Menudo papelón el que se le ha quedado a Jenny Lewis teniendo que promocionar este álbum, en buena parte producido por Ryan Adams, semanas después de que surgieran diversas voces femeninas (entre ellas varias artistas, incluidas Phoebe Bridgers y su ex-mujer Mandy Moore) denunciando al rockero como un manipulador que aprovechaba su posición en la industria para obtener favores sexuales y/o menoscabar su confianza en sí mismas. No parece que (al menos esto último) sea el caso de Lewis, que pasa de cubrir su torso con una chaqueta en la portada de ‘The Voyager‘ a mostrar en esta (y en todo su precioso trabajo visual, propio de una decadente estrella de Hollywood) su voluptuosidad. En toco caso Jenny, como explica en las contadas entrevistas que está ofreciendo, se ha sobrepuesto en su vida a cosas mucho más graves que esta. Así que saldrá adelante.
Porque, si la “cultura de la cancelación” lo permite, el mundo podrá ver que ‘On The Line’ es un disco profundamente personal en el que el carácter y el talento de la artista sobresale por encima de todo y todos los implicados en él, lo cual incluye algunos nombres de campanillas en el mundo del rock. Agárrense: más allá de que Adams y Beck produzcan el álbum –no es una sorpresa, puesto que ya lo hicieron en su anterior disco–, en los créditos de este trabajo encontramos a músicos como Ringo Starr, Don Was (The Rolling Stones), Benmont Tench (de los Heartbreakers de Tom Petty o los Travelling Wilburys) y Jim Keltner (un batería histórico que ha trabajado con John Lennon, Neil Young, Bob Dylan o Randy Newman) poniendo sus manos y almas en un álbum de sonido realmente abrumador, con una calidad y calidez que se palpa… y no es del todo una manera de hablar.
Pero más allá de ese factor sonoro, lo que sobresale en ‘On The Line’ es la figura como escritora e intérprete de Lewis, que se acerca más que nunca al canon que ella misma marcó en su soberbio debut en solitario, ‘Rabbit Fur Coat’. Como en aquel disco, aquí ella ha vuelto a componer en solitario, tras hacerlo desde entonces junto al que hasta hace un par de años ha sido también su pareja sentimental, Jonathan Rice. Y así se reivindica reuniendo varias de las mejores y más inmediatas canciones de su carrera, en las que el acabado de soft rock a lo Fleetwood Mac de los 80 que sobrevuela el disco es sólo una (atractiva, eso sí) circunstancia.
‘On The Line’ comienza llevándose por delante cualquier defensa, desarmando con la tripleta formada por ‘Heads Gonna Roll’ –un bofetón de adultez con forma de parábola que nos enseña a mirar a la cara a la muerte y afrontarla con valentía, a hacer cosas mientras llega–, ‘Wasted Youth’ –un saltarín gancho a la mandíbula que, recordando la adicción a la heroína de su madre que arruinó su carrera como actriz (y nos entregó una estrella de la música, a cambio), traza un desolador paralelismo con el jaco que atenaza a nuestra generación: los teléfonos móviles– y, sobre todas, una ‘Red Bull and Hennessy’ donde se adueña del honor de ser la Stevie Nicks del siglo XXI. Una canción estratosférica –el piano de Tench, las baterías de Ringo y Keltner, el solo de Ryan… todo acompaña– sobre pasión desbocada que podemos imaginar a nuestros hijos cantando en un karaoke dentro de 20 años: lo que viene siendo un clásico, vaya.
Tan arriba comienza ‘On The Line’ que parece un milagro mantenerlo ahí. Y, claro, decae. Pero no por falta de grandes canciones a la altura, que las hay, sino por una desconcertante secuencia: la ensoñadora ‘Hollywood Lawn’ no es una mala composición, pero no está a la altura de reconducir el subidón que nos había suministrado el dudosamente recomendable cóctel de bebida energética y coñac. Tampoco parece responder lo suficiente ‘Do Si Do’ –mona pero demasiado deudora del Beck de ‘Colors’– como para recuperar el pulso. Se confirma que estamos en un valle, como si Jenny quisiera dejar claro que se crió y educó en un buen suburbio de Los Ángeles. En esas circunstancias, uno se deja embargar por la amargura del doloroso episodio de ruptura con Rice detallado en la preciosa balada ‘Dogwood’, con cierto aire a Carpenters.
Es un momento tan dramático como cabe suponer que sería la referencia a la muerte de su madre a causa de un cáncer en 2017. Sin embargo, ‘Little White Dove’, dedicada con quirúrgica poesía a ese trance personal, llega revestido (en manos de Beck) de un funk oscuro con el que se puede bailar, coronado por un memorable solo de guitarra del histórico Smokey Hormel (Tom Waits, Johnny Cash, Adele). Una muestra más de que Jenny nunca ha sido ni será una cantautora del montón. ¿Hace falta más? Pues ahí va su contrapunto melodramático, la maravillosa ‘Taffy’, envuelta en ecos y preciosos arreglos de cuerda para hablar de dejarse llevar a sus 40 por la pasión del sexting a pesar de saber que su relación con el interlocutor estaba acabada.
Y es que, como confirma la traviesa ‘Party Clown’ –así, como un triste payaso de fiesta infantil, se ha sentido Lewis cuando se ha dejado llevar por el hedonismo (explícita referencia a tener sexo oral en la parte de atrás de un coche incluida) para olvidar su pena–, el sexo vertebra ‘On The Line’, de manera algo insólita. Insólita porque comparte foco con la adicción (de nuevo aludida en el momento más pop del disco, la final ‘Rabbit Hole’), la muerte y la supervivencia a todo ello (así lo resume el bonito tema titular, asegurando que ella se mantiene “en línea” pese a todo). Por eso y por la alucinante instrumentación que envuelve este gran tratado de rock americano con un ojo en el pop da un poco de rabia que, en su conjunto, ‘On The Line’ no esté todo lo bien hilado que podría. Porque pasaría de notable a sobresaliente.
Calificación: 7,9/10
Lo mejor: ‘Red Bull & Hennessy’, ‘Heads Will Roll’, ‘Wasted Youth’, ‘Little White Dove’, ‘Taffy’, ‘Dogwood’
Te gustará si te gustan: Conor Oberst, Kacey Musgraves, Natalie Prass.
Escúchalo: Spotify



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