto carpetovetónica que seguro os suena: al estilo de ‘The Office’, prueba que la caspa en el ámbito del trabajo no es patrimonio único de nuestra querida España. Como siempre, esto sirve a Neil para hablar de decadencia y fracaso, de sueños rotos y del amor como salvavidas. Pero, en este caso, esos conceptos adquieren una proyección social: entre jijís y jajás, el artista irlandés nos presenta su inquietud –que debería ser la nuestra– por la deriva socio-laboral en el mundo contemporáneo, donde la tecnología está eliminando el factor humano, truncando profesionales (y profesiones) de manera drástica y prematura. Y, lo que es peor, generando una precariedad que nos conduce a un abismo insondable.
Miss Caffeina han dejado atrás todo tipo de prejuicios en ‘Oh Long Johnson’, haciendo el disco de pop electrónico que antes no se hubieran atrevido según sus propias palabras. ‘Detroit‘ fue un avance en ese sentido, pues fue un álbum en el que cabían como referencia tanto los Killers más poperos como los años 80 de Tino Casal; y el nuevo es un paso más en esa misma dirección. Además, el grupo ha dado con nuevas canciones con las que conectar con la nueva generación millennial a la que se dirigen con vídeos como el de ‘Merlí’, inspirado en los Stories de Instagram, letras anti-bullying como la de ‘Reina’ y odas al sexo como ‘Prende; e ilusionar a otra más talluda que no ha perdido la ilusión por la música nueva, a la que textos y teclados removerán ciertas cosas. “Esto va de cometer los mismos errores de siempre, los mismos putos errores, los mismos errores”, se jacta ‘Bitácora’. Y la verdad, “menos mal que aún podemos cantar a voz en grito. Menos mal que aún nos queda este punto de conexión”.
‘Boys Will Be Boys’ se ha convertido en un símbolo de esta era de #MeToo y sororidad: una canción que, con tanta crudeza como delicadeza, se dirige a un violador que destrozó la vida de una chica, contando con la connivencia de la familia de él y, en general, de toda la sociedad. Pero del mismo modo que el perfil lírico de ‘Boys Will Be Boys’ no es el único que muestra Donnelly en ‘Beware of the Dogs’, tampoco lo es el de su sonido espartano combinado con tenues arreglos y su voz dulce pero poderosa. Es un recurso precioso, que ella domina (su vibrato impresiona) y emplea con cierta frecuencia (‘Mosquito’, ‘Allergies’, ‘U Owe Me’, ‘Face It’), pero este es un disco mucho más rico de lo que parece, como ya demostraba ‘Lunch’, fabuloso adelanto sobre la nostalgia de estar de gira, repleto de bonitos arreglos. Un camino similar, más rockero con un espíritu tradicionalista, que sigue también en ‘Tricks’ o ‘Season’s Greetings’, cuya tesitura vocal se asemeja sorprendentemente a la de Lily Allen, una artista que parece en sus antípodas artísticas pero quizá no lo esté tanto ni lírica ni musicalmente.
Este jovencísimo quinteto comandado por la voz de Grian Chatten, un vocalista-poeta de la más genuina escuela Mark E. Smith, ha pasado en dos años de ensayar como amateurs al salir del instituto a dar más de 200 conciertos en Irlanda, Reino Unido y Europa, amplificando su fama de gran banda en directo. Y todo gracias a unos singles autoeditados que, si en un momento podían rememorar el encanto socarrón y macarra de The Vaccines (‘Liberty Belle’), pronto se fueron agriando como la mezcla de olor a sudor, sidra, serrín empapado y líquenes en la puerta de un pub de su barrio en temas de ascendente post-punk como ‘Chequeless Reckless’ y ‘Too Real’ –que no han olvidado incluir–, rabiosas y malencaradas, pero magnéticas. Fontaines D.C. utilizan una poesía que, con su costumbrismo crudo, reivindica la realidad desenmascarada como fuente de romanticismo, en contra del perverso maquillaje sofisticado al que los codiciosos someten a nuestras calles, menoscabando el tejido humano de las grandes urbes. Como repiten en su mayor éxito hasta la fecha, “¿es demasiado real para ti?”.
‘Los Estanques’ es una colección abiertamente retro, con el cuidado por los detalles que caracterizaba gran parte de la música de los 60 y 70 que tiene un eco en este disco a través de sus arreglos y una producción exquisita. Pero ojo, también hay un punto de audacia y contemporaneidad que difícilmente podría haber tenido lugar en aquellos días: su visión libre y desprejuiciada de palos y estilos solo puede ser consecuencia de una mentalidad moderna. Además, cabe destacar también que el Regel letrista es tan esmerado con la música como con sus textos, con un léxico más propio de un ensayo literario que del rock, desafiándonos con juegos de lógica que hacen pensar en Lewis Carroll y Gómez de la Serna. Desde luego, nada que denote un mínimo de vulgaridad. Su tercer disco es la consolidación de Los Estanques como una formidable rara avis en el pop contemporáneo español.
‘Miss Universe’ es una expansión del sonido fundamentalmente guitarrero que conocíamos de Yanya por singles como ‘The Florist’ o ‘Keep on Calling’, en el que además termina de brillar su singular voz. ‘In Your Head‘, con toda la paranoia expresada en su letra, es uno de los mejores singles de rock de 2019, pero el primer avance que habíamos conocido del álbum en realidad, ‘Heavyweight Champion of the Year’, bien puede ser la mejor canción de Yanya hasta la fecha, pues no puede estar mejor construida en esa absoluta contención que termina de explotar solo al final, cuando menos te lo esperas. Aunque ser “Miss Universo” es imposible; porque es una palabra sin sentido”, el disco sí es una victoria para Yanya, pues logra alejarla de las influencias con las que la asociábamos -King Krule o The xx, a los que ha teloneado- para construir un pilar muy sólido sobre el que empezar su carrera.
El grupo de Carlangas, Xavi, Jarri y Anxo se ha metido los prejuicios del underground que les pudieran quedar de los tiempos de sus inicios por el arco de triunfo y se entrega aquí a diferentes géneros como la música disco, la “verbena” (playlist con el ‘Tiburón’ incluido) o la moda jamaicana (‘Joven con la edad’). Lo hacen encima con coartada intelectual o como mínimo conceptual: rendir con cada uno de los temas un homenaje a la música de baile de un tipo. Puede que no haya guiños al techno, pero sí los hay al funk (‘Yo te quiero igual’), al underground neoyorquino de finales de los años 70 que unía rock con electrónica (‘Volverte a ver’), a la cumbia (‘A Santiago voy’) o incluso al rap (‘Atlántico’). Parodias u homenajes contribuyen a la solidez de un disco divertidísimo y también con cierto trasfondo, del que ‘El vivo al baile (y el muerto al hoyo)’ es otro gran exponente. Todos al baile, ¿no?
‘Sombrero roto’ es un disco de electrónica y no lo es por casualidad, sino por un esfuerzo explícito de Veneno en 3 años de trabajo y un largo proceso de creación: primero solo en su estudio, luego con la aportación del uruguayo Martín Buscaglia (con el que firmó a medias ‘El pimiento indomable’ –2014–) y finalmente con la aportación del talentoso Bronquio, que dio la última capa al conjunto. Con ello Kiko busca orientarse hacia un público más amplio y ecléctico, que no le identifique únicamente como el de su etapa más comercial –la de la primera mitad de los 90– y que comprenda su visión transversal del pop. Una en la que junto a su reconocible deje aflamencado caben tecno, soul, funk, kraut, psicodelia y, en fin, prácticamente de todo, con una perspectiva fresca en la que las guitarras son casi anecdóticas, dejando que el peso recaiga en cajas de ritmo y sintetizadores. Sin perder, eso sí, el punto orgánico, materializado sobre todo en el tratamiento de las voces –tanto la propia como las ajenas, en coros y jaleos a veces multitudinarios– y la profundidad sonora, riquísima.
‘Como anoche’ narra en sus 8 episodios una historia sentimental que, dicen, puede extenderse a una relación fugaz o a una unión estable durante años: “conocer a una persona, dejarse llevar por la atracción mutua, disfrutar con el cortejo, alcanzar el objetivo, la gran discusión, la ruptura, el luto por la pérdida y la superación de la relación”. Los explícitos y directos textos de Sandra vienen acompañados de unas bases poderosas, intrincadas y poco acomodaticias, pero con aspiraciones de sonar en clubs casi de principio a fin. Tras la directa insinuación de ‘Vamos a la cama’, que escoge no explotar para detenerse en un sofocante ritmo a lo Dâm-Funk, se sucede un “banger” tras otro, desde esa ‘Algo baila en mí’ que plasma la dulce y dolorosa caída en el enamoramiento hasta el empoderamiento y la superación de ‘Ni un beso’, con esa mezcla tan especial de house y merengue, salpicada con cumbia y palmas digitales arrebatadas. Una mezcla no tan fácil de encontrar en el pop contemporáneo, nacional o internacional, y que tenemos la suerte de degustar de primera mano. Somos unos privilegiados.
“¿Por qué me siento mayor de lo que pedí ser?”, se pregunta Clairo, de tan solo 20 años, en ‘Sinking’, una de las canciones más tristes de su álbum debut, en la que también parece afrontar una depresión. Una depresión que la llevó al extremo de pensar en acabar con su vida, tal y como plasma con espeluznante honestidad en la inicial (y emocionante) ’Alewife’, nombre de la ciudad dormitorio junto a Boston donde vivía con sus padres cuando una noche solo las insistentes llamadas de “una amiga”, que avisó a la policía, evitaron que acabara con su vida. Todo esto contrasta profundamente con la imagen que hasta hace no tanto nos había dado Claire Cottrill, la post-adolescente que se hizo mundialmente conocida con las canciones naif y juguetonas que subía a Youtube desde su habitación. Y es que puede que escuchado a la ligera, ‘Immunity’ parezca un disco pequeño, e incluso algo timorato por momentos. Pero escuchado con reposo y leído en su globalidad, lo que queda es su mensaje, emocionante, poderoso, divertido e inspirador a un tiempo, que, como dice su título, puede servir de protección para los que se sienten frágiles e incomprendidos. Así, Clairo se confirma como una artista incluso más importante de lo que nunca pudo parecer antes.
El sonido de R&B alternativo por el que conocimos a Tinashe sigue presente en el hipnótico single ‘Touch & Go’ con 6LACK o en la producción de Kingdom, quien ha trabajado para Kelela o SZA, en ‘Life’s Too Short’, e invita a reflexionar en la deriva de la carrera de esta gran artista. No es solo que ‘Story of Us’ suene a la mejor Mariah Carey, es que el “braggadocio” de ‘Link Up’ sería un hit en el Billboard de haberlo interpretado cualquier “mumble rapper”. Si a Tinashe le falta algo, desde luego no es habilidad para componer las canciones más sexys (‘So Much Better‘ pese al soez verso de su invitado, G-Eazy) o las más susceptibles de hacerte llorar a mares con su mezcla de serenidad y melancolía (la acústica ‘Rememeber When’). Al margen de todas las preguntas que podamos hacernos sobre el éxito de Tinashe, ella sigue prosperando y ‘Songs for You’ quedará como una gran obra de R&B contemporáneo hecha por una artista completa y poseedora de un talento arrollador, demasiado para ser oprimido por las duras cadenas de la industria.
Al margen sobre de dónde vienen estas reacciones tan radicales para bien (y a veces para mal) ante la obra de Carly (especialmente sus canciones más eufóricas suelen apasionar a sus fans), lo cierto es que ella parece ajena a todo ello y eso se nota en un disco de pop escapista, elegante y “dedicado” absolutamente al amor que no puede estar más contento de conocerse en muchos sentidos. Y es que si se llama ‘Dedicated’ en base a una canción compuesta para el disco que finalmente se ha descartado; no tardamos en descubrir que es a sí misma a quien Carly dedica muchas de estas canciones. Una de ellas dice “no hay una droga como yo”, otra “yo seré tu chica” y la mejor repite en su estribillo “él me necesita, él me necesita, él me necesita” mientras en otro pasaje declara: “él nunca tendrá suficiente de mi amor”. ‘Dedicated’ vuelve a dignificar la carrera de una artista entregada al pop más “emocional” sin prejuicio alguno y que ha sabido encontrar la fórmula perfecta para que el elemento “cheesy” de sus canciones conviva en perfecta armonía con gustos un poco más alternativos.
De “la música electrónica no es música” y “el rap no es cantar” hemos llegado a “el reggaeton es basura”. Permanecer ajeno a la realidad de la música popular es abiertamente reaccionario y categorizar que un estilo es enteramente despreciable partiendo de preconcepciones es claramente obtuso. Pero es que además ‘X 100PRE’ se aleja del típico disco de nuestra era construido en un campamento de composición y es –salvo contadas y puntuales excepciones– el propio Benito Antonio Martínez Ocasio el único y principal compositor del álbum. El primer trabajo largo del Conejo Malo pretende ser un abanico de estilos que le alejan de ser otro-tipo-más-haciendo-reggaeton, aunque no renuncie a él, siendo ‘Cuando perriabas’ la muestra más fiel. Pero también tenemos el trip-funk-pop de The Weeknd meets Daft Punk que es ‘Otra noche en Miami’, amagos acústicos (‘Ni bien ni mal’), trap (‘Ser bichote’, ‘¿Quién tu eres?’, ‘Caro’ –con esa insólita outro baladesca en la que cuenta con ¡Ricky Martin!–), interesantes baladas estilo Drake (‘Si estuviésemos juntos’, ‘Como antes’ –“nada de reggaetón, ponme otra canción”, dice en ella–), electro-hop con guitarras a lo Lil Peep (‘Tenemos que hablar’) y hasta experimentación. No puede calificarse de otra manera esa amalgama mutante de bachata, dembow y afrotrap llamada ‘La romana’, en la que, con el dominicano El Alfa como aliado, Bad Bunny se muestra de lo más audaz.
No lo tenía nada fácil Rocío Márquez para avanzar y sorprender tras un disco tan cromático, profundo y lleno de emoción como ‘Firmamento’. Y sin embargo, aquí estamos, ante un ‘Visto en El Jueves’ que es, si cabe, más revolucionario que su antecesor… aunque no lo parezca. Y es que el planteamiento instrumental, voz, guitarra española y percusión –ya sean palmas, cajón u otro instrumental–, no podía ser más recurrente en el mundo del flamenco del que proceden y se nutren tanto la cantaora de Huelva, como sus imprescindibles aliados de este trabajo, el tocaor Canito (nombre artístico del catalán José Manuel Suárez) y el percusionista Agustín Diassera. Ahí está la clave: los tres consiguen que un repertorio nutrido de cantes y canciones provenientes de otro tiempo suenen nuevos y libres de atavismos no ya dentro del flamenco sino de cualquier estilo. Coplas, boleros, rumbas y tangos (argentinos) se entreveran con palos históricos en desuso, como marianas, serranas, romances o vidalitas, a las que Rocío y sus colegas quitan el polvo creativo –una imagen que a ella le gusta evocar– del mismo modo que uno limpia y pule un objeto precioso rescatado de un desván o un desgüace, encontrándole aún un uso. Porque, ¿quién iba a decirle a Miguel Hernández sobre ‘Aceituneros’, el poema que inspiró ‘Andaluces de Jaén’, y a Paco Cepero y Fosforito sobre su ‘Andalucía’ que iban a tener un simbolismo político tan potente a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI?
“Va a ser una tortura / antes de que sea sublime”. Con esta frase se abre una de las canciones fundamentales del primer disco que la cantante de los desaparecidos Chairlift ha querido firmar con su nombre real, tras haber trabajado con el de Ramona Lisa. Si los autores de canciones tan importantes para el pop de nuestro siglo como ‘Bruises’, ‘Moth to the Flame’, ‘Crying In Public’ o ‘Met Before’ se reconocían por algo era por su pop desenfadado, sintético y de voces moduladas. En su colaboración con los también desaparecidos Delorean, ‘Unhold’, Polachek se puso las botas respecto a esto último, como ahora en su single ‘Ocean of Tears’ y en otros maravillosos puntos del disco. De alguna manera, ‘Pang’ parece la continuación natural de ‘Path’. Seguimos asistiendo a una aproximación muy siglo XXI al synth-pop, con varias pistas sonando como Haim producidas por Charli XCX (de hecho Danny L Harle y A.G. Cook son co-autores y co-productores de algunas de las pistas), pero dejando espacio abierto para otros ritmos. El R&B continúa en la lista de géneros favoritos de Polachek tras haberse colado en los créditos de ‘Beyoncé’, e incluso la new age es una referencia en el cierre de cada cara. “De vuelta en la ciudad, solo soy otra chica con jersey”, dice en un momento. Y ahí, tras sus agridulces rifirrafes con Nueva York a causa de una ruptura, es imposible no imaginarla como una Audrey Hepburn del siglo XXI.
En un mundo sobrecargado de información, en el que cada semana salen decenas de discos interesantes muchos de los cuales jamás llegaremos a escuchar, se agradece que artistas como Jessica Pratt busquen ir despacio. En su tercer álbum, de revelador título, ‘Quiet Signs’, la cantautora de San Francisco se mantiene fiel a su estilo en el que voz y guitarra acústica son los principales protagonistas, pero esta vez redondeando sus composiciones más que nunca y grabándolas por primera vez en un estudio profesional, aunque sin abandonar su característico elemento lo-fi. Por suerte, le ha sentado de lujo pasar de su casa al estudio y si por momentos las composiciones resultan demasiado opacas, la cantante lo compensa nutriendo sus temas con otras sonoridades. Por ejemplo, el cruce de guitarras de ‘Here My Love’ crea un precioso tapiz de sonido, mientras algunos temas, como el hipnótico ‘Aeroplane’, efectivamente escrito desde el cielo, incluye un seductor organillo. No es ninguna sorpresa que Pratt componga canciones tan bonitas, y en ‘Quiet Signs’ ha dado con su colección más sólida: su sello dice que estas canciones “parecen la culminación de su estilo”, y no lo parecen: claramente lo son.
La selección de canciones en el disco de Fuerza nueva y su peculiar manera de lanzarlo (desgranando determinadas canciones en fechas de singular significado, con su imaginería estética y con los interesantes puntos de vista sobre cada tema ofrecidos por Pedro G. Romero) tiene la voluntad de hacernos reflexionar, y no se trata de un ardid para captar atención mediática (que también). Porque si alguien ve una provocación en versionar el himno de la patria catalana, ‘Els segadors’, transformándolo (devolviéndolo a su origen, en realidad) en un auténtico canto de orgullo de la clase trabajadora (dejando caer, de paso, que el actual movimiento independentista tiene más de artimaña de las oligarquías que un verdadero sentido popular), o por destacar el enorme gancho pop del himno de la controvertida Legión española, el problema está sobre todo en la mente del oyente y sus prejuicios. Al fin y al cabo, son nada más (y nada menos) que canciones. Y como tal debería uno aproximarse a ellas. Por todo eso, ‘Fuerza nueva’ no es sólo un disco conjunto de Los Planetas y Niño de Elche, sino un pequeño gran hito en la cultura popular de España –esa idea/palabra que podría ser de un uso frecuente de todos, no sólo de unos pocos–.
Kanye West aparece de varias maneras en ‘IGOR’, pero no es suficiente para reflejar el sonido multidireccional del disco. El espíritu fuera de los cánones de los últimos trabajos de Solange –presente en varios de los cortes como corista–, o el rap-rock de Childish Gambino –en buena medida, ‘WHAT’S GOOD’ recuerda a ‘This Is America’, sobre todo en la segunda parte, en la que colabora el británico slowthai– sirven como referentes del nuevo Tyler, the Creator. En todo caso, como coetáneo de todos ellos, esa conexión es recíproca: a nadie se le escapa a estas alturas que el que fuera cabeza visible de Odd Future ha influenciado muchísimo también a todos ellos, lírica, musical y estéticamente. Y eso tiene que ver también con la vocación universal, sumaria, que presenta este trabajo de Okonma, con unos samples que albergan homenajes claros (Erykah Badu, RUN-D.M.C., la figura del city pop Tatsuro Yamashita, el ex Smith Westerns Cullen Omori o el citado Al Green) y una cohorte de colaboradores que, de manera nada aleatoria, alterna eclécticos como Santigold y Jack White con raperos como Lil Uzi Vert y Playboi Carti y soul men como Cee Lo Green y el veterano Jessy Wilson. No hay duda de que Tyler, The Creator está ya a la altura creativa (y también comercial, tras lograr su primer número 1 en EEUU) de los grandes referentes contemporáneos mencionados.
Antes de morir, David Berman volvía con un disco en el que recupera su carrera justo cuando la dejó, solo que sin miedo –o esa impresión da– a que se le reconozca como un gran cantautor. ‘Purple Mountains’ expone sin ambages los graves episodios de una depresión crónica (y “sin tratamiento posible”, asegura) que le llevan a afirmar que, en estos 10 años, ha tenido al menos 100 noches de las que estaba convencido no despertaría. Pero Berman no es un “plañideras” cualquiera, y en su discurso es primordial un sentido del humor negro y lo suficientemente autoparódico como para que gocemos de su propio patetismo. Para no dejar dudas, ahí está la introductoria ‘That’s Just the Way That I Feel’, un animoso número de country rock en el que nos hace un resumen de sus penurias personales en esta década de ausencia (incluido “casi perder los genitales por culpa de un hormiguero”, literalmente), con la frase-estrella “cuando intento ahogar mis pensamientos en ginebra / descubro que los peores han aprendido a nadar”.
El mundo musical nacional –la escena– es muy diferente a aquel 2009 en que La Bien Querida debutaba con ‘Romancero‘. En aquellos tiempos en que perdíamos el tiempo decidiendo si la versión final de ‘9.6’ era mejor que la maqueta o “demasiado electrónica” (esto existió, lo juramos), habríamos flipado si supiéramos que Ana Fernández-Villaverde iba a hacer un disco en el que cabría como influencia lo mismo Manuel Alejandro que My Bloody Valentine, lo mismo Shakira que Broadcast, lo mismo Lana del Rey que Miguel Bosé, lo mismo unos Cigarettes After Sex que un grupo de Eurovisión que nadie recordaría, The Common Linnets. Con lo fácil que hubiera sido citar en su lugar a alguien anterior a estos últimos, como Nancy & Lee o She & Him, habrá alguien lo suficientemente retorcido como para pensar que La Bien Querida está pasando el rato de boutade en boutade. Pero lo cierto es que en 2019 hay artistas haciendo carrera de su transversalidad, y aquí los diversos estilos se unen para reincidir en su fórmula melódica, ahora con la producción de René de Axolotes Mexicanos, con un trasfondo conceptual. En concreto, un disco-hechizo en el que cada canción se corresponde con un hechizo, influido por las prácticas ocultistas que realizaba su padre cuando era pequeña.
Cada corte de este trabajo lleva el nombre de una figura más o menos popular y más o menos erudita, según el caso. Héroes literarios –James Baldwin, Zora Neale Hurston, Nikki Giovanni–, musicales –Eartha Kitt, Miles Davis, Muddy Waters, Sun Ra, Betty Davis– o artísticos –Basquiat, Frida Kahlo– que no solo son referentes para Jamila por sus obras sino por sus respectivos ideales o actitudes ante la vida, como desgrana en esta entrevista imprescindible para ahondar en el disco. A través de esos nombres Woods construye un tejido de textos dedicados a empoderar sobre todo a las mujeres negras, que no solo han de vencer el racismo sino además el machismo imperante en todas las esferas sociales. Por eso ha elegido sobre todo a mujeres fuertes que vivieron contra las convenciones sociales y políticas –un linaje, palabra que emplea reiteradamente, del que se siente continuadora–. Y ha traducido sus posturas a un lenguaje contemporáneo –en buena medida, su trabajo como profesora en una escuela sin ánimo de lucro de Chicago para jóvenes autores se traslada a muchas de estas piezas–.
Se diluyen para siempre las fronteras entre indie y mainstream. Qué bien, nuestra cuadriculez mental ha debido de evolucionar algo. Pero esto no nos ha eximido de toda nuestra gilipollez, así que larga vida a Los Punsetes. El grupo madrileño llega a su sexto disco con el mismo espíritu crítico del primero, si bien cada vez más interesado en la sátira social y en la autocrítica que en la reivindicación de ‘Dos policías’. El éxito espontáneo de canciones como ‘Tu puto grupo’ y muy especialmente ‘Opinión de mierda‘ parece haber influido consciente e inconscientemente en Los Punsetes y los mejores momentos de este ‘Aniquilación’ son aquellos en los que se ríen de la sociedad y también de sí mismos. Y al margen de los singles encontramos la sonora conclusión nihilista de ‘Miguel de Molinos’ («nada hay más hermoso que la nada»); esa ‘Gran Bestia’ que recuerda que, como La Bien Querida, vieron ‘La Bola de Cristal’ («no tengo trabajo pero hago mis hechizos») o la final ‘Estela plateada’, de final trotón. ¿Alguna vez piensan sacar un mal disco? ¿Y regulero?
‘Casi tierra’ es el disco de un cantautor influido por el folclore patrio, que parece haber disfrutado tanto de Pablo Alborán y Miguel Poveda, como de cantautores alternativos como Javier Álvarez y Espaldamaceta. La influencia del flamenco es un poso, nada más, si bien evidente en momentos puntuales del álbum, y obras como ‘Lágrimas negras’ o ‘La leyenda del tiempo’ flotan tan sólo en espíritu, más por la calidad de las melodías que por desgarro. Vicente Navarro no ha querido apuntar tan alto y en principio este es un disco sutil, contenido y deliberadamente austero, en el que ha querido dejar el protagonismo a las letras, a su bonita voz en primer plano y a algún arreglo de guitarra. El inicio de álbum con ‘En el río’ nos hace pensar en un disco centrado en el mundo del amor, con letras como “Qué bonito que vinieras / qué bonito que ya estés aquí / Qué bonito que cuando hables de amor te refieras a mí” o “Cómo brillas cuando dices mi nombre”; pero después aparecen varios matices, ya no tan cercanos a un cantante melódico superventas de nuestro país. La homosexualidad y la Guerra Civil son otros temas destacados en un álbum que tampoco teme a los guiños urban o electrónicos, aplicados con excelente gusto.
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Nick Cave & The Bad Seeds
Quizá arrastrados por la emoción –no necesariamente de alegría–, alguno quiso ver en ‘Skeleton Tree’ un álbum de duelo de Nick Cave por la muerte de su hijo adolescente Arthur, cuando aquellas letras estaban escritas –de forma terriblemente profética, eso sí– antes de la tragedia. Había en él dolor y hasta rabia –musicalmente era uno de sus discos más hoscos–, pero sus letras no hablaban de Arthur ni de su muerte todavía. En cambio, todos los textos de su sorpresivo nuevo álbum ‘Ghosteen’ –un fantasma adolescente que, esta vez sí, no alude a otro que al chico–, fueron escritos por Cave a partir de 2017 en su casa familiar de Brighton –normalmente lo hacía en una oficina alquilada a la que acudía diariamente de manera rigurosa–. Y, ahora sí, expía en ellos la profunda pena de su pérdida, a la vez que celebra su recuerdo. Aunque más amable que ‘Skeleton Tree’, ‘Ghosteen’ es un disco arduo, casi tanto por su vasto contenido –casi 70 minutos– como por una construcción musical que, pese a contar con momentos vagamente melódicos y hasta cantables, requiere de ser atendida con el mismo cariño y cuidado por los detalles que, a todas luces, han empleado Nick Cave y sus Bad Seeds para crearla. No es un disco para escuchar a la ligera, por toda la espiritualidad y trascendencia vital que contiene. Porque, de hecho, es una certeza que en algún momento de nuestras vidas podrá servirnos de asidero y consuelo.
Solange ha dicho que si en ‘A Seat at the Table’ tenía “mucho que contar”, en ‘When I Get Home’ tenía “mucho que sentir”, por lo que esta vez es la música y no las letras las que cobran mayor importancia en el álbum. Sin un single al que agarrarse, es difícil valorar ‘When I Get Home’ en un principio, pues con él Solange ha transgredido todas las expectativas que el público pudiera haberse formado sobre la continuación de ‘A Seat at the Table’. El álbum choca porque opera dentro de sus propias reglas de lo que puede ser un álbum pop en general y un álbum de R&B en particular, y porque busca la escucha completa hasta un punto que parece evitar los singles de manera intencionada. En el transcurso del álbum, Solange demuestra que no es una experta en la técnica de la repetición como lo pudo haber sido Alice Coltrane, pero también que puede llegar a resultar interesante y emocionante sin acomodarse a lo que se espera de ella. Mientras la artista busca su próximo Grammy, está bien que nos quiera entretener con otras cosas, ahora poniéndonoslo un poco -solo un poco- más difícil.
¿Qué separa a Tove Lo del éxito masivo? ¿Qué tiene que hacer, si tres discos de pop bailable y ecléctico tan notables como ‘Queen Of The Clouds’, ‘Lady Wood’ y ‘Blue Lips’ no la han convertido ya en una superestrella? Hay quien la acusa de ausencia de carisma, de ese halo estelar que sí tienen, por citar ejemplos generacionales y no lejanos en estilo, Ariana Grande, Charli XCX o Carly Rae Jepsen. Yo lo llamaría “marketing”, pero entiendo lo que quieren decir. De hecho, precisamente su gran encanto está en esa naturalidad de la que carecen esas otras compañeras de la sueca, que le permite decir y hacer las cosas como ella quiere sin importar lo controvertido que pueda ser. La honestidad no vende discos, pero sí construye carreras. Y‘Sunshine Kitty’, en su modestia, es otro capítulo más de esa línea de discos que hacen de la sueca casi una cantautora que hace pop. Otra colección de canciones personales que sí, presumen de una producción sumamente elegante y atrevida, rabiosamente contemporánea pero que no trata de marcar el futuro, sino asentarse en el presente –en esta ocasión con especial protagonismo de guitarras–: el dúo The Struts, con aportaciones puntuales de Shellback, Jack & Coke, Mattman & Robin e Ian Fitzpatrick, sigue siendo fundamental en ese plano, y de hecho recuerda más a su debut que a su doble trabajo posterior. Pero al fin y al cabo, decía, son canciones personales e íntimas, como páginas de un diario.
Pasar dos años en Lisboa empapándose de su cultura musical es lo mejor que le ha pasado a Madonna en esta década, dando lugar a otra de sus conocidas «reinvenciones»: un 14º álbum muy diferente a casi todo lo que había editado hasta la fecha, en el que en lugar de sumarse a las modas, se ha llevado a su terreno los múltiples estilos que aparecen. Portugal fue fundamental en la ruta del comercio de esclavos y así Cabo Verde o Brasil son también una influencia en este álbum, de marcado carácter político. La cantante nos explicaba durante una entrevista cómo había conseguido que el álbum sonara cohesionado pese a contener estilos tan inconexos como el reggae, el fado, el funk brasileño, el disco o la batuka, todos ellos por cierto vinculados de una manera o de otra a la reivindicación social. Su solución ha sido unir unas canciones a otras a través de un beat, un instrumento, un idioma, una palabra o un ritmo. Es un divertimento averiguar qué va conectando tan variadas y aventureras canciones entre sí, en el que resulta uno de los discos más orgánicos de la artista, con el que además ha querido dejar un mensaje de esperanza con la final ‘I Rise’. ¿Cuántas veces en 35 años de carrera habrá de probar que es capaz de levantarse?
Tras tres álbumes caracterizados por un folk íntimo –si bien el celebrado ‘U.F.O.F.’ tenía un punto más cósmico–, este álbum hermano del que está siendo destacado en varias listas que resumen lo mejor del año supone una palpable –que no radical– variación de su discurso artístico. Un rock más afilado y eléctrico invade buena parte de sus canciones. Y no ocurre solo en temas más acerados, sino que ese carácter crudo y físico también emerge en composiciones más tranquilas rítmicamente, como el encantador vals ‘Rock and Sing’ que abre el disco. En este ‘Two Hands’ el grupo de Adrienne Lenker toma una dirección nueva, excitante, que está un peldaño por encima de sus anteriores obras. Y que, de ser perseguida, puede propulsarles a nuevos espacios creativos. Y de paso, a nuevos públicos. Cabe celebrarlo, aunque quizá lo mejor de Big Thief esté aún por llegar.
La crítica evidente a ‘Carolina Durante’ es que, al prescindir de ‘Cayetano’ o ‘Perdona (ahora sí que sí)’, que ojo, sí venía incluida como flexidisc en la primera edición del vinilo, tenía que ofrecer canciones igual de buenas o mejores. No está tan claro que sea el caso, pero por otro lado el disco contiene muestras de la habilidad de la banda para dar con la tecla musicalmente y la de Diego Ibáñez en cuanto a la creación de las letras. Si ‘Cuando niño’ sonaba como una canción de ‘Barrio Sésamo’, puede que por temática fuera aposta, pero en cualquier caso la coda final que grita “lo lamento” ha sido otro “highlight” de sus conciertos. En general, el grupo maneja como quiere tanto el humor como el drama, desde la cita al hombre del tiempo Martín Barreiro de ‘El año’ (“se viene la hostia del año como no nos estemos quietos”, bromean, jugando con fuego) al lirismo contenido en ‘El perro de tu señorío’, en la que Ibáñez suplica: “quiero que me mires como miras los desastres que se emiten por la tele y que finges que te importan”. No cabe más ternura y retrato de la modernidad en una frase.
Los prejuicios contra la música electrónica pueden llegar tan lejos como para considerar a Tom Rowlands y Ed Simons simplemente productores o DJ’s antes que autores de canciones. Los discos de Chemical Brothers arrasaron y básicamente el dúo le gustaba a todo el mundo, pero pocos podrían haber adivinado que se desarrollarían como artistas mucho más que toda la generación Brit-pop o casi, entregando discazo tras discazo con muy pocas manchas a lo largo de toda su carrera. El último recibe el nombre de ‘No Geography’, y su portada inspirada en Godley & Creme parece mandarnos un mensaje de evasión ante los males del mundo de los últimos años, que han sido muchos y variados. En ese contexto el tema titular, excelente en su búsqueda de la comunión colectiva, es totalmente escapista, eufórico; y la final ‘Catch Me I’m Falling’, por la que Moby mataría ahora mismo, deja un sabor agridulce en su texto aterrorizado ante la idea de perder a alguien, pero cuyo tono parece esperanzado. Con un buen balance entre los primeros minutos del álbum, que se suceden sin tregua para el oyente, y esa otra parte más espiritual (esta es su entrega más “soul”), The Chemical Brothers logran mantenerse en su noveno álbum como otros artistas solo pueden soñar.
Tiene mérito que viniendo sus integrantes de mundos en principio tan diferentes como el trap (el barcelonés Pimp Flaco) y el pop más experimental y delirado (los canarios Solo Astra), Cupido hayan logrado dar forma a un proyecto que posea personalidad propia, aún sin apartarse radicalmente de todos esos ámbitos. Precisamente son todas esas influencias las que dan personalidad a Cupido y ‘Préstame un sentimiento’ no deja de beber de otros estilos como el vaporwave o el R&B, e incluso da pie a referencias tan improbables en principio, pero reconocidas por el propio grupo, como Bad Bunny, cuyas letras llenas de verborrea parecen una influencia clara en los textos de este disco, por otro lado tan románticos y cursis como a Cupido le ha dado buenamente la gana que sean. Cuesta imaginar que a quien le guste este disco, no se lo vaya a poner siempre entero: el grupo ha hecho 8 buenas canciones que pueden llegar a crear adicción. Y sobre todo se han impuesto a sus influencias, demostrando que, de entre todos los artistas lo-fi pop que se te puedan ocurrir, ellos están haciendo las canciones más emocionantes.
‘The Book of Traps and Lessons’ nos habla de cómo 7.000 millones de personas en el mundo caemos una y otra vez en los mismos errores, así como del racismo y otros males de la sociedad actual, la cual Kate Tempest afirma que no es que haya “progresado” demasiado en los “últimos 500 años”. La monarquía parlamentaria de Reino Unido está en el punto de mira en la portada del disco, pero podría ser cualquier sitio. ¿Acaso hemos evolucionado algo si un hombre ha de correr (huir) sin haber hecho nada como sucede en ‘Brown Eyed Man’? ¿Si se sigue “matando por dinero” y encima se hace “tras una bandera en la que aparece la palabra “LIBERTAD”? Las producciones de Kate Tempest son austeras y la labor de acercarse a su música puede ser a veces demasiado ardua. Sin embargo, como artista de “spoken word” que “no rapea ni canta”, sí es lo suficientemente expresiva para impactar al oyente con su voz. El modo en como pronuncia lo sumamente “desesperados por ternura” que estamos en el tema inicial ‘Thristy’, frases con tanta fuerza dramática como “me ofreció una paz que mi guerra no quiso” o ese desenlace en “anduvimos hacia casa y no nos besamos” no pueden dejar indiferente.
‘Remind Me Tomorrow’ es un disco valiente, que suena grande y poderoso, en su mayoría. Y que, cuando no es así, resulta emocionante. En sus mejores momentos, suceden ambas cosas simultáneamente, como en ‘Seventeen’, el gran clásico que nos deja este disco. En una línea similar se sitúa ‘No One’s Easy to Love’ que, con la Sharon de siempre envuelta en sonidos sintéticos, parece dar cuenta del final de aquella relación de la que nos hablaba en una entrevista, truncada por su decisión de no abandonar la música. ‘Comeback Kid’ y ‘Jupiter 4’, los dos primeros adelantos del 5º disco oficial de la artista de Nueva Jersey, son polos opuestos de ese mismo espíritu: la primera, iracunda y bailable (!), retrata la mezcla de cariño y rabia de volver al hogar familiar de la infancia y sentirse como un niño de nuevo; la segunda suena como un salvavidas en una tormenta desoladora. Se agradece además la sabia mano de Congleton (productor entre otros de St Vincent, cuya figura emerge a veces como referente aquí), contribuyendo a un gran trabajo de una artista más poliédrica de lo que jamás imaginamos. Hemos perdido a una cantautora; no pasa nada, tenemos más. Pero hemos ganado a una artista más completa y audaz; y de esto no vamos tan sobrados.
El africanismo de Vampire Weekend no ha desaparecido del todo, aunque sea en espíritu: su ya decano debut subyace de manera más serena y pulcra en ’This Life’, ‘Bambina’ o ‘Stranger’. Pero, en una evolución directa del camino emprendido en su anterior trabajo, ‘Father of the Bride’ es un tapiz tan diverso y rico como la nómina de colaboraciones de lujo que esconden sus créditos: Mark Ronson, Jenny Lewis, Dave Longstreth (Dirty Projectors), BloodPop®, Dave1 (Chromeo), Lüdwig Goransson, DJ Dahi, Buddy Ross (Frank Ocean) o Hans Zimmer (a través del sampler del coro malasio de la BSO de ‘La delgada línea roja’ que suena en ‘Hold You Now’) pululan por ahí como si nada. Unas colaboraciones que no aportan el relumbrón de sus nombres sino que reman junto a Koenig en aras de una idea musical ecléctica, en la que tradición y futuro van de la mano en el presente. El grupo enarbola la bandera de la libertad y el amor con este disco que, en su efervescencia disparada en múltiples direcciones, esconde una riqueza duradera que va más allá de lo meramente estético.
Como si los seis meses transcurridos desde que se publicara ‘Sweetener’ y la aparición de su inmediato sucesor hubieran sido un aprendizaje a contrarreloj, ‘thank u, next’ es todo aquello que en buena medida era aquel pero mejorado. Completamente cohesionado de principio a fin en lo musical y lo lírico, profundamente personal –tanto en la lectura emocional de la palabra como en la acepción “singular”–, ‘thank u, next’ es lo que queríamos que fuera aquel disco tras dos singles descomunales como ‘No Tears Left To Cry’ y ‘God Is A Woman’. Tienen sentido las comparaciones con ‘Beyoncé’ de Beyoncé y ‘ANTI’ de Rihanna que ya se leen por ahí, porque Ariana se posiciona estilísticamente más próxima que nunca al hip hop –¿será una suerte de homenaje a Miller?–. Pero en su caso Grande no parece demasiado preocupada por ser especialmente original, transgredir ni sonar avanzada, sino por ser honestamente contemporánea y, sobre todo, más auténtica y personal de lo que nunca fue. En el primer aspecto, lo logra: si hay un disco publicado en las primeras semanas de 2019 que defina en sí el sonido del pop de hoy, ese es ‘thank u, next’. Y en el segundo, también: con esta pirueta mercadotécnica aparentemente imposible, escondida tras esa apariencia frágil y vulnerable –o gracias a ella–, Ari Chan se consolida como una de las artistas pop con más magnetismo y fuerza de estos tiempos.
Cual rey de Uganda aparece Michael Kiwanuka retratado en la portada de su nuevo álbum, ‘KIWANUKA’. La pintura es obra de Markeidric Walker y es significativa de lo que supone este tercer trabajo en la carrera del artista, tanto como que su apellido lo titule y además lo haga en mayúsculas. Porque Kiwanuka puede seguir siendo un hombre tímido y a veces inseguro, pero ya no va a dejar que esos sentimientos le guíen. Ese “hombre negro en un mundo de blancos” que repudiaba su apellido y se odiaba a sí mismo se ha transformado. Este álbum fluye orgánicamente de hecho como una película, y no extraña que el artista haya asegurado que le gustaría componer bandas sonoras. La instrumentación del disco puede ser muy visual y su autor hace uso en él de algún que otro sample para enriquecer lo que nos quiere contar, como el de la voz del activista por los derechos civiles John Lewis, o el sonido de un disparo en ‘Another Human Being’, una de las pistas del álbum que reflexionan sobre el racismo. Al final, el detalle sirve para engrandecer unas canciones excelentes gracias a los contrastes. Tanto el interludio de ‘Hero‘ como la canción homónima, que promete convertirse en un himno de Kiwanuka, evocan un sentimiento de abatimiento ante el que el artista se levanta heroico y triunfal, y que solo puede considerarse un emblema absoluto de este escultural y magnífico disco.
‘Titanic Rising’ establece un paralelismo entre el hundimiento del famoso barco y el hundimiento de la sociedad actual (sobre todo de los países del tercer mundo) por medio del cambio climático y el capitalismo, entre otros temas como la tecnología. En el alegre single ‘Everyday’, que suena como una colaboración no-tan-imposible entre The Beach Boys y Karen Carpenter, y cuyo vídeo inspirado en el cine “slasher” no tenéis que dejar de ver, Blood parece hablar sobre la necesidad del contacto real frente a las aplicaciones tipo Tinder y se atreve a declarar: “el amor de verdad está volviendo”. ‘Titanic Rising’ no es del todo un álbum triste pese a su temática, sino que siempre parece buscar el pequeño rayo de luz en un abismo de oscuridad, aunque sea en forma de humor. La cantautora quiere que sonrías en el apocalipsis y no deja de tener cierta gracia que el álbum termine con una revisión de 1 minuto de ‘Nearer, My God, to Thee’, supuestamente la última canción que tocó la banda del Titanic antes de que el barco se hundiera por completo, una historia que, pese a su absoluto desamparo, evoca una sensación de absurdo tal que solo puede hacerte sonreír.
Las nuevas canciones de Milkyway hablan del “fin del amor”, lo que en el universo de La Casa Azul equivale al fin del mundo. Así, la euforia y subidón de serotonina que siempre ha caracterizado al proyecto se contamina con unas letras llenas de angustia por el final de ese amor idealizado, propio del “Shangri-La”, que ahora da paso a la “rutina”, a “semanas y semanas de letargo feroz” y al descubrimiento de cierta “ineptitud” ante los problemas o de una tendencia a huir de ellos a través de la música o el trabajo. El caos vital descrito en ‘La Gran Esfera’ llega a una conclusión feliz por suerte, cuando en el tema titular Milkyway describe que por fin ha visto “la luz del alba”, dejando en esta por otro lado conmovedora canción cierto poso de tranquilidad que hace sonar menos irónica una de las primerísimas frases que escuchamos en el disco, cerrando así círculo: “qué bonita es la felicidad”. Coqueteando con el trap, el electro robotizado, el j-pop y la rumba, el álbum suena bien acabado pese a surgir de varios proyectos distintos y cierra esa trilogía de álbumes de la que ha hablado Milkyway en las entrevistas con firmeza. No es redondo como esa “esfera” representada en la portada del disco, pero se le acerca mucho.
Incluyendo la versión de ‘Doin’ Time’, además por mucho el tema más popular de este álbum, y alguna canción de relleno hacia la mitad, Lana del Rey ha renunciado a ofrecer una obra tan sólida y atemporal en su visión retro como un ‘Back to Black‘. Sin embargo, nunca había estado tan claro que Lana tenía un clásico dentro de ella como en este trabajo que ha sido capaz de darnos composiciones tan sobresalientes como ‘Venice Bitch’ o ‘Mariners Apartment Complex’. Ambas arman la base del sonido de ‘Norman Fucking Rockwell!’. Hay un poco de Brill Building, un poco de surf-rock, un poco de balada clásica tipo Neil Young, Carpenters… y otras cosas en este trabajo producido por un Antonoff que ha conseguido que Del Rey suene especialmente cercana y honesta a pesar -o gracias a- sus personales trucos de producción. Antonoff dobla la voz de Del Rey varias veces a lo largo del disco, de manera especialmente brillante en la outro de ‘The greatest’, mientras la presencia en el largo de arreglos orquestales, que se imponen desde el principio con el maravilloso tema de apertura, que titula el álbum; guitarras, pianos y una especie de teremín sintetizado; y, por el contrario, la casi total ausencia en el disco de beats electrónicos propios del trap o el hip-hop (tampoco hay “featurings”) aportan unidad a un conjunto que se acerca a ser su gran clásico. Otro importante capítulo en la carrera de uno de los mayores iconos pop del siglo, con algunas cumbres brillantes, cuando no simplemente insuperables.
¿A qué suena el siglo XXI? ¿Y el pop de nuestra década? Hay quien hablará de la explosión latina y urban, otros de la mezcla definitiva de infinitos géneros musicales, habrá quien argumente que lo retro y lo clásico siempre prevalecerá con las cifras de Adele sobre la mesa, y hay quien entiende que el sonido del presente y el futuro es el mismo que se entendía a finales de los años 70 y principios de los 80, los tiempos de Kraftwerk y ‘Blade Runner’. Los del synth-pop, de la máquina, también del pop deliberadamente prefabricado y bien manufacturado. Charli XCX, como “90’s girl”, se crió entre hitazos de Spice Girls, luego Britney Spears y luego t.A.T.u., pero siempre ha tenido en consideración a los artistas de décadas remotas. En los inicios de su carrera dijo que quería ser tan camaleónica como David Bowie y Madonna, no hay playlist de canciones favoritas suyas en la que no haya incluido a The Cure (que seguramente influyeron en su oscuro y misteriosamente olvidado debut), e incluso se ha interesado por las diversas etapas, clásicas y experimentales, de Serge Gainsbourg. Con un buen equilibrio de autenticidad y artificio, Charli no se ha quedado en la mímesis o en el revival de los 80 como antes La Roux o Frankmusik, sino que se ha ido dejando seducir por toda la maquinaria del sello PC Music y el sonido de SOPHIE para hacer suyo su discurso. ‘Charli’ se llama así porque es la culminación de su sonido.
El primer disco de Billie Eilish está inspirado en las pesadillas, en la parálisis del sueño y en los sueños lúcidos, en ese mundo de nuestro subconsciente que existe entre el sueño y la vigilia, y si algo consigue la producción del álbum es evocar una sensación de ansiedad y desorientación absolutas que podríamos asociar a esos estados, en particular por el modo en que las canciones emplean la distorsión como parte de su tejido sonoro (‘all the good girls go to hell’), para transgredir expectativas (en ‘listen before i go’ el efecto es realmente extraño, intrusivo, pues suena como si no debiera estar ahí) o manipulan la voz de Eilish de manera que la hace sonar como una especie de espectro digital (‘xanny’). La producción, haciendo uso de estas ideas, es absolutamente exquisita en todas las canciones, aunque lo es especialmente en una ‘ilomilo’ en la que Eilish habla sobre esos “amigos a los que he tenido enterrar” que la mantienen “despierta por la noche”, y que no puede sonar más llena de desasosiego, como si fuera a estallar en lágrimas en cualquier momento. ‘WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO?’ es reflejo de una compositora completa, capaz tanto de volarte los sesos como de encogerte el corazón, y que por suerte tiene margen de sobra para seguir refinándose. Su debut no puede ser un mejor inicio para ello.
‘All Mirrors’ es brillante, apasionado e irónico. Pleno de referencias y, a la vez, terriblemente personal. Porque Angel Olsen juega con nuestras percepciones y prejuicios. Usa su voz, su aspecto aparentemente desamparado y el formato de torch song, para crear una obra de absoluta reafirmación. No es un lamento por el amor perdido; es un grito de júbilo por la individualidad recuperada. Aquí, Olsen ha primado la atmósfera por encima de las canciones individuales: estamos ante un disco que requiere complicidad, no ante una playlist de lujo. Como Lana del Rey, Olsen necesita, quiere, que la escuchemos de cabo a rabo. Que nos sentemos y que degustemos su gran álbum de música atemporal. Con Ben Babbitt (que co-escribe la música de algunas piezas), Olsen recoge toda la tradición de la gran canción americana de los años 20-40: Cole Porter, George Gershwin, Irving Berlin. Como ellos, logra compaginar el glamour y el sentimentalismo con bastante ironía. Estas composiciones próximas al musical clásico contienen también mucho regusto del trip hop de los 90’s, en esa cualidad cinematográfica, envolvente, y melodramática que recuperaban Portishead o los Massive Attack de ‘Blue Lines’. Todo al servicio de unas canciones sobre el desamor, su padecimiento… Pero también sobre la liberación que este desamor supone.
El significado de ‘MAGDALENE’, que habla de alienación, rupturas, feminidad y sexo, es interesante, pero secundario, porque la imaginación de la que pueda carecer en los textos FKA twigs la suple con creces con su voz y con ideas de producción. Los juegos vocales son absolutamente espectaculares desde que el disco se abre con ‘thousand eyes’, un tema que habría pegado en ‘Medúlla’ de Björk, uno de los mejores estudios sobre voces en un álbum que se hayan hecho jamás. Pero es que además la canción tiene la calidez de la new-age: también puede interesar a los seguidores de Enya. Los coros casi religiosos de la segunda parte de ‘sad day’ generan la inquietud que buscan. Y el momento de los falsos niños cantando unos segundos de ‘fallen alien’ es una pequeña maravilla. En ocasiones, FKA twigs repite frases, pero es que el giro melódico que aporta en ellas no puede ser más expresivo. La artista sabe bordar un R&B clásico, como sucede en partes de ‘holy terrain’ (el tema que ha querido contar con el contrapunto masculino de Future), transformarse en Beth Gibbons en ‘fallen alien’; y a la vez tener su propia personalidad. Desesperado como el corazón, pero pensado con el cerebro, ‘MAGDALENE’ sí es la entregada obra humana que desde lo estético, en ocasiones y quizá abrumada, FKA twigs había querido evitar.